Domingo, 3 de abril de 2016 | Hoy
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A los 28 años y con nueve discos, Rihanna es una estrella para estos tiempos: nacida en Barbados, apadrinada por Jay-Z pero ya independiente, con su propio sello, entiende el negocio de la música en el mundo actual. Esto es: a canciones extraordinarias, que son gemas pop y al mismo tiempo hits pegajosos, le suma negocios con compañías de teléfonos, diseño de indumentaria, marcas deportivas, mientras graba con Paul McCartney y hace covers de Tame Impala. Icono de la moda, sobrevivió a la violencia doméstica –cantando sobre el tema, desafiando cualquier simplificación de su posición como mujer atacada– y ahora, con su nuevo disco ANTI da otro golpe ofreciendo canciones delicadas, contenidos exclusivos para celular y un poderío como estrella sólo comparable al de Beyoncé y verificable con su nuevo récord: cien millones de descargas de sus canciones, la marca más alta de la breve historia de la música digital.
Por Micaela Ortelli
Rihanna sólo se da vuelta si la llaman Robyn. En Barbados, la pequeña isla entre los mares Caribe y Atlántico donde nació, todos la conocían por su primer nombre. La hermosa chica solía vender ropa en la calle con su padre, un hombre golpeador con problemas con el alcohol y el crack, que terminó perdiendo a la familia aunque su hija lo perdonó. Él la había apodado “pechito colorado” porque RiRi se la pasaba cantando, y por eso, cuando tenía 15 años, logró hacer una audición para los productores Evan Rogers y Carl Sturken, que estaban de vacaciones en la isla con sus esposas. Rogers y Sturken se la llevaron a Nueva York y la hospedaron una temporada para que grabe un demo. Era el año 2004, y luego de una serie de inteligentes movimientos, el rapero Jay-Z se había convertido en el nuevo presidente de la discográfica Def Jam, subsidiaria de Universal. Jay-Z la citó una tarde que ella recuerda milimétricamente: usó jeans y botas blancas y un top turquesa; se peinó hacia un costado y cantó como mejor la dejaron sus rodillas temblorosas. La reunión duró doce horas, las que tomó armar el contrato.
El hit “Pon The Replay” funcionó y Rihanna se ubicó en un mapa que mostraba la decadencia de Britney Spears y la explosión de Beyoncé; donde Christina Aguilera ya no sorprendía y Shakira conquistaba al mundo con sus caderas. Pero los dos primeros discos –Music of the Sun y A Girl Like Me– no fueron importantes; hay allí pop para tararear, las requeridas baladas y ritmos ragga para destacar el origen caribeño. Los productores que la descubrieron compusieron la mayoría de los temas y su nombre apenas aparece en los créditos de las letras. La historia se pone interesante con Good Girl Gone Bad (2007), cuando los productores más bien desaparecen y RiRi empieza a cantar sobre los beats menos alborozados y más groovies de Timbaland o Tricky Stewart, uno de los creadores de la perla “Umbrella”. La intro rapeada de Jay Z fue un voto de confianza y una garantía de calidad, pero la canción es lo que Rihanna hizo de ella, su dulzura al cantar algo que de tan simple habría sido fácilmente olvidable: “Cuando el sol brilla, brillamos juntos. Ahora que llueve más que nunca, nos seguimos teniendo, podés venir bajo mi paraguas”. El día anterior a filmar el video RiRi se cortó el pelo sin pedir permiso –parece una pavada pero fue un lío–, y así lo mantuvo hasta los Premios Grammy, cuando “Umbrella” ganó como mejor canción R&B.
Esa noche –la edición en la que Amy Winehouse se llevó cinco estatuillas– todo fue felicidad. Rihanna tenía 19 años y un novio de 18 que podía cantar y bailar como Michael Jackson. Chris Brown era su amigo; con el tiempo se convirtió en su primer amor. La performance compartida fue el final de un cuento de hadas, el momento en que se empieza a ser feliz para siempre. Pero un año después los dos cancelaron sus presentaciones en los Premios. A Brown lo habían detenido por pegarle a una mujer la madrugada después de la fiesta pre-ceremonia. Hasta que se filtraron las fotos de la policía –aparentemente las vendieron dos oficiales mujeres– no se blanqueó que la mujer era Rihanna. Ese episodio fue determinante, y que se difundiesen las imágenes, además de duplicar la humillación, la obligó a revivir y sanar las heridas una y otra vez. Durante días no pudo volver a la casa porque estaba sobrevolada por helicópteros y cercada por paparazzis, contó meses después en una entrevista para la cadena ABC. Contó también cómo fue el altercado: iban en auto, él tenía un mensaje de texto de la ex, ella lo leyó, el comienzo de discusión más primitivo de la época. Brown no había sido violento antes: “No eran los mismos ojos que me decían te amo los que me estaban pegando”, dijo RiRi.
