HALLAZGOS
Las manos mágicas
Los chicos sordos suelen estar privados de un placer y un derecho: el de que les cuenten cuentos. Lo que suele ser considerado como un simple entretenimiento es un problema más profundo, que puede dejar a los chicos afuera del proceso de simbolización a través de los relatos infantiles. Por primera vez en América latina, un grupo de narradores argentinos, algunos sordos y otros oyentes, grabaron video cuentos en Lengua de Señas Argentina. Y es sólo el comienzo de un proyecto mayor para que ya nadie se quede sin “escuchar” historias, se las cuenten con la voz o con las manos.
Por Graciela Cutuli
“Había una vez...” Las tres palabras mágicas que les levantan a los chicos el telón de la fantasía y el acceso a infinitos mundos imaginarios, sin embargo están vedadas para los que no pueden oír. El proceso de aprendizaje de la lengua oral a través de la lectura labial es lento y dificultoso, y habitualmente se logra después de años de entrenamiento. Mientras tanto, no hay tiempo para cuentos. Sobre todo porque la mayoría de los chicos sordos nace en hogares de padres oyentes, donde la lengua de señas –que gracias al canal visual les permitiría acceder a un lenguaje rico y completo desde sus primeros años– es un código desconocido, casi siempre mirado con desconfianza. El debate entre “oralistas” y “gestualistas”, aunque antiguo, sigue estando a la orden del día, y las divisiones todavía se reflejan en todos los ámbitos implicados: las familias, los médicos, los fonoaudiólogos, los maestros, las escuelas.
Conocedora de la situación desde adentro pero “al revés” (es oyente, pero hija de padres sordos), Gabriela Martínez Bianco supo lo que es la infancia en una casa sin música, donde los padres no contaban cuentos por la simple razón de que ellos nunca los habían escuchado. Después de desarrollar una carrera de actriz (su trabajo más recordado masivamente fue a mediados de los noventa en la telenovela Nano, para el que instruyó a la protagonista, Araceli González, en la lengua de señas), Gabriela se volcó a la fundación de ADAS, una asociación que difunde y promueve la forma de comunicación de las personas sordas. Inspirándose en experiencias ya muy elaboradas y difundidas en Europa y Estados Unidos, pero todavía inéditas en América latina, ADAS puso en marcha un proyecto que está a punto de ver la luz: los primeros videocuentos en Lengua de Señas Argentina (LSA), la réplica local de los singing books europeos y norteamericanos. Vale aclarar que, pese a una creencia errónea bastante difundida, la lengua de señas no es un lenguaje internacional y homogéneo entre las personas sordas sino una multiplicidad de lenguas nacionales, que como todo idioma conocen variantes entre las distintas ciudades, comunidades y escuelas, y también entre los hablantes de distintas edades. Aunque sí hay algunos puntos de contacto: las lenguas de señas italiana, francesa y argentina tienen mucho en común, sobre todo porque hay una manera occidental de pensar el espacio, de poner el espacio en el tiempo. “Cuando nosotros referenciamos con la mirada o con el brazo hacia delante, en general coincidimos en que es futuro, es algo que va a venir; pero en Japón, por ejemplo, la mano hacia adelante es pasado, porque en realidad para ellos el pasado es lo que está en mi campo visual porque ya lo viví, y es de lo que aprendo y me nutro, en tanto el futuro está detrás, viene hacia mí”, señala Gabriela. A sus espaldas, la fotografía de una célebre escultura de Rodin –La Catedral, dos manos de piedra blanca casi entrelazadas– parece darle la razón sin necesidad de palabras.
VIVIR SIN CUENTOS
“Los chicos sordos no reciben cuentos”, dice Gabriela. “No les cuentan cuentos en lengua de señas. No digo que los maestros no busquen la forma, pero no se les cuenta en lengua de señas, como a un chico que se va a dormir y al terminar el día, o en la escuela, se le lee un cuento. El chico sordo queda totalmente afuera, recibe un dibujo allá, otro acá, un par de señas sueltas, pero no recibe una secuencia.”
