Domingo, 10 de abril de 2016 | Hoy
TEATRO > TODAS LAS COSAS DEL MUNDO
Vuelve a la dirección Rubén Szuchmacher con Todas las cosas del mundo, una pieza inusual para la cartelera independiente porteña que, con lenguaje florido y personajes extravagantes, construye una trama de ardides que remiten a un tema plenamente identificable: la ilusión argentina. En un circo pampeano, su dueño, un cura, una ex cantaora, una freak y un peón intentan salir de pobres apelando a diferentes encarnaciones del pensamiento mágico, entre la falta de escrúpulos, los arrebatos fascistas, las pasiones desmedidas y la desdicha.
Por Guadalupe Treibel
“Primero fue el Niño Tortuga, después la Niña Langosta. Más tarde, el Niño Gusano. O sino el Niño Toronja, otro con poca sal en la mollera, idéntico a la mascota del Mundial 82, creyó que podía escapar rodando y terminó al fondo de un acantilado en Choele Choel”, y siguen las firmas. El Niño Jirafa acaba de morir, y así lo recuerda la Niña Foca, que se ha quedado sola en un show de freaks que ya no es tal, varado en el tiempo –los años noventa– y en el espacio –la pampa argentina–. Acaso un estertor de lo que viera sus últimos coletazos a mediados del siglo pasado, cuando la ingeniería genética ni siquiera amanecía. Pero, claro, Sancho –el lamentable patrón de este circo pampeano– ni se entera; allí donde habita, las noticias “llegan tarde y fragmentadas”, y él busca salir de pobre, volver a la era dorada y juntar unos pesos para cambiarlos a dólares. Iberia, su mujer, otrora “Ruiseñora de Castejón”, también sueña: con recuperar sus maltrechas cuerdas vocales y volver al ruedo. Más aún, cree haber compartido tablas con Luis Aguilé en el cenit de sus años mozos. Para un cura recién llegado, la gloria está en otro lado: convencer a la Iglesia de que ha dado con una santa milagrera, explotando “la credulidad de los desheredados” y convirtiendo así a la Niña Foca en candidata a la canonización. Inescrupulosa y delirante campaña para la que encuentra en el pusilánime Sancho al cómplice perfecto.
“Todas las cosas del mundo es una obra argentina por excelencia, porque –sin enunciarlo, sin bajar un cartel– habla sobre las ilusiones, en el sentido más psicoanalítico del término: pretender algo, de manera casi enferma, que es prácticamente imposible de lograr. No es anhelo, no es proyecto; es ilusión. De salir del carromato, de tener otra vida, de santificar a un freak. No sé si será una condición universal, pero aquí es absolutamente frecuente. Los argentinos vivimos en estado de ilusión permanente”, dice el actor, gestor cultural y director Rubén Szuchmacher (Decadencia, de Steven Berkoff; Quartett, de Heiner Müller; Enrique IV, segunda parte, de Shakespeare, por mencionar solo algunas de sus grandes realizaciones) sobre la pieza que estrenó el pasado viernes en el teatro Payró, con sorprendente dramaturgia de Diego Manso.
Obra que Rubén dirige con el aporte de sus colaboradores habituales: Jorge Ferrari, en escenografía y vestuario y Gonzalo Córdova, en diseño de iluminación. Un dreamteam que optó por una estética de la sustracción (“Al igual que en la mayoría de mis obras, lo que está en escena es exactamente lo que la escena requiere para poder constituirse”) y que, guiado por un texto “de pasto, pasto y pasto”, se inclinó por el paisaje campero y apenas detalles casi conceptuales del mundillo de feria. Una vasta llanura de telón pintado donde lo que crece es el patetismo desmadrado y la monstruosidad en sentido amplio, entre pasiones desaforadas, ardides, sed de venganza y algún que otro crimen.
En Todas las cosas del mundo se arma un relato donde varias líneas paralelas dan vueltas, cada una desarrollándose en relación a las demás. Con suspenso y en clave tragicómica, dicho sea de paso, con un decir exuberante y anacrónico poco frecuente en el teatro contemporáneo. “Las formas más elevadas y más degradadas se encarnan en este lenguaje, tan particular. Hay una elaboración sin apelar a costumbrismos; aunque Diego trabaje con expresiones de ese tipo, las recorta y vuelve a ingresar”, sintetiza Szuchmacher, que se sintió especialmente atraído por la complejidad del lenguaje, por la historia, por la relación con Valle-Inclán respecto a lo esperpéntico, entre otras cuestiones. El director no deja de destacar la responsabilidad sobre el discurso que implica actuar el lenguaje. Una tarea compleja, sin duda, pero meritoriamente lograda por un elenco notable: Ingrid Pelicori, Horacio Acosta, Iván Moschner, Paloma Contreras, Fabiana Falcón y Juan Santiago; intérpretes de diferentes palos que logran armonía actoral y sacan lustre a un texto riquísimo, con cantidad de aristas.
Una de ellas: el costado más castrense de la sociedad, sus propios fascismos. O, en palabras del director, “el Primo de Rivera que todos llevamos adentro” y que la pieza pone de manifiesto a través de, por caso, un sacerdote que considera a la gente de condición modesta poco más que animalitos (“sólo porque les han insuflado el don del balbuceo”), mientras rinde constantemente loas a Jose María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, santificado por Juan Pablo II en 2002, en medio de grandes polémicas. O bien, de Iberia, la protagonista, a quien no se le caen los anillos a la hora de comer de lo que su peón roba, pero no se cansa de remacharle que su madre “era una paraguaya comemandioca”. En paralelo, la música vuelve sobre cierta herencia española: coplas de Marifé de Triana o Juanita Reina; la última, una de las cantantes favoritas de Franco.
A las peculiaridades que singularizan Todas las cosas... y la recortan netamente de lo que se acostumbra ver en la cartelera independiente porteña, se suma la inhabitual extensión. Dos horas y pico de duración, con cuatro funciones semanales, para este espectáculo que, según Szuchmacher, es también una apuesta política, una respuesta al modo actual de hacer teatro. “El sistema de obra una vez por semana es pernicioso para el teatro. El medio pulsa por el actor dividido en veinte mil pedazos, corriendo de un lado al otro, de obra en obra, y es un disparate. Acaba recordando la pieza; no la actúa. Lo que se realiza es un teatro que recuerda al teatro”, destaca el autor de Lo incapturable (Reservoir Books), ensayo recientemente publicado que profundiza sobre los distintos aspectos que configuran el hecho teatral. Para lo que resta del año, Szuchmacher ya tiene proyectos en marcha: una pieza musical sobre Hipólito Yrigoyen, con texto de Beatriz Sarlo y música de Martín Bauer; y en septiembre, la ópera Così fan tutte, de Mozart, en el Argentino de La Plata.
Todas las cosas del mundo se presenta jueves, viernes y sábado a las 21 y domingos a las 20.30 en el teatro Payró, San Martín 766.
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