Domingo, 11 de enero de 2015 | Hoy
CINE Se estrenó De tal padre, tal hijo, la nueva película del realizador japonés Hirokazu Koreeda, director de After Life y Still Walking, que esta vez se aleja de su preocupación habitual con la muerte y, con una historia sobre niños cambiados al estilo Príncipe y mendigo, se pregunta cómo es ser padre en una sociedad hiperdesarrollada.
Por Fernando Krapp
Hay un axioma, un truco, que los profesores de guión se jactan de usar (y abusar) para impartir sus lecciones de escritura; suelen decir que las historias comienzan con un juego de condicionales, el famoso “como si”, qué pasaría si (los alemanes hubieran ganado la Segunda Guerra Mundial, si mi hermana fuera un zombi, etc.). Esa pregunta sencilla y programática que dispara hipotéticamente una verdad fáctica sirve para concatenar hechos, uno detrás de otro, sobre una determinada estructura. De tal padre, tal hijo, la última película de Hirokazu Koreeda, plantea una pregunta similar, pero corre un poco el foco para cambiar la dimensión estructural de la película: en lugar de qué pasaría, la pregunta más acertada es ¿qué te pasaría si un día descubrís que tu hijo no es tu hijo?
Los Nonomiya son una familia de clase media alta convencional de Japón. Viven una holgada vida de departamento de varios ambientes en un país donde tener espacio cuesta muy caro. El padre, Ryota Nonomiya, un adicto al trabajo, es un arquitecto desarrollando un importante (para él) planeamiento urbanístico. Su mujer, en cambio, pasa mucho tiempo muerto en su casa. Y claro, tienen un hijo, Keita, de seis años, que, como buen japonés híper educado en una sociedad altamente competitiva, dice a todo que sí: ¿clases de piano? Sí, claro. ¿Saludar a tu padre cuando llega a la casa? Bienvenido papá. En los primeros quince minutos de película, el espectador asiste a una serie de rutinas felices que componen el cuadro de un Japón moderno del siglo XXI: exceso de trabajo, comidas variopintas, diálogos breves como estiletes. La puesta en escena, sin embargo, no varía cuando los Nonomiya reciben un llamado poco auspicioso del hospital donde seis años atrás Keita vio la luz por primera vez. La noticia les cambia la vida para siempre: el hospital cometió un error al entregarles el hijo después del parto. El hijo que tienen no es el suyo.
La historia en sí no es nueva: Mark Twain la probó en dos ocasiones con El príncipe y el mendigo y sobre todo con Calabaza Wilson, donde un negro descubría que en realidad era blanco. Y Frank Capra, de un modo un poco más transversal, también probó la historia con Qué bello es vivir. El juego de intercambios le permite a Ko-reeda marcar diferencias sociales que por momento peligran con el estereotipo: el hijo que la familia Nonomiya tiene en realidad es de la familia Seiki. Y como es un poco de esperar, pertenecen a un estrato social mucho más bajo: una familia de cinco miembros, un poco tecnofóbica, comerciantes y laburantes de lo que parece ser una ferretería de los bajos fondos urbanos, a primera impresión parecen más interesados en la plata que le puedan sacar al hospital de un posible juicio que de conocer a quien es verdaderamente su hijo. La estructura de todo el film por momentos parece divagar en el tira y afloje social: el padre que trabaja mucho versus el padre que tiene mucho tiempo para hacerles barriletes a sus hijos. La madre trabajadora con muchos hijos que les enseña valores en relación con sus hermanos versus la madre mantenida que sobreprotege a su único hijo como si fuera lo único que le queda en la Tierra.
En la tensión entre contención dramática y observación cotidiana radica el humanismo que Koreeda pregona en De tal padre, tal hijo. Es, si se quiere, un humanismo heredado de los grandes directores japoneses cuyas influencias occidentales nunca fueron ocultas: Akira Kurosawa y Masaki Kobayashi. Sobre todo el Kurosawa de Vivir, Rapsodia en agosto y El cielo y el infierno, donde un ejecutivo recibía el llamado de los raptores de su hijo, quienes en realidad habían raptado al hijo de su cochero. Ese humanismo zumbón, producto de la posguerra, donde el dilema moral residía en volver a erigirse de las cenizas radiactivas patriarcales como una nueva sociedad abierta al mundo (la madre de la mujer de Nonomiya hace mención a la guerra y señala que los chicos eran criados a las apuradas, sin importar quiénes eran en realidad los padres), parece aflorar ahora en un Japón post Fukuyima, donde el mal atómico no cayó del cielo sino que explotó en el seno mismo de la sociedad japonesa por un exceso de trabajo.
Para buscar de algún modo una respuesta a este interrogante (¿cómo es ser padre en una sociedad híper desarrollada?), Koreeda toma una decisión arriesgada. En la escena donde las familias deciden intercambiar finalmente a sus hijos, Koreeda decide avanzar en el relato para ver qué les pasa a los personajes. Es una decisión que en parte se agradece por la abulia dramática que suele reinar en las denominadas “historias chicas”, pero también hace que la película tome una dirección inesperada que hace alusión al propio título, y fuerza las motivaciones de los personajes sólo para lograr una película un tanto más convencional, ya que, a diferencia de sus películas anteriores, Koreeda parece un poco más preocupado en desarrollar una historia con ciertos lineamientos convencionales y con una estructura más occidental; un conflicto definido, hasta una perspectiva de plano mucho más clara, para tratar de “dar respuestas” al famoso qué te pasaría si.
Casi como una fuerza involuntaria, lo que queda de De tal padre, tal hijo son esos momentos de interrupción, de liviandad, donde los chicos revelan parte de sus pequeños mundos, pequeños detalles donde la cámara se despega de las intenciones humanistas de Koreeda y vuelve al universo de los chicos para inspeccionarlos mientras juegan a sus videojuegos, se bañan, o simplemente se tiran por una rueda de juegos; como en las vacaciones eternas de los niños abandonados por una madre de intenciones desconocidas en Nadie sabe, o en los rituales de los dos hermanos separados en I Wish a la espera del tren bala, es decir, un terreno y una temática que ya había explorado y que por eso mismo quizás haya decidido cambiar su punto de vista en De tal padre, tal hijo. En una escena clave, las dos familias juntas están reunidas con las autoridades del hospital y los abogados definiendo qué es lo que van a hacer. Si van a intercambiar los hijos, si van a pasar a una instancia procesal mayor, si van a pedir una remuneración económica. Los grandes no saben qué hacer. Están perdidos. En un momento, entra uno de los chicos y con una pistola de juguete apunta a los grandes y dispara para matarlos a todos. Los grandes hacen que se mueren, pero rápidamente vuelven a vivir, vuelven a sus dudas, sus miedos y sus cavilaciones. Koreeda decide quedarse con ellos y no ir tras los chicos. La pregunta que queda es qué habría pasado si hubiera tomado una decisión diferente.
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