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Domingo, 31 de marzo de 2002

MúSICA

Un chicle de los buenos

Cuando apareció fue como una tromba, a pesar de su pasado como estrellita pop de cabotaje en Canadá. Se desinfló con el segundo disco. Y, cuando ya nadie daba un peso por ella, Alanis Morissette ha logrado incendiar a unos cuantos machistas con su nuevo disco, Under Rug Swept. Sepa qué se trae bajo la manga la pervertida preferida del alt.pop.

Por M. E.
No era su debut como cantante, pero sí la primera vez que se presentaba fuera de Canadá, en 1995. Fue un terremoto. En el video, el pelo larguísimo le tapa la cara, no exhibe un centímetro de piel ni usa ningún método predecible de seducción femenina. Y se la nota furiosa. La canción es “You Oughta Know” y en ella Alanis Morissette reclama, exige, rabia: “Fue una cachetada lo rápido que me reemplazaste / ¿te acordás de mí cuando te la cogés? / Cada vez que le rasguño la espalda a otro espero que lo sientas / ¿Ella es pervertida como yo? ¿Te la chuparía en un cine?”
Lo que pasó después de esa canción y ese primer disco (Jagged Little Pill) era predecible: hacía mucho que ninguna chica ocupaba ese lugar y la identificación fue instantánea. El álbum vendió millones, y Alanis se convirtió en una estrella. Al mismo tiempo se supo que en su adolescencia había sido un blando producto pop canadiense, más cercano a un engendro estilo Debbie Gibson que a uno modelo Britney Spears, pero se le perdonó. Su reconversión en heroína alternativa daba para pensar en una nueva estrategia comercial, pero por lo menos había ahí una mujer bocasucia, que se reinvindicaba sexual, que no era bellísima y que vendía muchísimos discos. También se supo que el disco había sido coproducido por un fabricante de éxitos, Glen Ballard, y hubo más tufo a negocio. Pero se le perdonó también: las letras las escribía ella, después de todo. Con sospechas de prefabricación y todo, era lo más parecido a una chica normal que lograba ser estrella. Eso era suficiente.
Después, todo se puso aburridísimo. Alanis empezó a madurar de la peor manera posible: renegó de su éxito y la “sobreexposición”, empezó a hablar de reconciliarse con su cuerpo, citó con suma vaguedad filosofías orientales y viajes iniciáticos a la India y, tres años después del gran éxito, editó un álbum llamado Supposed Former Infatuation Junkie que empezaba dando gracias. Sólo se podían esperar de ella discursos de autoayuda y reconciliaciones consigo misma y el género masculino. En fin, de angry young female a chica new age, Alanis ofrecía un disco con muy pocos logros, salvo las canciones como “Unsent” y “So Pure”. La edición posterior de un Unplugged para MTV aumentó la sensación de promesa trunca.
Entretanto, las compositoras a las que podría haberles abierto una puerta (Fiona Apple, P.J. Harvey, Ani Di Franco, Liz Phair) no consiguieron acceder a lo masivo. Y, mientras tanto, la escena del pop empezaba a superpoblarse de estrellas clonadas en discográficas, sólo interesantes para medir el grado de producción en serie de la industria y cargadas de un conservadurismo que obligó a reconocer –por fin y con justicia– que Madonna era la artista más completa, arriesgada y consistente del pop.
Hoy son tiempos de Britney, Christina Aguilera, Mandy Moore, Beyonce Knowles, Shakira: mujeres que quieren pasar su vida con un solo hombre (léase príncipe azul) y que, a pesar de todas las señales confusas y paradójicas (¿cómo es posible que Britney, con sus serpientes enroscadas, su peligroso ombligo y sus súplicas de esclavitud insista en la integridad de su himen?), envían un mensaje más que clara: están ahí para ser deseadas y seducir, pero Dios nos guarde de imaginar que en la vida real cometen el pedestre acto sexual. En este contexto hipócrita aparece el nuevo disco de Alanis Morissette. Sus únicas competidoras (siempre manteniendo el criterio de aquello que es masivo) son Macy Gray y Nelly Furtado, que a esta altura merecen ser calificadas de fiasco, sobre todo Nelly que en su irritante perfección se compara con pajaritos (“I’m Like a Bird”). Alanis, en la que nadie confiaba a esta altura, tampoco es la salvación femenina del pop (o del alt-pop, para usar una categoría tediosa pero más precisa). Hoy por hoy es de las pocas que se animan a declarar que no tiene ganas de casarse, que ya