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Domingo, 3 de abril de 2005

PLáSTICA > LA PINTURA RELIGIOSA DE SANTIAGO GARCíA SáENZ

El camino de Santiago

Un flamante libro y una muestra de autorretratos en el Museo Fernández Blanco devuelven al centro de la escena plástica la obra conmovedora de Santiago García Sáenz.

 Por Santiago Rial Ungaro

En medio siglo de vida, Santiago García Sáenz (1955) ha librado numerosas batallas: “Tuve todos los problemas que pudo tener un hombre en las últimas dos décadas, ¡y de todo zafé! Me quedaron marcas, claro, pero no tengo cicatrices en la mente”. En su flamante libro Angel de la Guarda: 50 años de dulce compañía no encontramos ni resentimientos ni acusaciones histriónicas, sino una sincera e inocente acción de gracias dedicada a ese Angel Guardián que lo ayudó a superar enfermedades y adicciones varias. De hecho, si el dantesco repertorio de calvarios desplegado por este enorme friso latinoamericano que conforma su obra resulta singularmente conmovedor es porque el coprotagonista de este libro es ese ángel (una suerte de alter ego protector, en palabras del crítico Renato Rita), responsable de equilibrar con su luz la oscuridad de todos los males de este mundo.

En el libro, lo autobiográfico y los textos críticos se despliegan en otra narración más misteriosa: la que surge del contacto del óleo con sus telas. Las tradiciones de los pueblos de la Antigüedad coinciden al desarrollar una teoría del simbolismo del color que se origina en el dualismo entre la luz (principio benéfico) y las tinieblas (principio maléfico). Más allá de las creencias, es la resolución estética de ese conflicto espiritual el que hace que la pintura de García Sáenz tenga un valor universal. Su obra es demasiado compleja para pretender encasillarla como “ingenua” o “primitiva”, pero al mismo tiempo tiene la simpleza de quien confía –como lo hacían los artistas en la Edad Media– en que el esplendor de la belleza es una emanación inmediata de la divinidad.

Las pinturas de Angel de la guarda son el escenario donde se actualizan los dramas bíblicos: así, mientras uno de sus cuadros (“Jacob peleando con el Angel”, 2001) muestra una representación de la lucha que libró Jacob durante toda la noche con un misterioso ser que resultó ser un ángel, en otro García Sáenz toma como tema la conversión de San Pablo y pinta ese rayo que lo derribó camino a Damasco de su caballo, luz que irrumpe en nuestra retina como surgida de otra dimensión.

Ese sobresalto existencial es experimentable: en sus obras, el paisaje (donde podemos encontrar una vegetación selvática irrumpiendo en plena ciudad y a Jesús en pleno Wall Street) tiene de inverosímil lo que tienen de vívidas las situaciones. Como bien señala María Gainza, García Sáenz pinta “de memoria”, y eso les da a sus imágenes una textura especial: “Yo pinto de la memoria, que es lo mismo que hacían Balthus, Figari y Marc Chagall. Por eso los nombro en la invitación a la muestra. La memoria está relacionada con el olor, con el gusto, con el tacto, con el sonido. Y con el dolor”.

En el viaje de Santiago (que trae a la mente el mítico viaje del apóstol Santiago a Finisterre) ha habido senderos solitarios y difíciles, pero nunca exentos de luminosidad: en el momento más inesperado la luz aparece para marcar el espacio donde surge la epifanía. García Sáenz sabe que el término “pampa” significa en quechua “espacio sin límites”, y la conciencia de esa infinitud (que tiene en “Nuestro Señor de la Paciencia” su imagen emblemática) palpita en casi todas pinturas. Esa sensación de eternidad nos invita a volver a observar el mundo que nos rodea con otros ojos, con la mirada nueva del que vuelve a nacer. Estas telas (es el caso de la serie Cristo en los enfermos, de 1997, época en que colaboraba como voluntario en el Hospital de Clínicas) nos invitan a ver en cada enfermo a un Cristo que espera ser descubierto como tal, y en cada pareja a unos Adán & Eva en un paraíso súbitamente recobrado.

Luego de lo que Julio Sánchez definió como “el casi obligatorio servicio militar del neoexpresionismo de los ‘80”, la pintura de García Sáenz fue adoptando de a poco la iconografía religiosa. “Empezó con una vuelta atrás, con el intento de volver a la infancia. Yo tomé la Primera Comunión antes de aprender a leer. Así que las reproducciones de Maurice Denis queme mostraban las monjas italianas del Colegio Santa Ana fueron una de mis más grandes influencias”. Desde entonces, esa vuelta a una infancia donde la religión se vive con asombro fue tomando forma en escenas en las que Jesús, los Reyes Magos, San Jorge, San Martín de Tours, San Bartolomé y la Guadalupana se entremezclan con María y José gauchescos, ruinas coloniales y enormes rascacielos de fondo.

