Domingo, 29 de agosto de 2004 | Hoy
NOTA DE TAPA
A fines de los años ‘90, para estimular su propia vocación de cineasta, un joven periodista francés convenció a la revista Studio de entrevistar a una veintena de los más importantes directores de cine de la actualidad. La idea de Laurent Tirard era someterlos a un puñado de preguntas tan pragmáticas como incómodas: qué es el cine, para qué y para quiénes hace películas, cómo llegó a ser director, etcétera. El resultado es Lecciones de cine (Paidós, 2004), una antología de clases magistrales en las que la plana mayor del séptimo arte –de Jean-Luc Godard a Woody Allen, pasando por Wong Kar-Wai, Takeshi Kitano y David Cronenberg, entre otros– devela los secretos de un arte que continúa haciendo soñar al mundo entero. Lo que sigue es una selección de esos testimonios.
¿Qué es
el cine?
por Bernardo Bertolucci
Parece ser que el cine es la plasmación de una idea en imágenes.
Sin embargo, en el fondo, para mí siempre ha sido un modo de explorar
algo más personal y más abstracto. Mis películas siempre
acaban siendo muy distintas de lo que me había imaginado al principio.
Por consiguiente, es un proceso progresivo. Suelo comparar un film con un barco
pirata. Es imposible saber dónde irá a parar si le das la libertad
de seguir los vientos de la creatividad; sobre todo con alguien como yo, que
le encanta soplar en dirección contraria.
De hecho, hubo una época en que creía que la contradicción
era la base de todo, que era la fuerza impulsora de cada película. Y así es
como abordé Novecento, una película sobre el nacimiento del socialismo,
financiada con dólares americanos. En este film mezclé actores
de Hollywood con campesinos del Valle del Po que nunca habían visto una
cámara. Me divirtió mucho. Cuando empecé a hacer películas
en los años ‘60, había algo que los cineastas denominaban
la pregunta Bazin: “¿Qué es el cine?”. Era una especie
de interrogante perpetuo que acababa convirtiéndose en el tema de todas
las películas. Y, después, dejamos de planteárnoslo, porque
las cosas cambiaron. Sin embargo, tengo la sensación de que el cine supone
experimentar ese tipo de trastornos tan intensos en un momento dado y perder
gran parte de su singularidad, de modo que la pregunta Bazin vuelve a convertirse
en un tópico y estamos obligados a preguntarnos una vez más qué es
el cine.
No tomes
prestado: ¡roba!
Pedro Almodóvar
También se aprende cine, en menor grado, viendo películas. Sin
embargo, aquí el peligro radica en que puedes caer en la trampa del
hommage [homenaje]. Observas cómo algunos maestros del cine ruedan una
escena y, a continuación, tratas de copiarlo en tus propias películas.
Si lo haces por pura admiración, no puede funcionar. La única
razón válida para hacerlo es encontrar la solución a uno
de tus problemas en la película de otra persona y esta influencia se
convierte, entonces, en un elemento activo de tu película. Podría
decirse que el primer planteamiento –el tributo– es tomar prestado,
mientras que el segundo es robo. Sin embargo, para mí, sólo el
robo tiene justificación. Si es necesario, no hay que dudar nunca; todo
los cineastas lo hacen.
Si coges El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952), de John Ford, se ve claramente
que la escena donde John Wayne besa a Maureen O’Hara por vez primera,
con la puerta abriéndose y el aire entrando en la habitación,
es una idea que procede directamente de Douglas Sirk. En tanto que directores,
Sirk y Ford son diametralmente opuestos, y las películas de Ford no
tienen nada en común con los vistosos melodramas de Sirk. Pero, en esta
escena en concreto, Ford necesitaba expresar la energía animal de John
Wayne y acudió directamente a Sirk para encontrar la solución
al problema. No fue ningún hommage: fue, lisa y llanamente, un robo,
pero un robo justificado.
