A comienzos del año 2002, una investigación del Boston Globe puso en vilo a una ciudad y a su institución más destacada: la Arquidiócesis. Se trataba de una de las más impactantes revelaciones sobre abusos infantiles sistemáticos en el seno de la Iglesia Católica. Más de una década después, En primera plana, una de las películas que más genuinamente aspiran al Oscar, reconstruye la historia del equipo periodístico del Globe que llevaba a cabo estas investigaciones especiales y que recibía el nombre de Spotlight (título del film en el original). Dirigida por Tom McCarthy y con actuaciones de Michael Keaton como el director de Spotlight y Mark Ruffalo y Rachel McAdams como sus principales espadas periodísticas, En primera plana pone el acento en los mecanismos de la investigación y la trama de las complicidades más allá del seguimiento de casos personales. Además, Radar entrevistó en exclusiva a Walter Robinson, el periodista que encabezó la investigación real del Boston Globe.
› Por Mariano Kairuz
En enero de 2002, el Boston Globe puso en su tapa la investigación sobre el sistemático abuso infantil por parte de curas de la arquidiócesis local que había estado ocurriendo a lo largo de décadas. Uno de los equipos del diario había estado trabajando en este caso durante medio año –atravesando incluso el 11 de septiembre de 2001, que básicamente detuvo las rotativas de todos los medios gráficos del mundo, por decirlo a la antigua–. La repercusión de aquella primera plana fue enorme, no solo porque sacudió a la comunidad local –es decir, la sociedad más católica de las grandes ciudades de Estados Unidos– revelando una compleja red de encubrimientos y silencios y complicidades, más o menos activas, y porque alentó a muchos ciudadanos que habían sido víctimas de abusos años antes, a contar sus historias y hacer públicos sus padecimientos, sino porque los alcances del escándalo fueron globales: para que muchos curas quedaran impunes, fue necesario que los cardenales a los que respondían los encubrieran, a veces relocalizándolos en otras parroquias, en otras ciudades y ocasionalmente en otros países; y para esto fue indispensable también que autoridades más altas en la jerarquía eclesiástica estuvieran al tanto de los abusos y consintieran los encubrimientos. Tras la publicación se reveló que, tan sólo en la Arquidiócesis de Boston hubo unos 200 curas que abusaron de chicos; y que fueron no menos de 7000 en todo Estados Unidos.
El equipo del Boston Globe que estuvo a cargo de la investigación, conocido desde los años 70 como Spotlight, y famoso por los largos tiempos que se tomaban para investigar cada caso en profundidad, recibió en 2003 el Pulitzer por aquel artículo y por la larga serie de informes con los que continuaron su cobertura del tema. Pero es recién ahora, doce años después, que los periodistas que integraban Spotlight en aquel momento acaban de cobrar una notoriedad que no habían conocido nunca antes, gracias a la película que recupera la historia de aquella investigación. Titulada En primera plana para su distribución argentina, tras pasar por los festivales de Venecia y Toronto con una muy buena recepción, esta película llega a los cines precedida de seis nominaciones al Oscar –mejor película, dirección, guión, edición y actor y actriz de reparto–, tres al Globo de Oro y un premio del sindicato de actores para el conjunto del reparto, compuesto por Michael Keaton como el director de Spotlight Walter Robinson, Mark Ruffalo y Rachel McAdams como dos de los periodistas de su equipo –Michael Rezendes y Sasha Feiffer, respectivamente– y Liev Schreiber como el nuevo editor que, recién llegado al Globe, impulsa el seguimiento del caso aun contra cierta ligera resistencia inicial de sus periodistas.
El título En primera plana podrá resultar algo genérico, pero el criterio que lo guía es el mismo de su título original, Spotlight: es decir, un nombre que habla menos del caso puntual que el equipo investigó en 2001 y del escándalo que sacudió la fe de millones de católicos en el mundo, que del universo del trabajo periodístico que retrata. Porque aunque Spotlight sí se toma su tiempo para narrar los pormenores del sistema que permitió que miembros de la iglesia abusaran de los niños que quedaban bajo su cuidado –muchos de ellos chicos vulnerables provenientes de hogares humildes, para quienes la religión, como se dice en la película, “era muy importante”–, la puesta en escena de Tom McCarthy, así como el guión coescrito por éste junto con Josh Singer (que viene de escribir para The West Wing y El quinto poder, el film sobre Assange) pone especial atención sobre el proceso por el cual el tema pasó de ser una noticia de bajo perfil, una columna apenas, prácticamente desestimada como un incidente aislado, a convertirse en una denuncia de alcances insospechados. La crítica estadounidense suele compararla con Todos los hombres del presidente antes que con el puñado de films que trataron el tema del abuso sexual en la iglesia –la reciente Calvario, pero también The Boys of St. Vincent, La verdad desnuda y las más conocidas La mala educación, de Almodóvar, y La duda– y eso es así porque el punto de vista del relato es siempre el del equipo de investigación, su aproximación a fiscales, abogados, autoridades eclesiásticas, víctimas y demás; y porque la película invierte parte de sus esfuerzos en recrear una redacción importante como la del Globe a principios de siglo: es decir, en mostrar un mundo en vías desaparición, el de la prensa gráfica en el momento justo en que la información online empieza a consolidarse como el esquema que habrá de relevar definitivamente a estos periodistas de vieja escuela, y el tipo de investigación de largo aliento como la que encaraba Spotlight empieza a pertenecer al pasado.
