Dom 02.11.2003
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PLáSTICA 1

La lección de geometría

Concretista fundacional, socio de Maldonado, Hlito, Iommi y Lozza en la primera vanguardia organizada que afirmó la abstracción en la Argentina, y dueño de una obra que es una de las historias claves de la sensibilidad estética vernácula, a los 91 años, Manuel Espinosa vuelve a exponer. Y la ocasión es toda una oportunidad para conocer la vasta obra sobre papel (gran parte de ella nunca antes exhibida) de un artista que logró desembarazarse del rigor teórico y las estrategias formales para disfrutar reescribiendo la historia del arte geométrico.

Por María Gainza
No hay nada tan refinado como las geometrías. Es así: ni un traje Chanel, ni los pañuelos Hermès, ni siquiera unos zapatitos Prada pueden hacerle sombra a la privada emoción que significa toparse en medio del caos contemporáneo con unas líneas austeras, calibradas en su punto justo. Es un puñetazo en el estómago. Como un flechazo directo en la frente. Algo así como lo que sucede frente a las obras de Manuel Espinosa que, exhibida en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, de un sopapo nos refrescan que el mejor arte geométrico, debajo de su austeridad, está sostenido por tirantes de acero.
–Hay obras maravillosas –dice Espinosa-. Tome Mondrian, por ejemplo. Tiene un rombo a 45 grados con una sola línea horizontal y otra acá en este ángulo que corta, es magnífico. Que haya logrado expresar tanto con tan poco, eso me sigue maravillando. Y claro, después está “Blanco sobre blanco” de Malevich, una cosa extraordinaria. Me emociono de solo pensar que alguien haya llegado a eso y que el cuadrado no esté ortogonal sino un poco inclinado. Imagínese. En algún momento hice un blanco sobre blanco pero sin acordarme de Malevich porque de haberme acordado no me hubiera atrevido a hacerlo. Jamás.
A los 91 años sabe de lo que habla. Concretista fundacional, Espinosa constituyó, junto a Tomás Maldonado, Alfredo Hlito, Enio Iommi y Raúl Lozza, entre otros, la primera vanguardia organizada que afirmó la abstracción en el país. Muy brevemente, el itinerario de lo que es una de las historias claves de la sensibilidad estética argentina, se puede dar por iniciado con la publicación en 1944 de la revista Arturo, que propone un arte concreto, con base científica, centrado en la línea y el plano, la lucha contra la ilusión pictórica (la idea del cuadro como ventana a un mundo real) y el rechazo a la idea romántica –y por ende decadente– de creación. Al tiempo sus integrantes se dividirán en bandos: por un lado la línea más dura de la Asociación Arte Concreto-Invención (Espinosa se ubicará por aquellos años dentro de este grupo) ligada a Van Doesburg, quien por 1930 había acuñado la denominación “arte concreto”; y por otro, el Madí, menos rígido en sus posturas. Al tiempo Lozza se corta solo y funda el Perceptismo. Muy a grandes rasgos ésa es la historia.

Los cuartitos mentales
–Perdí todas las obras de arte concreto. Tenía un estudio, hice un viaje y cuando volví la casa no estaba más, la habían demolido y habían labrado un acta que decía que un fulano de tal se llevaba las obras. Pero cuando fui a buscarlo nunca lo encontré... era un cuento. Probablemente habían tirado todo.
No es una anécdota más. Este empezar de cero parece a la distancia un desafío del cual Espinosa sacó ventaja. El destino lo expulsó, le dijo “ahora a andar solito”. Y Espinosa juntó sus muy concretos elementos y echó a caminar sin mirar hacia atrás. Conocer su vasta obra sobre papel, gran parte de ella nunca antes exhibida, es un lujo, sobre todo porque significa espiar en los cuartitos mentales de un artista que logró desembarazarse del rigor teórico y las estrategias formales para disfrutar rescribiendo la historia del arte geométrico. Espinosa vio que el camino era angosto y eligió trabajar al margen de la ruta antes de quedar inmortalizado en un libro de recetas.
–No tenía ni registro de lo que guardaba, estaba todo en una cajonera que de tan pesada ya no la abría desde hacía años. Un día Laura Buccellato y Marion Helft se presentaron y me acorralaron en un rincón. Se llevaron 363 dibujos y hay muchísimos más, pero, ¿le gustó el montaje? Tenía miedo de que fuera un bazar persa.
Todo lo contrario: equilibrios y tensiones. Los trabajos se nos presentan como modelos de percepción. El montaje clásico y sobrio, sin volteretas ni guiños cancheros, guía, y uno sabe que está en buenas manos, que hay que dejarse llevar como la mujer en el tango. Son piezas ordenadas de un rompecabezas gigante, nacidas para ser vistas así, en conjunto, y tanto es así que cuando terminamos el recorrido sentimos esa amable satisfacción al levantarse temprano para aprovechar el día: no es sencillo pero rinde. Cada serie, cada variación, tiene su sentido en el tablero. Ilustran, como diría Argan, el modo en que Espinosa ha pensado sus “morfemas espaciales”.