Brown también la tuvo ahorcada hasta casi el desmayo, la dejó tirada en la calle, y horas después se entregó a la policía. Le dieron cinco años de libertad condicional y seis meses de trabajo comunitario; le ordenaron ir a terapia familiar y al psiquiatra (lo diagnosticaron bipolar) y mantener una distancia de Rihanna de 46 metros y nueve en eventos públicos. A ella la orden de alejamiento le parecía innecesaria y laboralmente entorpecedora; y a pesar de todo, no quería que el mundo odie a su ex, que se derrumbara su carrera. Nunca se dedicó a destruirlo a pesar de tener oportunidad en cada entrevista. A los 20 años Rihanna ya miraba con ese temple: la falta de empatía, las preguntas socarronas por su vida amorosa, hasta las adulaciones desmedidas parecen resbalar por el tobogán que forman su frente y nariz.
En Rated R (2009), el disco que lanzó después de la violencia, la mayoría de los créditos de la producción los tuvo una mujer (Makeba Riddick), y Rihanna participó de la composición como no lo había hecho antes. “Stupid In Love”, una de las que ayudó a escribir, es la referencia más exacta a la experiencia y la bronca por seguir enamorada de alguien que hizo daño: “No entiendo, tenés sangre en las manos y todavía insistís con mentirme”. Con Loud (2010) volvió su versión más ligera, con el pelo rojo y el dancepop látex que potenció la llegada al mercado de Lady Gaga. De Talk That Talk (2011) se dijo que fue el disco más obsceno desde Erotica de Madonna; allí está “We Found Love”, la colaboración brillantina con Calvin Harris que encabezó la Billboard Hot diez semanas. Finalmente llegó Unapologetic, el hit “Diamonds” que escribió Sia y cantaron hasta los peces, y la provocadora colaboración con Chris Brown en “Nobody’s Business”: “Cada caricia se vuelve contagiosa, toquémonos en este Lexus”.
Después de él Rihanna sólo tuvo amoríos. El preferido obviamente es Leo DiCaprio. Pero el rapero canadiense Drake genera morbo porque en 2012 –después de las colaboraciones “What’s My Name” y “Take Care”– se rumoreó que le había mandado una nota a Chris Brown diciendo que se estaba acostando con el amor de su vida. Que pelearon y volaron botellas es cierto, pero aparentemente hicieron las paces. Hoy RiRi sostiene que no tiene tiempo ni de sentirse sola, y Drake la vuelve a acompañar en su hit dancehall “Work”, que tiene doble video: en uno están en una fiesta y ella es una reina exótica twerkeando con un vestido en red de colores rastas; en el otro le baila solo a él, tan brillante y hermosa que duele no poder cumplirle todos los deseos.
Cuando firmó aquel primer contrato, Rihana se comprometió a entregar siete discos a Def Jam. En el medio su mentor Jay-Z renunció y fundó su productora Roc Nation, donde ahora volvieron encontrarse. A raíz de un disco por año, RiRi dejó sus hits más rentables en la vieja compañía, pero nunca lanzó tan buena música ni cantó tan bien como en el último tiempo. Después de la gira y los logros de Unapologetic, la colaboración hot con Shakira y su participación en la comedia Este es el fin, transcurrió 2014 sin definiciones sobre el siguiente álbum, sólo el hashtag #R8 en uso y el aviso de que todas las novedades al respecto las daría ella misma.
Como a su esposa Beyoncé, Jay-Z le concedió a Rihanna su propio sello, que empezó a funcionar el año pasado con el single “FourFiveSeconds”, una colaboración insospechada con Kanye West y Paul Mc Cartney, acústica y despojada, con interpretaciones sentidas y un video en blanco y negro sin nada más que ellos tres sobre un fondo blanco. Después, con el hash #BBHMM, dirigió a los fans a Dubsmash –la aplicación para filmarse haciendo mímica de frases célebres que fue furor durante cinco minutos– para escuchar un avance de “Bitch Better Have My Money”, donde le canta a un estafador sobre una base acompasada y oscura propia del rap más desvergonzado. En el video –el más entretenido que dio hasta ahora– secuestra con amigas a la esposa de su contador (en la vida real, los suyos le hicieron perder millones en 2009), finalmente asesinado a cuchilladas por Ri, que cierra la historia fumando desnuda ensangrentada en un cofre lleno de billetes. Y al tiempo apareció “American Oxygen”, un canto heroico con sonido dreampop que recuerda a Florence + The Machine y a Lana Del Rey por las referencias patrióticas del video. Entre esos adelantos caóticos y los teasers que fue subiendo a Instagram, el resultado final de #R8 era impredecible. El problema era cuándo se iba a conocer.
