Domingo, 8 de febrero de 2015 | Hoy
Fanático de los Ramones, baterista y hacedor de videos musicales de las bandas del sello alternativo Lofi Records, Leandro Naranjo es el más joven de los directores del Nuevo Cine Cordobés. Su sueño es hacer un policial a lo grande, pero se prepara para el rodaje de una nueva película indie, antes del estreno oficial de su ópera prima El último verano, revelación del último Bafici, e incluida en un ciclo gratuito del Palais de Glace.
Por Andrea Guzmán
“A nuestros amigos y nuestros amores (pasados, presentes y futuros).” Así se puede leer en el epílogo de El último verano, ópera prima de Leandro Naranjo, una película de letargo estival postadolescente que se destaca a la vez por la delicadeza estética y espiritual en su narrativa, y por su muy punk impronta de producción: fue filmada por un grupo de amigos en cinco días y costó unos cuatro mil pesos. “De todas formas, ahora estoy filmando una más pequeña que la anterior”, cuenta el director con un entusiasmo rebelde. O así se lo escucha del otro lado del teléfono, esquivando el viento para encontrar un punto de señal. Viajó a San Juan para hacer de camarógrafo en el largometraje de uno de sus ex compañeros de la escuela de cine, pronto al rodaje del suyo propio en febrero. Además de dirigir, se interesa en los oficios del cine como una experiencia artesanal y grupal. Justo en el centro de la visibilidad de la nueva producción cordobesa, también se dedica al montaje y la fotografía y ha participado desde esos rubros en otras películas locales como Tres D, de Rosendo Ruiz, el ya acreditado director y suerte de alma mater de la escena local. “El cine para mí es ante todo un oficio. No tengo muy en cuenta ideas como el talento ni la inspiración, pero sí la práctica. Trabajar en otras películas suma a mi experiencia como cineasta.” A Leandro Naranjo no le preocupa pelear un estreno en salas grandes de la capital, y prefiere concentrarse en seguir filmando; la nueva película más pequeña, un policial que planea hacer en grande, los videoclips que dirige para bandas locales, y consumir y participar de los festivales de cine. Leandro Naranjo es desvergonzadamente joven.
De ese fenómeno que la crítica llama el Nuevo Cine Cordobés, cuya explosión se viene generando hace algunos años a partir de la cada vez más prolífica presencia de producciones locales en festivales internacionales, los activos cineclubs y el auge editorial de revistas y libros de cine dentro de lo que algunos llaman la población más cinéfila de Argentina, Leandro Naranjo es el más joven de la camada. Justo ahí, entre el mismo Ruiz, Inés Barrionuevo a la cabeza de Atlántida o Matías Lucchesi con Ciencias Naturales, por nombrar algunas de las películas más destacadas del año pasado. Acaba de cumplir 26 años, es baterista y fanático de Los Ramones. “Para mí, de acuerdo con la música que escuchás tenés interés o no como cineasta. Si escuchás La Renga o Estelares es muy probable que no tengas nada interesante que contarme”, dijo a la revista cordobesa Cinéfilo sobre el diálogo entre cine y música que formula su película. Es esta misma revista la que opera como casa club de su pandilla y donde él, contrario a la espontaneidad anárquica de su modo de producción cinematográfica, también ejercita una muy académica y rigurosa crítica de cine. Se trata de la revista surgida del cineclub del mismo nombre, donde después de volverse un visitante adepto terminó siendo programador. “En la revista somos todos críticos y algunos aspirantes a directores. Hay una especie de comunidad. Todos estamos empezando y eso es muy productivo. La primera devolución de los chicos a mi película fue muy negativa, tenemos diferentes búsquedas y gustos.”
El último verano es una película pequeña y de mínima producción. Está filmada en blanco y negro, y con una puesta en escena despojada enmarcada en la experiencia del cine independiente norteamericano. Muy elocuente en su forma de narración de pequeños eventos, se trata del reencuentro casual entre dos chicos, ex novios de la adolescencia, una noche larga durante ese verano eterno que viene después de la graduación universitaria. No se ocupa demasiado en una presentación emotiva de los personajes sino en una tensión casi táctil entre ellos que logra en sus planos secuencia insistentes y una profundidad de campo que impacienta a cualquiera. Una tensión cuan larga es una canción de indiepop, que a todo esto el director decide incluir en pasajes completos. Se puede decir que es una película joven. Con sensibilidad y asombro juvenil. Con una gramática poco pretenciosa, construida desde la intuición y un ímpetu casi adolescente. Y sin embargo, desde una seriedad y bagaje en el consumo cinematográfico bastante maduro. Los actores son sus amigos críticos de la revista; la protagonista, cantante de una banda del sello alternativo cordobés Lofi Records, de donde también salen todas las canciones de la película y donde él dirige varios de los videoclips que dan vuelta insistentemente por YouTube. Los técnicos son sus compañeros de escuela. Y entonces los chicos de la película, como una reproducción de sus realizadores, no hacen más que deambular y charlar y escuchar canciones a cambio de lo que no se animan a decir. Películas favoritas, el paso del tiempo y la incerteza del futuro, las conversaciones de chat olvidadas o los libros que no van a leer.
Escuela, un cortometraje sobre un grupo de amigos en su último año de colegio musicalizado por El Mató a un Policía Motorizado y 107 Faunos, que dirigió junto a Ramiro Sonzini, fue el ganador del premio Cortópolis y ya sugería su interés por la ciudad, la contemplación de las relaciones humanas y el tránsito a la adultez. El último verano acaparó varios de los recuentos de fin de año como una de las óperas primas celebradas por la crítica más veterana. “Fue filmada con urgencia”, declara. Aunque el relato es de intimidad impenetrable, en la película hay un retrato generacional muy elocuente, que se presenta de forma natural, o es al menos dueña de una gran sensibilidad actual en su contenido pero también en la forma en que se decidió y se llevó a cabo su producción. Y en el universo particular de los personajes y su forma de comunicarse en el mundo de la hiperinformación. “Por ejemplo, hay una escena donde hablan sobre política con analogías de videojuegos y de fútbol. Algo que podría ocurrir en cualquiera de mis reuniones con amigos. Para mí es una forma de naturalizar la discusión política en la juventud, significa asumir desde otro lugar sin tematizarla. Como algo cotidiano que puede incorporar humor y es un tema de conversación como cualquier otro.” Aunque la tecnología no está demasiado representada, algo interesante es que la mayoría de los diálogos son transcripciones literales de conversaciones por chat y mensajes de texto. Las representaciones resultan entrañables porque en el fondo son descripciones amorosas de sus propios amigos e intereses sentimentales, las preocupaciones e impaciencias de un mundo que habita y conoce bien. Como una ventana de chat a punto de abrirse o como una canción pop que rompe el silencio de una noche lenta.
El último verano se exhibe el viernes 13 en el Palais de Glace, Posadas 1725. A las 19. Gratis.
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