TEATRO
La historia sin fin
Con un ojo en el barroco español y otro en los bombardeos a Plaza de Mayo del ‘55, El Siglo de Oro del Peronismo –el nuevo espectáculo de Rubén Szuchmacher– reflexiona sobre dos drásticas evidencias del ser nacional: la omnipresencia política del peronismo y la pasmosa facilidad con que el presente argentino actualiza los pasados más conflictivos.
Por Laura Rosso
Un ríspido intercambio verbal entre dos diputados nacionales durante la transmisión televisiva de una Asamblea Legislativa fue el disparador que impulsó a Rubén Szuchmacher a concebir El Siglo de Oro del Peronismo, un espectáculo que combina dos obras, Comunidad Organizada (escrita por el propio Szuchmacher en colaboración con Marcelo Bertuccio) y Casa con dos puertas mala es de guardar (de Pedro Calderón de la Barca), cuyo estreno está programado para el 5 de marzo en el teatro El Otro Lado. Las dos obras se presentarán simultáneamente en las dos salas con que cuenta el teatro.
La idea surgió de los sucesos del 19 y 20 de diciembre. Por esos días, Szuchmacher se había convertido en un adicto a las transmisiones desde el Congreso: “Me gustaba ver las asambleas como situación dramática. Recuerdo que un día, en una sesión, el diputado Roggero le gritó a Pernasetti el epíteto ‘gorila’. Me pregunté en ese momento, con todo lo que había sucedido en el país, con lo que había sido el período menemista y la caída de De la Rúa, qué significaba decirle ‘gorila’ a alguien. De algún modo, esa palabra funcionó como un disparador muy fuerte de cosas que yo tenía acumuladas, y que me interesaban tanto desde lo teatral como desde lo político, lo social y hasta lo imaginario. Nació ahí el deseo de meterme con el tema del peronismo: el primer peronismo, el de los años ‘50”.
Peronismo-antiperonismo: en esa oposición había algo que a Szuchmacher, acaso para intentar superarla, le interesaba desarrollar en términos teatrales. “El país construye su política desde esos polos: se es gorila o se es peronista, se es de River o de Boca, de Central o de Newell’s, de los Rolling o de los Beatles. Un tipo de pensamiento que parece no poder superarse. Y apareció, al mismo tiempo, una reflexión sobre la historia del país. Un país en el que nada deviene histórico: los hechos acontecidos en el pasado están presentes todo el tiempo ahora, en la actualidad. La sociedad no llega a cristalizarlos, con lo cual hay una especie de carga en la ciudadanía que hace que la polémica pueda estallar en cualquier momento: Moreno-Saavedra, por ejemplo, o Sarmiento-Rosas. Se discute con tanta vehemencia que esas dicotomías parecen actuales. Me parece que las sociedades tienen que poder cerrar sus etapas para poder pasar a otras. Lo notable, además, es que son discusiones inútiles, porque ni modifican el pasado ni dan cuenta de lo que pasa en el presente. Es la sociedad la que no puede cerrar sus capítulos.”
Así, Szuchmacher emprendió un exhaustivo trabajo de investigación sobre el peronismo, basándose en la lectura de producciones teóricas y ficcionales: “Descubrí con cierto pavor que el teatro no se había metido con la época que va del ‘45 al ‘55. Salvo la Eva Perón en la Hoguera de Leónidas Lamborghini o la Eva Perón de Copi, son muy pocas las obras que tocan el imaginario de ese primer peronismo. El avión negro, la pieza que Cossa, Rozenmacher, Somigliana y Talesnik escribieron en los años ‘70, toma la situación de la vuelta de Perón al país después del exilio, pero se sitúa en un momento posterior”.
Casa con dos puertas..., por otra parte, fue elegida por su enorme nivel de malentendidos. Comedia de tema amoroso, la obra de Calderón permitía, también, explotar el modo barroco de actuación con el que el grupo de actores había estado trabajando y contraponerlo con el realismo de Comunidad Organizada, aprovechando que son los mismos actores los que trabajan simultáneamente, y para públicos distintos, en una y otra obra: “La forma barroca de actuación es una forma que se empezó a perder a partir de los años ‘60, con la introducción del stanislavskismo y la ‘verdad’ en la escena. A mí siempre me interesó rescatarla, claro que eliminando lo arcaico, todo lo que tiene de pasado de moda. Hay una cuestión energética muy importante; es una forma que se sostiene absolutamente desde el texto: pura materia textual, lingüística, imposible de naturalizar, como en la tragedia griega. Nos interesó indagar ese sostén y no los sostenes físicos, emotivos o psicológicos (de mayor subjetividad), que subordinan cualquier instancia textual. Con el barroco no hay modo de que eso suceda; la forma está muy clara (está en verso) y la palabra es lejana. Es un clásico español, y el idioma en el que está escrito –próximo y remoto a la vez– no tolera ninguna coartada coloquial”.
