ROCK NACIONAL
Viaje a las estrellas
En Ardimos, su tercer álbum, los platenses Estelares mantienen intacto su trágico romanticismo y retratan un mundo donde nada está garantizado. Mucho menos la felicidad.
Por Martín Pérez
En un principio la canción se llamaba “Sofía”, pero como en el disco ya había una con nombre de mujer, pasó a llamarse “Feliz”. “This is my job, no soy de nadie”, cuenta su protagonista, una prostituta que se sienta a cenar frente a un cantante dispuesto a escucharla para hacer luego una canción con sus confesiones. “Qué hermosa mujer en la cornisa”, canta Manuel Moretti, el líder de Estelares. Describe a una mujer imaginaria, que saca “franceses” de su cartera y confiesa que un tiempo atrás solía castigarse. “Ahora mirame. Ves: soy una reina”, dice Sofía en la voz de Moretti, que por un momento parece caer en la trampa más condescendiente del que escribe desde los márgenes: darse por satisfecho con retratar el vacío ajeno. Pero hay un verso que saca a la canción de su cómoda guarida de “otra de prostitutas”, retrato al natural de una mujer que trabaja en el oficio más viejo del mundo: es la línea en que la Sofía de Moretti recuerda que sólo una vez, lejos de acá, se despertó mejor. “Pero no me atreví: ¿que garantías tenía de ser feliz?”, confiesa la mujer, y su pregunta excede flagrantemente a su personaje para abarcar casi todo un disco. El flamante Ardimos –tercer opus del grupo– retrata un mundo en el que nadie tiene ninguna garantía de nada. Y mucho menos de ser feliz.
“El secreto es estar en contacto con lo más sano que tiene la tristeza”, desliza Moretti a la hora de explicar lo que hace: escribir y cantar canciones cargadas de un romanticismo arrebatado, cercano a lo confesional; reconstruir ambientes y estados de ánimo, más que testimoniar el mundo que lo rodea. “Feliz cuenta una anécdota totalmente inventada –confiesa Moretti–, pero me gusta porque la escribí de una sentada, como si estuviese viendo eso que nunca sucedió. Y esa frase me parece tan clave, dentro de la canción, que terminó llevando ese título. Aunque el tema no sea la felicidad, precisamente.” Ultimos sobrevivientes de una pujante camada de bandas platenses que terminaron fundiéndose en el océano del rock alternativo de los ‘90, Estelares es un cuarteto que con los años ha ido ganando un cierto filo rocker, pero sin perder de vista que su centro es la canción. Comenzaron decididamente a contramano de la época, encaprichados en ser románticos en tiempos del grunge; de ahí su nombre casi cuartetero. Extraño lugar, su primer disco, llegó a editarse en España, mientras que el segundo –Amantes suicidas– se perdió apenas editado en ese limbo al que van los discos llenos de buenas canciones que no tienen ningún apoyo promocional. Sin tener al menos el triunfo moral de ser considerados una banda maldita, es casi un milagro que Estelares haya sobrevivido a la espera casi eterna de la salida de este contundente tercer disco, producido por Juanchi Baleirón y con Hilda Lizarazu y Andrés Calamaro como invitados.
Tal vez la explicación sea que muchas de las canciones de Ardimos esperaron tanto para ser grabadas, que aguantar unos años más hasta salir a la luz no importaba demasiado. “Muchos de los temas de este disco son los primeros que escribí en mi vida, recién llegado a La Plata”, dice Moretti, que sabe lo fundamental que es para el trágico romanticismo de la épica de Estelares la guitarra de Víctor Bertamoni. A medio camino entre Television y Dire Straits, Víctor suena como Skay en la época en que los Redondos tenían dos guitarras y ponían los riffs al servicio de la melodía, y no al revés. Ésa es la escenografía contra la que las frases de temas como América, La coupé roja o De la hoya invitan al oyente a recitarlas en voz tan alta como alto esté el volumen del equipo en que las escucha. Placer adquirido o artífice de contagios inmediatos, Estelares no es un grupo moderno ni popular, pero tampoco maldito. Simplemente son clásicos y melódicos, y están atrapados en un mundo cuya única garantía es la canción.