Personalmente, mi mayor fuente de inspiración tal vez sea Hitchcock.
Y lo que más he tomado de él han sido los colores; primero, porque
se trata de colores que me recuerdan mi niñez, y también –y
es algo que posiblemente esté relacionado– porque son los colores
que se corresponden con mi concepto de lo que es una historia.
Las obligaciones del director
Jean-Luc Godard
Me parece que un director tiene varias obligaciones, y me refiero tanto en
el sentido profesional del término como en el sentido moral. Una de
esas obligaciones es explorar, estar en un perpetuo estado de investigación.
Otra es dejar que te asombren de vez en cuando. Siempre estoy deseando ver
una película que me emocione enormemente, y de la que no pueda sentirme
celoso de ninguna manera porque sea bella, me encantan las películas
bellas. Una película que me abrume, que me obligue a examinar de nuevo
mi trabajo, porque lo que me está diciendo es: “Esto es mejor
que lo que tú haces, así que intenta mejorar”.
En la época de la Nouvelle Vague, pasábamos tiempo comentando
las películas de otros. Y recuerdo que cuando vimos Hiroshima mon amour
(1959), de Alain Resnais, nos quedamos estupefactos. Pensábamos que
lo habíamos descubierto todo y de repente nos encontramos ante algo
que se había hecho sin nosotros, sin nuestro conocimiento, que nos emocionó profundamente.
Fue como si los soviéticos, en 1917, hubieran descubierto que otro país
tenía una revolución comunista que funcionaba tan bien como la
suya, ¡o incluso mejor! Imagina cómo se habrían sentido...
En cuanto a la tercera obligación del director, creo que es, sencillamente,
reflexionar sobre por qué hace cada película y no darse por satisfecho
con la primera respuesta. Empecé a hacer películas porque era
algo vital; no podía hacer otra cosa. Pero cuando veo muchas películas
hoy en día, tengo la sensación de que el director podría
haber hecho cualquier otro trabajo sin problemas. Me parece que ellos creen
que están haciendo lo que dicen que están haciendo, pero en realidad
no lo hacen. Creen que han hecho una película sobre algo, pero no es
así.
Existen dos niveles de contenido en una película: el visible y el invisible.
Lo que pones delante de la cámara es lo visible; y, si no hay nada más,
es que estás haciendo un telefilm. Las películas de verdad, en
mi opinión, son las que tienen algo invisible, que puede verse –o
discernirse– a través de la parte visible y únicamente
porque la parte visible se ha dispuesto de una determinada manera. En cierto
sentido, lo visible es un poco como un filtro que, cuando se coloca en un cierto ángulo,
permite que traspasen determinados rayos de luz y permite ver lo invisible.
Demasiados directores de hoy en día no van más allá del
nivel visible. Deberían plantearse más preguntas. O los críticos
deberían hacérselas. Pero no después de que las películas
estén terminadas, como se hace en la actualidad. No, es demasiado tarde.
Tienes que plantearte las preguntas antes de que esté hecha la película
y debes planteártelas igual que un oficial de policía interroga
a un sospechoso: cualquier cosa que no llegue a esto no vale la pena.
La fascinación
de la maquinaria
David Cronenberg
Me convertí en director por casualidad. Siempre pensé que sería
escritor, como mi padre. Me gustaban las películas como espectador,
pero nunca me imaginé que acabaría haciendo carrera en el cine.
Vivía en Canadá y las películas llegaban de Hollywood,
que no sólo estaba en otro país sino ¡en un mundo diferente!
Sin embargo, cuando rondaba los veinte años, sucedió algo extraño.
A un amigo mío de la universidad lo contrataron para interpretar un
pequeño papel en una película y ver cómo alguien que conocía
en la vida cotidiana aparecía en una pantalla de cine supuso una especie
de shock. Puede parecer ridículo hoy, cuando niños de diez años
hacen películas con sus videocámaras, pero en aquella época
fue como una epifanía para mí. Empecé a pensar: “Oye,
tú también podrías hacerlo...”.
