Domingo, 21 de agosto de 2016 | Hoy
FOTOGRAFíA > PABLO AñELI
Llegó a Buenos Aires cuando era adolescente, desde Tandil. Empezó a trabajar en Humor y a partir de ahí hizo su camino por el periodismo gráfico argentino, en diarios, revistas y agencias de noticias. Pero el trabajo de Pablo Añeli no puede definirse sólo como el de un fotoperiodista. Su nueva muestra, Oficio de gallo, en el Espacio TEM, está integrada por fotografías tomadas entre 1997 y 2007 y también por dibujos y pequeñas piezas escultóricas en piedra y madera. Las imágenes, registradas en diferentes técnicas –incluso con cámara estenopeica–, cubren un arco que va desde Haití hasta Bolivia, desde Evo Morales en bicicleta hasta un grupo de empresarios negociando una licitación. Es difícil catalogarlas como fotoperiodismo porque ponen a prueba cualquier idea de documento: si algo revelan es la mirada de quien las capturó.
Por Mercedes Halfon
Pablo Añeli llegó a Buenos Aires a los diecisiete años de su Tandil natal, con una cámara que le había prestado su padre. La cámara era profesional porque su papá es fotógrafo social y es desde ahí, desde el laboratorio en la casa familiar tandilense, que nace su unión con la fotografía. Un gabinete de curiosidades donde las horas de un niño pasaban sin que se diera cuenta: “Entrabamos de día y salíamos de noche”, cuenta. Fue llegar a Buenos Aires y empezar a pasear por los lugares donde la gente, como él, también llegaba o se iba de viaje. Y fotografiarla. Las estaciones de Retiro y Constitución fueron los espacios donde hizo sus primeros disparos por cuenta propia y perdió el miedo a mirar a los ojos a través de un lente. Poco a poco lo que le devolvía el papel impreso empezó a gustarle, darle confianza. También se había hecho un laboratorio en su departamento de Buenos Aires, siempre fiel a la dimensión material de las imágenes y esa magia tan poderosa de las fotos cuando nacen, son reveladas.
Desde ese momento hasta la muestra que acaba de inaugurar en el Espacio TEM de la Fundación Tomás Eloy Martínez, pasaron muchas cosas que forjaron un camino y un oficio. ¿Y qué significa tener un oficio? Un modo humilde de hablar de alguien que ama la materia con la que trabaja. Pero esta materia en el caso de Añeli son las imágenes. Y no solo. La muestra llamada, justamente, Oficio de gallo está integrada por fotografías, pero también por dibujos y pequeñas piezas escultóricas en piedra y madera. Todos estos elementos dialogan construyendo un sentido que tiene que ver con esa fascinación por la materia y los modos de modelarla.
Después de su llegada a Buenos Aires, Añeli estudió publicidad y trabajó de cadete en una agencia. No tardó en darse cuenta que su interés en la imagen no venía por ese lado. Un poco espontáneamente empezó a sacar fotos en recitales de rock a los que iba y decidió llevarlas en una carpetita a una revista elegida al azar en el puesto de diarios, llamada Rock en blanco y negro. Aunque no conocía a nadie y nadie lo conocía a él, sus fotos fueron afines, entusiasmaron y comenzaron a publicarlo, pero en lo mejor del asunto, la revista quebró. Por suerte un reciente amigo del medio –Gonzalo Martínez, que no casualmente es hoy uno de los curadores de su muestra– lo recomendó para su primer trabajo importante en la revista Humor. “Ahí empecé a conocer el mundo de los fotógrafos, había un enorme archivo para consultar, veía el trabajo de los demás compañeros, fue de mucho aprendizaje”.
Añeli, que hasta hoy es una persona bastante movediza, apenas se abrió una vacante en otro lugar, dio el salto. En una recorrida sin prisa pero sin pausa por el periodismo gráfico argentino pasó por Atlántida, la editorial Perfil y el diario La Razón. Sus fotos, como él, también tenían una búsqueda por llegar más lejos, por ver qué había por descubrir. Él cuenta: “Cada medio tiene su forma. Estuve períodos cortos en cada uno, cuando veía que había una posibilidad nueva, me iba.” En el 96 entró a trabajar al diario Clarín y luego se pasó a la prestigiosa agencia Associated Press, que le permitió viajar por Bolivia, México, Haití y Panamá. Las fotos incluidas en Oficio de gallo fueron tomadas en estos dos medios, en un arco que recorre diez años, entre 1997 y 2007.
