ASTERISCO
La segunda edición del festival internacional de cine sobre diversidad sexual Asterisco, que se llevará a cabo del 14 al 19 de julio, no sólo busca reafirmar la exitosa convocatoria del año pasado, sino también ampliar sus propuestas estéticas y políticas. En tal sentido, se destacan las secciones competitivas en las que se ofrece un panorama sobre el presente de las discusiones sobre género, identidades, estilos y vida cotidiana. Se podrán ver films como El hombre nuevo, del uruguayo Aldo Garay, reciente ganador del premio Teddy de Berlín, y la experimental y radical Heterofobia, del argentino Goyo Anchou, y un foco sobre la obra del español Eloy de la Iglesia, verdadero pionero del cine gay durante la transición española de los años ’70.
› Por Mariano Kairuz
“Descubrí mi condición de homosexual cuando tenía 15 años. Lo que supuso una crisis terrible, al sentir una inclinación de la que siempre había oído hablar como algo monstruoso y antinatural. Al principio sólo tuve unos contactos fugaces y sórdidos: en los vagones del metro, en las sesiones matinales del cine Carretas, o en aquellos urinarios sucios y malolientes de la plaza Tirso de Molina. Sin embargo, cuando tenía 19 años me acosté con una compañera de estudios y descubrí que podía tener relaciones con mujeres, lo cual me tranquilizó. Hasta que hice el servicio militar no tuve una auténtica relación homosexual. Allí conocí a aquel muchacho, tuvimos unas relaciones completas y prolongadas que duraron todo el período del servicio. Al salir de la mili conocí a Carmen. Era una camarada del partido que militaba en la misma célula. Nos enamoramos, y esperaba que mis relaciones con Carmen me harían olvidar mis inclinaciones homosexuales y me salvarían de ser toda la vida un marginado.”
Con estas palabras sinceras y de brutal elocuencia se presenta Roberto Orbea Salaverry, el protagonista de El diputado, film quizá no del todo conocido y apreciado por aquí pero fundamental en el contexto del cine de la transición española. Orbea estaba interpretado por un José Sacristán al borde de los 40, y su director era una figura discutida, durante años ninguneada y hasta despreciada por la crítica pero hoy de culto, dueño de una obra arriesgada y a veces sensacionalista, llamado Eloy de la Iglesia. Homosexual y militante comunista en una época –primero con Franco al poder, y aun después de la muerte del dictador– en que manifestar públicamente cualquiera de sus dos inclinaciones implicaba poner en riesgo su integridad física y su libertad, De la Iglesia incorporó ambas identidades a su cine convirtiéndolas más de una vez en sus temas centrales. “Han sido tantos años de clandestinidad”, dirá más adelante Orbea, refiriéndose no sólo a la militancia de izquierda durante el franquismo, que se ha terminado hace poco, sino también a esa vida sexual que supo reprimir en su juventud y que de algún modo, por azar o por destino, ha redescubierto, y a la que ahora ha decidido entregarse aunque sabe que no habrá de ser aceptada ni por ajenos ni por propios, en un momento clave de su carrera política.
Al combinar de manera intensa y crítica estos dos espacios que supieron ser irreconciliables en los años ’70, El diputado funciona como una vía de entrada perfecta a la filmografía de Eloy de la Iglesia. Hace unos pocos años varias de sus películas se vieron en las trasnoches del ciclo Filmoteca TV; pero quienes aún lo desconozcan tendrán la oportunidad inmejorable de asomarse a su obra a través de esta película con Sacristán, y de otra bien distinta, anterior, titulada Una gota de sangre para morir amando, ambas proyectadas en pantalla grande como parte de un foco que le dedicará al director el festival de cine lgbtiq Asterisco, que el próximo martes 14 de julio arranca su segunda edición.