En ese punto decidí escribir un guión. Por descontado, no tenía
ningún conocimiento práctico sobre cómo escribir para
películas, así que hice lo más lógico: cogí una
enciclopedia y traté de aprender técnica cinematográfica.
Ni hace falta decir que la información que me proporcionó fue
excesivamente básica, de manera que compré revistas de cine,
imaginando que aprendería más. Pero no entendía una palabra
de lo que leía. La jerga técnica resultaba sencillamente indescifrable
para un principiante como yo.
No obstante, lo que sí me gustaba de las revistas eran las fotografías
tomadas en sets de filmación, sobre todo aquellas donde se veía
el equipo cinematográfico. Siempre me ha fascinado la maquinaria; es
algo que siempre se me ha dado bien. Soy capaz de desmontar cualquier cosa,
volver a montarla y, durante el proceso, entender su funcionamiento. De manera
que me imaginé que la mejor forma de aprender era ponerme a usar el
equipo de verdad. Fui a una empresa de alquiler de cámaras y me hice
amigo del propietario, que me dejó juguetear con las cámaras,
las luces, las grabadoras... A veces, los operadores de cámara venían
a recoger su equipo y me daban consejos sobre iluminación, objetivos,
etcétera. Y, finalmente, un día me decidí a probar. Alquilé una
de las cámaras e hice un pequeño corto; y luego otro y otro,
y otro, pero seguía considerándolo uu pasatiempo. No pensé seriamente
en dirigir películas hasta que escribí un guión que quiso
comprar una productora. De repente, me di cuenta de que resultaba insoportable
la idea de que otra persona hiciera la película y me negué a
vender el guión a menos que me dejaran dirigir la película. Estuvimos
batallando más de tres años, pero acabé ganando y este
film inició mi carrera de director.
Una película
es una caja de juguetes
Takeshi Kitano
El cine es algo muy personal. Cuando hago una película, la hago, en
primer lugar, para mí mismo. Es como una maravillosa caja de juguetes
con la que juego. Una caja de juguetes muy cara, por supuesto, y en ocasiones
me avergüenzo de divertirme tanto con ella. No obstante, llega un momento,
cuando la película ya está en la lata, en que deja de pertenecerte.
Se convierte, entonces, en el juguete del público y de los críticos.
Pero sería poco honrado negar que yo hago una película para mí antes
que para cualquier otro.
De hecho, por eso no entiendo que un director pueda rodar una película
a partir de un guión escrito por otra persona, ya que el cine es algo
demasiado personal para eso, a menos que tengas una gran libertad para adaptar
el guión, en cuyo caso creo, sinceramente, que el director debe asumirlo
por completo y convertirlo prácticamente en su propio guión.
Esta vertiente íntimamente personal de la visión cinematográfica
constituye tanto el punto fuerte como el punto débil de un director.
Ya he oído a muchos directores diciendo esto y también es aplicable
a mi caso: con cada película nueva, intento hacer algo completamente
distinto, pero cuando observo el resultado final, me doy cuenta de que he hecho
exactamente la misma película una y otra vez. Quizás no la misma
exactamente, pero creo que si un inspector de policía la viera, diría: “No
hay duda, Kitano, estás detrás de esto. ¡Tus huellas están
por todas partes!”.
La necesidad de experimentar
David Lynch
Es necesario que un director piense tanto con la cabeza como con el corazón.
Tiene que estar relacionando constantemente el intelecto con las emociones
durante el proceso de toma de decisiones. Resulta fundamental contar una historia.
