› Por Mariana Enriquez
¿Cuándo empezaste a escribir?
–De niño. No sabía escribir literalmente, pero hablaba y mi mamá anotaba lo que le decía y lo firmaba. Cuando aprendí a escribir, hacía letras de samba para las scolas de Ciudad de Dios. Los compositores me lo pedían, a veces querían sólo que se las corrigiera y yo terminaba cambiando todo.
Llegaste a Ciudad de Dios a los siete años. ¿Por qué se mudó tu familia a esa favela, y qué tiene de particular?
–Ciudad de Dios fue creada por el gobierno brasileño y el gobierno norteamericano, dentro del proyecto Alianza para el Progreso. La idea era sacar las favelas del centro de Río de Janeiro y hacer un complejo habitacional. Fueron creados cinco conjuntos habitacionales para colocar personas de varias otras favelas en una favela sola. Eran personas que no fueron criadas juntas, entonces las rivalidades estaban desde el nacimiento de Ciudad. Una favela va surgiendo, las personas empiezan a llegar. Esta no, fue forzada. Entonces los conflictos fueron muy intensos. Si tuvieras que escribir sobre Ciudad de Dios hoy, ¿qué sería diferente?
–Mucho. En primer lugar, el libro sería todavía más violento. Porque hay mucha más violencia hoy que hace veinte años. Hay más armas, y más sofisticadas; somos el país con más muertes por arma de fuego del mundo, junto con Venezuela. Y quizá estaría aún más presente la policía, que es central en el libro, pero en la realidad social actual es fundamental. La policía en Brasil está hecha para perseguir a los negros y a los indios.En la última de las masacres periódicas de mi país, todos los asesinados eran negros e indígenas (nordestinos). La policía es la que hace el tráfico de armas, y si no, son personas que trabajan para el Estado. La policía de Brasil debe ser reformada. Hay que acabar con la corrupción policial, si no la criminalidad no va a disminuir significativamente. Es necesaria una intervención federal de la policía carioca, hay que moralizarla, porque es la base de la criminalidad en Río y la que les da armas a los niños de la favela. El problema de la policía en la sociedad latina está relacionado con que los gobernantes son blancos, racistas y no quieren dividir los bienes materiales. En Brasil el pensamiento es: “Los negros son disponibles, que se maten”. La sociedad tiene que cambiar y no va a ser un presidente el que lo haga.
En Ciudad de Dios está muy presente el tema del racismo...
–La sociedad brasileña es muy racista. Y tiene la peor distribución de la riqueza del mundo; ésa es la razón de la criminalidad. El racismo está en todos lados: los negros no tienen propiedades, no hay intercambio cultural en la sociedad brasileña, no tienen salud ni educación, los negros son miserables. Por supuesto, ningún blanco brasileño lo admite. Pero nosotros los negros lo sabemos y lo sentimos.
En el comienzo de la novela hay una señora mayor que vende marihuana en la favela; hacia el final, ya es una guerra de narcos. ¿Cómo viviste esa expansión?
–Cuando era chico, la cocaína no era una cosa muy consumida. Era cara, era para el rico. Después se popularizó. Los famosos usaban cocaína y eso despertó el interés de los chicos en la favela. Quien usaba cocaína en la favela era más fino y elegante que el que usaba marihuana. Fue una cuestión de status en los años ‘70, y en los ‘80 se desató narcotráfico. Yo personalmente no creo que los narcotraficantes ejerzan una contención social en las favelas, como se suele creer. Cuando terminó la dictadura, los presos políticos trataron de hacer un pacto social, instalar en el imaginario de los presos comunes cierta conciencia. Consiguieron una conciencia política algo confusa, pero duró poco.
¿Y cómo fue vivir la guerra que describís en los últimos capítulos?
–Yo la sentí en la piel, fue parte de mi cotidiano. Mis amigos, mi generación estuvo en esa guerra. Por eso siempre digo que la investigación antropológica fue importante para el libro, pero no fundamental: yo conocía todo porque estaba ahí. No se podía andar por la calle, la vida social de la favela desapareció. Ahora es lo mismo, no hay vida social. Hay una guerra con ex policías traficantes de armas que quieren dominar la favela, con el apoyo de la policía oficial. Los comerciantes pagan peaje, también lo hace la gente para poder caminar por la calle, son bandidos policiales que dominan la región. La zona de Río está dominada por la policía militar, que entra en la favela, dispone de los traficantes y se queda para controlarlo todo. Y la criminalidad está totalmente desorganizada: cinco facciones de bandidos dominan Río. En San Pablo hay secuestros, pero el crimen principal en Río es el tráfico porque hay turistas: es más rentable y más fácil. Además, las favelas están geográficamente más próximas a la clase media. En San Pablo la elite vive en el centro, y los pobres en las afueras.
¿Cuáles son tus próximos proyectos?
–Estoy escribiendo una novela, pero mucho no puedo decir, porque está tomando forma. Lo que sí estoy armando es un libro sobre fútbol. Pero no sociológico ni filosófico ni nada: un libro de hinchas. Serán cinco escritores brasileños hablando de fútbol argentino y viceversa. Tengo apalabrado a Chico Buarque. Me molesta que a los intelectuales no les guste o no hablen de fútbol; o que cuando lo hacen, lo aborden desde un lugar pretencioso. El fútbol es cosa del pueblo, y es alegría. Y es algo bueno: en la final del Campeonato del Mundo nunca hay violencia en Brasil.
¿Por qué no quisiste ser guionista de Ciudad de Dios?
–No hubiera sabido cómo hacer un guión de una novela fundamentalmente coral, y además no me gusta trabajar sobre algo mío. Ahora estoy mucho más involucrado en cine que entonces, además. Pero me gustó cómo quedó. Se respetó el espíritu del libro. Y lo importante es que todos los actores son favelados. No necesitaban guión; sabían lo que tenían que hacer, cómo comportarse, comprendían todo. Yo participé como consultante, pero no hice nada que mereciera demasiado crédito. Cuando salió el libro, en la favela no pasó nada, porque las personas no tienen hábito de lectura, la mayoría son analfabetos. Yo era famoso igual. Pero cuando salió la película fue una revolución. Muchos se enojaron, a otros les gustó. Hubo un debate enorme y muy interesante.
La gente que ve la película cree que Busca-Pé, el chico que consigue ser fotógrafo para un diario y evitar ser parte del mundo del crimen en la favela es tu alter ego...
–No es así. Busca-Pé es una excepción. No es fatal, pero es muy difícil, si no imposible, ascender socialmente en la favela. La gente sigue el camino de la criminalidad o entra al mercado de la mano de obra no especializada. Y la violencia es fruto de la desigualdad social, la peor del mundo por años. El narrador de mi novela siente pena por esos jóvenes que son el resultado de 400 años de esclavitud, 300 años de colonización y 100 años de explotación económica norteamericana y europea. Además de la elite brasileña, los mayores delincuentes. Y en ese sentido, me identifico con Ze Pequenho, porque es el personaje que la sociedad crea, es el verdadero producto de Brasil.
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