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Domingo, 31 de marzo de 2002

CICLOS

El conspirador infradotado

Antes de inmortalizarse como el demente Mr. Bean, Rowan Atkinson supo mantener en vilo a toda Inglaterra con la serie The Black Adder, donde recreaba la historia de Inglaterra con negrísimo humor, mezcla de Armada Brancaleone con Monty Python. A partir del próximo martes, el BAC emitirá semanalmente los capítulos de esta serie imperdible.

Por Horacio Bernades
Es mentira que Ricardo III haya sido un perverso de porquería. Ni siquiera tenía joroba. Se trataba, en realidad, de un tipo macanudo, que aquella noche que subió a la torre de palacio no fue para asesinar a sus sobrinos, sino para jugar con ellos (a quienes amaba) con uno de esos puñales retráctiles de juguete. El que le hizo pisar el palito a Shakespeare, convenciéndolo de todas esas patrañas, fue el mentiroso de Enrique IV de Tudor, sucesor en el trono del pobre Ricardo y uno de los grandes mitómanos de la historia inglesa. Ricardo no era un tipo oscuro, obsesionado por “el invierno de nuestro descontento”, sino un hombre de lo más feliz, que aquella vez habló en verdad del “verano de nuestra alegría” (the summer of our sweet content). Y cuando ofreció su reino por un caballo, luego de la batalla de Bosworth, no fue porque quedara atrapado entre sus enemigos, sino simplemente porque no quería volver a casa a pie. Todo esto queda demostrado en los primeros minutos del episodio inicial de The Black Adder, mítica serie inglesa que por primera vez se presentará en Argentina a partir del martes próximo (ver datos al pie). Reescritura en clave paródica de cinco siglos de historia inglesa, The Black Adder empezó a emitirse por la BBC en 1983, y tuvo tanto éxito que sus creadores tuvieron que escribir tres ciclos más hasta fines de esa década, además de tres especiales intercalados. Cada temporada consta de seis episodios de media hora de duración, y lo que se verá en el British Arts Centre a partir del martes es la primera temporada. Será la apertura para una completísima retrospectiva dedicada a Rowan Atkinson, el genial cómico que, antes de hacerse célebre con su personaje Mr. Bean –ese tipo que, sin decir una palabra y sin querer, es capaz de desatar los peores cataclismos–, ya había empezado a generar los primeros fanatismos con su revisión de la historia inglesa. En el curso de la serie desfilaron, al lado de Atkinson, nombres eminentes del cine y el teatro británicos, desde Miranda Richardson hasta Stephen Fry (recordado por su personificación de Oscar Wilde en cine), pasando por Robbie Coltrane (el gigantón de Harry Potter) y Colin Firth, además de comediantes tan exquisitos como Hugh Laurie y Tim McInnerny. Aquellos a quienes les pique el bichito y se queden con ganas de más, a no desesperar: el BAC promete emitir las tres partes restantes de The Black Adder a lo largo del año.

EL RETRETE DE LA HISTORIA
The Black Adder (“La serpiente negra”) es el seudónimo que se asigna el príncipe Edmundo, segundo hijo de Ricardo IV y duque de Edimburgo (el propio Atkinson) cuando decide pasar a la historia como conspirador siniestro y maquiavélico. En realidad, Edmundo –cuyo único cargo público será el de Guardián de los Retretes Reales– duda un segundo antes de elegir seudónimo. Lo de “negro” lo tiene claro, pero no está muy seguro de qué cosa negra. Piensa y arriesga: The black... vegetable? (“¿La hortaliza negra?”). Baldrick, su no muy brillante aunque fiel escudero, lo convence de que, si se trata de infundir temor, “serpiente” sería más apropiado que “hortaliza”.
Hay algo de La armada Brancaleone en The Black Adder, no sólo por la idea de hacer pasar los grandes hechos históricos a través de sus figuras más ineptas y risibles (lo cual no es tan distinto de lo que ocurre hoy en la realidad, en Argentina y en el mundo) sino por la puntillosa fidelidad, muy inglesa por cierto, a esos mismos hechos. La primera temporada se extiende de 1485 a 1489, y en el curso de sus seis episodios desfila la materia misma de la historia británica y el medioevo tardío. Esto es, una larga serie de conspiraciones, intrigas palaciegas, odios familiares, disputas dinásticas, crímenes, guerras entre la espada y la cruz, oscuras maniobras eclesiásticas, matrimonios por interés, pestes y supercherías. Ytodo en sólo tres horas, escandidas en el clásico formato de media hora, propio de toda sitcom televisiva.
Hay también algo de los Monty Python en esta revisitación blasfema de lo que se supondría más “respetable” de esa historia (que lleva a los guionistas a meterse incluso con el intocable Shakespeare, sobre todo en el episodio de apertura) y en el frecuente recurso al absurdo, como cuando el infradotado Edmundo decapita al rey por error, o cuando las tres brujas shakespeareanas se equivocan en su augurio y profetizan un erróneo sucesor al trono. A lo largo de la serie, Atkinson y su coguionista Richard Curtis (quien más tarde estaría detrás de las comedias que marcaron el regreso británico a los primeros planos del género, desde Cuatro bodas y un funeral hasta El diario de Bridget Jones, pasando por Notting Hill) avanzan a razón de una centuria por temporada, siempre con Atkinson encarnando a algún nuevo descendiente de la dinastía Blackadder.