“Asterisco es una película de ciento cincuenta horas, realizada en found footage, que celebra una forma de estar en el mundo que tenemos las personas trans, lesbianas, gay, bisexuales, intersexuales y queers, y que tuve el honor de codirigir con dos de las personas que más saben de cine, libertad y desparpajo en Argentina: Diego Trerotola y Fernando Martín Peña.” Así definía el festival su directora artística, la cineasta Albertina Carri (directora de Los rubios) en su primera edición, la del año pasado. Este año el equipo se repite, el festival consolida su espacio tras la exitosa convocatoria del 2014 y Carri reafirma su voluntad, como puede leerse en el sitio oficial www.festivalasterisco.gob.ar, de dar vida a “un festival internacional de cine sobre diversidad sexual que viene a celebrar las diversas y múltiples maneras de ser, de amar y de estar en el mundo; de relacionarse y formar familias, de convivir en equidad y respeto por las diferencias”. Regresan, con Asterisco –que esta vez se desplegará a lo largo de seis días en múltiples sedes que incluyen, entre otras, el Malba, la sala de la Enerc en Moreno 1199, el cine Incaa Gaumont en Congreso, el BAMA Cine Arte en Roque Sáenz Peña 1150 y la Casa Brandon–, sus competencias internacionales de largometrajes y cortos (en su mayoría inéditos en el país), las secciones “La piel que habito” y “Vampiras lesbianas y otros monstruos homoeróticos”, las numerosas actividades especiales, y los focos de autores, este años dedicados a realizadores secretos como Jenny Olson y Hans Scheugl, y a, por supuesto, el citado e ineludible Eloy de la Iglesia.
En su momento, los críticos de su propio país no valoraron el ímpetu y el riesgo de su cine; recién a mediados de los ’90, cuando ya había desaparecido del mapa por una década (la que siguió a su destructivo período de adicción a la heroína), fue reivindicado por el festival de San Sebastián con una retrospectiva y el único libro que se le ha dedicado hasta ahora, Conocer a Eloy de la Iglesia. Nacido en Zarauz en 1944, criado y educado en Madrid primero y luego (en materia de cine) en París, Eloy Germán de la Iglesia Diéguez fue un autor precoz y prolífico que ya llevaba medio centenar de títulos escritos, dirigidos o producidos para la televisión a sus veinte años. Como escribe Fernando Martín Peña en la introducción al foco dedicado a este director, “toda su obra es una extraña mezcla entre cine de explotación y una mirada personal y comprometida; así logró películas que son tan extremas y escandalosas como reflexivas y, sobre todo, honestas. Su combinación de imágenes chocantes, lenguaje crudo, música popular y actores no profesionales recogidos de los bajos fondos le hicieron ganar el desprecio de la crítica políticamente correcta, que siempre lo tildó de ordinario”.
En la segunda parte de su impresionante filmografía “prácticamente inventó un género propio, el llamado ‘cine quinqui’, que puso en primer plano el mundo de los pequeños delincuentes con una voluntad de realismo insólita en el cine español”.
Aunque para entonces ya era, efectivamente, una suerte de cronista de “mundos marginales”, tras la muerte de Franco, en 1975, De la Iglesia se convirtió en el primer director abiertamente gay de la transición con films como Los placeres ocultos (que cuenta la relación entre el gerente de un banco y un chico heterosexual, proveniente de un barrio obrero, del que se enamora y al que contrata para tenerlo cerca); lo que como suele señalarse, no era poca cosa, teniendo en cuenta que aún estaba vigente en los primeros años de la democracia la Ley de Peligrosidad Social, que aprobada en los últimos años de franquismo, se aplicó con saña para reprimir tanto la mendicidad y el tráfico y consumo de drogas como los delitos llamados sexuales: homosexualidad, venta de pornografía y prostitución. Es precisamente el retrato de estos resabios de la represión institucional y social que se registraban ya en democracia lo que hace de El diputado una película notable y valiosa, así como su reflejo de la profunda contradicción que latía en el núcleo mismo del Partido Comunista (español e internacional), que no supo conciliar en su interior su pretendida militancia en favor de un ideario de liberación con las luchas por la libertad sexual.