Los tipos de historias que me gustan son las que contienen cierta dosis de
abstracción, las que dependen más de la comprensión intuitiva
que de la lógica. Para mí, el poder de una película va
más allá de la simple tarea de contar una historia. Tiene que
ver con la manera en que cuentas la historia y cómo consigues crear
un mundo propio. El cine tiene el poder de describir cosas invisibles. Funciona
como una ventana a través de la cual entras en un mundo diferente, algo
parecido a un sueño. Creo que el cine tiene ese poder, porque, a diferencia
de las demás formas artísticas, utiliza el tiempo como parte
de su proceso. La música también es un poco así. Empiezas
en algún punto y luego, nota a nota, vas aumentando poco a poco hasta
llegar a una determinada nota que crea una emoción muy fuerte. Pero
sólo funciona por las notas que vinieron antes y por la forma en que
fueron orquestadas. Por supuesto, el problema de esto es que, después
de un rato, las reglas básicas no funcionan igual de bien. Se pierde
el elemento sorpresa, y por eso me parece fundamental experimentar. He experimentado
en todas mis películas y, en ocasiones, cometo errores. Con suerte,
me doy cuenta a tiempo y lo cambio antes de terminar la película; si
no, el error sirve de lección para la siguiente película. Pero,
en ocasiones, la experimentación me permite descubrir algo maravilloso
que no podría haber imaginado o planificado. Y nada compensa más
que eso.
El lugar viene antes que
el argumento
Wong Kar-Wai
Yo escribo mis guiones. No es una cuestión de ego; no es una cuestión
de ser el “autor” de la película... Francamente, el sueño
más feliz que tengo es levantarme por la mañana y encontrar un
guión esperándome en la mesita de luz. Pero hasta que eso suceda,
supongo que tendré que escribir; aunque escribir no es una tarea fácil,
no es una experiencia agradable. He intentado trabajar con guionistas, pero
siempre me ha parecido que a los guionistas les planteaba un problema trabajar
con un director que también escribía. No sé exactamente
por qué, pero siempre surgían conflictos. Así que, finalmente,
decidí que si podía escribir mis propios guiones, ¿por
qué molestarse con los guionistas?
No obstante, he de decir que tengo un planteamiento de la escritura de guiones
bastante fuera de lo común. Mira, yo escribo como director, no como
guionista; de manera que escribo con imágenes. Y, para mí, lo
más importante de un guión es saber en qué lugar va a
desarrollarse; porque si ya sabes eso, puedes decidir lo que hacen los personajes
en ese espacio. El espacio incluso te dice quiénes son los personajes,
por qué están ahí, etcétera. Todo lo demás
va surgiendo poco a poco si ya tienes un lugar en mente. Así que tengo
que localizar exteriores antes de empezar siquiera a escribir. Igualmente,
siempre empiezo con muchas ideas, pero nunca está claro el argumento
en sí. Sé lo que no quiero, pero no sé qué quiero
exactamente. Creo que todo el proceso de hacer una película es, de hecho,
una manera que tengo de encontrar todas esas respuestas. Y hasta que no haya
encontrado las respuestas, continuaré haciendo la película. A
veces encuentro las respuestas en el set, a veces durante el montaje, a veces
tres meses después del primer pase.
Lo único que trato de dejar bien claro cuando empiezo una película
es el género en el que quiero situarla. De niño, crecí viendo
películas de género como westerns, historias de fantasmas, de
espadachines... De manera que intento rodar cada una de mis películas
en un género distinto y creo que eso es parte de lo que las ha hecho
tan originales. Con ánimo de amar, por ejemplo, es la historia de dos
personas y es fácil que resultara aburrida. Sin embargo, en lugar de
tratarla como una película de amor, decidí enfocarla como un
thriller, como una película de suspenso. Estas dos personas empiezan
como víctimas y, luego, empiezan a investigar para intentar entender
cómo sucedieron las cosas. Así es como estructuré esa
película, con escenas muy cortas y un intento de crear tensión
constante. Posiblemente sea eso lo que la ha convertido en un film tan sorprendente
para el público, que estaba esperando una historia de amor clásica.
