Domingo, 3 de abril de 2016 | Hoy
Por Fernanda García Lao
Me he mantenido de pie toda la vida/ en medio del curso directo de una batería de señales. Con Adrienne Rich empiezo la mañana, pongo la pava y prendo el vicio. Entonces, veo trapos colgados al sol. Un video en blanco y negro con siete sevillanos que avanzan por una calle haciendo palmas. Un pingüino con sentimientos besando la cara afilada de un viejo que lo salvó. La sonrisa petrificada de una tal Vicky que se casa. La rotura del Perito Moreno con la imagen de Lilita encima, recostada sobre el puente ejerciendo presión. La aparición de un libro “que en su brevedad y en su construcción, provoca el lector lo suficientemente lejos, en una especie de vértigo histórico”. Autobombo de varios autores reseñados. Una que “Back in Phuket” y agrega la foto alusiva. Otra que “Macri basura” y una foto de las Madres. Uno promocionando su taller, que podría ser yo hace cinco posteos. Otro más gritando ¡NO A KEIKO FUJIMORI!, así en mayúsculas, para que se oiga mejor.
Sorbo el mate con ese rumor de imágenes al que le sumo mi propio sonido, “Break into your heart”, del último disco de Iggy Pop. Y me pregunto a dónde irá tanta cosa. Imágenes que olvidaré en cinco minutos, o que construirán mis pesadillas nocturnas. Cientos de cabezas en la mía. Nunca más real, lo del inconsciente colectivo. En vivo y en directo, prendo y apago los miedos ajenos como las luces de casa. Para no gastar energía. Cargo con miles de muros en la espalda. Y aporto mi frase del día, sumo con saña mi propia cantinela.
Veo pasar el tiempo en el relojito digital de la pantalla. Cada segundo, una cara. Al cabo de treinta muecas, el mate está frío. Y faltan los diarios. Me voy a la biblioteca y capturo a Boris Groys, lo ichineo. “Aunque no todos producen obras, todos son una obra. A la vez, se espera que todo el mundo sea su propio autor”. Vuelvo para ver cómo se construyen los demás, cómo se narran. Cada gobierno necesita su relato, cada uno de nosotros también. El Estado y el individuo descartan su oscuridad, tajeando la verdad para gustar de todos. No hay frustración, ni pobreza. Sonría para la foto. Regale su mejor perfil, aunque esa nariz no sea suya. Fotoshopee el mundo. Diseñe su imagen como si usted fuera un living. Copie y pegue. Macri baja cuadros, y usted suprime sus propias desgracias.
Cuando murió Umberto Eco, yo me definí en facebook como Apocalíptica e integrada y ese gesto fue reproducido por un portal de noticias unos minutos más tarde. Dice Groys “en el mundo de hoy, la producción de sinceridad y de confianza se ha convertido en la ocupación de todos”. Los medios masivos tradicionales se alimentan y reproducen a diario lo que millones de individuos generamos sin más presupuesto que la conexión a internet y el consumo indiscriminado de nuestro tiempo. Se provocan reacciones en cadena que parecen implicarnos, aunque tengamos el cuerpo frío. Cada frase, imagen o música compartida es a costa de un culo encajado en una silla. Somos dedos y ojos que imaginan la existencia. Piezas para el descarte. Se suprime el cuerpo y se entrega la cabeza. A cambio de qué.
Internet nos ofrece una interesante combinación de hardware capitalista y software comunista, apunta Boris Groys. “Los así llamados ‘productores de contenidos’ cuelgan sus contenidos en internet sin recibir ningún tipo de compensación. Y las ganancias son apropiadas por las corporaciones que controlan los medios materiales de producción virtual”. Es decir, trabajamos gratis, haciendo uso de nuestra biografía. Entregamos las fotos de la muerte del nono, a cambio de la sensación de existir. Mientras tanto, los dueños de las plataformas cotizan en Bolsa.
El amor, nuestros comentarios, la política, la muerte en Siria, son objetos de consumo. Un álbum que sucede en sincronía y que genera ingresos. Leemos cinco diarios, parece que estamos a un click del mundo pero en la habitación no hay nadie. Ni siquiera uno. “Yo no tengo idea, sólo palabras y silencios”, escribió Marguerite Duras. Dónde está mi silencio, me digo. Miro de reojo el relojito digital. Y siento miedo. Ya estoy veinte minutos más usada que antes. Decido cerrar mi sesión, qué palabra, cuando entra un mensaje. Alguien me ha etiquetado. Quiere compartirme en su muro. Le digo que no. Hoy me siento egoísta.
Prendo la pava y apago la fábrica de noticias. Vuelvo al librito de Rich. Esta es mi manera de regresar, dice ella. Afuera, un grupo de cotorras ha tomado el árbol de la vereda.
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