PELIGROSOS GORRIONES
Con Oliverio Girondo y Kurt Cobain como límites de sus amplias influencias, Peligrosos Gorriones fue uno de los grupos insignia del llamado Nuevo Rock Argentino de la década del 90. Menos icónicos que Los Brujos y mucho menos programáticos que Babasónicos, por nombrar a dos de sus compañeros generacionales, el grupo liderado por ese diamante sensible y arisco que es Francisco Bochatón tocó la gloria compositiva con tres discos –el primero producido por Zeta Bosio– rebosantes de vitalidad y rara belleza, para disolverse casi sin avisar. Dos décadas después de su último álbum de estudio, y luego de lamer lentamente las heridas de la separación durante una serie de shows en vivo, Bochatón grabó junto al guitarrista Guillermo Coda, el tecladista Martín Karakachoff y el baterista Rocky Velázquez –los integrantes originales del cuarteto– un disco llamado Microbio que termina de dar forma a su demorado regreso.
› Por Juan Manuel Strassburger
Un colchón de dos plazas levantado contra la pared para hacer espacio, una laptop de respuesta lenta, dos micrófonos de pie, pilas de cds de distinta procedencia, varios cables por el piso, guitarras sueltas y los platos sin lavar. Entrar hoy a la casa de Francisco Bochatón es ingresar a un mundo donde lo importante es la creación permanente: componer, grabar, interactuar con los seguidores en Facebook y, con eso, hacer otra canción. “Tu silencio” se llama el tema que acaba de escribir luego de una noche en vela con pedazos de letras escogidas de los comentarios de su muro. “¿Debería haberlo grabado mejor? ¿o peor? ¿vos qué decís?”, inquiere, impaciente, todavía electrificado por la experiencia y el intercambio intenso con los fans.
Bochatón sabe que lo que en ese mismo momento sube a la web está muy bueno (otra veces fue simplemente genial) pero no puede dejar de testear la aprobación del otro; un chantaje amistoso (¿qué otra cosa que no sea positiva se le puede decir a quien acaba de terminar una canción?) pero también una leve muestra de inseguridad que lo conecta directo con el Francisco verdaderamente vulnerable de principios de los noventa. Ese que irrumpió como un diamante arisco y sensible detrás de los Peligrosos Gorriones, la banda que –hoy es posible darse cuenta, no estaba tan claro entonces– tocó la gloria compositiva con tres discos rebosantes de vitalidad y rara belleza esquiva como Peligrosos Gorriones (1993), Fuga (1995) y Antiflash (1997); luego terminó separándose de apuro y sin que demasiados –ni crítica ni público– tomaran nota al filo de esa década; y ahora, tras reunirse con alegría en 2009, por fin pudo sacar su primer de canciones nuevas en casi dos décadas.
“Costó mucho hacer Microbio”, asevera Bochatón sobre el flamante nuevo álbum que no sólo activa la inevitable comparación musical (¿estarán a la altura de sus otros discos? ¿mantendrán el estilo? ¿se seguirá encontrando en esos temas nuevos a la banda que alguna vez supo hacerse querer tanto?) sino que también los pone de frente a las luces y sombras de su propio pasado. El de un grupo que podría haber portado con satisfacción lo que tenían para dar (grandes canciones, un compositor principal realmente original, una banda maravillosa y potente en sí) pero que al fin de cuentas no pudo prevalecer. “En algún punto, en los 90 estábamos abriendo un camino que no estaba antes, que no existía. No por nada nuestro primer tema se llamó ‘Escafandra’”, arriesga Bochatón. Y si bien en seguida aclara que no pretende hacer una metáfora con lo que acaba de decir, es inevitable hacerse la imagen de una banda prometedora que se sumerge con habilidad y destreza en el mar a veces borrascoso del rock nacional, pero que en un momento dado, y pese a su capacidad buceadora, se le vuelve imperioso regresar a la superficie para poder respirar. ¿Qué pasó y por qué pasó lo que pasó? ¿Cuáles de aquellas heridas y cuentas pendientes empezaron cerrarse ahora con la salida de Microbio? ¿Por qué demoraron tanto en concretarlo?
