Domingo, 23 de mayo de 2004 | Hoy
LIBROS
Pantallas que emiten mentiras. Una oficina de inteligencia destinada a crearlas. Un país oscuro quegobierna el mundo. ¿2004? No: 2014 en Lies, Inc., la increíble novela de Philip K. Dick que acaba de salir a la luz.
Frase Número 1: “Las computadoras SubInfo
pertenecientes a Mentiras Inc. habían sido sorprendidas por un mecánico
de mantenimiento ejecutando lo que, sin dudas, era una función inapropiada
para ellas. La computadora Subinfo número 5 había transmitido
una información que no era una mentira”. Frase Número 2:
“Sabemos que hay cosas que sabemos; también se sabe lo que no se
sabe; es decir, que sabemos que hay cosas que no sabemos, pero también
hay cosas que no sabemos que no las sabemos. Y éstas son las cosas más
difíciles de todas las cosas”.
La Frase Número 1 es ciencia-ficción y son las palabras con las
que abre Lies, Inc., novela hasta ahora –más detalles adelante–
publicada por primera vez en 1964, descatalogada hace muchos años, y
hasta ahora jamás editada según las intenciones de su autor. La
Frase Número 2 es no-ficción y –aunque usted no lo crea–
son las palabras textuales pronunciadas no hace mucho por Donald Rumsfeld, secretario
de Defensa del actual gobierno de Estados Unidos de América durante una
de sus habituales intervenciones mentirosas en la sala de prensa de un edificio
con forma pentagonal y temperamento belicoso.
Ambas frases comparecen aquí como prueba innecesaria –pero prueba
pertinente– de que vivimos tiempos extraños: las palabras de Rumsfeld
no estarían de más en una novela psicotrópica y paranoica
de Philip K. Dick; y las computadoras de Bush Co. –llámense Subinfo
o no– funcionan sin problemas y mienten cada vez mejor.
Bienvenidos al presente...
Falso ...aunque Lies, Inc. transcurra en el 2014, lo que la convierte en una de las novelas más temporalmente futurísticas de Dick. Y la cronología de Lies, Inc. –la historia de sus múltiples mutaciones– es, cuando menos, compleja. Así lo atestigua el posfacio de Paul Williams –albacea literario de Dick– en la recién aparecida edición de Vintage Books que, por fin, puede ser considerada definitiva. La cosa fue así: Lies, Inc. se llamó primero The Unteleported Man y –durante uno de los períodos especialmente productivos de Dick– fue inicialmente escrita por encargo como un relato largo para la revista Amazing-Fantastic casi como una parodia de space-opera y, como tal, fue publicada en diciembre de 1964. “Los de la revista tenían una ilustración para la portada de ese mes; pero no tenían material que la representara. Así que me mandaron la ilustración y yo la vi y les escribí algo para adentro, les escribí unas cuarenta mil palabras”, comentó Dick. Más tarde, mayo de 1965, el agente de Dick le propuso que la alargara para publicarla en formato libro. Dick escribió entonces una segunda parte (básicamente una psicotrónica descripción de un trip dulce y ácido y lisérgico) que no le gustó a su editor; por lo que la versión aparecida en la revista apareció en un paperback junto a otro relato largo de otro autor de sci-fi. Esta primera encarnación fue reeditada en 1972. Pero Dick se quedó con las ganas y –al recuperar los derechos– convenció a Berkeley Books de publicar la versión completa en 1979, cosa que no sucedió hasta 1983 –Dick ya había muerto, pero Blade Runner había relanzado su carrera– todavía como The Unteleported Man y, aquí lo tengo, con la un tanto mentirosa pero muy dramática leyenda en la portada donde se leía: “¡El célebre clásico mundial, ahora por primera vez sin censura!”. El libro tenía ahora el doble del tamaño que alguna vez había tenido. Pero aun así había problemas que los lectores no tenían por qué saber: justo antes de morir, a la hora de reconstituir el monstruo, Dick descubrió que se habían perdido varias páginas del manuscrito y que la segunda parte no encajaba del todo bien en el conjunto. Por lo que se puso a escribir varias secciones para que la cosa funcionara mejor. Entre ellas, un nuevo y formidable primer capítulo. Fue ahí cuando Dick recompaginó todo el material existente, retocó a lo bestia y rebautizótodo el asunto como Lies, Inc. y se murió. Aun así, Berkeley Books prefirió seguir con la primera versión ampliada y no reescrita. Gollancz –la editorial británica de Dick– fue todavía más lejos: publicó la versión “sin censura” de Berkeley pero contrató al escritor John Sladek para que llenara algunos huecos en la trama. Entonces, en 1985, investigando manuscritos depositados en la Cal State University, Williams encontró el material faltante –así como un nuevo final– en una caja donde también estaba el manuscrito de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Así que, ya era hora, uno de los títulos menos comentados de Dick –y muy difícil de conseguir– alcanza ahora la estatura de pequeña obra maestra dentro de su enorme y magistral obra y...