Como se decía al comienzo, queda planteado de entrada que el protagonista de El diputado acaba de despertar de su larga negación, y que por años, con la complicidad de su mujer, ha estado construyéndose la fachada pública de “respetabilidad” que le permitió avanzar en su carrera política. El drama se desencadena cuando Orbea empieza a involucrarse sexual y sentimentalmente con el joven taxi boy Juanito, sin sospechar que éste ha sido reclutado extorsivamente por sus enemigos políticos con el propósito de destruir su bancada exponiendo su relación clandestina al público. En ese sentido, y sin abandonar el desarrollo de la parte sentimental de la historia, El diputado funciona en parte como un thriller político que retrata un aspecto especialmente oscuro de aquellos años; para defenderse de quienes buscan destruirlo, el protagonista deberá antes exponer su situación ante el casi seguro rechazo de su propio partido, el PCE. “Había un juego no del todo sincero –diría el propio De la Iglesia unos cuantos años después de la película, consultado sobre ese conflicto entre homosexualidad y militancia comunista que él mismo había vivido en carne propia–. En aquella época el Partido quería ser tolerante, emerger como un grupo abierto donde no existían dogmatismos. Quería ser moderno, en el peor sentido de la palabra. Y yo lo que trataba era..., bueno, pues de llevarles contra las tablas de eso. De hecho, logré que Santiago Carrillo y todo el Comité Ejecutivo del PC, ya muerto Franco, fueran al estreno de una de mis películas más polémicas, El diputado, donde la política y la homosexualidad jugaban a partes iguales. Lo de ellos era un juego para buscar votos. Luego el Partido se dio cuenta de que los votos estaban realmente en las masas conservadoras, es decir, no yendo a ver El diputado, sino asistiendo a misa o a alguna procesión. Mirando atrás te das cuenta de que fueron muy crueles. No hay que olvidar que durante muchos años llevaron una política de represión y tiro en la nuca. La dialéctica se redujo enseguida.” Para De la Iglesia, el desengaño después de años durísimos de militancia en la clandestinidad fue atroz. “Dejé de creer en ellos, sin más. Simplemente hay que negarse en redondo a ser dogmático”.
La coyuntura política estuvo presente en otros films de De la Iglesia como La otra alcoba y Miedo a salir de noche, así como los conflictos sexuales (en la aventura zoofílica de La criatura, o en Juego de amor prohibido), y también fue ganando terreno en su obra un sórdido retrato de la delincuencia juvenil, pintura de un universo marginal y de los destrozos sociales que la heroína estaba provocando en Madrid a principios de los ‘80 (de esa veta surgen dos de sus películas más taquilleras y recordadas: El pico y El pico 2). Varias de estas cuestiones (política, sexualidad, delincuencia y marginalidad) ya aparecían en la otra película de De la Iglesia que se verá en el marco de Asterisco, Una gota de sangre para morir amando, que es de 1973 y que, aunque hacía referencias explícitas a La naranja mecánica, fue recibida originalmente como si tratara más de un acto de robo y explotación del film de Kubrick basado en la novela de Anthony Burgess que un intento de plasmar un reflejo local de preocupaciones similares a las de aquel film. Coescrita con José Luis Garci (contemporáneo de De la Iglesia pero más “prestigioso”; director de Asignatura pendiente, Solos en la madrugada y El crack, entre otros clásicos de la transición), protagonizada por Sue Lyon (la Lolita de Kubrick) y Chris Mitchum (el hijo de Robert), Una gota... le sirvió a De la Iglesia, señala Peña, “para formular sus propias ideas sobre una distopía violenta, profetizar con mordacidad algunas frivolidades que se cumplieron, hablar sobre lo que nadie hablaba y, desde luego, introducir sus características obsesiones. Sus ideas son típicamente punzantes, como la terapia eléctrica que transforma a criminales y asesinos en ciudadanos respetables, o la secreta ocupación de la enfermera protagonista que interpreta Lyon”.