“Es por este tipo de notas que nos dedicamos a esto”, dice un personaje principal en un momento cercano al final de la película, verbalizando la pura conciencia de los guionistas, cuando ya se sabe que lo que tienen entre manos es una bomba de esas de cuando los diarios todavía creían que podían cambiar la realidad.
“Vamos tras el sistema”, dice el editor en jefe Martin Baron (Schreiber) cuando ya son más que evidentes las dimensiones del crimen sobre el que está trabajando el equipo de Spotlight. Es un momento casi intenso, altisonante, y de pronto acecha el peligro del discurso, del sermón, en medio de una película que hasta entonces ha conseguido mantener la discreción y una absoluta sobriedad en casi todas sus escenas. Pero la amenaza no se concreta. Baron no está arengando a sus periodistas; simplemente está argumentando. “Tenemos que enfocarnos en la institución, no en los individuos –dice–. Práctica y política. Muéstrenme que la iglesia manipuló el sistema para que estos tipos no tuvieran que enfrentar los cargos de los que se los acusa. Muéstrenme que esos mismos curas acusados fueron reubicados en diferentes parroquias una y otra vez (con la venia de sus superiores). Muéstrenme que esto fue sistémico, que vino de arriba hacia abajo.”
De hecho, contra todo discurseo –tan común en las películas “prestigiosas”, de tema importante y con aspiraciones de Oscar–, una de las virtudes de En primera plana fue señalada por el crítico de cine del propio Boston Globe, Ty Burr, quien en su reseña elogia que la película no convierte a sus protagonistas en héroes: “La película viene cosechando elogios donde sea que se exhibe (y uno piensa) que, claro, la prensa va a amar una película que glorifica a la prensa, ¿no? Pero en realidad, una de las razones por las que Spotlight ha resultado tan profunda, absurdamente satisfactoria para este redactor –y para todos aquellos con los que he hablado, en el Globe y en cualquier otro lado– es que no convierte a los periodistas en héroes, sino que simplemente los deja hacer sus trabajos, tan tediosos y críticos como son estos trabajos, con un realismo tal que atrapa al público casi a pesar de sí mismo”. Para Burr, la historia de la película no son sus reporteros, sino aquellos cuyas historias contaron (las víctimas de abusos) y, en particular, “el proceso: el drama inherente de la búsqueda de noticias, aun más que el clásico de redacción Todos los hombres del presidente, al que la nueva película se parece. (Los muebles de oficina parecen no haber cambiado desde los años 70 y eso, creánme, para mí es realismo)”. La mayor parte de la película, como también señala, encantado, Burr, consiste en escenas de gente hablando, sentada, en sillones, teniendo conversaciones en persona en un bar, en una sala de reuniones con las redacciones de fondo, por teléfono; con un grabador o una libreta en la mano; o buceando en un archivo, entre catálogos y libracos institucionales llenos de nombres y burocracia. Por allí van apareciendo personajes interesantes como Phil Saviano (el actor Neal Huff), jefe local de una Red de Sobrevivientes Abusados por Curas, así como un abogado que representó durante años a varias de estas víctimas, Mitchell Garabedian (el siempre formidable Stanley Tucci), o el fiscal Eric McLeish (Billy Crudup, con el nivel de carisma justo para despertar en seguida nuestras sospechas), quien por largo tiempo fue quien garantizó que las denuncias contra la iglesia no llegaran nunca a la corte y se clausuraran en pequeños arreglos privados entre los denunciantes y sus acusados. Algunos de estos personajes caen del lado de los buenos, otros son sencillamente siniestros, pero todos confirman lo mismo: que para que estos abusos fueran posibles durante tanto tiempo, fue necesaria la complicidad de toda una comunidad. Incluida, hasta cierto punto, y aunque más no sea por omisión o negligencia, su propia prensa local. Una y otra vez, Saviano, Garabedian e incluso McLeish les recuerdan a los periodistas de Spotlight, que alguna vez ellos mismos tuvieron todo ese material que ahora están intentando desenterrar, al alcance de su mano, y eligieron ignorarlo, o no le dieron la importancia suficiente. “Revisen sus archivos, estaba todo ahí diez años atrás”, les dicen los abogados y fiscales que alguna vez intentaron recurrir a la prensa porque creyeron que ésta era necesaria para ayudar a sostener lo que la Justicia no iba a impulsar por sí sola.