LO COMICO-HERÉTICO
Quienes estén entrenados en el humor mudo, físico y naïf de Mr. Bean tal vez experimenten cierto desconcierto ante el estilo de The Black Adder, cuya comicidad se basa en el diálogo, la referencia paródica y una negrura impensable en ese niño grande que es Bean. Si bien es verdad que un adulto como Bean –que duerme abrazado a su osito de peluche y suele hacer festivo uso de la maldad infantil– es demasiado neurótico para ser ingenuo, el príncipe Edmundo subvierte el canon televisivo con un derroche de crueldad y maquinaciones, no por desencaminadas menos siniestras. La visión histórica que se desprende de The Black Adder es de un realismo sucio e implacable, que no teme volverse herético, como ocurre en “El arzobispo”, tercer episodio de la primera temporada. Ya han muerto tres prelados de Canterbury, y todas las sospechas apuntan hacia Ricardo IV, cuyos intereses chocan a muerte con los de la iglesia. Vacante el puesto de arzobispo, el rey nombra en ese cargo a su hijo Edmundo. Lo cual entraña un comentario histórico nada benévolo (el rey podía elevar a la más alta jerarquía eclesiástica a quien se le antojara) y una perversidad familiar que atraviesa toda la serie. El rey tiene dos hijos: Harry, su favorito, y Edmundo, a quien desconoce hasta el punto de no saber ni siquiera cómo se llama. De ahí que se refiera a él como Edna, Edwina o Enid (todos nombres de mujer).
Al erigir a su hijo bobo como nuevo arzobispo, lo que hace el rey es ponerlo primero en la lista de futuros asesinados. En su nuevo puesto, lo único que le interesa a Edmundo son los negocios clericales. “Los más lucrativos son las maldiciones, las bulas, las reliquias y las ventas de monjas para favores sexuales”, le informa el fiel Baldwick. “¿A quién le interesaría comprar una monja para eso?”, pregunta sorprendido el nuevo arzobispo. “A otras monjas, por supuesto”, dice Baldwick, antes de desplegar ante su amo el entero catálogo de reliquias eclesiásticas, que incluye el sudario de Cristo y órganos arrancados a miembros del clero. Entre ellos, un buen par de tetas, que alguna vez pertenecieron a una devota monja. Unas escenas más adelante, el arzobispo será sorprendido mientras se las prueba.
A quienes vayan al BAC, se les recomienda no pecar de ansiosos y no levantarse antes de los créditos, porque éstos incluyen varios chistes de último momento. Como la proclama en tono rimbombante, cual si se tratara de un nuevo y extraordinario proceso óptico: “Filmada en gloriosa TeleVisión”. Pensándolo bien, hablar de gloria no resulta tan exagerado en este caso.

”The Black Adder” se emitirá, con subtítulos en castellano y entrada libre y gratuita, en la sede del BAC (Suipacha 1333), desde el martes 2 hasta el viernes 19 de abril, a las 18 horas.

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