Domingo, 11 de julio de 2004 | Hoy
Por Carolina Prieto
Sabina
Villagra, directora del Museo de los Niños de la ciudad de Córdoba,
cuenta que allí es muy frecuente oír frases como: “Vivo
a dos cuadras de la Mujer Urbana” o “Yo, a cuatro del Hombre Urbano”
o “Yo, a la vuelta de los Niños Urbanos”. “Los chicos
se ubican espacialmente en relación con las tres enormes esculturas que
Antonio Seguí regaló a su ciudad y que están emplazadas
en puntos nodales”, explica.
En Buenos Aires, los chicos no cuentan con esas referencias, pero podrán
aproximarse a la obra del creador que plasmó la alienación urbana
a través de experiencias directas y muy creativas. Es que la muestra
interactiva La mágica ciudad de Antonio Seguí, creada por ese
museo cordobés con el apoyo total del maestro hoy radicado en París,
acaba de instalarse en varias salas del Centro Cultural General San Martín.
Y lo que se puede hacer y ver es de todo.
Para empezar, no están los tradicionales textos de letra chica y llenos
de datos; sólo unos breves párrafos que pintan una historia de
vida, insertados en módulos que recrean los lugares donde vivió
Seguí: Córdoba, Buenos Aires y París. Precisamente este
último módulo presenta a la Torre Eiffel doblada en su punta en
un ángulo casi recto. En un breve párrafo, Seguí revela
cómo se le ocurrió hacer eso (que generó de parte de los
críticos las más diversas interpretaciones): “Salí
a pasear por París y uno de mis hijos sacó su libreta frente a
la torre. Como la hoja era chica, no le entraba la punta y la dobló.
La idea me encantó”.
La muestra continúa con propuestas que son increíbles de ver y
que invitan a participar. Hay, por ejemplo, un túnel formado con tubos
y cintas –que reproducen a los hombrecitos y mujeres de Seguí–
para atravesar y sentirse rodeado por una muchedumbre; un ajedrez gigante con
personajes también “seguinianos”; un gran retablo con marionetas
enormes para que los chicos manipulen. Cuadros para completar, módulos
de madera para recrear, rompecabezas de distintos tamaños, la posibilidad
de armar una ciudad real y otra imaginaria, dominós, juegos de habilidad
psicomotriz. Una sala especial propone talleres para trabajar con materiales
usados por Seguí: diarios, pedazos de tela, pizarras negras. Además
de una suerte de cabina oscura donde se puede pintar a media luz y con colores
fosforescentes. Todo imbuido del imaginario del creador que alguna vez dijo:
“Prefiero ser un latinoamericano en París y no un cordobés
en Buenos Aires”. Y en una muestra que, en Córdoba, ya vieron 30
mil chicos.
La mágica ciudad de Antonio Seguí. Abierta hasta el 4 de agosto
de 14 a 20 en la Sala F y Entresuelo del Centro Cultural General San Martín
(Sarmiento 1551).
Lorca
en invierno
Una visita al universo de García Lorca.
Difícil
olvidar al Macoco Daniel Casablanca en el rol de Fernando, el príncipe
delicado que soportaba los arrebatos de una ardiente Miranda en la adaptación
para grandes y chicos de La tempestad, de Shakespeare, que dirigió Claudio
Hochman. En Granadina, el mundo de Federico vuelve a componer un personaje entrañable.
Esta vez, como el acomodador de una sala de teatro que reemplaza al actor que
no llega a la función: nada menos que Federico García Lorca. Ropas
gitanas, trajes blancos y música alegre y variada, creada y ejecutada
en vivo por Brian Chambouleyron (el guitarrista y cantor de Glorias Porteñas),
Leo Heras (uno de los Cuatro Vientos) y Pablo Bronzini (en piano y acordeón)
dan el marco para que Casablanca (de a ratos el acomodador, de a ratos el poeta)
interactúe con los demás personajes, nacidos de la imaginación
de Federico. Vive encuentros y desencuentros con muchos pero, los que más
lo atraen, son la Niña-niña e Irene (la protagonista de La niña
que riega la albahaca, la obra que el escritor dedicó a su hermana menor).
María Ucedo, una de las integrantes del grupo de danza-teatro El Descueve,
se pone en la piel de las dos chicas con un despliegue corporal envidiable y
mucha simpatía. Es la candidata ideal para enamorar al protagonista:
expresiva, con una belleza simple y juguetona que engancha con el universo poético
de Federico. La escenografía es medida, no hay acumulación de
objetos: sólo una escalera y una luna que ayudan a crear lindas imágenes.
Lo esencial son los ritmos gitanos y árabes, los bailes de las tres andaluzas
y las palabras de este juglar de dos caras que da todo por amor.
Los equívocos de los personajes se cuelan entre versos y coplas que muchos
grandes reconocerán. Hay fragmentos de Romancero gitano, Llanto para
Ignacio Sánchez Mejía y El maleficio de la mariposa, pero la encadenación
no resulta forzada. Los textos van surgiendo durante la función en la
que Federico convoca a sus personajes para vivir momentos imaginarios. Teatro
dentro del teatro con humor y mucho movimiento.
Granadina, el mundo de Federico. Desde el 14 de julio hasta el 1º de agosto. La primera semana las funciones arrancan el miércoles, después de martes a domingos a las 16.30 en el Teatro Regio (Avenida Córdoba 6056).
