Domingo, 20 de marzo de 2005 | Hoy
UNA FOTóGRAFA ELIGE SU FOTOGRAFíA FAVORITA > MUJER DE HIGH PLAINS DE DOROTHEA LANGE POR ADRIANA LESTIDO
Siempre me resultó difícil hablar sobre las imágenes que son significativas para mí. Creo que son tan complejos y sutiles los mecanismos que determinan que una imagen esté viva, que tenga vida propia –a fin de cuentas, lo único que realmente importa–, que la palabra no me resulta lo más apropiado para acercarme a su misterio, a su secreto.
Dorothea Lange, una de las más grandes maestras de todos los tiempos, fue decisiva para mí en la elección de la fotografía como medio expresivo. Cuando vi por primera vez su imagen más conocida, la de la madre nómade con sus tres hijos (Migrant Mother, Nipona, California, 1936), hace 25 años, supe que por fin había encontrado mi camino. O al menos un camino que iba a transitar durante mucho tiempo. Como cuando uno reconoce en sus padres –reales o espirituales– algo que le pertenece, que con trabajo y suerte quizá llegará. Sus imágenes siempre aparecen en momentos clave de mi vida, como una luz en la oscuridad. Esta fotografía –Mujer de High Plains, Texas Panhandle, 1938– forma parte del trabajo hecho para la Farm Security Administration sobre la población rural en los años de la depresión en Estados Unidos. La acompaña una frase que dijo la mujer: “Si te mueres, estás muerto. Eso es todo”. La miro una y otra vez, como a la mayoría de sus imágenes. Tan simple, como surgida de la más modesta observación, y sin embargo tan profunda, inagotable.
Los libros de Dorothea Lange suelen incluir algunas fotografías que le tomaron a ella: de joven, fotografiando subida al techo de un auto, o sentada en el piso sonriendo a cámara, o ya viejita en su casa en el bosque. Es conmovedor sentir ante su presencia la misma fuerza, ternura y honestidad que transmiten sus imágenes.
Uno sólo puede ver desde lo que es. Quiero brindar mi humilde tributo a Dorothea Lange y agradecer que haya existido un espíritu tan noble y bello como el suyo. Capaz de iluminar caminos con su mirada. De poder contemplar las cosas simplemente como son. De sentir tanta empatía con los protagonistas de sus imágenes, sean quienes sean. Capaz de saber mirar hasta lo más trágico, desde lo más sagrado de su ser. Desde el amor.
Asocio esta fotografía de la mujer de los altos llanos con las palabras con que Italo Calvino cierra Las ciudades invisibles: “El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar, y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”.
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