Los agujeros de Colette
Lo que ves es lo que hay. Pigmentos, colores, materia, líneas, variaciones de círculos y cuadrados. Con tal bombardeo de imágenes en la calle, estas geometrías actúan como gotas de colirio para los ojos cansados. Torres García decía que el arte concreto argentino era demasiado frío, más adecuado al temperamento nórdico de los neoplasticistas. Maldonado le contestó caricaturizando esa clasificación y proponiendo hacer un “arte ice-cream para uso holandés y arte allo spiedo para uso meridional”.
Cuando en 1947 Espinosa exhibió en la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos junto a Tomás Maldonado, ya por entonces Edgar Bayley anotó en el prólogo el elemento de “emoción contenida” de las obras. Europa vino más tarde, en 1951, no en forma de un viaje iniciático sino simplemente como paseo para confirmar intuiciones. Pasó por Suiza, París, Bélgica, Holanda. En los ‘60 volvió a Roma, donde entró en contacto con el diseño textil y el Op Art. De vuelta en Buenos Aires se presentó a un concurso de la empresa Hisisa Argentina.
–Me tiré el lance de presentarme porque siempre necesité el dinero. Llevé unos cuantos dibujos y finalmente me dieron el premio. Ellos querían ampliar su colección de estampados con diseños de artistas, algo que después nunca se hizo. Los papeles con los agujeritos pertenecen a esa serie pero tengo que admitir que eran perforaciones más chicas y que con el tiempo se han abierto. En cualquier momento se parecen a un Fontana. Colette, salí del sillón. Es que no se deja cortar las uñas. ¡Mire cómo está todo perforado! Sí, sí, ella también trabaja, va a exponer.
Casualmente parte de la generación del 90 en Argentina rescató la estética del diseño.
–Ah, no tengo ni idea. Es que casi no tengo contacto con la pintura. Salgo poco. Hace unos años fui a París a ver la muestra de Cézanne, de quien todo parte, y tuve que visitar el museo en silla de ruedas, lo que determinó que viera todo desde abajo, como en escorzo.
Pero para alguien que dice estar apartado del mundo, está muy al tanto. Sabe que en Ruth Benzacar hay una muestra de Aizenberg y que el Malba planea otra de Jorge de la Vega.
–No, sí, sí, algunas cosas de la Nueva Figuración me han gustado, en especial la potencia de Macció, quien para mí era el mejor de todos.
Cuénteme sobre la fascinación por la ciencia y la tecnología que existió en los artistas del 40.
–Lo único que le puedo decir es que una vez me encontré con Tomás Maldonado en la Plaza San Martín, era el día en que habían tirado la bomba sobre Hiroshima y él me dijo: Ah, se ha logrado la energía atómica. Pero para mí fue el fin del idilio.
La planta quita luz
Imposible pedirle a un artista más honestidad. Están sus obras más filosas, donde apenas dos líneas negras sobrevuelan el plano casi sin tocarlo, como amagándole a un lápiz finísimo que busca encerrarlas y los frisos de violetas, negros y marrones que van mutando a verdes y rojos, mientras alternan transparencias y superposiciones. Después, sobre las mesas, andan unos dibujitos ópticos en grafito que en su sutileza dan ganas de escuchar a Satie.
¿Reconoce saltos, giros, desvíos en su carrera?
–La verdad es que pocos. A veces creo que siempre he estado haciendo la misma obra.
William Blake decía que si un loco insiste con su verdad pronto se volverá un genio.
–Sí, sí, eso está muy bien. Igual, ahora que sacaron todas las obras a la luz y las volví a ver, empiezo a entenderlas mejor. Lo que más me interesa son los negros. Creo que ésa era una dirección interesante. Hace unos años se los mostré a una galerista que me increpó: “¿M’hijo, por qué usted no ha llevado esto al lienzo?”.
Es que la delicadeza del papel está tan íntimamente ligada a la sensualidad de las formas que uno siente que Espinosa sabía lo que hacía, que eligió este soporte porque ahí sintió que sus figuras estaban en casa. –Ahora hice trombosis en el ojo y he perdido mucho la vista. Recuerdo que cada vez que el derrame menguaba me ponía a dibujar desesperado.
¿Hacia dónde iría su pintura hoy?
–No tengo dudas de que haría trabajos completamente geométricos.
¿Qué hay en esas persistentes y obstinadas formas que resulta tan fascinante? Una visión clara como una raya trazada con una lapicera Rotring, que nos hace contener el aliento para no arruinarle los trabajos a Manuel Espinosa. Y al alejarse se tiene la repentina intuición de que las geometrías nos van a seguir. Que no importa que doblemos en la esquina, ellas buscarán la forma de dar la vuelta y encontrarnos.

Manuel Espinosa, Antología sobre Papel,en el Museo de Arte Moderno de Buenos
Aires, del 16 de octubre al 23 de noviembre.

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