LAS 7 DIFERENCIAS PELíCULAS CON TIBURONES
Primero que todos y antes que nada, está Spielberg con Tiburón. Atrás, un cardumen de películas con tiburones que viene proliferando desde hace años. Pero la última, Mar abierto, viene con sorpresa: por una vez, gana el pez.
› Por Mariano Kairuz
Hay en los tiburones algo perfectamente cinematográfico; algo que amerita una película antes que esos documentales del Animal Planet –en los que, por otro lado, se lucen tanto–, algo que exige una pantalla enorme antes que 21 pulgadas frente a un plato que se sirve caliente. Está el tema del tamaño, claro, pero no menos importante es todo ese asunto de la aleta dorsal que se asoma y que amenaza, que se ve y no se ve, y por supuesto, el mar: ya se sabe lo que una cámara flotante puede hacer con los nervios del espectador, cómo puede ahogarnos sin siquiera mojarnos. Ahora que Tiburón –la película de Spielberg que alejó a la gente de las playas durante una temporada– está a punto de cumplir treinta años, se estrena Mar abierto, la pequeña odisea de un matrimonio norteamericano perdido en aguas caribeñas, que es algo así como el pariente pobre –en dinero– de aquélla. En el medio flotaron y se hundieron muchas, pero una, llamada Alerta en lo profundo, se destacó por sus niveles de delirio, y porque, después de todo, era divertida. Las tres tienen un protagonista en común pero son tan diferentes entre sí como, por hacer una comparación poco rigurosa, Ricardo Bauleo, Víctor Bo y Julio De Grazia, más conocidos en conjunto como Tiburón, Delfín y Mojarrita.
1. Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975) estaba basada en una novela de Peter Benchley y Alerta en lo profundo (Deep Blue Sea, Renny Harlin, 1999) fue pergeñada por un grupo de guionistas que no hizo nada demasiado memorable ni antes ni después. Producción completamente independiente realizada en video digital, Mar abierto (Open Water, Chris Kentis, 2003) se dice inspirada en hechos reales. Así están las cosas.
2. El tiburón de Spielberg era, obviamente, un muñeco, un “animatronic” sofisticado para la época pero al que hoy se le ven los dobleces del caucho. Se dice que por eso se lo mostraba poco –uno de los secretos de su éxito, junto con ese leitmotiv musical inolvidable–. A todo esto, los mostros con aletas de Alerta... estaban dibujados, compuestos digitalmente, e iban y venían a piacere por toda la película. Mar abierto se enorgullece de no contar con un solo efecto especial ni muñecote, como si fuera la versión Dogma del cine de tiburones: todos los peces, grandes y pequeños, son verdaderos.
3. La historia del terrorífico verano del ‘75 planteaba una cuota de negligencia humana (el alcalde de Amity no estaba dispuesto a permitir que un detalle nimio como la presencia de un escualo de siete metros fuera de lugar arruinara la temporada turística): es el hombre intentando dominar a la naturaleza; hay incluso algo de Ahab en el personaje del marinero irlandés interpretado por Robert Shaw. Alerta en lo profundo es, en cambio, otra fábula sobre la ambición humana (a lo Jurassic Park); sus tiburones gigantes (e inteligentes) fueron modificados genéticamente para utilizarlos en la investigación contra el mal de Alzheimer, una causa noble en la que algunos están sólo por el dinero. En Mar abierto no hay escualos perdidos ni superdesarrollados, y los únicos que están donde no deben son la pareja de norteamericanos que bien podría haberse ido de vacaciones a la montaña.
4. El comienzo de Tiburón era inolvidable: chico y chica escapaban del fogón para irse a nadar desnudos y el pecado era castigado por el pescado, en escena nocturna y espeluznante. A los adolescentes del comienzo de Alerta... –como ocurre con casi todo el cine teenager de los ‘90– uno querría que se los comieran los cangrejos. Mar abierto empieza con este matrimonio que se va de vacaciones y dentro del que las cosas, aparentemente, no andan del todo bien.
5. En su segunda mitad, Tiburón se transformaba en una película de aventuras de estilo más bien clásico: tres tipos a bordo de un bote que salen a cazar al bicho. Alerta en lo profundo se vuelve casi surrealista conforme avanza el asunto: los pescados persiguen a sus víctimas humanas puertas adentro, en un enorme laboratorio construido en medio del océano; por pasillos, torres y cocinas: un verdadero acid trip submarino. Mar abierto, por su parte, es como una obra teatral con dos actores que hablan, se abrazan, pelean y se reconcilian mientras se preguntan si alguien allá en tierra firme habrá notado su ausencia y si estos tiburones de acá abajo serán del tipo de los que comen gente: toda una apuesta al realismo.
6. Al tiburón de Spielberg lo hacen reventar por los aires con un tubo de gas; al último de los tres que hay en Alerta... lo vuelan con una carga de dinamita. Los de Mar abierto no estallan en pedazos porque esas cosas sólo pasan en las películas (y adivinen quién gana en la vida real).
7. Tiburón costó unos 12 millones de dólares –cifra nada despreciable en aquel entonces– y se convirtió en la película más taquillera de la historia, la primera en superar los cien millones de recaudación en los cines norteamericanos. Spielberg le puso “Bruce” de nombre al muñeco en honor a su abogado, pero todos sabemos quién terminó cortando el bacalao en Hollywood. Alerta en lo profundo costó unos 75 millones de dólares y sus productores probablemente se quedaron con hambre. Sin humildad, Mar abierto declara un presupuesto de 130.000 dólares (gastados en fines de semana, con dos actores desconocidos y el director y su esposa, la productora, a cargo de la cámara), y levantó más de treinta millones en las salas norteamericanas.
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