Verdadero ... como ya es costumbre
con sus libros, se convierte en uno de los mejores retratos de la suciedad de
una sociedad que –ya en tiempos de Nixon, su némesis privada–
Dick ya predijo como destino inevitable para Estados Unidos: un país
oscuro escondido detrás de la máscara de una fachada de mentiras.
Veamos, leamos: Rachmael ben Applebaum –la etnia del nombre no es casual–
es uno de esos típicos perdedores marca Dick. El dueño de la última
compañía privada de transportes espaciales convertida en obsoleta
a partir de la invención –propiedad de la mega-corporación
Trails of Hoffman– del teleport. El teleport es un artefacto que te permite
transporte en apenas quince minutos –dieciocho años es lo que se
demora viajando en nave espacial– hasta la tierra prometida: un paraíso
planetario y colonizado con el nombre de Boca de Ballena. Hasta allí
han viajado millones de humanos huyendo de una Tierra superpoblada y en manos
de un gobierno post-nazi luego de que Alemania ganara la Segunda Guerra Mundial.
El problema es que –detalle interesante– nunca nadie ha vuelto de
Boca de Ballena (el teleport funciona sólo a la hora de la ida) y –detalle
todavía más interesante– Applebaum descubre que los utópicos
tapes emitidos desde Boca de Ballena mostrando las bondades de la vida en el
Nuevo Mundo no son otra cosa que falsificaciones. Tal vez, sí, Boca de
Ballena no sea otra cosa que una nueva Solución Final disfrazada de tentación
turística; pero a Applebaum no le preocupa demasiado eso porque ésta
es una novela de Dick y no es una novela de Asimov. A Applebaum –quien
conserva una última nave, el Omphalos– se le ocurre que tal vez
haya una buena posibilidad comercial en el hecho de viajar por dieciocho años
en animación suspendida hasta Boca de Ballena, recoger a los que quieran
volver a la Tierra (porque, razona Applebaum, alguien seguro va a querer volver)
y después de todo el Omphalos tiene capacidad para quinientas personas.
A Applebaum los números le cierran. El problema es que –en el viaje
de ida– se rompe el dispositivo de animación suspendida y Applebaum
se ve obligado a hacer el viaje de dieciocho años despierto. Más
tarde, alguien es atacado por una mesa. Y alguien más es atacado por
un libro, uno de esos libros viviendo adentro de las novelas de Dick –en
El hombre en el castillo ese libro se titula The Grasshopper Lies Heavy y está
firmado por Hawthorne Abendsen, y en Lies, Inc. el libro se llama The True and
Complete Economic and Political History of Newcolonizedland y es obra de un
tal Dr. Bloode– que acaban siendo la prueba incontestable de que la realidad
puede ser otra, puede leerse diferente. Y esto es, más o menos, nada
más que el principio y...
