Domingo, 5 de junio de 2016 | Hoy
DOCUMENTAL > MY BEAUTIFUL BROKEN BRAIN
Después de sobrevivir a una hemorragia cerebral, la productora inglesa Lotje Sodderland empezó a grabar el proceso de recuperación con su teléfono. No hablaba, no entendía lo que pasaba, no sabía si tendría secuelas. No bien pudo comunicarse con gestos, pidió por la documentalista Sophie Robertson: quería hacer una película con ella y juntas, con cámara y Iphone, filmaron el documental My Beautiful Broken Brain. En esta entrevista, Robertson cuenta cómo fue el proceso de un año de grabación y cómo lograron sumar a David Lynch, productor y padrino de la película, que oficia de narrador, atrajo a las distribuidoras y logró que se estrenara en exclusiva por Netflix, donde se puede ver desde hace semanas. Lejos del relato inspiracional, con efectos especiales y sin autocompasión, My Beautiful... es una especie de road movie por un cuerpo aparentemente fallado: la lesión cerebral como ficción lyncheana.
Por Cristina Civale
La voz de David Lynch en el segundo uno de la película pronuncia las palabras que se leen en pantalla. Blanco sobre negro: “Este estado de la forma más simple de conciencia es digno de verse, oírse, contemplarse y comprenderse”. Se trata del inicio del documental My Beautiful Broken Brain (algo así como “Mi hermoso cerebro roto”) dirigido por Lotje Sodderland y Sophie Robertson, coproducido por David Lynch y lanzado en todo el mundo por Netflix en forma exclusiva. Unas palabras iniciales y premonitorias que intentan resumir lo que se verá a continuación, o quizá una interpretación de esas imágenes.
My Beautiful… es una película singular que cuenta en noventa minutos el desmoronamiento físico y la recuperación –en plan pesadilla lyncheana– de una de sus directoras, Lotje, una inglesa de 34 años, productora de documentales, luego de sufrir una hemorragia cerebral, de esas que suelen matar de forma fulminante. Ella sobrevivió pero su vida quedó en una extraña pausa. Miraba una cosa, sabía qué era, pero no podía comunicarlo. No podía juntar las letras. Perdió todas las habilidades anteriormente adquiridas y tuvo que aprender como una nena. O aún más duro. Como una nena que tiene la lejana reminiscencia de que alguna vez había sido una mujer que se manejaba con soltura y gracia por el mundo. Mientras su cerebro estallaba y ella aún tenía conciencia de que algo andaba muy mal con su cuerpo, pudo haber llamado a un amigo, a un pariente o a una emergencia médica. Hizo otra cosa. Peculiar e imprevisible: usó el resto de sus fuerzas para vestirse e ir hacia un hotel cercano al que llegó ya casi sin poder hablar. Eligió un lugar de paso para pedir auxilio o para morirse. Desconocidos se ocuparon de su cuerpo maltrecho que terminó en un hospital. Allí le hicieron una cirugía de alto riesgo para descomprimir su cerebro estallado. Queda claro que Lotje, antes del ataque que le cambió la vida, ya era una mujer particular.
El núcleo inspirador de la película lo comienza a realizar ella misma, sola, con un iphone a los pocos días del ataque, apenas sale de un coma inducido.
No bien recuperó la conciencia o mejor apenas despertó de la operación, entró en pánico: no recordaba cómo hablar, cómo abrocharse la camisa, cómo usar el teléfono. Había olvidado el funcionamiento de las cosas más básicas y de las más complejas. Sin embargo una fuerza voraz habitaba en alguna parte de su cerebro dañado. Pidió que le enseñaran cómo usar su iphone y con él empezó a grabar lo que le sucedía: los balbuceos, las torpezas, los olvidos. Se grababa, quizá, para recordarse, para no sentirse tan sola en esa pesadilla a la que había despertado. Las primeras imágenes de ese registro muestran la torpeza de una principiante. La toma es vertical, se ve a una chica con una capucha negra levantando el pulgar derecho en señal de triunfo. La voz de Lotje arma una frase breve que necesita reafirmar con el registro del video. Se escucha “estoy viva”. Y parece que desde ahí, desde esa afirmación que no tiene ninguna obviedad, todo es posible. Son las palabras de una mujer que no va a rendirse ante su propio estupor y mucho menos ante su nuevo modo de estar en el mundo. Hay algo salvaje e intrépido en esas primeras tomas y en sus afirmaciones. No hay queja ni autocompasión. Todo tiene el tempo de una road movie vertiginosa que se expande sobre un cuerpo que sabe que está fallado o mejor, un cuerpo que ahora es otro. Hubo centenares de horas de grabación y meses de cuidadosa edición. Pasó así.
A los pocos días de empezar a grabarse con el teléfono con un destino más o menos incierto, Lotje pide que manden a llamar a una documentalista, a una en particular. Por supuesto no recuerda el nombre. Hace señas, dibujos, describe lo que recuerda de ella hasta que luego de mucho batallar, por fin logra darse a entender y puede hacer que contacten a quien buscaba. Se trata de Sophie Robertson, una prestigiosa y premiada documentalista, con larga trayectoria en la BBC y famosa por la potencia de sus películas, entre otras un documental sobre Victoria Beckham.
Con Sophie se comunicó Radar via Skype. También hubo intercambio de mails. Nos contó la génesis y el derrotero sorprendente de My Beautiful...: desde los registros con el iphone, pasando por una campaña de crowfunding en la plataforma Kickstarter, la decisión de usar efectos especiales para reconstruir creativamente el estado de confusión de Lotje, el atrevimiento de hablar con Lynch, la sorpresa de recibir su apoyo y el final privilegiado: la película lanzada por Netflix.
