Dom 16.11.2003
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MUSEOS

Pablito colgó un cuadrito

La cantidad de Picassos que dejó Picasso a su muerte (1885 cuadros, 1228 esculturas, 7089 dibujos, 3222 cerámicas y 23.532 estampas) alcanzaba para llenar cien museos. Ahora, tras la larga batalla legal entre sus herederos, esa extraña forma de multirreencarnación comienza a hacerse realidad: mientras el primer Museo Picasso de Barcelona no para de crecer y el segundo (que contiene las obras “donadas” para arreglar cuestiones impositivas) sigue firme en París, acaba de inaugurar el tercero en Málaga, la ciudad que lo vio nacer pero nunca exponer en vida.

Por Rodrigo Fresán, Desde Málaga

Y después otro. Y otro más. Y Pablito Ruiz Picasso no dejó de colgar cuadritos a lo largo de sus 92 años de vida. Entonces, cubrir paredes y pasillos, llenar armarios y cajas fuertes: Picasso como una fuerza picassiana y non-stop y centrífuga resuelta a picassear al mundo entero, a invadirlo por completo. Picasso intentando y consiguiendo demostrar que en la cantidad también puede estar la calidad y, de paso, la riqueza tanto artística como material. Y así la paradoja casi incestuosa de Picasso convirtiéndose ya en vida en el primer gran coleccionista de Picassos y contagiando esta manía acumulativa a su descendencia.
Se sabe que Picasso siempre se preocupó por conservar las obras más importantes de cada uno de sus muchos períodos y –cuando se vio obligado a renunciar a ellas en los malos tiempos– siempre se preocupó por recuperar a casi cualquier precio a sus más insignes criaturas perdidas. Este impulso compulsivo podía parecer enfermo pero, al mismo tiempo, resultaba perfectamente comprensible: qué sentido tiene morirse para disfrutar de los fastos de la posteridad cuando –como lo hicieron algunos faraones– se podía disfrutar de la inmortalidad en vida leyendo sobre sí mismo en las enciclopedias cosas como: “Ningún hombre en la historia ha transformado tanto la naturaleza del arte”. Y Picasso tenía que ser muy bueno si le gustaba tanto a Picasso, ¿no?
Y Picasso les gusta mucho a los Picasso, claro, y más detalles sobre esto más adelante, última sala, doblando a la izquierda, se ruega no tocar.

UNO
Nada malo afirman las ruedas del karma en cuanto a la posibilidad de que un pintor no deje de girar y se reencarne en museo. Y Picasso –abundante hasta en la otra vida– ya tiene innumerables centros y tres museos en su haber.
El primero de ellos se encuentra en Barcelona y desde su fundación en 1963 no ha dejado de crecer invadiendo varios palacios colindantes del Carrer Montcada. El punto y la línea de partida fue la colección privada de Jaume Sabartés, amigo íntimo del pintor, quien donó su colección que ha ido enriqueciéndose y reordenándose desde entonces con aportes importantes y del mismísimo Picasso quien antes del adiós regaló la serie de Las Meninas y, en 1970, un fondo de 921 obras.
El segundo de ellos está en París, se inauguró en 1985, en el alguna vez Hôtel Salé y contiene las obras “donadas” para arreglar cuestiones impositivas. Así, el Estado francés un día llamó a la casa de los herederos, eligió antes y mejor que hijos y nietos lo que más le gustaba –203 pinturas, 158 esculturas, 88 cerámicas, 3000 grabados– y todos felices y aquí no ha pasado nada.
El tercero acaba de inaugurarse –el pasado lunes 27 de octubre– en la Málaga natal de Picasso. Esa ciudad donde el joven prodigio hijo de José Ruiz, un profesor de pintura, se iba todos los días a la playa a entrenar sus pinceles en el acto tan soberbio como infantil de retratar olas gitanas, olas que no dejan de ir y venir.
Y Málaga –que hasta la exposición Picasso Clásico de 1992 en el Palacio Episcopal de Málaga no había visto un Picasso en su vida– es la ciudad que por estos días se enorgullece del retorno del hijo pródigo. Toda la ciudad está cubierta de estandartes donde se lee “Picasso Vuelve” o “Picasso nació en Málaga”; los periódicos locales regalan una versión en comic de los años infantiles del monstruito (“¡Chaval! Vas a ser todo un artista conociendo a Picasso”, es el slogan, y en sus cuadritos Pablito aparece con el look un tanto inquietante de un profético Damien de nariz enorme y ojos más enormes todavía); y en todas partes se respira una suerte de aliviada felicidad por el retorno –treinta años después de su muerte– de ese crédito local que un día se fue con su familia a Barcelona y, después, se fue solito a todo el mundo.
En el Museo Picasso de Málaga –en su exposición inaugural y temporal, El Picasso de los Picasso– hay mucho y bueno: 8300 metros cuadrados del Palacio de los Condes de Buenavista –un imponente edificio de arquitectura andaluza del siglo XVI donde se entreveran rasgos mújares y renacentistas e injertos contemporáneos, a pocos metros de la casa natal, en la Plaza de la Merced– rediseñados por el especializado y museístico Estudio Gluckman Mayner junto a los arquitectos malagueños Isabel Cámara y Rafael Martín Delgado para una empresa que acabó costando 66 millones de euros a lo largo de 27 meses de obras. Y allí adentro 202 obras de Picasso: 155 de lo que ya es la colección permanente –resultante de lo que donó Christine Ruiz-Picasso, viuda de Paul, primogénito del monstruo; más lo que aportó su hijo Bernard– más 87 piezas prestadas por la familia y otros museos y coleccionistas privados para enaltecer el momento de estrenar. El rey fue, cortó cinta y dijo “Fantástico” e “Impresionante” y se volvió a su propio museo en vida seguramente pensando en la que se le venía con el anuncio del compromiso y boda de Felipito.
Llovía mucho.

