ENTREVISTAS > EL CRIMEN Y LA MISERIA BRASILEñA SEGúN PAULO LINS, EL AUTOR DE CIUDAD DE DIOS
Antes de escribir la novela que se convertiría en uno de los libros más vendidos de Brasil y en una gran película que llegó al Oscar, Paulo Lins había emprendido el proyecto de Ciudad de Dios como una investigación antropológica que lo llevó a hacer más de 300 entrevistas a bandidos de la favela en la que él mismo había crecido. Ahora, de paso por Buenos Aires (donde aprovechó para visitar la Isla Maciel), explica por qué el panorama de violencia, crimen, drogas, armas, tráfico y corrupción policial que pintó en su novela es mucho peor de lo que cualquiera puede imaginar.
› Por Mariana Enriquez
Cuando Paulo Lins publicó Ciudad de Dios en 1997, el libro se convirtió en un éxito inmediato, al punto que hoy –y especialmente después de la adaptación cinematográfica de Fernando Meirelles y Kàtia Lund– es uno de los más vendidos de Brasil. Pero Paulo no cree que el impacto sólo haya sido porque tocaba el siempre urticante y abigarrado tema de la vida en la favela. “Llamó la atención porque yo soy negro, intelectual y favelado. Es una cosa casi imposible. Fue un éxito por una especie rara de racismo: ‘¿Cómo puede un negro escribir un libro tan largo?’ se debían preguntar.”
Ciudad de Dios tiene 400 páginas, más de trescientos personajes y está dividido en tres partes: “La historia de Inferninho” –sobre los años ‘60 en la favela–, “La historia de Pardalzinho” y “La historia de Zé Miúdo”, sobre la formación de las bandas de narcotraficantes y la guerra desatada en los años ‘80. El libro nació de una investigación antropológica para el proyecto “Crimen y criminalidad en las clases populares” de la antropóloga Alba Zaluar. “Ella quería universitarios que viviesen en Ciudad de Dios para trabajar en la investigación. Yo fui convocado por ser habitante de la favela, aunque no estudiaba antropología; estudiaba Letras en la Universidad Federal de Río de Janeiro. El trabajo consistía en entrevistar personas ligadas directa o indirectamente con la criminalidad. Así comencé a entrevistar a los bandidos cuando tenía 26 años, y lo hice desde 1986 hasta 1993. Hice más de trescientas entrevistas, algunas con amigos, compañeros de la escuela, otras con gente desconocida. Pero no era muy preciso, ni disciplinado. Solamente hablaba con las personas. Como investigación el material a lo mejor no era demasiado útil; de a poco, lo fui armando en forma de novela.”
Hasta entonces, Paulo Lins era poeta. En los ‘80, formó el Grupo Cooperativo de Poesía con amigos de la Facultad de Letras; producían sus propios libros, los vendían de mano en mano y hacían nuevos libros con el dinero de las ventas. Así publicó Sobre o sol (1986). Pero después de esa experiencia se dedicó casi en exclusiva a la investigación que sería su primera novela, y a dar clases de Lengua Portuguesa y Literatura Brasileña. Después de Ciudad de Dios ganó la beca Guggenheim, vivió en Berlín, recorrió el mundo hablando de su libro y sus experiencias. Pero, aunque sabe que su caso es excepcional, no pierde tiempo en agradecimientos, y se irrita cuando alguien le dice que tuvo “suerte”. “Yo solamente ejerzo mi derecho a ser una persona educada y, eventualmente, poder tener algo de éxito. Si le pasara a un blanco, sería algo normal. Como soy negro y nací en una favela, entonces tengo ‘suerte’. Yo tuve posibilidades gracias a una beca, y el sistema debería funcionar así para todos los excluidos.”
Paulo Lins es duro, aunque muy simpático. Parece mucho menor de sus 46 años, y se le nota un debate interno entre sus dos pasiones: la literatura y la política. Militante del PT desde siempre, trabajó para el Ministerio de Cultura de Río como asesor y como consultor de la Secretaría de Promoción de la Igualdad Racial; en este momento, está ayudando a formar un colectivo para la reforma de la policía en Brasil: “Queremos intentar sensibilizar a la sociedad para hacer una reforma, y detener el tráfico de armas que ejerce la policía. Y exigir del gobierno federal una intervención de la policía carioca que mata a jóvenes negros, indios y pobres. Cosa que a la sociedad no le importa. Siempre estuve involucrado con la función social, desde el movimiento negro al movimiento de barrios. Yo me considero un hombre político. Pero ser funcionario de Cultura fue desastroso; apenas tenía poder, era sólo un asesor. Nunca más aceptaré un cargo público. Llevar proyectos adelante es imposible porque depende de demasiadas cosas. Yo trabajé con el PT toda mi vida y cuando llegó al poder era lógico que participara, pero me arrepentí. De todos modos no estoy peleado con el partido, sino con la maquinaria administrativa. La pasé mal, siempre estaba deprimido. Ahora solamente quiero trabajar en la base”.La semana pasada, en su paso por Buenos Aires y la Feria del Libro, Lins visitó la Isla Maciel, invitado por la Asociación Miguel Bru, que se ocupa de la defensa de derechos humanos frente a casos de abuso de poder policial e institucional; un día antes había conocido a uno de sus miembros fundadores, Cristian Alarcón –periodista y autor de Cuando me muera quiero que me toquen cumbia–, que lo entrevistó públicamente en el Malba. En este momento, la Asociación está trabajando en la Isla Maciel, y entre otras actividades coordina una experiencia llamada “Aguante la Isla”, que consiste en talleres de fotografía, periodismo, derechos humanos, computación, electricidad, peluquería, panadería y género. Los integran chicos de entre quince y veinte años. En octubre de 2004, una de las primeras actividades de la Asociación fue proyectar la película Ciudad de Dios, así que cuando Lins llegó a la Isla, los chicos ya sabían de quién se trataba. “Lo genial fue que él se adaptó a la dinámica en seguida”, cuenta el coordinador de Jóvenes Lucas Maguire. “Hablaron con él chicos de varios talleres, especialmente de fotografía, DD.HH. y periodismo, y al principio lo medían. Pero cuando supieron que había vivido treinta años en una favela y que no era un ‘pichi’, se relajaron. Sobre todo querían saber las diferencias entre una favela y una villa argentina, y Paulo les contó lo extendido que está el tráfico de drogas y armas, y que la violencia social en Río es mucho mayor que en Buenos Aires, básicamente las diferentes estructuras. Paulo estaba interesado en nuestra experiencia, quería ver los paralelismos.” Después de la charla, Lins paseó por la Isla sacando fotos: “La gente decía ‘cómo lo van a dejar andar solo’, pero sabiendo de dónde viene él, es lógico que no tenga aprehensión alguna. Los chicos lo invitaron a conocer el fondo de la villa, que es la parte más cruda, donde hay más miseria. Ahí se sumaron los pibes más duros: cuando volvieron eran más, lo seguían. Se sintieron identificados. Y para nosotros era importante porque servía para mostrarles a los chicos que alguien con el mismo origen que ellos, no sólo por haber vivido en una favela sino por haber tenido la misma falta de posibilidades, podía escribir un libro, ser un intelectual, salir del círculo de la exclusión”.
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