“Apenas me había cruzado una vez con Lotje en una reunión de trabajo –cuenta ahora a Radar Sophie Robertson–. De modo que realmente la conocí cuando la vi apenas salió del hospital. A pesar de que le costaba darse a entender, noté que era una persona de una inteligencia inusual y muy determinada. Parecía muy frágil pero en su determinación yo pude ver su fuerza. Ese mismo día grabé la primera entrevista y tomé la decisión de hacer junto a ella el documental, que en ese momento ninguna de las dos sabía que rumbo tendría. Yo le hice caso a mi instinto y me alegro de haberlo hecho”.
Sin una moneda, siguieron grabando durante un año sin pausa. Lotje con el celular, Sophie con otra cámara y a veces convocaba a una camarógrafa a la que dirigía en el trabajo cuando necesitaba tomar distancia. Desde casi el comienzo supieron que la película sería una producción independiente. No querían atarse a los requerimientos y tiempos de la televisión que podrían terminar con el control creativo sobre la película.
“Desde el inicio, se trató de un trabajo en colaboración. Ni por un instante se me cruzó la idea de hacer yo un documental sobre Lotje. Siempre fue una película que hicimos juntas. Lo que realmente sabíamos era que grabaríamos durante un año. En cuanto a lo demás, nos dejamos fluir sin estructura ni fronteras. Lotje siempre dijo que se sentía en una película de Lynch y por eso tratamos de grabar como él”.
En cierto momento, cuando se terminó el registro y tocaba editar y hacer efectos especiales y componer música, no había quién pusiese dinero. Por eso recurrieron al recurso autogestivo del crowdfunding. “Montamos el proyecto en la plataforma Kickstarter –cuenta Sophie– y muy pronto nos dimos cuenta de que había un público para la película que estábamos haciendo y funcionó.”
Todo el asunto tomó casi cuatro años. Uno de grabar, otro de recaudar fondos, otro de editar y recorrer festivales y finalmente el año del lanzamiento que vino de la mano del nombre de David Lynch. La película efectivamente fue promocionada como la última obra de Lynch y recién cuando se llegaba al comunicado de prensa, se descubría que él había sido el productor, en realidad un productor padrino, porque lo que aportó fue su nombre, invirtió en el documental poniendo su sello que abrió puertas, generó interés y eventualmente sedujo a los distribuidores finales.
“Lo contactamos a través de varios mails que encontramos por ahí. No sabíamos siquiera –confiesa Sophie– si alguno de esos correos era el correcto. Lo máximo que yo esperaba era una carta de algún asistente. Pero resultó que fue él mismo Lynch el que contestó con una larga carta a Lotje. Parece que el mail que ella le escribió realmente lo conmovió y desde el mismo día que contestó se mantuvo permanentemente en contacto a través de videoconferencias con Lotje. Parecía cautivado por lo que ella le contaba. Le mandamos un primer corte de la película, le gustó e inmediatamente accedió a darnos su apoyo. Fue un gran honor y una gran ayuda que accediera a poner su nombre. Creo que definitivamente su nombre hizo la diferencia, básicamente en términos de marketing”.
Los efectos especiales empleados en el documental para narrar el estado mental de Lotje fueron un punto cuestionado por la crítica, una decisión que puede entenderse como un recurso excesivamente enfático aplicado en la narración para dar cuenta de un estado mental alterado cuando el registro directo de Lotje y sus palabras parecen, en sí mismos, sin manipulación alguna, efectos especiales. Sin embargo, Sophie defiende el uso de estos efectos sin titubear. “Estoy totalmente de acuerdo con que Lotje es impresionante por sí misma, pero desde el principio no quisimos hacer una película que se tratase sólo de la recuperación de alguien, también queríamos poder describir el mundo nuevo en el que ese alguien había despertado. Elena Estevez Santos, a cargo del equipo de efectos especiales, captó muy bien lo que Lotje explicaba. Las dos queríamos poder explorar la idea de visualizar cómo es esa percepción alterada que Lotje empezó a vivir. Por supuesto no pudimos reproducirla exactamente, pero sí logramos crear una metáfora para que el público entendiera. Luego del estreno en Netflix, recibimos muchos mails de personas con epilepsia o que habían tenido un ACV, agradeciéndonos por haber logrado captar ese modo de percibir el mundo. A ellos les sirvió para poder transmitirles a sus amigos o parientes de qué se trataba lo que les pasaba. De modo que estamos muy contentas de haber usado esos efectos. Básicamente porque le hicieron bien a muchas personas”.
Las 150 horas de registro durante un año de trabajo encontraron la excelencia del editor Jim Scott para contar la historia en una hora y media. “Hacer sentir que la película es en realidad el seguimiento día a día en la vida de Lotje. Esa pulsión de la road movie que camina por un cuerpo aparentemente fallado. Ese logro hay que apuntárselo a Jim”, asegura Sophie.
Nick Ryan, compositor y director de sonido, cierra el pequeño pero eficiente equipo. “Él también padeció una lesión cerebral y probablemente eso hizo que pudiese captar con precisión y belleza el rumor dentro del cerebro de Lotje”, concluye Sophie.
My Beautiful… es el documental de una ficción lyncheana. Se puede entender la fascinación de David Lynch por el relato de la vida nueva de Lotje. La película podría haberse convertido en un documental inspiracional y sin embargo ella y Sophie crearon otra cosa. Un territorio visual cautivante, con un suspenso propio. Ya sabemos el final. La chica no muere. Lo que tensa la historia es cómo transcurre la vida entre la distancia de lo roto y hermoso: lo que la tensa es que no tiene final. Estado alterado, estado perpetuo de continuará.
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