La afinidad con el mundo anímico y espiritual ya estaba presente en la obra temprana de García Sáenz, influenciada por Luis Felipe Noé y la transvanguardia italiana. Lo mismo se puede decir de su búsqueda de una identidad latinoamericana, rastreable desde mediados de los ‘80 en la serie Te estoy buscando América, que fue contemporánea de su fascinante Horóscopo criollo (1987). Si el pintor encontró en el arte religioso una fuente de inspiración permanente para buscar su propia identidad, también encontró la clave para reformular desde una perspectiva criolla los conceptos de civilización y barbarie. Para García Sáenz, el gaucho no es tanto el bárbaro como el que te “hace una gauchada”.

Lejos de perderse en lo exótico, la elección de la temática religiosa profundiza en García Sáenz una relación personal profunda con su tierra y la sociedad en la que vive. “Considero que el hombre es esencialmente espiritual, y que si no encuentra a Cristo, a Buda o a cualquier ente supremo, no encuentra el camino de la vida”. Es interesante ver cómo el discurso de este artista sacro independiente va hoy contra la corriente cultural imperante. ¿Cómo fue que el arte religioso se volvió políticamente incorrecto? La hipermediatización de la obra de León Ferrari, que hace de la iconografía un objeto de escarnio y el soporte de un gesto de denuncia política, está en las antípodas de su cosmovisión artística. “Yo creo que León se quedó con el catecismo de su infancia, que es de hace 80 años. Y el Concilio Vaticano Segundo fue en el año 62; ahí se explica claramente que el infierno no existe, que no es más que la ausencia de Dios en la tierra. A mí, una de las cosas que más me molestaron de León fue que se burlara de la devoción popular, que se riera de la gente más humilde. La gente que va a los santuarios está rogando por trabajo, por salud, por lo que sea. La gente más humilde siempre es la más devota. Yo creo que en esa burla hay un espíritu muy clasista. Y no es casual que los que más lo apoyan a León son todos intelectuales de clase media alta, tipos descreídos de todo que al mismo tiempo son intransigentes e intolerantes, porque lo que pretenden es destruir la Iglesia”.

Hace 13 años, Santiago se instaló en una vivienda abandonada a pocas cuadras de la avenida Corrientes. Hoy el lugar es una especie de cueva luminosa donde los azules, verdes, blancos y ocres de sus telas hacen juego en un ambiente que tiene tanto rancho como de santuario. Basta ver en una de las paredes la imagen de los reyes magos haciéndole rei-ki al niño Jesús para entender por qué que la pintura de García Sáenz escapa las convenciones. “Yo pinto desde adentro, no especulando. Si no, me llenaría de plata pintando para el Opus Dei”. Esa libertad que se toma para explorar las profundidades de su propio ser es la que le da un sabor especial a la dulce compañía de estos seres angélicos. “Desde que mi madre me enseñó el ‘Angel de la Guarda, dulce compañía’, lo incorporé y recurro a él en cada situación difícil. La vuelta a la religión me hizo comprender que siempre estoy rezando, siempre estoy expresando un deseo de algo, aunque esté pintando cualquier cosa. Eso está presente en la serie de los desocupados y en la de Cristo en los enfermos, pero también estoyexpresando un deseo cuando pinto a los Reyes Magos, que marcan la conexión entre Oriente y Occidente”.

Intuición, fantasía o profecía, el deseo que expresan estas visiones no es sino una forma de plegaria, una alabanza de agradecimiento que activa algo latente, histórico, desde una dimensión espiritual. “Una de las diferencias que hubo en la colonización argentina es que acá las sangres de mezclaron muchísimo. Las mujeres tardaron cien años en venir, así que cada español tenía diez o quince mujeres. En México y en Perú se mezclaron sólo las clases altas; y en Estados Unidos los mataron a casi todos. Yo mismo tengo sangre india”.

Hay cierta empatía entre la estética de sus pinturas y la que desarrollaron en sus reducciones los jesuitas, empeñados en evangelizar desde un proceso de asimiliación y comprensión que demostraba respeto por la identidad de los nativos. “Yo tengo el privilegio de poder vivir de la pintura, sabiendo que la mayoría de la gente trabaja de lo que puede y cuando puede. El libro no me lo regaló nadie; lo hice con plata que me gané trabajando: es un privilegio que se transformó en un deber. Y el Angel de la Guarda es Dios: una cierta presencia de El”.

Autorretratos de Santiago García Sáenz. En el Museo Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco, Suipacha 1422. Hasta el 10 de mayo.

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autorretrao con pinceles (1998) oleo sobre tela, 170 x 200 cms.
 
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