“Siempre ha habido en mí una osadía que, más que osadía, ha sido insensatez”, decía De la Iglesia. “Por ejemplo, cuando tenía que sortear la censura para hacer cine. Me parecía tan aberrante aquello que no me podía creer que intentar burlarla se pudiera volver en contra de uno. Pero la censura estaba ahí y terminabas dándote la hostia. Era un mundo ideológicamente tan homologado que no acababas de darte cuenta de tu diferencia. ¿Cómo te ibas a cuestionar que tú no debes ser como eres?”
Así como antes de sus películas más explícitamente políticas De la Iglesia había realizado algunos thrillers y films de terror como Nadie oyó gritar, con los que asumió bastante temprano que nunca iba a gustarles a los críticos (lo cual de algún modo le sirvió, según reconocería más tarde, de impulso liberador) entre fines de los ’70 y principios de los ’80 hizo una serie de películas en las que exploró la delincuencia y la drogadicción de un modo que, fiel al carácter irrenunciablemente personal de la mayor parte de su obra, terminaría por hacerlo caer a él mismo. Cuando años más tarde ya había conseguido liberarse de las drogas duras, De la Iglesia solía contar que sólo había sido adicto a la heroína por cuatro años, entre 1983 (año en que estrenó El pico, uno de sus films más taquilleros) y 1987, pero que en ese lapso se le había ido volviendo progresivamente imposible seguir al mando de un rodaje, y el verdadero costo lo había pagado después de limpiarse, con su aislamiento, un profundo emprobecimiento económico, la común “discriminación del yonqui” y la depresión por la pérdida de varios de sus mejores amigos por sobredosis, entre ellos sus actores-fetiche José Luis Fernández, alias El Pirri (en 1988), y con especial dureza José Luis Manzano, un no profesional al que había reclutado de los barrios obreros, un chico de 17 años, casi iletrado, al que le había creado una carrera en base a un trabajo intuitivo e hiperrealista en el film Navajeros (1980) y que a pesar de la pequeña fortuna que hicieron juntos nunca escapó del todo de su esencial lumpenaje. Manzano murió en 1992 con una jeringa clavada en el brazo, en casa de De la Iglesia.
Cuando en 1996 el festival de San Sebastián le dedicó el citado homenaje, Eloy llevaba más de diez años sin filmar.
Tiempo después de aquella retrospectiva, tuvo la oportunidad de dirigir una versión del Calígula de Albert Camus para la televisión, y de completar el film Los novios búlgaros, historia de amor gay inspirada en la novela del mismo título de Eduardo Mendicutti. Para ese entonces podía decir, con dignidad: “No creo que haya hecho ningún trabajo, a pesar de la presión ideológica de mis comienzos, que no responda a mi visión personal de las cosas, a mi apetencia de hacer o no una historia determinada. Siempre he buscado una interactividad entre el espectador y lo que contaba. Hablar de la libertad en el sexo, de las dificultades que tiene el hombre de incorporarse a un medio y vivir dentro de ese medio...”
Esto era en 2003, tres años antes de morir en un hospital, a los 62, tras la cirugía en la que debían extirparle un tumor. Hasta ese entonces, mantuvo sus esperanzas de volver a hacer películas con la convicción de sus comienzos. “He tenido pasiones mayores que la droga; por ejemplo, el cine. Ni me voy a convencer a mí mismo de que estoy bien ni a los demás hasta que no haga una película. Todo lo demás van a ser divagaciones, y quedará la sombra de la duda. Incluso para mí mismo. Pero sé que mi adicción a la droga ha sido muy pequeña comparada con mi adicción al cine”.
La segunda edición del festival Asterisco se realizará del martes 14 al domingo 19 de julio. Información completa, con sedes y horarios de proyecciones y actividades, en www.festivalasterisco.gob.ar
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux