> ENTREVISTA A WALTER “ROBBY” ROBINSON, EL PERIODISTA DEL BOSTON GLOBE QUE DESTAPó EL ESCáNDALO DE LA IGLESIA Y LOS ABUSOS DE MENORES
› Por Juan Manuel Domínguez
“Tengo que ser honesto. Generalmente espero a que las películas estén en Netflix para verlas. Ni siquiera voy tan seguido al cine”, dice en entrevista telefónica con Radar Walter “Robby” Robinson, un editor externo de The Boston Globe que hoy, a pesar de su “herejía” cinéfila, es paradójicamente el protagonista de una de las películas con más nominaciones al Oscar, En primera plana, interpretado por Michael Keaton. El 6 de enero de 2002 (el día que finalizaba la convertibilidad menemista), Robby era el editor responsable del equipo de investigación del diario conocido como Spotlight, que ese día publicaba, después de medio año de trabajo, el siguiente titular: “La Iglesia permitió durante años el abuso sexual por parte de curas”.
Hoy, frente al éxito de la película, Robby Robinson confiesa: “Honestamente, nunca en mi vida pensé que sería posible que alguien estuviera interesado en ver una película acerca del proceso de investigación que nos llevó a conseguir la historia”.
Cuando ves en pantalla el trabajo que realizaron juntos, ¿cómo lidiás con la idea de qué tu “personaje” representa de alguna manera la conciencia colectiva de la ciudad, al menos de aquella parcela que sospechaba que algo estaba pasando?
–Michael Keaton, de hecho, si uno mira bien la película, tiene dos roles. Me interpreta, pero también es ese genérico que interpreta a toda una generación de editores del Globe que fueron, estando adentro del diario y a cargo, demasiado deferentes hacía la institución más icónica de la ciudad: la Arquidiócesis. Por supuesto que no era un caso aislado: esto sucedía en la mayoría de las ciudades grandes del mundo. Después de nuestro trabajo, los editores y los periodistas comenzaron a aceptar la posibilidad de que la Iglesia facilitaba y después cubría los crímenes sexuales cometidos por cientos de curas en los Estados Unidos. Creo sí que las sospechas no tenían idea de la magnitud de que lo que se iba a hallar una vez que comenzará la investigación.
¿Qué pasa con la “hollywoodización” de un caso de estas características?
–Creo que la mayoría de las decisiones que se tomaron en el film fueron muy acertadas. Recuerdo que la primera vez que leí el guión el hecho de que terminara en el instante en que se publica la historia no me cerraba. No me parecía el final que merecía la historia. Tom McCarthy estaba completamente seguro que yo estaba equivocado. Apenas pude ver la película, me di cuenta era el final perfecto. Que la película termine en el instante del estallido, dentro de una oficina, cuando todos esos cientos de víctimas descubrieron que no estaban solos. Era un gran momento.
Algo que deja en claro En primera plana es el nexo que existe entre un diario longevo y la ciudad donde se publica. Quizás hasta criticando la falta de esa conexión que posee la prensa digital. ¿Qué cambió en ese sentido en los últimos 15 años desde tu perspectiva?
–Bueno, la conexión sigue existiendo, y sigue siendo fuerte. Claro que las ganancias bajaron así como también la circulación. Por ejemplo, la circulación del Globe hoy es la mitad de lo que se tiraba en el 2001. Pero hay otro lado: cuando sumás el periodismo online, los diarios tienen varios lectores más que en 2002. Hay menos periodistas, pero, al menos hoy, los diarios poseen más periodistas haciendo investigaciones. Mucho más de lo que había hace 15 años. Eso se da porque el reportaje de investigación sigue siendo lo que más vale todavía para los lectores. Lo que hace la diferencia.
¿Cómo reaccionaron vos y tu equipo cuando se dieron cuenta del espectro que abarcaba toda la investigación? La película los muestra casi devotos de su investigación.
–Definitivamente fue diferente a cualquier otra investigación que habíamos tenido hasta ese entonces. Empezamos investigando a un cura, esa era nuestra tarea. Apenas descubrimos que la historia implicaba a mucho curas y, principalmente, a muchas más víctimas de las que creíamos entramos en una especie de pánico tan grande, estábamos tan espantados, que suspendimos prácticamente nuestras vidas personales para así poder dedicarnos a la investigación y que se hiciera pública.
Cuanto más averiguaban, cuanto más iban descubriendo, ¿fue difícil de manejar?
–Emocionalmente fue devastador. Para todos los involucrados en la historia. Era enfrentar noche y día, día tras día, en todos los momentos, el hecho de que a muchos niños vulnerables les arruinó la vida una institución que, uno creería, debería protegerlos. Entrevistar a todas esas víctimas, que terminaron siendo cientos, fue muy difícil. La película captura eso perfectamente. Perdimos por completo cualquier sesgo de vida privada. Durante meses enteros. Pero es cierto que nuestras familias lo hicieron fácil: entendieron que teníamos que hacer un sacrificio.
¿Qué consecuencias concretas hubo cuando publicaron la historia?
–Además de lo que se ve en el film, es decir, que de pronto recibimos cientos de llamados de víctimas, una victoria fue la forma en que la Iglesia perdió la presión que podía ejercer. Por ejemplo, en Massachusetts durante años se buscó generar un ley que obligara a terceros (trabajadores sociales, enfermeras, médicos, maestros) a informar cualquier indicio que les diera la sospecha de estar en presencia de un caso de abuso sexual. Si no lo hacían, ellos podían sufrir cargos penales. Recién en 2002, un año después de la investigación, se pudo pasar la ley.
¿Cómo definirías esa sensación que implica cuando una historia pasa de ser grande, una pieza importante periodísticamente, a una real responsabilidad?
–El trabajo más valioso que un periodista puede llevar adelante consiste en descubrir esos instantes en los cuales la gente sin poder está siendo victimizada. Son las historias que debemos contar, porque generalmente los gobiernos no suelen hacer nada para remediar estas injusticias. O incluso son directamente responsables de estas injusticias.
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