La noche que se separaron, los Peligrosos Gorriones tocaron cuatro temas nuevos. Uno detrás del otro. Las doscientas y pico de personas convocadas de apuro aquel 26 de febrero de 1999 en el Showcase de Haedo se miraron desconcertadas. ¿Qué significaban estas canciones “nuevas” en una banda que ya no iba a existir más? ¿Qué clase de broma era esa? ¿Desde cuándo un grupo se despedía así? Por supuesto, no se trataba de una broma (a diferencia de sus pares del llamado Nuevo Rock Argentino, los Gorriones no eran adeptos al gesto irónico ni a los juegos transgresores). Pero tampoco, claramente, de una despedida al uso corriente. De esas que cuentan con alguna campaña de prensa y se hacen sí o sí en Capital, lo mínimo para una banda que con apenas 22 años promedio había sacado uno de los mejores discos de los 90 (el primero, homónimo, producido por Zeta Bosio y ganador del voto revelación en la encuesta anual del Suple Sí). Y que a lo largo de esa década había logrado ser original sin volverse fría o artificiosa (ahí están los trepidantes trabalenguas de “Escafandra” y “Bicho Reactor” adoptados como himnos por una generación que se entendía alternativa), pero también llegar a niveles de intimidad y confesión sensible (“Por tres monedas”, coreada como pocas veces aquella última noche era una muestra) que ni Los Brujos ni Babasónicos, sus pares más exitosos de aquella generación alternativa, habían podido alcanzar.
Desde el punto de vista de la actitud, con ese show perdido en un shopping del Oeste, los Peligrosos Gorriones se marchaban casi como habían venido: sin real conciencia de lo importantes que habían sido (y mucho menos de lo que serían de ahí en más) y desperdiciando en su característica desaprensión y turbulencia interna otro momento para tener un adiós a su altura. “Gracias y hasta nunca”, casi escupió Francisco al final del recital. Y a partir de ahí la apuesta pasó ser lo que podían llegar a dar Bochatón como solista (en el de moda y artesanal Índice Virgen de Sebastián Carreras y con Gustavo Cerati como padrino vampiro en las sombras) y Babasónicos como casi únicos sobrevivientes de aquella “camada sónica” que le había declarado la guerra al legado clásico del rock nacional (y ciertamente habían irritado a más de un dinosaurio) pero que hasta ese momento no había podido alcanzar una real masividad. A los Gorriones se les había pasado el cuarto de hora, era la opinión generalizada. Y para aquellos que estaban tristes, bueno, todavía quedaban los discos (nadie negaba que eran buenos) y, en todo caso, una añoranza que ya iría a declinar. “Evidentemente al principio hubo una liberación. Necesitaba experimentar como ser solista”, cuenta Bochatón.
Pero resulta que esa añoranza no sólo no declinó sino que conforme transcurrieron los años se volvió cada vez más fuerte de la mano de toda una generación sub-30 que prácticamente no había nacido o recién arrancaba la escuela cuando los Peligrosos Gorriones transitaban su irregular –y por momentos caótico– paso por los escenarios under. Y que un buen día descubrió sus discos (los tíos y/o hermanos mayores hicieron lo suyo) y se volvió fan. No los soltó más. Y no es que fueran tantos (difícil que la memoria de los Gorriones se alimente de una verdadera multitud), pero sí los suficientes como para empezar a generar algo así como una necesidad subterránea, comentario urgente en los videos de YouTube o en los shows del propio Bochatón solista, que sumado a la mención recurrente de bandas que los ubicaban como influencia principal o revelaban su admiración (El Mató a un Policía Motorizado es el ejemplo clásico, pero no es el único), hizo que de alguna manera la posibilidad cierta de verlos en acción otra vez se empezara vislumbrar.
“Un día, ya separados, me encuentro de casualidad con Coda en La Plata y nos ponemos a charlar. En menos de cinco minutos dos grupos distintos de desconocidos se acercaron para preguntarnos si estábamos ahí hablando porque nos íbamos a juntar. Y no, nada que ver. No había ni planes. Pero la coincidencia nos sorprendió. Tiempo atrás eso no hubiese pasado”. Coda es Guillermo Coda, el imprevisible riffero de la banda con pinta de glam-stone y habilidades nirvaneras a lo largo y ancho de la discografía Gorrión; y el que habla es el tecladista Martín “Cuervo” Karakachoff, protagonista certero en esos raptos veloces entre alocados y saltimbanquis de temas como “Chavacha” o “Higo turco”, y figura clave (al igual que Coda) en el sonido particular de la banda (completaban el cuadro, además de Bochatón en voz y bajo trepidante, el entrañable batero Rocky Velázquez, con su golpe seco y su simpática impronta más cercana al rock clásico que al alternativo). “Sin saberlo, pasamos de una generación a otra. Nos mantuvimos vigentes”, asegura Coda.
