Domingo, 25 de enero de 2015 | Hoy
MUSICA En una época de ansiedad y superproducción, con artistas que editan música a un ritmo vertiginoso, el caso de D’Angelo es una rareza: sacó tres discos en veinte años, los tres considerados obras maestras de la música negra. Hubo que esperar nada menos que catorce años para el fabuloso Black Messiah que acaba de editarse y ha dejado a todo el mundo boquiabierto. Hijo de una familia religiosa, criado entre predicadores y gospel, tiene tanta influencia de Fela Kuti como del funk, el rap y de su héroe, Prince. Sex Symbol –su video para la canción “Untitled” es de los más sensuales jamás vistos–, cantante y músico exquisito, D’Angelo una vez más estuvo a la altura de las expectativas que lo consideran el mejor de todos en el vasto mundo de la música negra.
Por Micaela Ortelli
Volvió D’Angelo, con esa voz, esa piel. Tuvieron que pasar 14 años en los que apenas dio entrevistas ni colaboró con otros músicos, mientras sus discos Brown Sugar (1995) y Voodoo (2000) se convertían en tesoros, aún más valiosos por lo escasos. La última noticia sobre él que trascendió es de 2010, cuando lo arrestaron en Nueva York por pedirle una fellatio a una policía encubierta. Antes, en 2005, casi se mata por manejar pasado de alcohol y cocaína en una desolada ruta de Richmond, Virginia, donde en 1974 nació como Michael Archer, en una familia estrictamente religiosa pero desintegrada. D –como le dicen– es hijo y nieto de pastores pentecostales; de niño vivió temporadas con el grupo de fieles de su abuelo en las afueras de la ciudad, en una región de montañas a orillas de James River, donde en el pasado se comercializaban esclavos. En el templo allí construido vio a su hermano mayor hablar en lenguas (nombre técnico del escabroso milagro de dominar idiomas desconocidos) y presenció sanaciones y exorcismos que recuerda vivamente, al igual que la comunión que sentía entre el fuego, el azufre y la música en esos campamentos. Apenas alcanzaba los pedales cuando empezó a tocar el piano en la iglesia del padre; D fue un prodigio: tenía tres años cuando su otro hermano lo escuchó sin querer, no golpeteando las teclas como cualquier criatura, tocando una canción. Los dos apasionados por la música, gracias a un tío coleccionista (camionero de día, DJ de noche) se instruyeron en el gospel, jazz, soul, rock n’ roll y funk desde muy temprano.
La muerte de Marvin Gaye –el Día de los Inocentes de 1984– fue traumática para D. La misma noche en que sucedió (a Gaye lo asesinó de dos disparos su propio padre –pastor también, casualmente–, cumplía 45 años al día siguiente y estaba en el pico de su carrera) tuvo un sueño en blanco y negro: estaba tocando el piano y Gaye –joven, delgado y sin barba– se acercó, lo agarró de la mano y, sin soltarla, mirándolo muy fijo, le dijo: “Encantado de conocerte”. Desde entonces cada vez que escuchaba su música sentía escalofríos y un miedo indescriptible. No dejó de soñar con él hasta los 19 años, en que lo hizo por última vez, en color: “Me imagino que te preguntarás por qué seguís soñando conmigo”, le dijo ahora, adulto y con barba, desnudo a excepción del gorrito que siempre usaba. En ese momento D se despertó. Entre los dos sueños lideró una banda de soul que ganó un concurso medianamente importante en el legendario teatro Apollo de Nueva York, rapeó brevemente –y asegura que muy bien– en un grupo llamado I. D. U. (Intelligent, Deadly but Unique), y firmó un contrato con EMI (el día de la noche del último sueño), después de una audición improvisada en piano de tres horas. Su nombre celestial inspirado por Miguel Angel empezó a construirse después del single R&B “U Will Know”, que compuso para el soundtrack de la película Jason’s Lyric (1994) e interpretó una superbanda ensamblada para la ocasión, Black Men United (Boyz II Men, Gerald Levert, Usher, Lenny Kravitz en guitarra, y otras estrellas negras del momento a las que iba a sumarse él).
