Domingo, 21 de agosto de 2016 | Hoy
FAN > UN MúSICO ELIGE SU CANCIóN FAVORITA: IGNACIO MONTOYA CARLOTTO Y LOS TRES DESEOS DE SIEMPRE, DE CARLOS AGUIRRE GRUPO.
Por Ignacio Montoya Carlotto
Diciembre de 2001. Para narrar esta anécdota es necesario referir a una costumbre, que fue trazándose de a poco en uno de los tantos puntos de encuentro que solemos tener los músicos, una mezcla de sala de ensayo, estudio de grabación y casa particular. Lugar que tenía gala de poseer una óptima terraza con una no menos imponderable parrilla, que permitía a su vez el rito que sostenía allí apostados por más tiempo a los que estaban grabando, ensayando, editando alguna música o bien a los ocasionales moradores de la casa y era responsable de la invitación a cuanto músico hubiera por ahí, los que de a poco fueron consumándose habitúes de ese mirador. Tal es así que con la desusada puntualidad de un reloj inglés y una infalibilidad poco menos que religiosa, se congregaban en este lugar músicos de todo tipo, los que vivían en la capital, o bien los que no eran de allí pero entablaban alguna relación de amistad con los dueños de casa, gente muy dada a tales buenos tratos.
Muchos de estos músicos fueron durante un tiempo desconocidos para mí, pero con las periódicas reuniones fui descubriendo muchos artistas que serían luego los hacedores de los discos que he retomado con insistencia incansable a escuchar una y otra vez.
Esta ceremonia de encuentro, tal como debe ser, era por demás simple: cuando el reloj rondaba las 21 de los viernes comenzaban a hacerse presentes variados sujetos, vino en mano y con algún suministro que pudiera ser parte de la cena. Esta pauta marcaba el exceso de población y el lugar incitaba consecuentemente a la finalización del trabajo que se estuviera realizando, cosa sabida de antemano por todos. La cantidad de comensales variaba según la gente que se encontrara trabajando, o bien quienes moraran la casa como ocasionales visitantes. Durante la comida las conversaciones deambulaban por múltiples andariveles, aunque siempre todas las miradas reparaban entre las bambalinas del mundo interno de la música, los pormenores de las giras, los ensayos, las grabaciones; supe por primera vez de músicos como Djavan o Gismonti, además como en algunas capitales importantes los músicos que estaban de gira con diferentes artistas estaban al tanto ya de lugares para encontrarse a tocar, de anécdotas y tantas otras cosas; siempre sustentado con la escucha de aquel artista de quien se hablase porque los dueños de casa poseían una discoteca de magnitudes considerables. Así se repetía viernes a viernes, la misma secuencia, con un aditamento extra impostergable como el encuentro mismo. En el pináculo de la conversación, las disputas de géneros y el anecdotario que no dejaba de maravillar, el vino hacía lo suyo y todos se aferraban a sus instrumentos como intentando apaciguar los ánimos y la música fluía, con lo cual ingresábamos así en un terreno indefinido el que conducía ya al final de la velada, con una sensación que adivinaba una cantidad de músicos, descubiertos sobre la mesa, que parecía no tener fin ni cuenta.
En uno de los encuentros, quizás el que obtuvo el anecdotario más frondoso y tupido en cuanto a referencias que indicaban calidades y maravillas que podía concebir tal o cual intérprete, de sorpresas mías al ver un mundo poblado de músicos con capacidades poco menos que extraordinarias y prodigiosas, en el medio de una tormenta de datos, escuchas, ejemplos, risas y lamentos; uno de los dueños de casa lanzó la noticia: en su último viaje a su Santa Fe natal había llegado hasta Paraná y traído desde allí un disco recientemente editado de un músico llamado Carlos Aguirre, del que yo no tenía ningún dato, pero parecía (por las expresiones de los demás comensales) ser el único ignorante del tal nombre. “Si”, dijo, “el disco de la semillita, el blanco, hace poco lo editaron”. Nos trasladamos rápidamente a la planta baja para poder escuchar en los monitores de la sala esa grabación y así, en una noche de viernes, oímos por primera vez el disco Crema (2000) del grupo de Carlos “El Negro” Aguirre, y fue también la primera vez que las conversaciones cesaron abruptamente, y tras haber pasado el último tema del disco todos nos llamamos a silencio. Pasados unos instantes sin saber que más decir, comenzamos a hablar de fútbol.
Este disco nos acompaña a muchos y lo recordamos primero por la música y lo denominamos (entre los amigos y sin anuencia del autor) por las características de su arte, una semilla puesta dentro del pack y un arte original en cada copia que consta de unos trazos hermosos de Pamela Villarraza que son únicos en cada disco, es el inicio de una trilogía que es diferenciado el color de cada tapa. Continúa en los años siguientes con el disco Rojo (Shagrada Medra, 2005) y Violeta (Shagrada Medra, 2008). Como suele suceder en los que usamos el rito del disco aún, al iniciar Crema en el reproductor, hemos muchos quedados atrapados por la primera canción: “Los tres deseos de siempre”. De allí en adelante, todo el viaje es altamente recomendable.
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