Todo el mundo me dice que
no
Tim Burton
La animación es una buena formación para el cine, en el sentido
de que tú tienes que hacerlo todo. Tienes que encuadrar, tienes que
diseñar la luz, tienes que actuar, tienes que montar... es muy completo.
Además, creo que la animación me ha aportado una manera especial
de abordar la cinematografía. Posiblemente haya conferido a mis películas
más originalidad en términos de tono y atmósfera.
Sin embargo, el motivo por el que prefiero la imagen real es que la animación
es una ocupación muy interior y muy solitaria. Soy una persona bastante
poco comunicativa y, cuando trabajo solo, me parece que el trabajo tiende a
introducirse en la parte negativa de mi personalidad y las ideas que se me
ocurren son excesivamente oscuras. Lo bueno del cine es que es una empresa
de equipo. De hecho, lo que más me sorprendió la primera vez
que hice una película –¡además del hecho de tener
que levantarte tan temprano!– fue la cantidad de gente implicada en el
proceso. Esto crea una auténtica necesidad de comunicar, y realmente
muchas veces la tarea del director se convierte en algo más político
que artístico, porque te pasas el tiempo tratando de convencer a toda
esa gente de que tus ideas son válidas. En un día cualquiera,
siempre me asombra el número de veces que oigo la palabra “no” en
el set de filmación. “No, no puedes hacer eso. No, no puedes tener
lo otro. No, no, no...” Es un auténtico desafío humano
y estratégico conseguir que las cosas se hagan a tu manera. Me refiero
a que, si quiero que los actores hagan algo, me es totalmente imposible acudir
a ellos y decir: “¡Haz esto!”. Tengo que explicar el porqué,
tengo que convencerlos de que es una buena idea.
Y pasa lo mismo con los ejecutivos de los estudios. No puedo permitirme entrar
en guerra con ellos. Es demasiado peligroso y me parece demasiado agotador.
Admiro la integridad de algunas personas que luchan con los estudios por todo,
pero creo que, al final, resulta más destructivo que otra cosa, porque
o bien la película no se hace, o se hace bajo tanta presión y
tensión que el resultado, inevitablemente, sale perjudicado. Creo que
tienes que encontrar la manera de sortear los problemas, cosa que, en ocasiones,
puede significar decir que sí a algo y esperar que el estudio no se
acuerde y que, a pesar de todo, puedas hacerlo de la manera que querías.
Puede sonar cobarde, pero creo que se trata simplemente de una estrategia práctica
de supervivencia. Por supuesto, hay veces que tienes que luchar, pero el buen
director es quien sabe determinar las batallas que merece la pena luchar y
las que son simplemente una cuestión de ego.
¿Para quién hacer películas?
Martin Scorsese
Algunos directores hacen películas exclusivamente para el público.
Otros, como Steven Spielberg o Alfred Hitchcock, las hacen para el público
y para ellos mismos. Eso a Hitchcock se le daba muy bien; sabía exactamente
cómo interpretar el papel del público. Así que podría
decirse que Hitchcock hacía sólo películas de suspenso,
cosa que es verdad en cierto sentido, pero había una psicología
de sus películas tan personal que lo convirtió en un gran cineasta.
En realidad, se trataba de películas personales disfrazadas de thrillers.
En cuando a mí, bueno, yo hago películas para mí. Pienso
y sé que habrá un público ahí fuera, por supuesto.
Pero cuánto público, eso no lo sé. Algunos verán
la película; algunos sabrán apreciarla; algunos incluso la verán
varias veces, pero está claro que no todo el mundo. Así que me
parece que la mejor manera que tengo de trabajar es hacer una película
como si yo fuera el público.
Como alguna vez trabajo para estudios, mis películas se prueban con
un público para ver cuál es su reacción. Me parece interesante
por cuanto permite descubrir los rudimentos de lo que estás haciendo.