Hizo falta que llegara alguien de afuera como Baron –de otro diario, de otra ciudad, de afuera de la comunidad católica– para que finalmente saliera a la luz. Cuando Baron, recién llegado, tiene su primera reunión con el cardenal local, Law –activo protector de sus curas acusados–, éste le dice que cuente con él, que con el tiempo ha comprobado que Boston sigue siendo un pueblo chico y que las cosas tienden a andar mejor cuando las instituciones colaboran entre ellas. “Nosotros creemos que lo mejor para cumplir nuestra función es trabajar solos”, contesta, amable pero parco, el editor.
“Como todo el mundo, no sólo me pareció horroroso el caso de los abusos cuando salió a la luz, sino que también me enfureció, así que sabía de antemano que iba a poner cierta cuota de ira personal e indignación cuando empezamos este proyecto”, dice el director McCarthy, norteamericano de raíces irlandesas y crianza católica que vivió mucho tiempo en Boston. “Creo justamente que una de las razones por las que yo era el director adecuado para esta película es que todavía siento una conexión con la iglesia. Ya no soy un católico practicante, pero creo que aun forma parte de mi base espiritual. Mi familia es muy católica y cuando vuelvo a visitarlos para las fiestas voy a la iglesia con ellos. Sentí que podía enfrentarme a este tema con una mente abierta sin destrozar a la iglesia, por la simple razón de que todo lo que mostramos en la película es oficial, está comprobado, no hay nuevas revelaciones. Puede que el espectador no conozca la historia o los alcances del daño y el dolor que causó. Pero mi madre se vio sacudida por la película: es católica, y tuvo que sentarse y ver a los sobrevivientes contar cómo fueron violados por curas. Si sos una persona de fe, es complicado, y no vas a subestimar este tipo de cosas. Pero además nos permitió tratar el tema de la complicidad: se dice que se necesita un pueblo entero para criar a un chico, y también para abusar de él. Creo que ahí está la película: ¿por qué fue necesario que el Globe sacara la historia a la luz? ¿Y por qué tardó tanto?”.
Y agrega, un poco en contra de lo que dicen los protagonistas reales de la historia (Robinson y los otros investigadores que integraban Spotlight 15 años atrás), que en ocasión del estreno mundial de En primera plana, insistieron con eso de que la película es buena justamente porque no glorifica ni sobredramatiza el trabajo que ellos mismos hicieron. “Yo sé que la palabra héroe se usa demasiado; y no digo que son súper héroes, sino que son heroicos precisamente por su humanidad, y por sus falencias; porque son seres humanos.”
Director de muy buenas películas de bajo presupuesto como The Station Agent (una favorita de Sundance década y pico atrás que no se estrenó en Argentina) y The Visitor, McCarthy tiene también una larga carrera como actor, que incluye el personaje de un periodista podrido hasta la médula en la quinta temporada de la serie The Wire, que lidiaba en parte con la presión que internet lleva años poniendo sobre el viejo periodismo investigativo. Sin poner demasiado el acento sobre este asunto, es algo a lo que En primera plana alude, por la sencilla razón de que un film sobre la prensa gráfica hoy no puede ignorarlo. “Mientras hacíamos la película estábamos muy concientes de lo que ha ocurrido con la industria del periodismo a lo largo de los últimos diez años”, dice. “Pero no estoy seguro de que el público general también lo esté, no estoy seguro de que entiendan todo lo que se ha perdido, de todo lo que perdimos como sociedad con la desaparición de ese periodismo investigativo de alto nivel. Mucha gente dice, sí, los diarios cierran, pero hay mucha información en Internet. Claro, pero ¿de dónde sale esa información? Específicamente, esta es una historia acerca del periodismo local. Sí, Boston es una ciudad grande, pero el Globe es un diario local. Todavía hay grupos grandes y fuertes como el New York Times y el Wall Street Journal, pero son de alcance nacional, y siento que hay ciertas historias que sólo pueden funcionar en un nivel local. Sí, el escándalo de la iglesia tuvo eventualmente un impacto nacional y mundial. Pero empezó en una ciudad con reporteros locales. No estoy seguro de que el público esté conciente de eso. No estoy seguro de que aquellos que van a ver la película dirán: ¡eso ya casi no existe! No sabrán que ya es demasiado tarde. Los polos ya se fundieron. Estos diarios desaparecieron, fueron reducidos a la nada. ¿Pueden reemplazarlos periodistas capitalinos? Definitivamente no”.
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