Alguno dirá: lo que pasó con Gorriones (el ansia para que volviesen) no es tan distinto al retro 90s que también se manifestó el último tiempo con el retorno de Los Brujos, Illya Kuryaki y hasta Suárez, pioneros noise de la segunda mitad de la década. Y es cierto. Pero ocurre que los Illya Kuryaki sí habían alcanzado la masividad con Chaco, “Abarajame” y demás. Y que Los Brujos, si bien no tan exitosos, sin duda habían accedido a momentos intensos de reconocimiento como punta de lanza de aquella movida “sónica” que desfiló por los Obras del Dynamo de Soda Stereo y que tuvo en “Kanishka” su primer grito generacional (y al “D-Generación” babasónico su principal escolta). Los Gorriones, si bien ungidos como revelación en el ‘93 con su primer disco y con el video de “Escafandra” trepando en el ranking de MTV, andaban a otro ritmo (de hecho no figuraron en aquellos Obras de Soda) y con evidente menos soltura para enfrentar las cámaras y encajar con el alto perfil irreverente que el Nuevo Rock Argentino demandaba.
“Imaginate que subía a tocar Rocky con la remera de San Lorenzo y yo estaba feliz”, cuenta Bochatón para ilustrar la absoluta falta de un “vestuario” a la hora de presentarse en vivo, lo cual contrastaba notoriamente con la parafernalia de Los Brujos, la descuidada elegancia de Juana La Loca o el impacto híper colorinche de Babasónicos o Martes Menta. “Para nosotros la ropa no tenía importancia más allá de que obviamente lo que nos poníamos nos gustaba. Pero no lo pensábamos de manera estética”, señala el Bocha, mientras que Coda completa: “Aún hoy vamos a una sesión de fotos y cuando llegamos, nos miramos, y tal vez nos cagamos de risa de lo diferente que está cada uno. Al punto que por ahí a Francisco le gusta mi camisa o viceversa y las intercambiamos ahí mismo”.
Pero no sólo arriba del escenario se marcaban las diferencias entre los Peligrosos Gorriones y el resto de la camada sónica. Al momento de tratar con la prensa (y más si había una cámara encendida) el contraste no era menor: mientras el babasónico Adrián Dárgelos fascinaba a sus interlocutores prometiéndoles el oro y el moro (y de verdad daban ganas de contagiarse de su entusiasmo), Bochatón –sobre todo al principio, basta chequear en YouTube las tensas visitas a Much Music– no podía evitar mostrarse como un alicaído gorrión apesadumbrado. Pura angustia Kurt Cobain y cero retórica marca Daniel Melero, el ideólogo y productor favorito del Nuevo Rock Argentino. “Éramos jodidos en las entrevistas. Muy tímidos. Sobre todo con las presentaciones en la tele”, reconoce Coda y cuenta haberle pedido disculpas a más de un periodista años más tarde. “Para Fran las notas televisivas eran un infierno”, suma Cuervo.
¿Cuál era el problema? Más allá del impacto de una crianza marcada por una traumática separación de sus padres (“Siempre me importó la familia unida. Y cuando mis viejos se separaron yo tenía 15 años. Y bueno, tuve problemas”, contó Bochatón en una entrevista realizada por Leila Guerriero en 1997), la vorágine del ascenso de la banda desde su lugar periférico en La Plata sin duda jugó un rol preponderante. “Pensá que a nuestro primer show vinieron diez amigos, al segundo cien, y al tercero, a los dos meses, ya había ochocientas personas. Yo tenía 19 años y cuando cumplí 21 estaba grabando el primer disco en un estudio hiper profesional como Panda. Y está bien: yo sé que también hubo gente que empezó a grabar a los 16. Pero no es común. Nos pasaron muchas cosas en poco tiempo”, relata el cantante. Y Coda agrega: “Nos afectó la repercusión inesperada del primer disco. Y la presión de tener que mantenerla”.
