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Domingo, 10 de octubre de 2004

MúSICA - ELVIS COSTELLO: EL ENCICLOPEDISTA DEL ROCK

La enciclopedia británica

Los discos del inglés Elvis Costello funcionan como una enciclopedia de estilos: del punk y las canciones beatles al folk y el jazz. Ahora, con dos discos nuevos suma dos rubros a su lista: el sonido del Sur norteamericano y la música sinfónica.

 Por Diego Fischerman

Los matemáticos los llaman fractales. Otros prefieren hablar de muñecas rusas. O de espejos enfrentados y de gatos mirando pantallas de computadoras en las que aparecen gatos mirando pantallas de computadoras, hasta el infinito. Elvis Costello acaba de editar dos discos juntos. Cada uno de ellos continúa, a su manera, la hipótesis del pop omnívoro y de la obra concebida como enciclopedia. Uno recorre el mito del Sur profundo y el otro, el de la música orquestal. Y los dos, en su interior, reproducen el modelo de la exploración sistemática de estilos, formas e instrumentaciones. Podría ser apenas un caso más de posmodernismo explícito. Pero, sobre todo en el caso del disco orquestal –un ballet escrito a partir de Sueño de una noche de verano, para el excelente coreógrafo Mauro Bigonzetti y su compañía Alterballetto–, lo que se pone en escena es la ruptura de uno de los grandes principios rectores de la tradición occidental y escrita: el de la unidad y la coherencia estilística.
En sus diferentes álbumes, Costello elige como objetos el punk, el country, la canción beatle, la canción de cámara (con la genial mezzo soprano Anne Sophie von Otter), el folk, el rhythm & blues, la canción pop más genuinamente pop (con Burt Bacharach), el jazz (con Bill Frisell, con Hal Willner, en su homenaje a Mingus o, ahora, con su mujer, la pianista y cantante Diana Krall), el neocabaret (con Ute Lemper) o el rock’n roll a secas. De la misma manera, en Il sogno puede internarse con igual soltura y convicción en Debussy, en Rimsky-Korsakov, en el jazz pasado por Leonard Bernstein o en el posromanticismo de compositores de Hollywood como Bernard Herrmann, Miklos Rosza o John Williams, según el personaje al que cada movimiento se refiera. El musicólogo Simon Frith escribió que “el sonido y la imagen son inseparables; están integradas en la manera en que los artistas se presentan a sí mismos. Un ejemplo es la forma en que la música de Elvis Costello toma su significado del look de Costello tanto como de su propio sonido”. Y en esa imagen pesan tanto los anteojos como algunos datos un poco más ocultos. En este caso particular, resulta sumamente significativa la elección del sello discográfico. Dentro de la gigantesca paleta de posibilidades ofrecida por la megacompañía Universal, Costello decidió que The Delivery Man saliera en el sello Lost Highway –una marca dedicada a lo que los estadounidenses llaman Americana– e Il Sogno en el legendario Deutsche Grammophon.
En el primer caso, se trata de historias desordenadas, que según el proyecto inicial, parcialmente abandonado en el camino, contarían el recorrido de un vendedor ambulante por la región del Mississippi y sus relaciones con tres mujeres de tres ciudades, de diferentes edades y características socioculturales distintas, cantadas con esa voz siempre un poco teatral y al borde del kitsch y tocadas por su habitual banda de giras, The Imposters. Las participaciones de las cantantes Emmylou Harris (en “Nothing Clings Like Ivy”, “Heart Shaped Bruise” y en la candidata al Oscar “The Scarlet Hide”, que sonaba en la película Could Mountain) y Lucinda Williams (en “There’s a Story in Your Voice”), y las instrumentaciones, trabajadas con fruición antropológica, habilitan con creces la inclusión del vigesimoprimer disco de estudio de Costello en la categoría Americana, donde caben desde las músicas de los Apalaches hasta el populismo de Aaron Copland y las marchas que integran el repertorio de las bandas estudiantiles. La partitura de Il Sogno, orquestada y escrita con verdadero profesionalismo –Costello aprendió a escribir música hace unos años para, en sus palabras, “poder comunicarme”–, tocada por la Sinfónica de Londres y dirigida por Michael Tilson Thomas, está lejos de desentonar en el sello alemán pionero de la música clásica –fue el primero en registrar obras clásicas completas–.
Declan McManus, hijo y nieto de músicos que utilizó como nombre artístico el de Presley y como apellido el de su madre, que compraba discos en elmismo negocio que el guitarrista Peter Green (el primer líder de Fletwood Mac, cuando era un grupo de blues inglés) y vivía en Twickenham, el barrio londinense en el que ensayaban The Who y The Yardbirds, es, en realidad, la más perfecta encarnación de la Gran Bestia Pop. Es decir, de alguien formado, como el personaje de Alta fidelidad, la novela de Nick Hornby, por las listas, los rankings y, sobre todo, la babélica acumulación de información. De miembro de un club de fans de los Beatles, en su infancia, a amigo de Paul McCartney y autor junto a él de “My Brave Face”, “You Want Her Too”, “Don’t Be Careless Love” y “That Day is Done”, incluidos en el álbum Flowers in the Dirt (1989) de McCartney, y de “Pads, Paws and Claws” y “Veronica”, que forman parte de su propio Spike (del mismo año); de seguidor del saxofonista Lee Konitz a autor de sus solos (en North); de admirador de Diana Krall a marido; de voyeur de la música clásica (y de todas las músicas, en realidad) a compositor. El sueño de Costello es el de la apropiación. Y, esta vez, toma dos formas simultáneas. Una es la de los sueños estivales y nocturnos de Shakespeare, en clave sinfónica y con la ayuda de solistas como el saxofonista John Harle –autor de la obra Terror and Magnificence, donde cantaba Costello–, el contrabajista Chris Lawrence –habitual compañero de ruta de John Surman– y el baterista Peter Erskine –ex integrante, entre infinidad de otros grupos, de Weather Reporty–. La otra forma es, claro, la del Gran Sueño Americano pero en su versión barrosa y serpenteante, soñado con acento de blues, cajún y zydeco, en las resbalosas orillas del Mississippi.

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