D escribió y armó el demo de su primer disco en su habitación de Richmond, con la grabadora cuatro canales que compró con el cheque del concurso que ganó aquella vez. Por eso Brown Sugar (1995), aunque se produjo cuidadosamente en Nueva York, conserva una crudeza perfecta, esa que crea intimidad y hace sentirse parte de una performance exclusiva y amorosa. Es jazzero pero muy cantado: entre el falsete y el terciopelo las voces se enredan como si fueran al menos tres los cantantes, pero no D hizo absolutamente todo (tiene oído genio, toca todos los instrumentos), hasta el último arreglo, con su ídolo máximo Prince como modelo. No creas que no los veo mirarte, todos te quieren tener. Sos mi chica, canta en “Lady”, que tiene video, y aun con toda esa ropa inflada D es sensual: basta un cameo en cámara lenta, un primer plano de la boca, para completar el hechizo de su voz absoluta; D es excitante hasta contando una historia trágica: ¿Por qué te estás acostando con mi mujer?, le reprocha a su mejor amigo; ¿Por qué sangran tanto? ¿Por qué llevo esposas?, se pregunta después de matarlos.
En aquel momento la letra podría haber sido tranquilamente un rap, con el hip hop instalado definitivamente como el género más popular en Estados Unidos (en el ‘93 y ‘94 debutan Snoop Dogg y NAS, dos MCs fundamentales la década siguiente), y particularmente el gangsta rap –el de lírica más cruda y violenta– tocando fondo, con los asesinatos en el ‘96 y ‘97 de Tupac Shakur y Notorious B. I. G., los nombres más representativos de la rivalidad entre raperos de la costa este y oeste. D es un erudito de la música negra: del rap en particular dice que es “el soul de la calle”; una gran influencia para hacer su disco fue el colectivo jazz rap Native Tongues (Jungle Brothers, De La Soul, A Tribe Called Quest); reconoce que cuando trabaja intenta imitar a los mejores productores de hip hop. Cuando apareció Brown Sugar también lo hizo el término neo-soul (que abarcó los debuts de Maxwell y Erykah Badu, y el inolvidable The Miseducation of Lauryn Hill), pero él la única etiqueta que mantiene sobre su música es la de “negra”, y su era es necesariamente la del hip hop, aunque su eterno amor sean los viejos maestros (él los llama Yodas): James Brown, Stevie Wonder, George Clinton, Fela Kuti, entre ellos. D resultó la milagrosa combinación de todas esas negruras. Y como se mostraba machote pero romántico –no como los raperos– las mujeres caían de a una a sus pies. Madonna fue una, dicen. El eligió a la cantante Angie Stone, que parió un hijo y sufrió el pesado rol de ser la mujer –13 años mayor, engordada– de la última bomba de la industria (Lenny va a tardar unos años más en ponerse sexy).
D no se privó de nada mientras todavía había de todo, por eso tardó tanto en lanzar su segundo disco: estaba de fiesta, pero también aprovechando el generoso presupuesto de la discográfica en Electric Lady, el estudio que construyó Jimi Hendrix en 1970 y que llegó a usar apenas unas horas. Había conocido a su aliado hasta hoy Questlove (baterista de The Roots y productor), otro músico de su cepa (natural y formado) y convocado a enormes talentos para la creación del exquisito Voodoo (2000), bajo cierta rutina obsesiva que incluía intensas sesiones de instrucción: escuchaban discos y miraban videos de shows con minuciosidad durante tres horas, después prendían la grabadora y tocaban entero algún álbum Yoda, hasta que la energía fermentada dirigía el resto de la jornada, que terminaba temprano al día siguiente. En ese tiempo D también entrenó mucho su cuerpo: antes y después de Voodoo –hoy mismo– es un hombre de elegantes rasgos y viril robustez, pero entonces fue un Dios animal de 26 años que llamaba a la adoración y el tacto. Quiero hacerte mojar entre las piernas, me gusta que caiga adentro, me excito tanto cuando estoy cerca tuyo, dice en la balada “Untitled (How Does It Feel)”, el single de promoción que apareció con aquel video imborrable donde toda la acción es él cantando desnudo en un desesperante plano que termina justo en la ingle. Muchas mujeres no lo soportaron y en los shows se ubicaban en primera fila y le gritaban que se sacara la ropa. Lo incomodaban muchísimo –sentía culpa y vergüenza–, lo hacían sentir un stripper cuando en realidad su presencia en el escenario pretendía ofrecer una ceremonia: D siempre comparó al performer con el predicador religioso, un médium entre el cielo, la tierra y el infierno, el presente y el pasado: él siente esas fuerzas.
