Domingo, 3 de abril de 2005 | Hoy
FAN > UNA DIRECTORA ELIGE SU PELíCULA FAVORITA: EMBRIAGADO DE AMOR, DE PAUL THOMAS ANDERSON
Elijo la película Embriagado de amor, no porque la ubique primera en un ranking arbitrario sino porque me resultó perturbadora e inquietante todas las veces que la vi. La recuerdo a menudo a través de imágenes y evoco no pocas veces al mítico personaje Barry Egan, sufriente y sonriente, disimulando constantemente la sensación de catástrofe (que se manifiesta con el apoyo de la música), batallando por alcanzar una cuestionable “normalidad”. Barry Egan lo intenta, pero sus hermanas piensan que “tiene problemas” y le recomiendan ver a un psiquiatra mientras recuerdan, entre carcajadas, aquella vez que de niño enloqueció porque le gritaban “mariquita”.
Hay una escena que me llama mucho la atención: Barry está en un supermercado silencioso, junto a su empleado, que siempre lo mira un poco asombrado, como si todos sus movimientos y actitudes carecieran de sentido común. Barry se lleva todas las cajas de budín que encuentra en la góndola, hasta agotarlas. Se siente eufórico porque cree haber descubierto un “error de comercialización” del cual puede sacar provecho: una promoción especial obsequia millas de viajero frecuente junto con la compra de cada budín. Barry tiene la fantasía de viajar a Hawai comprando budines, porque allí está Lena, la mujer que quiere conquistar. Barry dice que “la mayoría de la gente no lee la letra pequeña”, pero él es distinto, es un consumidor atento. Puede romper un ventanal con una patada, o destrozar un baño de restaurante, pero tiene una sensibilidad que lo llevará a viajar gratis toda la vida. Y entonces Barry baila alegre entre las góndolas del supermercado: está feliz. Parece Fred Astaire o un pingüino. Va y viene. Me encanta cómo baila y repite: “Voy para allá, Lena, voy para allá”.
Ilusionado, enamorado, tiene la excitación de un niño que salta sobre un colchón hasta que sus padres lo mandan a dormir. La ceguera de Barry Egan es fascinante, contagiosa y, lamentablemente, muy reconocible.
La escena cuenta el momento en el que Barry parece abismarse, perderse en una trampa. A veces, el acto de mayor demencia puede confundirse con el hallazgo de una solución perfecta. Como un pajarito que se estrella contra el vidrio, Barry baila entre las góndolas. Y por eso uno lo quiere y quiere lo mejor para él.
Si pudiera, conocería a Barry Egan, lo invitaría a que descanse y le contaría que a veces siento lo mismo que él.
Cuarta película del californiano Paul Thomas Anderson (nacido en 1970), Embriagado de amor (Punch-Drunk Love, 2002) es una obra menos grandilocuente y más tranquila que sus dos films inmediatamente previos: Magnolia (intensa historia coral en la que confluían y se superponían varias tragedias personales y familiares) y Boogie Nights: juegos de placer (sobre la industria del cine porno norteamericano a fines de los ‘70 y principios de los ‘80, centrada en episodios biográficos de la estrella del porno Dirk Diggler). En cierto sentido, puede que Embriagado... se acerque un poco al espíritu y a la tensa calma que se respira en su gran película debut, Vivir del azar (Hard Eight, 1996), pero sometida a los efectos de su asociación creativa con Adam Sandler, uno de los comediantes más importantes surgidos del programa Saturday Night Live en los años ‘90. El reparto principal de la película se completa con Emily Watson y los increíbles Luis Guzmán y Philip Seymour Hoffman.
Embriagado de amor fue seleccionada para la Competencia Oficial del Festival de Cannes, donde Anderson ganó la Palma de Oro al Mejor Director (compartida con el director Kwon-taek Im). Sandler fue nominado al Globo de Oro al Mejor Actor en una Comedia o Musical a fines del mismo año.
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