Domingo, 20 de marzo de 2005 | Hoy
INVESTIGACIONES > ¿HUBO FRAUDE EN LAS úLTIMAS ELECCIONES NORTEAMERICANAS?
Colas interminables, problemas de infraestructura, máquinas que alteran el destino de los votos, candidatos ultraminoritarios con records de adhesión, sufragios misteriosamente omitidos, monitoreos suspendidos por presuntas amenazas terroristas... Algo olió a podrido en Ohio durante las elecciones presidenciales norteamericanas de 2004. Y Christopher Hitchens viajó hasta allí para averiguarlo.
Si no fuera por el Kenyon College me habría perdido toda la controversia. El lugar es el sueño de un conferencista invitado. Está en las boscosas colinas de Ohio, en el pequeño pueblo de Gambier. Su revista literaria, The Kenyon Review, fue fundada por John Crowe Ransom en 1939. Entre sus alumnos figuran Paul Newman, E. L. Doctorow, Jonathan Winters, Robert Lowell y el presidente Rutherford B. Hayes. Los orígenes de la institución son episcopales, sus estudiantes son chicos de posición acomodada y buenos modales, predominantemente blancos, pero no es en absoluto un territorio de Bush y Cheney. Llegué para hablar allí unos días después de las elecciones presidenciales y me encontré con que el lugar todavía estaba vibrando. He aquí lo que ocurrió en Gambier, Ohio, ese día clave de 2004.
Los comicios comenzaron a las 6.30 de la mañana. Había sólo dos máquinas para votar (con botones y sistema de registro electrónico) para todo un pueblo de 2200 habitantes (incluyendo a los estudiantes). Diez días antes, el intendente Kirk Emmert le había avisado a la Junta Electoral que necesitarían algo más que eso. (Como muchos otros, sabía que cientos de estudiantes habían pedido registrarse en Ohio porque era un estado “independiente”.) El pedido le fue denegado. De hecho, no sólo no hubo máquinas extra el día de las elecciones sino que una de las dos existentes eligió descomponerse antes del almuerzo.
A las 7.30 de la tarde, hora de cierre oficial de las urnas, la cola de los que esperaban para votar salía del centro comunitario y daba la vuelta hasta el estacionamiento. Un juez federal ordenó entonces que el condado de Knox –del que forma parte Gambier– hiciera cumplir las leyes de Ohio que garantizan el derecho a votar a quienes se presenten en horario. Se repartieron unas tarjetas de “autoridad para votar” entre los que hacían cola (votar es un derecho, no un privilegio), pero no fue suficiente. Cuando los 1175 votantes del precinto habían terminado de emitir sus votos ya eran casi las cuatro de la madrugada, y muchos habían tenido que esperar hasta once horas. Había cientos que votaban por primera vez, y todos estaban convencidos de que una espera larga y fría era un precio bajo a pagar por el debut.
Los estudiantes de Kenyon corrían con una ventaja y cometieron un solo error. La ventaja era que su presidente, S. Georgia Nugent, les había dicho que podían faltar a clase para votar. El error fue rechazar las boletas de papel que les ofrecieron esa noche, tarde, cuando unos abogados del Partido Demócrata de Ohio presentaron una queja para acelerar el proceso de votación. Ya se estaban repartiendo las boletas (que luego serían contabilizadas bajo la supervisión de representantes demócratas y republicanos) cuando alguien gritó desde la ventana del centro comunitario: “¡No usen las boletas de papel! ¡Los republicanos van a apelar y las van a anular!”. Tras lo cual la mayoría eligió seguir con las máquinas.
