PERSONAJES
Pelo
Hace diez años se asoció a una peluquería de Caballito, la rebautizó Roho y la convirtió en la meca capilar del rock argentino. Por sus tijeras pasaron Cerati, Fito Páez, El Otro Yo, Los Auténticos Decadentes, Babasónicos, Emmanuel Horvilleur, Adicta, Miranda! y hasta Mambrú. Ahora, Oscar Fernández festeja una década de estar a la cabeza.
POR CECILIA SOSA
El primer corte de pelo lo hizo a los 10 años: destrozó la cabeza de un compañerito de colegio. Hace justo una década compró la mitad de una peluquería de barrio y la transformó en una meca de la modernidad. Por sus tijeras pasaron los pelos de Gustavo Cerati, Fito Páez, El Otro Yo, Los Auténticos Decadentes, Babasónicos, Emmanuel Horvilleur, Adicta, Miranda! y una lista tan extensa como musical. La “Operación Mambrú” lo colocó en boca de todas las abuelas. Con la ventaja de los hados: nadie le conoce la cara. En ese reducto de Caballito, donde reina el naranja flúo, los atardeceres tropicales, las cabezas de ciervo y los infaltables secadores de los setenta, Oscar Fernández, de 31 años, cortó 10 años de historia musical.
–No quiero pecar de ególatra, pero los cortes de los últimos 10 años salieron de Roho. Acá se abrió un camino y está bueno que otros lo hayan tomado, pero a veces me da bronca. Yo no podría ser nunca médico, ni pilotear un avión: hice lo que me gustó. Ahora veo a esos pibes que tienen mi edad y se ponen esas peluquerías recontra modernas y pienso: ¿qué hacían 10 años atrás? ¿Planchitas en Cerini?
En 1994, en una simple pero definitiva operación gramatical –luego entendida como camp–, una típica peluquería barrial perdía el nombre de su dueño en la marquesina y pasaba a ser Roho a secas, y el tendal de señoras habitués mutaban en jóvenes de aspecto más bien extraño. Una década después, Roho es marca, los pelos no son sólo pelos y la peluquerías no son peluquerías sino exquisitos espacios donde se toman tragos, se despuntan modelitos y se define el guión de la semana. Casi como siempre, pero diferente. Fernández es el referente obligado de la moda, está rodeado de estrellas y hasta conduce un micro radial. Pero no se olvida de aquel compañerito de escuela.
¿Qué le hiciste?
–Un desastre. Yo estaba en sexto grado, era fan de Duran Duran y estaba al mango con Soda Stereo. El padre se lo tuvo que llevar corriendo a la peluquería del Sheraton. Era domingo y estaba todo cerrado.
¿Pero estaba bueno?
–Y... era muy deforme. Debe haber estado bueno, pero para los ojos de una madre de un colegio católico de Devoto, no tanto.
El incidente no logró desviar a Fernández de su obsesión por las cabezas: a los 18 años se anotó en el CBC de Psicología.
–Terminé el primer cuatrimestre, pero después murió mi papá y tuve que salir a trabajar. Estaba en bolas. Empecé con varios desequilibrios emocionales y un primo me mandó al psicólogo. A él le conté que cada vez que pasaba por la puerta de alguna peluquería, me quedaba mirando. Él me recomendó empezar un curso. Me anoté en Apia, la academia más clásica. Había una profesora que nos enseñaba a poner ruleros que nos decía: “Yo le enseñé a Giordano”. Empecé un martes y el sábado estaba trabajando en una peluquería.
Sí: lavando cabezas. Pero era principios de los noventa y Fernández alternaba champúes y baños de crema con subsuelos de San Telmo donde tocaban bandas como Peligrosos Gorriones y Los Brujos o Carca. “Ibas a ver un show de Babasónicos y aparecían a las 4 de la mañana envueltos en frazadas, descalzos. Esa música me trajo muchas emociones. Era muy fuerte y yo sentía que había que hacer algo con eso”, cuenta. Algunos de esos músicos comenzaron a desfilar por su casa buscando ese “algo”.
