Domingo, 29 de mayo de 2005 | Hoy
LA BIBLIOTECA NACIONAL DE FRANCIA VS. GOOGLE
Cuatro meses después de que Google lanzara su plan de crear la mayor biblioteca virtual del planeta, el presidente de la Biblioteca Nacional de Francia anunció que la Unión Europea asignará 96 millones de euros para digitalizar el acervo de las bibliotecas más preeminentes del Viejo Continente. No es una cuestión de orgullo, dijo Jean-Noël Jeanneney, sino de evitar que los americanos monopolicen la difusión de la cultura occidental.
Los bibliotecarios franceses están en pie de guerra, y el enemigo es un monstruo yanqui que avanza a pasos demoledores: Google, el mayor buscador de Internet. Así viene la mano en el campo de las dominios culturales: cuando el gran motor de la G anunció, a fines del año pasado, que emprendería la titánica empresa de digitalizar libros de todo el mundo para ponerlos a disposición del público en la red –es decir: cuando anunció que crearía la mayor biblioteca virtual de la historia–, los principales bibliotecarios galos pusieron el grito en el cielo. “¡Ah! -bramaron– ¡otra vulgar muestra de la ‘aplastante dominación norteamericana’!”
Apenas cuatro meses más tarde, sus vecinos continentales de la Comisión Europea propusieron una iniciativa parecida, asignando unos 96 millones de euros para hacer lo propio con todos los volúmenes de más de veinte de las bibliotecas más preeminentes del Viejo Continente. La jugada no es un mero reflejo originado en un orgullo europeísta sino una movida inspirada en la convicción, cada vez más extendida, de que en un mediano plazo los motores de búsqueda digital serán los guardianes de la cultura mundial. Y entonces será importante “no depender de los desarrollos de una tecnología exclusivamente norteamericana”, dice el presidente de la Biblioteca Nacional Francesa, Jean-Noël Jeanneney, el hombre que dio el puntapié inicial.
Lo cierto es que la guerra comenzó bastante tiempo atrás. Basta considerar la multa de 613 millones de dólares con que la Comisión Europea sancionó el año pasado a Microsoft por sus prácticas monopólicas, o la reciente demanda de la agencia France Presse a Google (por supuesta violación de copyright de sus contenidos). Algunos ven estas arremetidas como signos de la desesperación europea ante la evidencia de que la CE va perdiendo la carrera tecnológica pese a los montos multimillonarios con que sus Estados vienen subsidiando proyectos industriales relativos a desarrollos de tecnología. No hay una IBM ni una Hewlett Packard europeas, y la brecha digital amenaza con consolidar definitivamente el Imperio tecnológico.
Por otro lado, el equipamiento para llevar adelante el proyecto de las bibliotecas digitales es básicamente accesible en ambos continentes. El tema, dice Jeanneney, no es tanto el problema de la dependencia respecto de la tecnología norteamericana sino la preocupación por la “huella histórica que dejará Google si nadie lo controla, ya que podrían manipular inconscientemente la manera en que las futuras generaciones percibirán e interpretarán no sólo Internet sino todo el espectro de la cultura y la historia occidental. (No es una cuestión de orgullo nacional) pero es necesario que la historia del planeta no sea comunicada únicamente a través de un medio norteamericano sino, también, a través de uno europeo, e incluso uno asiático”. La batalla, por ahora, se libra en un campo virtual, y la Biblioteca Francesa y Google han iniciado conversaciones. Si la vía diplomática y la de la cooperación fracasan, entonces sí: Jeanneney y sus enemigos deberán encender sus sables láser y batirse a duelo por el futuro del imperio de la información. Que la fuerza los acompañe.
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