Ni una cosa ni la otra ...la lectura
de la última página de Lies, Inc. (ahora lo cierro, una de las
últimas frases se refiere a que “ahora la conciencia de la realidad
corría paralela a la de un sueño; podía experimentar ambas
al mismo tiempo”) coincide con los titulares de la noche de Fox News,
cadena de noticias que, estoy seguro, sería la favorita de Dick. Pasan
cosas raras en la Fox. Las noticias parecen emitidas porcomputadoras Subinfo
y todo es manipulado para provecho del Imperio y el efecto que se obtiene y
se experimenta es el de una curiosa realidad alternativa y decididamente onírica
donde lo que es se transforma en lo que parece ser. Así es. Tiempos raros
en los que todo parece suceder adentro del televisor –hoy Powell dice
que USA dejará Irak, mañana Bush dice que USA se queda en Irak,
pasado Powell dice que USA no se va de Irak– y queda por preguntarse si,
cuando Dick escribía sobre las computadoras Subinfo de lo que vendrá,
en realidad no se estaría refiriendo a estos info-televisores del aquí
y ahora. En buena parte de sus libros –pensar en El hombre en el castillo,
en La penúltima verdad, en Fluyan mis lágrimas, dijo el policía,
en casi todos sus libros– lo único que se cuenta, una y otra vez,
es la trama secreta debajo de la trama pública, la Historia detrás
de la Historia, el undertexto en lugar del subtexto.
Dick ya había advertido de esto en una de sus conferencias más
paranoicas –recogida en el libro The Shifting Realities of Philip K. Dick:
Selected Literary and Philosophical Writings– bajo el título de
“Cómo construir un universo que no se venga abajo a los dos días”.
Allí se lee: “La herramienta básica a la hora de la manipulación
de la realidad son las palabras. Si controlas el significado de las palabras,
entonces puedes controlar a las personas que las utilizan. Pero otro modo de
controlar la mente de las personas es controlando sus percepciones. Si consigues
que ellas vean el mundo del modo en que lo ves tú, entonces pensarán
como tú piensas. La comprensión es aquello que viene después
de la percepción. ¿Y cómo haces para que perciban tu realidad?
Las imágenes son el material que acaban conjugando las palabras. Por
eso el poder de la televisión para influenciar la mente de los jóvenes
es algo tan vasto. Allí, las palabras y las imágenes están
sincronizadas y de este modo el ver televisión se convierte en una suerte
de aprendizaje subliminal, casi en sueños. El electroencefalograma de
una persona viendo televisión muestra que, luego de una hora, el cerebro
decide que nada está sucediendo y por lo tanto opta por casi desactivarse
alcanzando un estado entre hipnótico y crepuscular en el que emite ondas
alfa. Esto ocurre porque hay mínimo movimiento ocular (...) Estudios
recientes revelan que la mayoría de las cosas que vemos en la pantalla
de un televisor llegan a nosotros de manera subliminal. Nos limitamos a imaginar
que somos espectadores conscientes de lo que allí se nos muestra cuando,
en verdad, el verdadero mensaje que se nos imparte nos llega por otros canales.
De este modo, luego de unas cuantas horas de mirar televisión, ni siquiera
podemos recordar bien lo que acabamos de ver. Nuestros recuerdos son fragmentarios,
como lo son los recuerdos de los sueños; y los espacios en blancos son
llenados más tarde. Y falsificados. Así hemos sido cómplices
sin saberlo en la creación de una realidad espuria: primero la recibimos
y enseguida la procesamos y nos convertimos en parte de esa mentira. Así,
somos los socios de nuestra propia perdición”.
