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Domingo, 3 de octubre de 2004

VISITAS

¿Para qué vienen Los Wailers?

POR FERNANDO D’ADDARIO

Primero fue una visita íntima y humeante, en Hangar, hace tres años; en marzo del 2004 convocaron a 20 mil fans en Obras Sanitarias, al aire libre; el martes que viene los espera el escenario de La Trastienda, después de haber actuado anoche en la cancha de Ferro. Los Wailers aprendieron a modelar ese tipo de lealtad ligeramente apócrifa que suele encandilar a los argentinos. En definitiva, todo se reduce a una inevitable triangulación del destino: este país está lleno de fans de Bob Marley; pero el músico jamaiquino murió hace 23 años; ¿quiénes mejor que Los Wailers –la estupenda banda que lo acompañaba– para reinterpretar el mito y ponerlo en escena con un cantante clonado? Es una suerte de pequeña estafa consentida por las partes involucradas: las canciones, las remeras, las banderas, los posters, los músicos, todo remite a Marley, que es precisamente el que no está.
Su ausencia es una realidad material, que tiene el extraño poder de inspirar devociones de diversa naturaleza. Bob es el principal profeta de una religión –el rastafarismo– que pocos entienden y muchos menos practicarían si la entendieran; como sufriente estrella pop nacida en el tercer mundo, seduce a una nutrida legión de rockeros progres, pero también imanta a miles de chetos rendidos ante la cadencia del reggae, fácilmente asociable a una sensación abstracta de placidez y confort. La bendita música de Marley es al mismo tiempo, sin que medien contradicciones, símbolo de dolor y de felicidad. Un ejemplo tomado al azar: el tema “Concrete Jungle”, escrito al calor del hacinamiento miserable de Kingston, admite una revisión hedonista y despolitizada en Punta del Este.
Místicos, chabones, bancarios, rastas y fumones de todo tipo se encomiendan a su espíritu, que preside ceremonias públicas y privadas. Estos conciertos, dirigidos musicalmente por el gran Aston “Family Man” Barrett, forman parte de la utilería nostálgica, un accesorio necesario para sostener el engranaje del culto permanente. Mito tranquilizador o agitador de conciencias, en Palermo Holly-
wood o en González Catán, Marley apunta a una universalidad más radical: en cualquier lugar y/o circunstancia, escuchar una de sus canciones hace la vida más soportable.

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