BARES Y RESTAURANTES
El reino de este mundo
Por Rosario Hubert
Quizá la denominación Resto-Disco que acompaña al logo de Rey Castro resulte mezquina. Mucho más que un restaurante temático, Rey Castro brinda una experiencia cubana integral, apreciable más allá de los sabores y sonidos caribeños, que se va filtrando por cada uno de los sentidos a medida que uno recorre sus diversos ambientes.
Inspirados en la estética original de las antiguas construcciones antillanas, los ideólogos de este proyecto (que, curiosidades de la globalización, son un grupo de amigos de la comunidad lituana) quedaron encantados con este edificio de San Telmo que recupera arcos, molduras y herrajes del siglo XIX, cuyas paredes, de ladrillo a la vista, se dejan eclipsar por follajes y palmeras y disparan al porteño hacia geografías más tropicales. El Malecón, o el tradicional bar La Bodeguita del Medio, por ejemplo, dos iconos que brillan aquí en fotos añejadas.
En la barra proliferan las botellas de licores y rones, materia prima de tragos infinitos: ron cola, por ejemplo, o daiquiris varios, o el mojito auténtico (con yerbabuena, no con hojas de menta), o el cardamomo, un ron saborizado de elaboración propia.
En cuanto al paladar, Rey Castro –de la mano de los cocineros Juan y David– recorre los sabores cubanos en menús modelo como el que se abre con una ensalada de brócolis con aliño gribiche, entrada perfecta para un combo-degustación de comidas típicas: el picadillo habanero, los dados de cerdo agridulce, el chilindrón de pollo y el arroz sofrito con frijoles negros. Después del postre (un exótico tiramisú) reaparece el ron –mezclado con café y crema– en el Café Ernesto.
La minuta armada no supera los $30; incluye derecho al show y al baile, y con un adicional de $12 por persona hay canilla libre durante la cena. Se recomienda reservar, especialmente en caso de mesas numerosas. Al costado del bar, frente a un enorme retrato de Castro y Hemingway (1962) que exhibe sus trofeos de pesca, está el salón de los cigarros, amueblado con piezas de anticuario y afiches vintage de Bacardi, cuyas instalaciones se alquilan para degustaciones y eventos ligados al placer del tabaco. Destinado exclusivamente a esos goces, este espacio multiplica las vitrinas con los Cohiba, los Cuesta Rey o los Montecristo, al amparo de una que otra foto de Groucho Marx. La marca local de puros también vale la pena.
Apenas inauguró, en el 2000, el personal contaba con originarios de la isla, pero la mayoría –como muchos de sus compatriotas– desertó y fue a probar suerte a Miami. La música, de todos modos, está en manos de un cubano, Alex, que con su banda Hecho en Cuba, los viernes y sábados por la noche introduce suaves compases latinoamericanos. Después vienen los platillos del show de La Cacho, una drag queen que define su unipersonal como de “animación cómica” y pone en marcha la fiesta. Más tarde la orquesta retoma el escenario e invita a correr las mesas: habrá baile, rumba y merengue hasta las dos de la mañana. ¿The end? De ninguna manera. Porque llega el turno del dj y en el piso de arriba se emplaza una segunda pista de baile, abierta hasta la madrugada, a la que se accede directamente desde la calle.
La sutileza en el tratamiento de los detalles inmuniza a Rey Castro del turismo y el fetichismo cultural. La sensación, al contrario, es genuinamente latinoamericana y calza muy bien en Buenos Aires, que desde hace un tiempo, debilitadas sus ínfulas europeas, redescubre los lazos que la unen con otras metrópolis del continente.
lRey Castro está en Perú 342. Reservas e informes
al 4342-9998/6665. Más información en
www.reycastro.com