Domingo, 11 de enero de 2015 | Hoy
REVELACIONES. LAS MUJERES FUERTES, DURAS Y JóVENES DE NATALIE DORMER, UNA DE LAS ACTRICES DEL MOMENTO.
Por Mariana Enriquez
En Sinsajo, ella está un poco opacada entre el encanto de la superestrella Jennifer Lawrence y la personalidad de la mejor actriz de Hollywood, Julianne Moore. Pero incluso cuando se mide con dos fuerzas de la naturaleza como ellas, Natalie Dormer no pasa desapercibida. Su personaje, Cressida, es una directora de cine del Capitolio que se une a los rebeldes y es la encargada de rodar cortos propagandísticos protagonizados por Katniss (Lawrence) destinados a hacer arder la rebelión en todo Panem. Y tal como ella interpreta a esta mujer joven y dura, con media cabeza rapada, el cráneo y el brazo tatuados, la ropa de cuero negro, logra convertirla en lo más interesante de una película más bien chata –una película estirada, primera parte de un final dividido en dos– cuando le imprime ambigüedad, le quita todo romanticismo y la focaliza en su radicalización: a ella no le importa si Katniss quiere o no ser el símbolo de la revolución para derrocar al tirano Snow; sencillamente, la revolución la necesita y ella la usará y hará con la chica amada por el pueblo las películas que hagan falta. “Siempre que se apunta una cámara hay un punto de vista. Obviamente, también en las democracias occidentales, que pretenden objetividad, también se filma de acuerdo con sus intereses. El público de esta película es adolescente y me interesa hablarles de estos grandes temas, ahora que los medios y las cámaras son tan centrales, ahora que ellos mismos pueden filmar lo que quieran con sus teléfonos y tergiversar el registro o intentar ser lo más fieles posible a lo que vieron en la realidad”, dijo Natalie Dormer en una entrevista promocional sobre Sinsajo. En esa misma entrevista contó que estaba contenta, además, de participar en una película donde los personajes más importantes son mujeres. “En otra época, mi personaje lo hubiese interpretado un hombre. Pero no hay que relajarse: seguimos necesitando más igualdad de género en las películas.” Es frustrante ver cómo, cada vez que demuestra su inteligencia en una entrevista, el periodista suele decir “qué inteligente respuesta”. Y ella tuerce la boca en un gesto condescenciente pero les clava una mirada azul glacial: la combinación de frialdad y dudosa dulzura que la está convirtiendo en una actriz famosa.
Natalie Dormer tiene 32 años, es inglesa y su vida tranquila de clase media se vio un poco frustrada cuando no consiguió las buenas notas que necesitaba para entrar a Cambridge; entonces decidió actuar. En 2005, muy joven, consiguió un papel en Casanova, de Lasse Hallström (la que protagonizó Heath Ledger) y hubo un pequeño revuelo por la chica con cara en forma de corazón, labios finitos que se tuercen en un mohín gatuno y ojos enormes, una rara mezcla de heroína de manga con rasgos medievales que recuerdan a las pinturas de Lucas Cranach. Parecía que Natalie Dormer se haría famosa. Pero no pasó. Los papeles no llegaban. Ella no se desesperó. Trabajó de moza y en un banco de datos para mantenerse y en 2007, después de varias audiciones, consiguió el papel de Ana Bolena en la telenovela histórica The Tudors, donde enamoraba al Enrique VIII de Jonathan Rhys Meyers. Ahí empezó a perfeccionar su especialidad: las reinas. Pero no las reinas poderosas y obedecidas: las reinas mujeres, que deben cuidarse el cuello, que deben ser inteligentes para mantener su lugar en la corte, para ser respetadas, incluso para que no abusen de sus cuerpos. Cuando le cortaron la cabeza en la segunda temporada, se escucharon los lamentos de los críticos: insistían en que, sin ella, la serie se iba a caer. Y es cierto, nunca tuvo la misma tensión ni la misma sensualidad.
Ana Bolena fue la semilla para que Natalie Dormer consiguiera su papel más importante: el de Margaery Tyrell en Juego de tronos. Es un placer verla, tan astuta, tan ambiciosa y siempre consciente de que pisa sobre hielo fino, de que corre peligro. Su primera aparición, en 2012, fue impactante: es la hija de la familia más rica del reino y una de las más dotadas para la política. Así, cuando Margaery se da cuenta de que el heredero al trono a quien quiere desposar, Renly Baratheon, es gay, en vez de ofenderse sencillamente le propone un trío con su hermano, Ser Loras, un caballero que ya es amante del futuro monarca. Renly muere y Margaery llega al centro mismo del poder: ahora es la prometida del sádico, horrible y adolescente Joffrey Baratheon. Que también muere. Y a ella, viuda que intenta todo para no ser negra, sólo le queda seducir a Tommen Baratheon que tiene... doce años. La escena es una de las más comentadas de Juego de tronos. Que esté en el justo límite, que resulte digerible para un público del siglo XXI, es responsabilidad de Natalie Dormer. “Yo pedí que la cambiaran. No me sentía cómoda tal como estaba escrita. No puedo cambiar que ellos se casen, porque eso lo escribió George R. R. Martin, pero sí podía pedir que la seducción tuviese otro tratamiento. Trato de manejarlo con inteligencia e integridad. Y no es fácil.” La sinuosidad de Margaery, la manera en que es convenientemente generosa y hasta demagoga para después, en privado, consentir los instintos de torturador de su príncipe, todo el juego de ajedrez que ejerce en ese mundo de hombres brutales la vuelven un personaje mucho más interesante que el de los libros, donde es decididamente secundario.
Hace poco, Natalie Dormer causó un poco de revuelo cuando en la revista The Daily Beast manifestó su incredulidad sobre las connotaciones negativas de la palabra “feminista” (justo en ese momento la revista Time había incluido “feminista” como uno de los términos que debían ser prohibidos en 2015). “Qué tontería”, dijo. “Yo soy feminista en el sentido verdadero de la palabra: el de la igualdad. Me deprime que las generaciones más jóvenes de mujeres crean que es un término manchado, o que lo asocien con una idea de superioridad femenina. No lo es. Es una palabra de liberación.” Y con humor agregó: “En Juego de tronos lo que hace falta es que los actores varones hagan desnudos frontales. Hubo algunos, pero pocos comparados con los que hacemos nosotras. Hay que elevar la vara”. Natalie Dormer terminó 2014 como un icono de la moda, posando para GQ y Nylon y Cosmopolitan; después de Sinsajo es esperable que al fin los productores la vean como una mujer contemporánea, lejos de corsets, maquiavelismos y coronas. “Yo quiero hacer películas de aquí y ahora y usar jeans”, dice. “Pero no tengo el sentido de la oportunidad de Margaery. Y no hay que desestimar lo perezosos que son en esta industria, que no se destaca por su imaginación y suele encasillarte. No tengo un look perfecto, no hablo de mi vida privada, no soy muy joven. Estoy a la expectativa: quiero saber hasta dónde puedo sostener esta forma de ser en este medio. Si debo seguir interpretando a doncellas y reinas no es el fin del mundo. Este trabajo es un privilegio.”
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