DOS
Y seguía lloviendo mucho cuatro días más tarde cuando yo llegué a Málaga en medio de una de esas tormentas perfectas que suceden muy de tanto en tanto sólo para poder ser recordadas durante la vejez. Lluvia azul, viento cubista, y una cola de trescientos metros frente al Museo Picasso negándose a rendir posiciones. La cosa no había cambiado desde la inauguración y difícil que fuera a cambiar en las próximas semanas: las tribus picassitas de todo el mundo se han reunido en Málaga y pelean la pole-position privilegiada de contarse entre los primeros en paladear la tercera venida de su mesías y reencontrarse o descubrir cuadros como Retrato de mujer con cuello verde, La maternidad, Busto de mujer con los brazos detrás de la cabeza o Jacqueline sentada, postales de todas esas mujeres a las que Picasso amó y pintó hasta volverlas locas de furia y pesar. El ambiente es festivo más allá del agua y los paraguas destrozados y, dicen, los locales gritaban “¡Viva la nuera de Picasso!” al paso de la benefactora de 74 años que trajo de vuelta a la ciudad la memoria y la obra de un hombre que jamás la olvidó en la distancia.
Y está claro que Málaga, agradecida, se ha rendido a la manía y a la histeria y no hay vidriera donde no te mire de frente y de perfil algún Picasso y no se puede comer un pescadito frito en cualquiera de esos restaurantes caseros frente al mar de la playa de La Malagueta sin encontrarlo vagamente picassiforme. A la noche, por fin, las nubes se retiran y es Halloween. Y hay algo extraño en ver a todas esas chicas estilo Carmen de curvas nada picassianas embutidas en apretados trajes de Morticias del Sur paseándose de bar en bar mientras un macho desesperado y curtido en alcohol grita: “¡Viva Picasso y me cago en Dios!”.
Más tarde, un taxista disidente me lleva al hotel y no deja de repetirme una y otra vez que “el verdadero héroe de Málaga es Antonito y no el Picasso ese que se fue y se olvidó de nosotros. El Antonito vuelve todos los años, ha abierto restaurantes, reactivado una fábrica de aceite y va a fundar una academia para jóvenes artistas. El Antonito nos promociona afuera y nunca se ha olvidado de nosotros. Para malagueños de ley: ¡Antonito!”, concluye.
Antonito es Antonio Banderas y cualquier día de éstos se calza nariz postiza y, ay, ya saben...

TRES
Y se sabe que, también, todo Museo Picasso es casi una contradicción a los deseos del artista porque, al ver ahí la obra explicada y sistematizada, el espectador se aleja de aquello que Picasso consideraba el estado ideal frente a sus obras: “Llegar a un estado en que nadie pueda saber cómo hice un cuadro. ¿Por qué? Sencillamente porque no quiero que mis cuadros produzcan otra cosa que emoción”.
Mal que le pese al pintor, este museo sistematiza y clarifica con gracia y talento: se entra atravesando un sitio arqueológico del VI a. C. descubierto por azar durante las obras y se recorren doce salas donde se ordenan obras de aprendiz, del período azul, del estallido cubista, de su cauteloso surrealismo, de las sombras de la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial (esos cadavéricos y calavéricos bodegones), de los ‘60 con la suicida musa Jacqueline y los soleados paisajes de “La Californie”, del erotismo tanático de los ‘70 y de la mirada autorretratada con el terror de un robusto inmortal que se descubre súbitamente finito.
Y está claro que todo Museo Picasso es, además, la crónica de una batalla. Picasso se reservó para el final una última y terrible broma: morir sin hacer testamento. Lo que –habiendo sido el padre de cuatro hijos, pero sólo uno de ellos legitimado– provocó una de las conflagraciones hereditarias más portentosas en la historia de la humanidad, pintada o no. El botín a repartir era de casi mil cuatrocientos millones de francos de entonces. Y mucha pero mucha obra. Un primer inventario de lo acumulado en sus muchas cajas fuertes de bancos y en sus muchas residencias insumió cinco años de trabajo y resultó en 1885 cuadros, 1228 esculturas, 7089 dibujos, 3222 cerámicas y 23.532 estampas. Material y materia como para llenar cien museos. Solucionado el problema con el fisco francés, llegó el momento de la repartija y no fue fácil la cosa, pero parece que todo está más o menos bien por estos días y así, a la inauguración del museo de Málaga, acudieron treinta y cinco miembros legítimos y autenticados de la familia.
Un museo también puede ser una tregua, la unión hace la fuerza y mejor no hacer olas como aquellas que pintaba el pequeño Pablito para después colgarlas en el comedor de una casa de Málaga.
Leo que no es tan sencillo vender y vivir de Picasso: el hombre pintó mucho y los mejores trofeos ya están adjudicados y a quien le interesa una de esas palomitas en serie y autografiadas con pulso automático.
Leo que el gran negocio de los Picasso es la Picasso Administration dedicada a explotar el apellido que les pertenece y les pertenecerá como marca registrada hasta el año 2023. Todavía les queda fiesta para rato; pero ya saben que en ese segundo último y fatídico del 31 de diciembre del 2022, Picasso ya no será suyo y se les escapará corriendo por las playas del dominio público.
Y Picasso será de todos y Picasso será todos.
Y, entonces sí, truenos y rayos y clavos y martillos, ya nada podrá detenerlo.
Y el universo entero será su museo.

Más información: www.museopicassomalaga.org

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