Descubres si no se han comunicado determinadas cosas, si determinadas cosas
resultan confusas y es preciso clarificarlas, si hay problemas de duración
o redundancias, ese tipo de cosas. Pero si el público dice: “No
me gustan los personajes que me están mostrando, no iría a ver
la película”; bueno... ¡pues así es la vida! Cuando
se estrene el film, tendrá publicidad y la gente que vaya a verlo sabrá qué esperar.
Sin embargo, con un público de prueba, habrá mucha gente a la
que le traiga sin cuidado. Así que tienes que saber cuáles son
los comentarios que debes escuchar y a cuáles no debes hacer caso. Por
descontado, esto crea problemas con el estudio, porque lo quieren todo estudiado.
El único film que he hecho para el público en especial ha sido
Cabo de miedo, pero se trataba de una película de género, un
thriller y, cuando haces algo así, hay ciertas reglas que debes seguir
para que el público reaccione de un modo determinado: suspenso, miedo,
excitación, risa... Pero, a pesar de todo, permíteme que lo exprese
así: el esqueleto de la película lo hice para el público;
el resto fue para mí.
Dejen que los actores hagan
su trabajo
Woody Allen
La gente suele preguntarme muchas veces cuál es el secreto de la dirección
de actores y siempre piensan que estoy soltando una gracia cuando les contesto
que lo único que debes hacer es contratar a gente con talento y dejar
que hagan su trabajo. Pero es cierto. Muchos directores tienden a dirigir excesivamente
a los actores y a los actores les complace, porque, bueno, les gusta que los
dirijan en exceso. Les gusta mantener interminables conversaciones sobre el
papel; les gusta intelectualizar todo el proceso de crear un personaje. Y muchas
veces así se confunden y pierden la espontaneidad o el talento natural.
Bueno, creo que sé a qué se debe todo eso. Creo que los actores –y
posiblemente también los directores– se sienten culpables por
hacer algo que les resulta tan fácil y tan natural, de manera que tratan
de hacerlo más complejo para justificar el sueldo que reciben. Yo me
mantengo al margen de este tipo de proceso mental.
Por supuesto, si los actores tienen una pregunta, o dos, la contesto lo mejor
que puedo, pero por lo demás contrato a gente con talento y dejo que
hagan lo que se les da bien hacer. Nunca los obligo a hacer nada. Confío
plenamente en su instinto interpretativo y casi nunca me defraudan. También,
como he dicho antes, filmo escenas largas y sin cortar, que gustan a los actores,
porque la interpretación se trata de eso. La mayoría de las veces,
en las películas, hacen un plano de tres segundos donde mueven la cabeza
y dicen dos palabras y, después, tienen que esperar cuatro horas para
rodar el final de esa escena desde otro ángulo. Se están empezando
a poner en situación y tienen que parar. Resulta sumamente frustrante
y creo que va en contra de lo que hace que su trabajo resulte divertido. Así que,
de todas formas, cada vez que se estrena una de mis películas, a la
gente le asombra siempre lo brillante que es la interpretación, los
propios actores se sorprenden por lo brillante que es la interpretación
y ¡me tratan como a un héroe! Pero la verdad es que ellos son
quienes han hecho todo el trabajo.
El deseo de contar una historia
Wim Wenders
Hoy en día, lo que más me llama la atención de los estudiantes
y de los cineastas jóvenes es que ya no empiezan haciendo cortos sino
que filman anuncios o videos musicales. Por supuesto, este hecho es consecuencia
de la evolución de la industria audiovisual. Viven en una cultura con
unas prioridades distintas a las de mi época. Sin embargo, el problema
con los videos musicales y los anuncios, en contraposición a los cortos,
es que el concepto de contar una historia se resiente mucho. Tengo la impresión
de que esta generación, al trabajar con unas imágenes que poseen
una función principal totalmente distinta, está perdiendo el
concepto de lo que significa contar una historia. Contar una historia ya no
es el objetivo principal, ni el impulso primordial. Y, aunque no quisiera generalizar,
tengo la sensación de que los jóvenes directores pretenden, sobre
todo, realizar algo nuevo. Sienten que deben impresionar al público
con la novedad de su trabajo y, en ocasiones, un gag visual puede convertirse
en razón suficiente para hacer una película. Sin embargo, estoy
convencido de que el director tiene, sobre todo, la obligación de tener
algo que decir: necesita contar una historia.