“¡No está terminado!”, le dijo a las risas al semanario de música NME en septiembre, recién convertida en la primera artista de la historia en superar las 100 millones de certificaciones en descargas registradas de la Asociación Industrial Discográfica de Estados Unidos (RIAA). Por esos meses dio varias entrevistas, como una estrella pop con disco nuevo: “Puedo postear lo que sea, cualquier cosa, lo único que les importa es eso”, siguió en NME, su única tapa para un medio especializado. Las otras fueron para revistas de moda: V, Harper’s Bazaar, Vanity Fair –con una alucinante sesión de fotos en La Habana por Annie Leibovitz–. Rihanna, la primera mujer negra en ser cara de Dior, tiene ocho fragancias a su nombre, es directora creativa de una línea de PUMA, y acaba de lanzar una línea de botas con el prestigioso Manolo Blahnik. Para T –la revista de estilo del New York Times– la entrevistó la cineasta indie Miranda July, que lo cuenta en primera persona –cómo se vistió para ella, la espera, los nervios, el atolondramiento cuando Ri elogió sus ojos–. Le pregunta si el color de piel fue un tema cuando llegó de Barbados hace diez años: “La diferencia la empecé a sentir al momento de hacer negocios –dice ella–. Y todavía sigue, todavía es un tema, y hasta me motiva. Sé lo que piensan y me encanta superar sus expectativas”.
En octubre, después de dar todas las entrevistas, anunció que el nuevo disco se iba a llamar ANTI, y en una galería presentó el arte de tapa, una obra del artista israelí radicado en Nueva York Roy Nachum, que ya trabajó con Kanye West. Por primera vez no está ella en su mejor versión en la portada, aunque se interpreta que la niña con la corona grabada en braille tapándole los ojos representa una pequeña RiRi. Se supo también del contrato por 25 millones de dólares que firmó con Samsung, que va a financiar toda la gira. Hoy que la vida pasa por el teléfono, RiRi elaboró –con el dinero de Samsung y en sociedad con la compañía de teatro futurista Punchdrunk– la última etapa de espera por el disco con contenido exclusivo para celulares. En noviembre lanzó la web www.antidiary.com y por semana fue habilitando episodios –o “habitaciones”– que se recorren moviendo el teléfono para encontrar pistas que habilitan el recorrido. Las pistas sólo las descubre un Galaxy, pero el resto –limitadamente y con paciencia si se tiene 3G– se puede ver.
ANTI apareció de sorpresa el 28 de enero en Tidal. La noche anterior RiRi subió una foto escuchándolo con auriculares Dolce & Gabbana de diamantes incrustados, pero lo primero que llamó la atención del disco es su falta de suntuosidad, tan distinto a los anteriores, como si de repente Rihanna se hubiera encogido para quedar mejor. Aquellos singles que lanzó durante 2015 no están y no hacen falta (en esta época el disco murió y resucitó con otra fuerza: ahora es común lanzar joyitas con identidad y dar vuelta la página más rápido con nuevos singles o EPs). En ANTI el hit es “Work” –ya por la sexta semana consecutiva en el puesto uno de Billboard Hot–, que no es grandilocuente como “Diamonds” sino fino y adictivo como “Umbrella”. La canción de casi siete minutos es un gran cover de “Same Old Mistakes” de la banda space rock australiana Tame Impala: “Me siento una persona completamente nueva, así que cómo sé si voy bien”, dice. Las baladas de Rihanna nunca sonaron tan sinceras ni se encuentran en su discografía tracks arriesgados como “Desperado” o “Woo”. Pero lo mejor del disco es el comienzo con “Consideration”. “Vengo del país del nunca jamás, el tiempo no puede detenerme”, arranca en paralelo al aplastante beat, con apenas producción alrededor. Ahí le habla a alguien que no la respeta ni la deja crecer, una etapa que a los 28 años ella ya superó. “Tengo que hacer las cosas a mi manera, darling”, canta. Si con los siete primeros discos llegó a la cima del mundo, con ANTI Rihanna está admirando la vista para decidir por qué prado fabuloso continuar.
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