¿Qué hay entonces en estas fotografías? Eclécticas, poderosas, sugerentes, cada una abre y cierra un universo en un segundo. La muestra está integrada con técnicas diversas. Hay fotos analógicas, digitales y con cámara estenopeica; hay también en blanco y negro, y en color. En una nube apaisada se van mezclando las imágenes en la pared: bailarines del carnaval de Bolivia en medio de un estallido de humo flúo, empresarios desfigurados en medio de una licitación, un gallo caminando erguido delante de soldados apuntando con fusiles en Haití, Evo Morales andando en bicicleta. Es difícil catalogarlas sencillamente como fotoperiodismo cuando sus encuadres, el uso del color, sus técnicas, sus figuras, parecen estar poniendo a prueba cualquier idea de documento, de testimonio que de cuenta de una cosa o un lugar. Si algo revelan las fotografías de Añeli, es la mirada de quién las capturó. Hay en cada una de ellas, una tensión. Un hallazgo formal, una sorpresa de algo que está en el mundo, pero a la vez es casi ejecutado por el ojo que recorta una imagen de ese espesor.
Esta idea elástica del fotoperiodismo es llevada al extremo en la serie de cámara estenopeica. Añeli cuenta de su elección por este método de registro: “La búsqueda surgió a partir de todo lo que me produjo la llegada del mundo digital a la fotografía. Es una respuesta mía a eso. Una vuelta a las bases y el origen de la fotografía. Empecé con esta técnica que es mucho más lenta, poco precisa y por eso menospreciada, pero no con los temas para los que habitualmente se la usa. Me lo tomé como una revancha. Porque ¿por qué tengo que hacer yo las fotos en digital y con la última cámara que propone el mercado? ¡No! Si ya no dependo de eso para vivir, porque el laburo en los medios lo dejé, entonces no hay ninguna necesidad de estar con la última tecnología. Hago con lo que yo quiero: formato, técnica y tiempo”. Lo singular de la elección de Añeli es que algunos de los temas que captura son los que le quedaron de su trabajo en medios: partidos de fútbol, como la foto “Boca-Vélez”, un cuadrado reticulado de un policía y globos. Mientras sus colegas están con unos lentes gigantes y veloces, él llega con la estenopeica, un método totalmente ineficaz e inapropiado, a encontrar de esa manera un resultado mucho más complejo de lo que a primera vista puede pensarse. Imágenes que acercan la realidad a lo pictórico.
Por último, pero no por eso menos importante, también con estenopeica fue el registro de la colocación de la piedra movediza de Tandil. Añeli siguió este proceso de construcción de la réplica (de la piedra legendaria que se cayó en 1912) y luego colocación de la misma. Algunas de las fotos de ese ensayo fotográfico están en Oficio de gallo. Y es que el retorno a la ciudad donde nació –es ahí donde reside junto a su familia desde hace unos años– tenía que ver con la reposición de algo movedizo. Algo que quizás nunca se deje de mover.
La muestra tiene además dibujos hechos con cámara lúcida, sellos hechos con madera de alambrado y pequeñas esculturas hechos en piedra con formas animales. La sólida piedra, la base de cualquier construcción, está en la obra de Pablo Añeli, atravesando los formatos. Y también la idea del sello, lo que imprime, lo que es revelado, la dimensión material de la fotografía circulando en todas las piezas que se pueden ver. El amor por la materia, lo que nutre un oficio.
¿Y los gallos? Para cerrar, una anécdota vinculada a esa palabra, de boca del mismo Añeli: “Hace mucho tiempo Enrique Sdrech tenía una página semanal en el diario Clarín sobre jubilados. Personas que habían hecho algo toda su vida y no habían sido reconocidos. Él iba a hacer una nota con algún fotógrafo y era recibido con mucho afecto y cariño, ya que era casi una celebridad por su programa de TV. Los familiares de los que entrevistaba le enviaban cartas y él elegía uno por semana. La cosa es que una vez me tocó ir con él a la casa de una señora que pintaba y hacia cosas en cerámica, tenía las paredes llenas de objetos y pinturas. Cuando terminaba la nota, en general los entrevistados preparaban comida o algo para tomar, era como una fiesta. La señora quería que nos quedáramos a comer y Sdrech siempre era muy amable pero al rato había que irse. Entonces la señora le dice: ‘Antes de irse, acépteme este retrato que le hice’ y saca un cuadro enmarcado con un retrato de él. Sdrech agradecido y emocionado. Yo al lado mirando la situación. La señora, sin tener prevista mi presencia me dice ‘y para el fotógrafo –mientras miraba las paredes a ver qué me podía regalar– este gallo. El gallo del amor’, descolgando de una pared un gallo de cerámica. Volvimos al diario. Él con el cuadro y yo con el gallo. Cuando llegamos lo colgué de mi casillero de ahí. Todos me preguntaban qué era ese gallo y yo les decía: es el gallo del amor, no molesten. Así que cuando alguien veía un gallo le sacaba una foto y me la daba. El gallo se fue llenando de fotos alrededor.” Y así sigue hasta el día de hoy.
Oficio de gallo, en Espacio TEM de Fundación Tomás Eloy Martínez, se puede visitar hasta el 22 de setiembre, de 15 a 19, en Carlos Calvo 4319.
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