pasó los veintisiete y gusta de experimentar con amantes y se da el lujo de patalear un poco más que Macy Gray, que sólo ronronea cuando sus novios de una noche no la llaman por teléfono (“Why Didn’t You Call Me”). Under Rug Swept (“Barrido bajo la alfombra”), el disco de la Morisette recién editado en Argentina, no descubre oro pero es un alivio. Abre con “21 Things I Want in a Lover”, una canción con base de guitarra casi de hard rock que enuncia las cualidades que Alanis prefiere en un hombre. La lista desliza alguna que otra tontería, como cualquier lista privada de cualquier mujer, sólo que ella se anima a sacarla de las páginas de su diario íntimo. Las cualidades valoradas también son ingenuas, y eso la humaniza. Alanis quiere que su hombre sea a la vez femenino y masculino, que esté en contra de la pena de muerte, que sea desinhibido en la cama, que se anime a experimentar y más de tres veces por semana. También pide cosas más propias de una terapia, como que “se ponga contento con los éxitos ajenos”. Y enseguida asegura qué significa para ella no tener apuro: “Puedo esperar para siempre / no estoy ansiosa porque me gusta estar sola / mientras tanto, viviré como si no hubiera mañana”. Esa misma seguridad se rompe en pedazos un par de canciones después, con “So Unsexy”, donde admite ser víctima (en grado más inquietante) del mismo síndrome que Macy: “Puedo sentirme tan poco atractiva para alguien tan hermoso / tan poco amada por alguien tan fantástico / tan aburrida para alguien tan interesante / tan ignorante para alguien tan inteligente / Te olvidás de llamarme y me desinflo / mis pequeñas defensas no logran reconfortarme / me soltás la mano y quedo devastada”.
La dualidad y la confusión hacen interesante el disco. Pero nunca tanto como en “Hands Clean”. Con un estribillo que iguala cualquiera de sus primeros hits, devela algo que todo el mundo sospecha: las estrellas adolescentes tienen sexo con maduros directivos de discográficas o productores. Lo mejor de la canción es que no se trata de una “denuncia”: Alanis no se victimiza. Dice, por ejemplo: “Esto puede ser problemático / pero no puedo decir que me importe / no le cuentes a todo el mundo / para que no pase a mayores este supuesto crimen”. Tampoco defiende a ese señor mayor que no nombra, respetando un pacto de silencio. Simplemente, parece decir, es lógico que a él le gustara acostarse con una adolescente que lo admiraba, y que a la adolescente la halagara ese interés. No hay buenos y malos, ni abusos de poder. O, por lo menos, no hay abusos de poder que dejen daños permanentes.
Un buen síntoma es que Under Rug Swept volvió a lograr que algún crítico varón se irrite. Brad Cawn, en su comentario para cdnow.com, escribió: “A medida que avanza el álbum, sus cáusticas diatribas contra los hombres se vuelven difíciles de digerir”. Son los mismos críticos a los que no ofende que Eminem cante cómo asesinar a su ex mujer, porque eso sólo estaría expresando “la frustración del hombre blanco y la violencia internalizada en la cultura norteamericana”. Sin embargo, se atragantan cuando una mujer señala que, bueno, algunos hombres se portan como el culo con ella. En rigor, la única diatriba evidente del disco es la canción “Narcissus” (hay otras como “Surrendering” que directamente exalta las virtudes de otro joven). Alanis no es Lorena Bobbit: sólo señala que algunos de los caballeros que pasan por su vida dejan que desear. Y, sin embargo, eso basta para que algunos críticos la definan como feminista (como si se tratara de una posición radicalizada, además) cosa bastante sorprendente porque lo más probable es que las feministas consideren sus ataques al patriarcado como tibios en el mejor de los casos. Tal es el estado de cosas en una escena pop que se revela cada vez más reaccionaria.
Under Rug Swept está plagado de líneas y palabras complicadas, ambiciones pseudointelectuales y autoanálisis obsesivos, pero Alanis logra otra vez, como en su primer disco, que sea fácil identificarse con ella y tararear sus melodías. Y siempre es preferible una artista que provoque, irrite u obligue a alguna reacción, si además puede ofrecer canciones pegadizas, chicles que mantienen su sabor, en lugar de gomas apenas edulcoradas que exigen ser escupidas en cuestión de segundos.

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