No he llegado a esta conclusión hasta hace poco: de hecho, cuando empecé,
también me importaban un bledo las historias. Al principio, para mí,
lo único que contaba era la imagen: lo apropiada que resultaba una imagen
o una situación, pero nunca la historia. Era un concepto extraño.
En un caso extremo, la suma de varias situaciones formaban algo que podría
denominarse historia, pero nunca la consideré una propuesta, con principio,
nudo y fin.
Mientras hacía Paris, Texas fue cuando sentí una especie de revelación.
Me di cuenta de que la historia es como un río, y que si te atrevías
a navegar por él y confiabas en el río, el barco sería
arrastrado hacia algo mágico. Hasta entonces siempre había luchado
contra la corriente. Había permanecido en una pequeña charca
de la ribera, porque me faltaba confianza. En esa película en concreto
me di cuenta de que las historias están ahí, que existen sin
nosotros. En realidad, no hay necesidad de crearlas, porque el género
humano las trae a la vida. Simplemente tienes que dejar que te arrastren.
Desde ese día, contar una historia se ha convertido en un objetivo cada
vez más poderoso en mi aproximación al cine, mientras que hacer
imágenes hermosas ha pasado a un segundo plano y, en ocasiones, incluso
se ha convertido en un obstáculo. Al principio, el mayor cumplido que
se me podía hacer era decirme que había creado unas imágenes
muy hermosas. Si alguien me dice eso hoy, siento que el film es un fracaso.
Emotion pictures
Lars von Trier
El motivo por el que empecé a hacer películas, al principio,
fue que veía imágenes mentalmente. Tenía esas visiones
y me sentí obligado a traducirlas mediante una cámara. Y supongo
que es una razón tan buena como cualquier otra para empezar a hacer
películas. Sin embargo, hoy en día, es completamente diferente:
ya no tengo imágenes mentales y, de hecho, hacer películas se
ha convertido para mí en una forma de crear esas imágenes. Lo
que ha cambiado no es el motivo que tengo para hacer películas sino
mi planteamiento al hacerlas. Sigo viendo imágenes, pero son imágenes
abstractas, al contrario que antes, cuando eran muy concretas. No sé cómo
sucedió; creo que es, simplemente, una consecuencia de hacerse mayor,
de madurar. Supongo que cuando eres más joven, la cinematografía
consiste en ideas e ideales, pero, luego, a medida que te vas haciendo mayor,
empiezas a pensar más en la vida y te planteas tu trabajo de una forma
distinta, y eso provoca el cambio.
A pesar de esto, y lo digo por mí, el cine siempre ha consistido en
emociones. Lo que percibo en los grandes directores que admiro es que, si me
pones cinco minutos de una de sus películas, sé que son suyas.
Y aunque la mayoría de mis films son muy distintos, creo que puedo reivindicar
lo mismo, y creo que es la emoción lo que liga todo.
En cualquier caso, nunca me propongo hacer una película para expresar
una idea en particular. Entiendo que alguien lo vea así en mis primeras
películas, porque pueden parecer un poco frías y matemáticas,
pero, incluso entonces, en el fondo, siempre se ha tratado de emociones. La
razón por la que las películas que hago actualmente puedan parecer
más fuertes, hablando desde el punto de vista emocional, creo que, simplemente
es que, como persona, he conseguido transmitir mejor las emociones.
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