Producido por el Soda Stereo Zeta Bosio (que acaba de sacar una biografía donde extrañamente apenas nombra la banda al pasar), el primer disco gorrión tenía temazos de alta rotación como el ya citado “Escafandra” o “Bicho Reactor”, clásicos posteriores de cuña grunge como “Siempre acampa” y “Un ardiente beso”, poéticos remansos como “Nuestros pies” o “La mordida”; aceleres y contrapuntos despabilantes como “Cachavacha” y “Honda congoja y pesar”; y, a lo largo y ancho del disco, esas cataratas de imágenes que remitían por un lado a Oliverio Girondo (influencia inédita en el rock argentino) y por el otro a esa destreza casi medium que tenía y tiene Bochatón para enhebrar palabras y darles sentidos musicales al día de hoy.
Escuchando la naturalidad de tus temas da la impresión que simplemente “te bajan” y las plasmás en un papel.
–Sí. Es así. Me pasa que necesito cantar y escribir inmediatamente la canción para después grabarla y aprendérmela de memoria. Porque si no, a los diez minutos, ya no me acuerdo nada. Como si fuera de otra persona. Me ha pasado tener que entrar a YouTube para ver cómo es un tema mío porque no tengo la menor idea.
Fuga, el siguiente disco, era tan bueno como el anterior. O al menos eso se piensa ahora. Porque en el momento la crítica lo recibió con poco entusiasmo. “Para muchos fue una decepción”, cuenta el batero Rocky Velázquez. “Creo que muchos esperaban una especie de ‘Escafandra 2’ y en cambio recibieron un disco más oscuro. Otra cosa. Lo curioso es que hoy es incluso más querido por la gente que el primero”. Con la producción de la propia banda, el aliento ejecutivo de Gustavo Gauvry de Del Cielito Records, y temas hoy infaltables en cualquier show de la banda como “Después de todo” o “Continuo susto”, Fuga planteaba un quiebre ya desde la tapa: una hornalla encendida en primer plano con un fondo negrísimo. “Soy el manicomio gris, soy el velatorio en sí. Te doy una porción de mí. Te doy de mi materia gris, el gris”, se desgañitaba Bochatón en “Manicomio gris” y no era casual: la transición de la irrupción inesperada del primer disco a un presente que para muchos en el ambiente había sido una desilusión no había sido fácil, especialmente para él. Entre medio y en un rapto que duró unas pocas semanas, el cantante reemplazó a sus compañeros y se probó así mismo qué tan bueno podía ser con otros músicos. “Al poco tiempo terminé tocándole el timbre a Coda y pidiéndole perdón. ‘No sé cómo decirte’, le empecé a decir. Y él me miró como diciendo: ‘Fácil, decime: quiero volver a tocar con vos. Y listo’. Desde esa vez nunca más use la palabra ‘echar’ en una banda”.
Antiflash, tercer y último disco de estudio hasta la salida del flamante Microbio, fue grabado y editado dos años después. Ya en BMG. Y con la situación interna bastante más deteriorada. Pese a ser un disco con grandes canciones (“Mi propio Brujo”, la nirvanera “Me extingo”, las favoritas de los fans “Por tres monedas” y “Viento Castelar”, la hermosa “Salvaje”) adolecía de cierto concepto de conjunto y también de un cambio de contexto: el Nuevo Rock Argentino ya había dejado de ser “lo nuevo” y tanto los sellos como el público y la crítica empezaron a mirar para otro lado. “Al tiempo era una distorsión de comunicación. No solo entre nosotros sino también con BMG que no ayudaba porque estaban más preocupados por lanzar a Enrique Iglesias en la región que por otra cosa. Recuerdo ir al sello y que justo llegáramos con Palo Pandolfo discutiendo a los gritos y que a los minutos seamos nosotros los que estuviésemos discutiendo”, señala entre risas el cantante. Y si bien había planes de grabar un cuarto disco, de nuevo con producción de Zeta Bosio (y temas nuevos como “Anidan” o “Resortes eléctricos”, ambos todavía inéditos), en su cabeza empezó a pesar cada vez más lo de probarse a sí mismo como solista. “Era insostenible. Un día fui y les dije a los chicos: ‘Listo, me voy de la banda’”.