En el resto de Ohio, periodistas y testigos cuentan que hubo votantes que claudicaron tras esperas humillantes y otros que denunciaron la falta de disposición de sus empleadores para aceptar la asistencia a las urnas como excusa para llegar tarde o faltar al trabajo. Esos cuellos de botella se dieron mayoritariamente en áreas de clase obrera y población, digamos, no blanca. Allí también hubo muchas discusiones por las boletas “provisorias”, esas que se entregan cuando un votante puede acreditar su identidad pero no su inscripción en un determinado padrón. Esos desperfectos podrían atribuirse a la ineficiencia o a la incompetencia, que también podrían haber explicado las demás peculiaridades registradas en la votación de Ohio: máquinas que redirigían los votos de una columna a la otra, otras que registraron marcas sorprendentes para candidatos minoritarios, otras que evidenciaron que incluso votantes que habían esperado largamente por alguna razón no pudieron registrar voto alguno.No sé quién gritó a los votantes que no confiaran en las boletas de papel, pero sé de mucha gente que está convencida de que hubo un trabajo sucio en estas elecciones en Ohio. Creo que algunos son paranoicos delirantes, o fumones capaces de negar cualquier razón objetiva que explique una buena elección republicana. Pero hay algunas razones para volver sobre el tema de las elecciones en Ohio que no tienen nada de delirantes.
Primero: las discrepancias estado por estado y precinto por precinto. En el condado de Butler, por ejemplo, un demócrata postulado para jefe de la Suprema Corte estatal de Justicia obtuvo 61.559 votos. La boleta Kerry-Edwards consiguió unos 5 mil votos menos. Esto contrasta marcadamente con el comportamiento del electorado republicano del mismo condado, que obtuvo unos 40 mil votos menos para su candidato judicial que los que consiguieron para Bush o Cheney.
En otros once condados, el mismo candidato judicial demócrata, C. Ellen Connally, se las arregló para aventajar a los candidatos demócratas para presidente y vice por unos cientos y –en algunos casos– miles de votos. Así que la Sra. Connally ya es una fuerza a tener en cuenta a escala nacional. ¿O habrá algo raro en la atmósfera de Ohio? Excéntricos parece que hay muchos. En el condado de Cuyahoga, que incluye la ciudad de Cleveland, dos precintos mayoritariamente negros del East Side votaron así. En el Precinto 4F: Kerry, 290; Bush, 21; Peroutka, 215; en el Precinto 4N: Kerry, 318; Bush, 11; Badnarik, 163. El señor Peroutka y el señor Badnarik son –respectivamente– los candidatos presidenciales del Partido Constituyente y el Partido Libertario. En 2000, el mejor año de las fuerzas minoritarias, todos los candidatos del tercer partido combinados sacaron en el Precinto 4F un total de ocho (8) votos.
En el Precinto 1B de Gahanna, en Franklin, una máquina electoral computarizada registró un total de 4258 votos para Bush y 260 para Kerry. Pero sólo había 800 votantes registrados, de los cuales se habían presentado a votar 638. Una vez que el desperfecto fue identificado, el presidente tuvo que conformarse con 3893 votos menos que los que le había asignado la computadora.
En los precintos Suroeste y Sur de Concord (Miami) se registró un resultado a lo Saddam Hussein: con un 98,5 por ciento y un 94,27 por ciento, respectivamente, ambos registraron mayorías abrumadoras para Bush. Miami también se las arregló para reportar 19 mil votos adicionales para Bush cuando el ciento por ciento de los precintos ya habían reportado el día electoral.
En el condado de Mahoning, unos periodistas del Washington Post descubrieron que las máquinas para votar destacaban la elección de un candidato luego de que el votante hubiera registrado su preferencia por otro (“salteo de votos”). Algunos especialistas en software electoral diagnostican que hubo un “problema de calibración”. Las máquinas, como los seres humanos, son falibles; estas cosas pasan, y es indudable que muchos votantes de Ohio pudieron registrar sus sufragios con rapidez y sin anomalías grotescas. Pero lo que llama la atención es esto: en prácticamente todos los casos en que hubo colas demasiado largas o insuficiente cantidad de máquinas, el problema se produjo en un condado o precinto demócrata, y en prácticamente todos los casos en que las máquinas produjeron resultados imposibles o improbables, los perjudicados fueron el partido de oposición y los votantes demócratas.