La falta de esos cuentos no deja de tener consecuencias. Marta Schorn, psicóloga con años de experiencia en el tratamiento de niños sordos, explica: “A través del contar cuentos, un chico sordo u oyente puede ingresar en todo un mundo de fantasía. El cuento, e incluso los dibujitos animados, transmite situaciones de pérdida, de cambio, de felicidad, de futuro. No tienen que ver con situaciones reales sino ficticias, pero si el chico queda tan atrapado por eso es porque a través del cuento puede elaborar y trasladar de manera simbólica situaciones que vive internamente”.
Si no tiene los cuentos, al chico sordo se le hace más difícil ingresar al mundo de lo simbólico, le falta una de las posibilidades de acceso aese mundo. “En el contar cuentos –insiste Schorn– hay un tercero, un adulto que de algún modo ayuda a ingresar en ese mundo de fantasías permitido para elaborar situaciones personales. ¿Por qué existen cuentos como Blancanieves o Caperucita? De algún modo hay una tramitación de situaciones oscuras, de impulsos agresivos, que así están permitidos. El cuento ayuda, a través del adulto, a mediatizar la impulsividad de un niño, hay personajes buenos y malos, que llevan al chico a descubrir lo que siente en sí mismo, la polaridad entre lo bueno y lo malo. Además, en estos cuentos, como en las fábulas, siempre hay posibilidades reparadoras.”
Como un eco, se pueden leer las palabras del neurólogo norteamericano Oliver Sacks: “Los niños muy pequeños gustan mucho de cuentos y relatos, y los piden, y pueden entender cuestiones complejas expuestas como cuentos y fábulas, cuando su capacidad para captar conceptos generales, paradigmas, es casi inexistente. Esta capacidad simbólica o narrativa es la que aporta un sentido del mundo (una realidad concreta en la forma imaginativa de símbolo y relato) cuando el pensamiento abstracto no puede proporcionar ninguno. El niño sigue la Biblia antes de seguir a Euclides. No porque la Biblia sea más simple (podría decirse lo contrario) sino porque viene dada en una forma simbólica y narrativa”.
MANOS QUE CUENTAN
¿Y los chicos sordos? Bien, gracias. Pensando en ellos, nació el proyecto de los videocuentos, que antes de alcanzar la etapa final llevó más un año de trabajo. Gracias al apoyo del British Council, y de TEA Imagen, sumado al trabajo de Patricio Barton (El Grafonauta) en Producción y Realización, lo que en principio parecía imposible fue tomando forma, y esas narraciones nacidas en el seno de la lengua oral y pensadas para ella fueron tomando la forma de un código visual.
El primer paso fue ponerse en contacto con los autores de literatura infantil y seleccionar el material: así quedaron en total seis cuentos. La carrera del sapo, un relato tradicional del Norte argentino en versión de Graciela Montes, que aportó mucho material para elegir; Pulgarcito, un cuento clásico que habla del ser distinto y buscar el propio lugar; Merlín, relacionado con la euforia actual por la magia y los mundos paralelos, también en la versión que hizo Graciela Montes para Página/12; Pinocho; La vaca de Humahuaca, sobre la clásica canción de María Elena Walsh; y Las velas mágicas. Este último es el cuento más contemporáneo de la serie, para chicos muy chiquitos, que funciona muy bien en las aulas de jardín: “Es la peripecia de cumplir años; es muy simple, pero muy bonito. Ya que los chicos oyentes en las aulas lo tienen presente, propusimos incluirlo también en las aulas de los chicos sordos”.
Una vez elegido el material, hubo que pensar en los narradores, de modo que los chicos pudieran ver a contadores de cuentos de distintas edades y distintos estilos narrativos. Quedaron tres oyentes –Gabriela Lima Chaparro, Sandra Martínez, Gabriela Martínez Bianco– y tres sordos –Ovidio Martínez, Damián Scigliano, Ana Clara Leiva–. Florencia Montoto Smayenka, Lorena Cardoso y Daniela Fortunato se hicieron cargo de las propuestas de actividades de cada video. De los tres narradores sordos, sólo uno –Damián, de 19 años– tuvo lengua de señas en la escuela en forma sistemática, y el hecho de haber sido receptor de cuentos en su infancia hizo que fuera más natural y sencillo trabajar con él las ideas de la continuidad de un cuento, los tiempos, el suspenso.