Canta
niño
Música de todo tipo: del Litoral y Salta a Irlanda y Africa.
No
hay melodías ni letras empalagosas. Los chicos cantan, bailan y se sorprenden,
en muchos casos, con instrumentos inventados (al estilo Les Luthiers), ritmos
latinoamericanos o de países bien lejanos, y temas que los convocan.
La propuesta del Movimiento de Música para Niños (Momusi), creado
hace ocho años, desembarca en invierno en el Centro Cultural San Martín
con recitales gratuitos de nuevos grupos y de otros ya clásicos, pero
no menos interesantes.
“No trabajamos museísticamente –asegura Daniel Viola, coordinador
del Momusi junto a María Teresa Corral–. Nos interesa mantener
viva la tradición con un lenguaje musical contemporáneo. Trabajamos
en la recuperación del sonido, las voces, los juegos, los guiños
que culturalmente nos pertenecen desde una concepción actual, con arreglos
nuevos. Y queremos que los chicos tengan acceso a mensajes musicales diversos.”
Aquí va el menú: el 17 y el 25 de julio se presenta Cielo Arriba
con lo mejor del repertorio folklórico tradicional y creaciones propias;
el 18 y el 20, Sonsonando, un conjunto con 20 años de trayectoria que
recupera joyas del acervo popular latinoamericano; y el 21 y el 24, la banda
más joven, El Murgón de la Esquina, que incluye instrumentos como
bajo, guitarra eléctrica, batería y congas, desempolva un viaje
por el ska, el candombe, el rock, la salsa y el merengue.
Desde Córdoba vienen dos reconocidos músicos y pedagogos, Coqui
Dutto y Eduardo Allende, que forman La Chicharra. El 22 y el 23 interpretarán
canciones propias y tradicionales argentinas. El cantautor santafesino Raúl
Manfredini lo hará con su bagaje de sonidos del Litoral el 27 y 28;mientras
que Jorge Marziali, que también hace música para adultos, tocará
el 29. El cierre es un lujo: el 30 y 31 de julio y el 1º de agosto, el
trío Los Musiqueros (Teresa Usandivaras, Beto Caletti y Julio Calvo)
anticiparán temas de su próximo CD después del maravilloso
Canciones colgantes, un recorrido por el blues, la bossa nova, milongas, temas
tradicionales de América e Irlanda, y ritmos africanos, además
de una versión de Canto do povo de um lugar, de Caetano Veloso.
El Momusi en la Sala A/B del Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551). Del 17 de julio al 1º de agosto. De martes a domingos a las 17.30.
Instrucciones
para usar una escalera
O cómo entrener a los chicos con unos escalones.
Escaleras
para dormir. Escaleras para leer. Escaleras para besar. Para seducir, para cabalgar,
para hamacarse. Hacer en ellas y con ellas lo que cualquiera haría en
su vida diaria, o lo que le gustaría hacer. Sin ser un héroe ni
una estrella de televisión. Tal vez por eso, el nuevo espectáculo
de Gerardo Hochman se llame Fulanos y presente a un grupo de chicos envueltos
en situaciones cotidianas, pero en un contexto muy peculiar. Lo hacen todo con
escaleras, unas siete en total y de distintos tamaños. Y en estas condiciones,
sus acciones se vuelven poéticas.
Como en obras anteriores (Gala mostraba los entretelones de un circo en un ambiente
blanco y mágico; Bellas Artes, la vida interna de un museo con personajes
que salían de los cuadros y cobraban vida), Gerardo Hochman (hermano
de Claudio, otro de los mejores creadores de propuestas para grandes y chicos
del país y que hoy vive en Portugal) no deja de asombrar. Nada está
librado al azar y este orden tiene algo de natural. Como si lo que se ve fuese
un paisaje con sus ciclos, sus cadencias y sus contradicciones. Pero es obvio
que lo que hay detrás es trabajo, y mucho. En cada escena, los personajes
(tres chicos y tres chicas ex alumnos de su escuela de nuevo circo) hacen destrezas
en las escaleras, entre ellas, por abajo o por encima. Una mezcla de acrobacia,
baile, escenas teatrales con gracia, humor, suspenso y vértigo.
Todo se ensambla: los colores de la ropa (en rojos y turquesas), las luces de
las ventanas que dan el marco de la calle donde sucede la acción, los
sonidos que proponen distintos climas (desde bien calmos hasta exasperados)
y que parten de una base electrónica para configurar candombes, blues,
hip-hop o suaves melodías. Los pequeños espectadores permanecen
casi mudos, como en estado de trance. Especialmente cuando una de las intérpretes
toma un paraguas –o, mejor dicho, la estructura metálica porque
no tiene tela, pero sí unas lucecitas en sus puntas– y, como una
equilibrista, se pasea sobre las escaleras y sobre los cuerpos de sus compañeros.
Las escenas de romance, con sus ideas y vueltas, tienen picardía y, sobre
el final, la troupe crea una atmósfera de placidez y bienestar con una
escalera convertida en un gran columpio, que da ganas de saltar de la butaca
para subirse con ellos. El lenguaje del nuevo circo en manos de Hochman parece
inagotable.
Fulanos. Desde el 14 de julio hasta el 1º de agosto. La primera semana las funciones comienzan el miércoles, luego son de martes a domingos a las 15.30 en el Teatro de la Ribera (Avenida Pedro de Mendoza 1821).
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