Esto podría refutar cualquier idea de conspiración o manipulación organizada, dado que cualquiera que sea lo suficientemente inteligente para arreglar una elección se aseguraría –al menos para mantener las apariencias– de que las anomalías se distribuyan de manera más pareja. Llamé a mis amigos conservadores más inteligentes para consultarlos al respecto. “Mirá lo que pasó en el condado de Warren”, me contestaron. La noche del día de las elecciones, los oficiales, alegando preocupaciones no especificadas sobre terrorismo y seguridad interior, cerraron el edificio de la administración del condado Warren e impidieron que el periodismo monitoreara el recuento de votos. Usando vaya uno a saber qué clase de escala, se anunció que la amenaza terrorista, del 1 al 10, era de 10. También se adujo que la información provenía de un agente del FBI, aunque la agencia lo negó.
Como quiera que se las mire, hay algo en las elecciones en Ohio que no termina de cerrar. La cantidad de irregularidades motivó un recuento formal que se completó a fines de diciembre y resultó bastante parecido al conteo original, con 176 votos menos para George Bush. Pero sólo fue un insignificante ejercicio de reaseguro, ya que no hay manera de chequear, por ejemplo, cuántos salteos de votos pueden haber efectuado inadvertidamente las máquinas computarizadas.
Hay otros factores más aleatorios a tener en cuenta. El secretario de estado de Ohio, Kenneth Blackwell, codirigía la campaña Bush-Cheney mientras se eximía de su responsabilidad de garantizar una elección transparente en su propio estado. Diebold, una compañía que fabrica máquinas para votar en pantallas táctiles, sin papel, también tiene sus cuarteles centrales corporativos en Ohio. Su director, presidente y CEO Walden O’Dell es un prominente defensor y recaudador de campaña de Bush, que en 2003 proclamó que estaba “comprometido a ayudar a Ohio a darle sus votos al presidente el año próximo”. Diebold y su competidor, E.S.& S., se encargan de contabilizar más de la mitad de los votos que se emiten en Estados Unidos. La competencia no es muy salvaje que digamos, y lo es menos desde el momento en que uno de los vicepresidentes de E.S. & S. es hermano de uno de los directores de servicios estratégicos de Diebold.
Tuve ocasión de pasar un buen rato con una mujer muy recomendada, alguien del ámbito de la fabricación de máquinas que no creía que hubiera habido fraude. Es cierto que es factible, me dijo ella, y sin involucrar a mucha gente. Las firmas que fabrican las máquinas son pocas y también es poca la gente que maneja esta tecnología. “Las máquinas fueron instaladas sin testeos previos –explicó–, y así es posible manipular tanto el recuento como las proporciones de los votos. Se podría descubrir si fueron ‘tocadas’ con sólo intervenir las computadoras, pero las cortes de Ohio rechazan toda moción de someterlas al escrutinio público.”
Finalmente le pregunté qué pasaría si todas las “anomalías” y “errores de funcionamiento”, distribuidos a lo largo de un mismo eje de consistencia, pusieran siempre en desventaja a un solo candidato. Era una pregunta hipotética (la mujer no había examinado la situación particular de Ohio), pero enseguida me contestó: “Sería algo muy serio”.
No soy experto en estadísticas ni en tecnología, y creía –como muchos demócratas en privado– que John Kerry no tenía que ser presidente de ningún país en ningún momento. Pero he reseñado libros de historia y política durante toda mi vida y siempre he tomado notas en los márgenes cuando encuentro algún dato erróneo, un desliz fáctico o una laguna en las evidencias. No hay libro que no los tenga. Pero si todos los errores y omisiones son consistentes y apoyan o atacan siempre una única posición, entonces el autor se merece una mala crítica.
La Comisión Federal de Elecciones debería hacerse cargo de lo que ocurrió en Ohio. Diebold, que también fabrica cajeros automáticos, no debería recibir un solo centavo más hasta que pueda producir un sistema de votación que sea tan confiable como las máquinas de expender dinero. Y los norteamericanos deberían dejar de ser tratados como siervos o extras cada vez que se presentan a ejercer sus derechos políticos.
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