Junto con la selección de los narradores hubo que ocuparse de una de las fases más delicadas de todo el proyecto: la traducción de los cuentos a la lengua de señas. No se trata de una tarea sencilla: Gabriela Martínez Bianco subraya que la literatura en lengua de señas tiene cadencias visuales, y tanto el manejo del tiempo como de los recursos expresivos es distinto del de la lengua oral. Algunos cuentos requirieron, por su parte, cambios específicos: La vaca de Humahuaca, que en la canción era “muy vieja, tan vieja, que estaba sorda de una oreja”, en el cuento pasa... a no ver bien. “No queríamos –explican los traductores– que los chicos sordos, a quienes van destinados los cuentos, asociaran la sordera con la vejez.”
Pero la elección misma de La vaca de Humahuaca llama a la polémica en el seno de la comunidad sorda, donde hay una discusión sobre las “canciones en lengua de señas”. La fundadora de ADAS no soslaya el desafío: “En televisión vemos cómo se hacen las canciones, y es un horror, porque eso no tiene nada de lengua de señas (nota: se refiere al castellano señado, es decir señas que siguen la gramática del castellano y no la sintaxis propia de la LSA, que usan algunos programas infantiles junto con las canciones, NDR). Sin embargo, pensamos que si una canción cuenta una historia, se puede convertir en una historia visual. Entonces la incluimos para mostrar que no hay canción en lengua de señas, porque los sordos no cantan, y en todo caso lo hacen pero no es algo que forme parte de su cultura, porque es una cultura visual, gestual. El coro en lengua de señas es muy bonito, como una coreografía manual, pero no es una creación sino algo puesto desde afuera, instrumentado. He visto un video francés, El país de los sordos, que abre con un grupo de sordos frente a unas partituras. Y ves que ellos están trabajando el valor de la negra, la blanca, la corchea. La seña dura lo que dura la figura. Están haciendo, con la música, un lenguaje visual. Creo que eso sí forma parte de una posibilidad de las personas sordas”.
Partiendo de esas bases, se trabajó en la traducción de los cuentos a la LSA. Un trabajo en varias etapas, y para el que fue clave tener en cuenta que la lengua de señas es mucho más que su aspecto más visible, es decir, el movimiento de las manos. Abarca muchos códigos visuales no manuales, desde la postura del cuerpo hasta las expresiones de la cara y la dirección de la mirada, que tiene un valor gramatical. Para un oyente, todo esto puede pasar ampliamente inadvertido. Para un sordo, son elementos creadores de sentido en el flujo de la comunicación. Teniendo en cuenta estos aspectos y las dificultades gramaticales de la lengua de señas, el proyecto de los videocuentos nació unido a un libro con ilustraciones e instrucciones para docentes y padres, destinado a orientarlos en los secretos de contar cuentos en un idioma visual. Todo el proceso se hizo en varias etapas: primero se hizo una primera versión, que los narradores oyentes aprendieron y expusieron a los sordos. Ellos se la llevaron en un video, la analizaron e hicieron sus aportes para mejorar la versión original. Así, hasta que la cuarta versión resultó la definitiva.
Luego llegó la hora de la filmación en sí, a lo largo de tres días, y para este paso fueron muy útiles las líneas guía del formato singing book que formuló la Unión Europea, una suerte de manual donde quienes llevaron a cabo esta experiencia en Europa cuentan su propio proceso, y dan muchos datos y recomendaciones a seguir para filmar un videocuento.
El resultado ya está listo, pero en la voluntad de quienes lo impulsaron es sólo la primera parte de un proyecto que quiere extenderse y que para eso depende de nuevos apoyos: ellos, mientras tanto, ya están pensando en una segunda etapa, con cuentos más diferenciados por franja de edad, y en la distribución gratuita a todas las escuelas de sordos –oralistas o gestualistas– del país.
Una vez más, entonces: “Había una vez...”. Había una vez manos que volaban y, en esas manos, palabras y cuentos que –por primera vez– los chicos que no oyen podrán ver.