¿Por qué?
–Porque ya ni ensayábamos ni hablábamos. Aunque después también pasé mucho tiempo sintiéndome mal. No podía ni salir a hacer las compras al súper.
Lo siguiente es historia bastante conocida: Bochatón concretó una nutrida carrera solista que, al igual que con los Gorriones, entremezcló maravillosos discos como Cazuela (‘99) o Hasta decir palabra (‘02) con diversos niveles de repercusión; y que contó al principio con un interesante vínculo artístico con Cerati que redundó en el ex Soda participando activamente en el EP Píntame los labios (00) y recibiendo la letra de Francisco para su hit “Paseo inmoral”, incluido en Bocanada. “Fueron muy lindos esos momentos compartidos con Gustavo. Recuerdo lo entusiasmado que estaba con Cazuela y lo mucho que le había gustado ‘Hojas de alcaucil’. Me decía que era el tema pop más perfecto que había escuchado”.
Para los otros gorriones, en tanto, la separación significó tener que rearmar a la fuerza sus vidas, tanto a nivel musical (producciones y proyectos electrónicos en el caso de Cuervo; grabaciones artesanales y la banda Miles en el de Coda; y un breve paso por Estelares y luego ya un sólido proyecto con la muy buena banda Pájaros a cargo de Rocky) como en el plano más estricto humano. “Yo estuve mucho tiempo mal, sin querer saber nada de la banda, y sé que el resto de los muchachos también”, refiere Coda. A Bochatón no le pasaba algo muy distinto. En sus shows “Siempre acampa” o “Por tres monedas” eran momentos recurrentes (“Mis bandas me las pedían siempre”, cuenta) pero no mucho más. En lo posible, evitaba cualquier tipo de cita al grupo. Y cuando en las entrevistas se le indagaba por una posible reunión, rechazaba de plano cualquier posibilidad. Y era sincero: realmente estaba comprometido con su presente. Prendido a fuego, como siempre, con sus canciones.
Pero entonces, sobre el filo de los años 2000, pasó algo: Bochatón empezó a soñar con el grupo. Después de muchísimos años de tener nulo o casi nulo contacto con sus compañeros, se le empezaron a aparecer en sueños. Todos juntos. “Poco antes de concretar la vuelta soñé que nos íbamos a ver tocar. Que un productor me decía: ‘¿Vamos a ver a los Gorriones?’. ‘Dale’, le decía yo. Y entonces íbamos a un anfiteatro, se levantaba el telón y ahí estábamos tocando de nuevo”. El sueño, cuenta, terminaba con ellos cuatro encontrándose en las tarimas después del show y con él comentándoles lo bueno que había estado. “‘¡Y claro!’, me respondían ellos, ¿qué te pensabas?’”, cuenta ahora y se ríe con la ocurrencia. “Recuerdo que me desperté muy emocionado”.
Lo que vino después fue el encuentro real y verídico, en la casa de Rocky, con la excusa de comer una pizzas y ver unos videos inéditos de la primera época. “Francisco tenía ganas de juntarnos pero guardaba alguna reserva por Coda, con quien no se había vuelto a ver desde aquel recital en el Showcase de Haedo”, cuenta Cuervo. “Fueron once años sin siquiera vernos la caras, nada. Pero llego al portón de la casa y a través de las rejas veo que viene abrirme y simplemente nos sonreímos y nos abrazamos”, sostiene Bochatón. Y completa Coda: “Recuerdo que cuando llegó Francisco fue una alegría y una química inmediata. Nada de reproches. Ya había pasado mucha agua bajo el puente –yo por ejemplo me había hecho padre de dos hijas– y ya para el 2005 se me había ido cualquier resentimiento para con Fran”.