Voodoo es un disco para escuchar con pasión una y otra vez, que lo representa muchísimo; todas sus influencias aparecen allí: el virtuosismo del jazz en la ejecución, las voces y palmas del gospel, el swing del funk, la producción de hip hop en la magnífica “Devil’s Pie” (que habla sobre los demonios de la fama) o “Left & Right” (en colaboración con los MCs Method Man & Redman), las melodías afro en “Spanish Joint”, el corazón del soul en “Feel Like Making Love”, un cover de Roberta Flack (la autora de “Killing Me Softly”) de una belleza sobrenatural. Pero el fenómeno que había desatado su carne con “Untitled” eclipsó ese disco de colección. Una noche una mujer llegó a tirarle billetes; D padeció toda la gira y cuando terminó se dedicó a arruinar su cuerpo en el círculo vicioso de la cocaína y el alcohol. La discográfica no le renovó el contrato. Y entonces sucedió el accidente y seis meses después la muerte del genio de las programaciones J Dilla (De La Soul, Busta Rhymes), que había participado en Voodoo y del que se había hecho muy amigo. Su muerte fue devastadora para D, pero como la de Gaye, terminó siendo vital para él: pidió ayuda, le costó, pero finalmente se rehabilitó.
En 2007 firmó un nuevo contrato con RCA y empezó a trabajar en su tercer disco. Lo de la fellatio en 2010 a la policía es anecdótico: “Fue una mala decisión en la esquina incorrecta la noche incorrecta, tampoco soy ejemplo de nada”, dijo a la revista GQ en 2012, en una extensa entrevista (una de las pocas que dio en todos estos años) a propósito de una serie de sorpresivos y emocionantes conciertos en Estados Unidos y Europa, donde sonaron sus clásicos y también covers de Los Beatles, Hendrix y Zeppelin (D puede hacer esto con la guitarra). No por casualidad: hace unos meses participó en una charla en la Red Bull Music Academy y dijo que su música estaba tomando una dirección funk-rock. Por una cuestión de evolución natural, dice: se dio cuenta de que lo que une todo su árbol genealógico musical es el blues. Durante mucho tiempo el nuevo disco se iba a llamar James River; en su momento se filtraron dos canciones sin terminar que desaparecieron enseguida; todo indicaba que la espera se extendería, al menos, hasta mediados de 2015. Pero de un día para otro, el 15 de diciembre, apareció en iTunes, Google Play Music y Spotify. Se llama Black Messiah y es, otra vez, fabuloso, enteramente analógico y para escuchar a volumen máximo, sugiere.
Decidió lanzarlo de una vez en solidaridad con las revueltas populares en Ferguson, Missouri, luego de que en noviembre exoneraran al policía que mató al joven negro Michael Brown en agosto. Escribió para presentarlo: “Es una locura llamar Black Messiah a un álbum. Es fácil que se malinterprete. Muchos van a pensar que tiene que ver con religión. Otros, que me estoy llamando mesías. Para mí el título tiene que ver con todos nosotros. Con el mundo. Con la idea a la que todos podemos aspirar. Todos deberíamos aspirar a convertirnos en un Black Messiah. Tiene que ver con los levantamientos en Ferguson y en Egipto y en Wall Street y en todo lugar donde una comunidad se cansó y decide hacer el cambio. No tiene que ver con adorar a un solo líder carismático sino celebrar a miles de ellos. No todas las canciones de este álbum tienen contenido político (aunque muchas sí lo tienen), pero llamarlo Black Messiah crea un paisaje en el que estas canciones pueden vivir en plenitud. Black Messiah no es un solo hombre. Es el sentimiento de que, juntos, somos todos ese líder”.
Black Messiah da ganas de llorar de alegría. De decir gracias. Durante mucho tiempo D’Angelo sintió que pertenecía al linaje de Jimi, Marvin, B. I. G.: que tenía ese poder y esa responsabilidad; eso lo hacía sentir muy solo, cree Questlove. En una época en que estuvieron distanciados él y D sólo hablaron cuando murieron Michael Jackson y Amy Winehouse. “Todo bien, pero la única forma de que D se convierta en un gran artista con lo que sacó hasta ahora es si se muere. D’Angelo, Chris Tucker, Dave Chappelle, Lauryn Hill, viven todos en la misma isla: la de “¿Qué hacemos con todo este talento?.. Me frustra”, opinó Chris Rock hace tres años en aquel artículo en GQ. D no murió y hasta es posible imaginarlo a futuro, con el pelo blanco, convertido en clásico junto con Jack White. “1000 Deaths” es una canción que podría hacer con él. Un cobarde muere mil veces, pero un soldado sólo una vez, dice ahí. En “The Charade” recuerda más que nunca a Cee Lo Green, “Sugah Daddy” es pícara y perfecta, y D sigue siendo un romántico: Cuando me miras me abro al instante. Me enamoro tan rápido. Doo doo wah I’m in really love with you, doo doo wah I’m in really love with you, canta en “Really Love”, una canción que no podría morir jamás.
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