–Una vez le hice el pelo naranja flúo a Gastón Capurro, el bajista de Juana La Loca, y lo llevé a la peluquería para que vieran. Me dijeron: “Qué bueno, pero acá no”. Así caí en la que sería Roho, primero como empleado y después uno de los dueños me ofreció comprar la mitad.
PELOS Y MUSICA
Hoy, Roho es casi un “accidente” en el barrio de Caballito. Y la apelación a lo kitsch, casi un gesto despectivo a la modernidaddesign que reina en otras peluquerías. Si por la cabeza de Fernández pasaron todos los colores, lo que no cambió es su obsesión por el dúo pelos/música.
–Yo siempre fui fan de los músicos a los que les pasaba algo en la cabeza. Soda, Charly Alberti, esos peinados. O Richard Coleman... tenía un look que no podía más. Una vez lo vi en un McDonald’s de Belgrano. Tenía 15 años y casi me pisho. Me había tomado el 107 y había viajado como una hora para llegar a Cabildo. En los ochenta, Cabildo era como la 5ª Avenida, era Nueva York. Coleman estaba todo vestido de negro, con el pelo largo y una parte rapado; me quedé paralizado. Fui y le pedí un autógrafo en una servilleta. Hace mucho le conté esa anécdota: él se corta acá.
Tal vez por cábala, Fernández sigue yendo al psicólogo y asegura que, a pesar de la sucesión de eventos, estrellas y página web (www.roho.com.ar), Roho conserva algo de los aires confesionales que cotiza a toda auténtica peluquería. Tal vez para alentarlos, en el despunte del siglo, Roho editó Música para peluquerías, un compilado de canciones para escuchar entre caída de mechón y mechón. Los artistas-clientes: Ocio, Leo García, Carca, Bochatón, Entre Ríos, Altocamet y más.
A la “mesa negra” de la moda, Roho dice llegar siempre con ventaja o la justa para no aburrirse y pasar rápido a otra cosa.
–La primera cresta trasheada fue para Iván González, en el ‘97, para una película. Después vino el mundial y con Beckham ya se puso feo.
Hace tiempo ya que la palabra “cresta” está casi prohibida en Roho, pero sus empleados luchan contra molinos de viento.
–Tenemos un problema: la gente viene a hacerse el corte y nosotros no se lo queremos hacer. Los chicos que trabajan acá me dicen: “Bueno, pero me la piden”. Y les digo: “Decile que querés lo mejor para él”.
¿Y ahora? ¿Qué hacen?
–Estamos clásicos: hacemos los cortes que se usaban cuando ibas al primario. Común. Nada.
–¿Nada?
–En el pelo se hizo de todo y ahora hay un bache. Dejemos que la moda ataque otro lado, con la ropa, los zapatos, algún detalle. Dejemos al pelo tranquilo.
PERIQUITA Y MAMBRU
Con la ventaja del anonimato, Oscar Fernández siempre pudo hacer lo suyo y arrojarse a esperar los elogios. El salto al ¿vacío? llegó con la “Operación Mambrú”, cuando fue convocado para convertir en rockers, o algo así, a los cinco chicos desgarbados que se contoneaban en televisión.
–Sentí la necesidad de hacerlo y les di todo. Fue difícil. Yo quería que pelaran onda al mango y ellos me pedían el corte de Bon Jovi. Nos peleamos mucho y no llegué hasta donde quería. Pero no paré de escuchar abuelas diciendo: “Mi nieto se hizo el corte de los Mambrú”. Quedó como un código, como Periquita con el flequillo.
HÉROES
A tal punto llega la comunión de Fernández con la música que a uno de sus hijos (tiene dos) le puso el nombre del baterista de Juana La Loca, Aitor. Tiene seis años y su papá le corta el pelo desde siempre.
–Lo tiene medio larguito y con flequillo como si fuera Mick Jagger en el ‘67. Con el último corte me dijo: “Papá, éste esta realmente bueno”. Está copado con Capri y es fan de Babasónicos de la primera hora. Para él, ellos son como héroes, con esos trajes, esos pelos. Cuando estamos en el supermercado y suena algún tema, él me codea y me dice: “Escuchá”. Al final triunfó lo que papá decía; papá, que era un deforme y escuchaba cosas que nadie conocía, tenía razón.