Más adelante, en la misma conferencia, Dick cuenta que –en 1974,
en un restaurante chino– tuvo la certeza absoluta de haber recibido, vía
una de esas galletitas de la suerte, un mensaje que, sin duda, estaba dirigido
a Richard Nixon quien, por entonces, se ahogaba en la crecida del escándalo
Watergate. La tira de papel adentro de la galletita decía: “Aquello
que se hace a escondidas, siempre se las arregla para salir a la luz”.
Dick metió el papelito en un sobre y añadió una nota donde
precisaba la dirección exacta del restaurante chino que –señalaba–
quedaba a menos de un kilómetro de distancia de la casa en la que había
nacido el infame estadista. La carta de Dick cerraba con un “Creo que
ha habido un error; por un accidente yo he recibido la galletita y la suerte
de Nixon. ¿Será posible que él tenga la mía?”.
Y apuntaba su dirección para que ésta lefuera enviada a la brevedad.
“La Casa Blanca optó por no responderme”, concluyó
Dick quien...
Pero en realidad ... como el pobre
y sufrido Rachmael ben Applebaum, acabó sucumbiendo a la certeza de que
hay un orden secreto que rige nuestras vidas y que –en alguna de sus ficciones–
él había cometido el involuntario pecado mortal de haber señalado
ese misterio absoluto. Por eso lo perseguían. Por eso su mala suerte
y su tragedia. Por eso Dick es una suerte de Job de la sci-fi. En una de sus
últimas apariciones públicas, suspiró cansado y aconsejó:
“Lo importante en la vida es saber reparar el propio coche. No cualquier
coche, ni los coches en general. Sólo existen las cosas particulares
y aquellas que se encuentran en nuestro camino deberían ser más
que suficientes para mantenernos ocupados. Todo lo demás es peligroso.
Empezamos por notar repeticiones extravagantes, por imaginar asociaciones divertidas,
y terminamos creyendo que todo está regido por un designio global que
pretendemos desentrañar. En suma, terminamos volviéndonos paranoicos.
Cuidado, jóvenes, basta con meter un dedo en el engranaje. Sé
muy bien de lo que hablo: es mi propia historia”.
Y todo parece indicar que, ahora, es la nuestra. Aunque bastante peor escrita.
Lies, Inc. –confusa, fragmentada, caprichosa, irritante pero, a diferencia
de lo que ocurre con la mayoría de los libros, todo un viaje a la cabeza
de aquel que lo ha escrito, porque Dick era sus libros y nada más que
sus libros– no es más que la sublimación adelantada de aquel
proyecto anunciado por Bush meses atrás: la creación de una oficina
de inteligencia destinada a crear y propagar mentiras que confundieran al enemigo.
Al difundirse semejante plan el escándalo fue tal que el proyecto fue
abortado. Pero –.pensaría automáticamente Dick– tal
vez la comunicación de que no se fabricarían mentiras no fuera
otra cosa que la primera mentira que salió de esa fábrica de mentiras
de la que ahora, parece, se están escapando verdades inconvenientes y
escucho en la televisión mientras escribo en esta pantalla que The New
Yorker se dispone a revelar la existencia de un escuadrón secreto –los
llamaban “Los Fantasmas”– creado por las águilas más
emplumadas del Pentágono y que sería el verdadero responsable
de esas torturas de postal fotográfica en plan National Geographic sado-trash
que últimamente se han puesto tan de moda en los calabozos de Irak.
Lo de antes, lo del principio, lo de Donald Rumsfeld, lo de la paciente transmisión
de mentiras a los engranajes de nuestro inconsciente cada vez menos consciente
de lo que sucede, lo de la novela de Dick, lo del país de Bush, lo de
las últimas noticias del primer imperio: “Sabemos que hay cosas
que sabemos; también se sabe lo que no se sabe; es decir, que sabemos
que hay cosas que no sabemos, pero también hay cosas que no sabemos que
no las sabemos. Y éstas son las cosas más difíciles de
todas las cosas”.
Si se lo piensa un poco, jamás existió un político –un
mentiroso por definición y oficio– más sincero.
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