Comunidad Organizada fue pensada y escrita para que los actores la interpretaran en los “huecos” dejados por la obra de Calderón. Los dos espacios –configurados por Jorge Macchi– se comunican por un juego de puertas que permite el rápido desplazamiento de los actores entre un escenario y otro.
Szuchmacher aclara que la obra no se propone como teatro histórico. Más bien le interesa ver cómo en el discurso va circulando la ideología de la época. El material rastreado en la investigación fue trabajado por los actores y los autores, y las improvisaciones funcionaron como materia prima del texto, que “fue escrito a partir de lo que íbamos investigando, lo que proponíamos como improvisación, lo que Marcelo elaboraba. La consigna fue preguntar, en los ámbitos familiares de cada uno, cómo había sido la vida cotidiana durante el peronismo. En una reunión, mi hermana recordó que la muchacha que trabajaba en casa (una casa de comunistas) le pidió permiso a mi madre para llevarla al velorio de Evita. Así que mi hermana se encontró a los ocho años en medio de una muchedumbre y una experiencia histórica única. Y rescaté también una frase de mi padre cuando el golpe del ‘55: ‘Éstos no son mejores’, dijo. Nos interesó rescatar de una manera crítica el estrago de la ideología en la vida cotidiana. Una opción que rechazamos fue enfrentar a personajes antagónicos reconocibles como Eva y Victoria o Borges y Perón. Es como seguir con la dialéctica River-Boca, que me parece paralizante. Mi idea es intentar un texto que supere ese modelo, ponernos por fuera de ese juego de descalificaciones, que la obra no se gorilice ni se peronice”.
Al llegar al teatro, el público que asista a El siglo de Oro del Peronismo será dividido arbitrariamente en dos grupos. A unos se les entregará un escudito peronista –les tocará ver primero Comunidad Organizada–; los demás, que recibirán un escudito de la corona de España, empezarán viendo Casa con dos puertas... “La aventura va a ser aleatoria: en el intervalo el público se cruza –cambia de sala– y todo vuelve a empezar”. Szuchmacher reconoce algo “cortazariano” en este procedimiento, pero aclara que no es el espectador quien decide qué obra ver primero. Y agrega que los registros del espectáculo difieren considerablemente según el orden en que se vean las obras.
Las dos tienen tres actos. Pero a diferencia de la obra de Calderón, las tres partes de Comunidad Organizada no tienen una continuidad temporal. El primer acto tiene lugar un día cualquiera de noviembre del ‘54, en momentos en que el enfrentamiento entre Perón y la Iglesia era muy fuerte; el segundo acto ocurre en la víspera del 16 de septiembre del ‘55; el tercero, un día de comienzos del ‘56, tras la caída de Perón, en pleno gobierno de la Revolución Libertadora. Los personajes de Comunidad Organizada son los integrantes de una compañía teatral –que interpretan precisamente la obra de Calderón– y se sitúan en la trastienda a la que dan los camarines del teatro.
Cierto amor a Brecht resuena en el efecto distanciador que induce el idioma de los personajes, típico de los años ‘50, en esos actores vestidos con trajes del Siglo de Oro. “Yo me crié leyendo a Brecht”, dice Szuchmacher. “Fue mi ídolo infantil. Más allá de mi adhesión ideológica a su teatro, Brecht fue un personaje de mi imaginario que me constituyó.”
Después de tres años de trabajo, Szuchmacher tuvo que comprar la sala para que el proyecto no se cayera. Sólo así consiguió estrenar El Siglo de Oro del Peronismo: “Lo que me gusta del espectáculo es que está pensado por fuera de toda la problemática que se está planteando en el teatro porteño. Es ajeno a la moda teatral del momento, ajeno al modo en que hoy se construye un texto y ajeno, también, al canon que se instaló en los últimos años. Propone un entretenimiento, y yo aspiro a que transitarlo sea una experiencia placentera. Me gusta ir a contrapelo de las modas, y como en este momento no soy hegemónico me lo puedo permitir. A tal punto estamos afuera de esa hegemonía que sólo recibimos un subsidio de 5 mil pesos de Proteatro, que cubre apenas el 25 por ciento de la producción. El resto lo puse yo. Las instituciones extranjeras, los festivales internacionales y hasta el Instituto Nacional de Teatro nos negaron su apoyo. Lo cual es penoso, pero al mismo tiempo nos da la más plena libertad: podemos realizar una obra sin otro condicionamiento que el de nuestro propio deseo”.