Aquella misma noche, en lo de Rocky, los cuatro gorriones se pusieron en ronda y se regalaron un mini recital de cajón peruano, guitarra acústica y flauta dulce (berretín no tan conocido del Cuervo). “No pudimos resistir a la tentación. Y ahí me di cuenta de que pasaba algo porque nos salieron de una, sin errores. Yo, que me había olvidado por completo de cómo tocar esos temas, recordé las notas en un instante”, subraya Bochatón. Y así, al poco tiempo, repitieron la experiencia presentando de manera sorpresa en dos fechas conjuntas de sus respectivas bandas o proyectos solistas (una en La Plata y otra en Capital) y notaron que la vibración fue la misma, que la banda estaba viva. Peligrosos Gorriones había vuelto. “Ayudó mucho que tocáramos los temas y notáramos que nos seguían gustando, que no habían envejecido para nada”, explica Coda. “Por ahí alguna banda le pasa que le avergüenza volver a ciertas canciones porque tal vez ya las ven como adolescentes. Pero a nosotros nos sucede lo contrario”, remarca.
El retorno oficial se concretó a fines del 2009 con la presentación en el festival de cine musical In-Edit (“El golpe que recibí fue letal (...) Sonaron compactos, espontáneos y sobre todo urgentes”, reseñó el escritor Fabián Casas, que nunca los había visto o escuchado antes). Y desde entonces, con algunos paréntesis, no pararon: giraron varias veces por el país, registraron un mini documental para la señal Encuentro (para la excelente serie Insurgentes), editaron su primer disco en vivo en 2014 (que incluía el inédito “Florería”) y ahora, finalmente, tras siete años de espera (casi lo mismos que estuvieron juntos en la etapa anterior), el excelente y muy a la altura Microbio. ¿Por qué tanto tiempo para entregar estos temas nuevos?
Por un lado cada uno mantuvo los espacios de sus proyectos solistas. “Rocky no dejó de tocar con Pájaros y Francisco sacó La vuelta entera. Y a nosotros no nos generó para nada de drama esperarlo y bancarlo”, explica Coda. Por el otro, y al mismo tiempo, hubo una necesaria y lenta readaptación musical. “Teníamos que volver a ensamblarnos. Cuando tocábamos los temas viejos fluía muy bien. Y así estuvimos bastante tiempo hasta que un día les dije: ‘Buenísimo muchachos, ¿pero qué vamos a hacer? Porque sino, nos juntamos a comer asados, y todo bien”, rememora Bochatón. Y ahí fue cuando sucedió el click: Bochatón empezó a traer temas nuevos y... Coda también. “Tenía como treinta”, elogia Francisco. “Le dije: vamos a incluirlos y los vas cantar vos”. “Para mí fue muy importante su aprobación, al punto de que un momento se copó y ya quería producirme un disco solista”, señala Coda entre risas.
Pero más allá de lo musical, no hay duda de que entre aquella banda de los 90 y la actual operó también un cambio a nivel humano. “Ahora no existe llevarnos mal”, señala Cuervo. Cualquier inconveniente que hay lo resolvemos relajándonos o con humor”, coinciden Bochatón y Coda. Y completa el tecladista: “Con Francisco tenemos una telepatía tremenda. Como de los cuatro somos los únicos que vivimos en Buenos Aires por ahí lo llamo y le digo ‘acá estoy en tal restaurante, ¿venís?’ Y a los minutos estamos cenando juntos”. Coda, que también conoce a Bochatón desde adolescentes, agrega: “Mi mujer, que fue seguidora de Gorriones además de mi novia en los noventa, me dijo cuando rearmamos la banda: ‘¿Qué pasó? ¿volvió la alegría a casa?’, de lo contento que estaba. Sin saberlo, extrañé mucho a los chicos el tiempo que estuvimos separados”.
¿Hay Peligrosos Gorriones más allá de Microbio?
Bochatón: –¿Estás loco? Con lo que nos costó llegar hasta acá, no hay forma que largue esta banda. Nos reímos mucho cuando estamos juntos. Por ahí no nos vemos por semanas pero nos hablamos por el grupo de Whatsapp y es como si ya hubiésemos ensayado.
Coda: –En los diez años sin vernos hicimos terapia de grupo sin hacerla. Aprendimos que cada uno tiene su carácter. Y hoy por hoy sé que, por más que no tengamos éxito o ya no nos acordemos los temas, nunca voy a dejar de tocar con ellos.
Cuervo: –Los ensayos por ahí son un griterío, pero arranca Rocky y listo, nos ponemos de acuerdo.
Rocky: –Para mí Francisco, Coda y Cuervo son mis hermanos. Y eso siempre estará por arriba de todo.
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