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Domingo, 11 de julio de 2004

PERSONAJES

La mujer araña

Fue vampira precoz en Entrevista con el
vampiro, doncella tanática en Las vírgenes suicidas y adolescente boba y encantadora en películas que, de no ser por ella, hubieran naufragado sin remedio. Ahora reincide como novia de Peter Parker (alter ego del Hombre Araña) y enloquece de deseo a Jim Carrey (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos). Pero hay un solo hombre en el mundo ante el cual la bella Kirsten Dunst aceptaría desnudarse.

 Por Mariano Kairuz

Kirsten Dunst fue alcanzada por un rayo. No en el sentido en que se dice que cierta luz divina toca a algunos intérpretes –a ciertos “artistas”– y los inviste de una gracia infinita, sino en uno más literal: una descarga eléctrica le cayó brutalmente en la cabeza y la partió al medio.
Una de las mitades en que se dividió es una chica que no tiene miedo de lucir ingenua en infinidad de entrevistas periodísticas; que a los 22 años conserva mucho de la adolescente que una precoz carrera en Hollywood le impidió ser; que dice detestar el “desenfreno” de Los Angeles y su circuito de “drogas y alcohol” y el cinismo de los representantes de la industria (“soy demasiado cool para vos”); que se arrepiente de haber posado como una femme fatale en un par de sesiones fotográficas. Una chica que se siente como una anciana y prefiere quedarse en casa comiendo pizza y viendo videos con una amiga y su gato; que no hace “cosas locas”, ni es una party girl, ni “destroza habitaciones de hotel”. Una chica que se va a dormir temprano y menciona demasiado seguido a su madre.
La otra mitad es la mitad más oscura. Es la reina de las vírgenes suicidas de Sofia Coppola, la novia de pelo flamígero del héroe arácnido, neoyorquino y sufridísimo con quien se la pasa entre la agonía y el éxtasis, la más perra de un grupo de alumnas adolescentes en busca del carpe diem de los años ‘50 (en esa Sociedad de los Poetas Muertos para chicas que es La sonrisa de Mona Lisa), la starlet rubia del Hollywood-Babilonia años ‘20 Marion Davies, amante de William Randolph Hearst (y tal vez de Charlie Chaplin), en The Cat’s meaow, de Peter Bogdanovich, donde se la obliga a coprotagonizar un oscuro episodio criminal. Kirsten Dunst es la estrella que clavó sus colmillos en el cuello del público cuando encarnó a la vampiresita de una familia cuya madre y padre eran Tom Cruise y Brad Pitt, la que protagonizó luego varias películas adolescentes –alguna que otra sorprendentemente buena– donde hizo de porrista, cantó y bailó y hasta pronunció frases melodramáticas e imposibles. Y siempre, absolutamente siempre, salió airosa de todas esas situaciones y esos personajes.
La bifurcación en dos mitades parece un lugar demasiado común o una estrategia perfectamente calculada, pero probablemente sea menos común que el caso de las stars que prolongan sus personajes en sus vidas públicas-privadas al grito de “reventada, así en la vida como en el arte”. Kirsten Dunst es esa actriz de gracia infinita y oscuridad que nos convence de todo y puede participar en películas vergonzantes sin dar vergüenza jamás. Y la belleza que completa sus dos mitades tiene su rareza. No se trata del tipo exótico del que suelen hablar las industrias del cine y la moda, que cada tanto suelen atiborrarse de rostros asiáticos y latinos: es una hermosa cara de torta, expresiva y cautivante, todavía menos convencional que esa belleza a sartenazos de Julia Stiles o la atracción un poco dark de Christina Ricci. Kirsten Cara-de-torta: como una chica Tim Burton que todavía no fue, pero que ya habrá de ser.

Papel araña y garganta profunda
Cuando tenía unos once años (y llevaba ocho explotada en decenas y decenas de publicidades), Dunst alborotó el avispero diciendo que besar a Brad Pitt (en Entrevista con un vampiro, donde hizo un personaje trágico y condenado que le valió una nominación al Globo de Oro) le había resultado asqueroso, como besar a un hermano mayor. Después de todo, dice hoy, “si hubiera dicho que sí, que me gustó, me habrían acusado de ser una pequeña psicótica”. Pocos años más tarde rechazó el papel principal de Belleza americana: “Cuando leí el guión tenía quince años y creo que no era suficientemente madura para entender el material. Y no quería andar besándolo a Kevin Spacey. ¡Vamos! ¡¿Acostarme desnuda entre pétalos de rosas?!”Antes de merecer el personaje de Mary Jane Watson, la novia de Peter Parker (el alter ego de Spiderman), dos colegas tuvieron que quedar afuera: Kate Hudson y la convenientemente pelirroja Alicia Witt. Sin embargo, tiempo más tarde, con un contrato no para una sino para tres películas arácnidas, ya comentaba –no sin humor, aunque con cierto pesar– que sí, que volvería a hacer de Mary Jane otra vez (en la actual El Hombre Araña 2) y también otra más, de aquí a un par de años. (Su leve pero apenas solapada queja palideció junto a la del desganado Tobey Maguire: bastó verles las caras en los especiales de Sony en su momento.) Más recientemente, sin embargo, dijo que Mary Jane no debería morir –“Sería un cliché”–, pero que la muerte del mismísimo superhéroe mutante no le parecía una mala idea: “Sería interesante. Creo que si Mary Jane se quedara sola, embarazada, y él muriera, podría dar a luz a un bebé araña y continuar la serie con un chico o algo así. Dudo de que Toby o yo vayamos a hacer una cuarta película”.

Desnuda y en tacones lejanos
Tiempo atrás, Kirsten Dunst empezó a especializarse en teenagers un poco más interesantes que las que venía ofreciendo Hollywood hasta ese momento: fue una de las chicas descerebradas pero encantadoras de Aventuras en la Casa Blanca (una comedia sobre el Watergate con la que se anticipó a la Reese Witherspoon de Legalmente rubia), hizo de Triunfos robados quizás el primer film de porristas inteligente (su presencia era toda la película) y repitió el efecto en una comedia musical boba y radiante llamada Get over it. Y si no logró salvar ese impresentable romance interracial titulado Hermosa locura (chica rebelde de familia bien + chico latino) fue porque la película no tenía salvación.
A esta altura del partido, Dunst, chica de tapa de una comedia llamada Wimbledon y de la próxima película de Cameron Crowe (Elizabethtown), debería estar protagonizando cualquier cosa dirigida por Wes “Los excéntricos Tenenbaum” Anderson. Por ahora es la novia actriz del Hombre Araña (que se las arregla, entre duendesverdes y doctoresoctopus, para ser también la protagonista de una pequeña puesta neoyorquina de La importancia de llamarse Ernesto) y la belleza que Michel Gondry pone a bailar semidesnuda en una cama mientras Jim Carrey despedaza el disco duro de su cerebro (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos) e insiste una y otra vez en que corrijan eso de semi. A lo que ella –para desgracia de la legión de psicópatas que le dedican websites abundantes en fotos y notas, pero especialmente fotos– contesta lo que contesta siempre que le preguntan si haría un desnudo en el cine: que sólo mostrará las tetas en pantalla el día que se lo pida un conocido director manchego. Él y sólo él. Porque Kirsten Dunst podrá ser la nueva partenaire de Cameron Crowe, la perfecta Burton girl o la futura rara avis de Anderson, pero lo que ella quiere de verdad es ser una chica Almodóvar.

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