Domingo, 29 de mayo de 2005 | Hoy
FAN > UN PINTOR ELIGE SU OBRA FAVORITA: ESTATUAS ETRUSCAS POR JACQUES BEDEL
Elegí estas estatuas por la síntesis, por su contemporaneidad. Soy en general un gran admirador de la cultura romana. Creo que los italianos son quienes inventaron el arte: las mujeres, la comida, las corbatas, los géneros, los autos; lo más lindo siempre es italiano.
Descubrí estas estatuas etruscas hace muchos años, en los libros de arte: siempre estuvieron ahí, y me las volvía a encontrar una y otra vez. Pero fue como si hubieran estado agazapadas esperándome y finalmente me hubieran saltado al cuello. Pertenecen a una serie de unas quince estatuas distintas que fueron encontradas en excavaciones. Se trata de estatuas votivas. Hay otras más chiquitas, otras un poco más complejas: éstas son las más simples y las más grandes.
Y son deidades domésticas: es decir, que el dueño de casa le pedía algo a un dios y en función del pedido, se dice, era el tamaño de la estatuita que le hacían. Se dice que el cuerpo se hacía filiforme para no tener que gastar en el molde.
Las copias que tengo son réplicas exactas, tienen el mismo tamaño; una es de 50 cm y la otra de unos 60. Pero lo que es extraordinario es lo cálidas que son, a pesar de sus estructuras –para su época– casi absurdas. Tienen una presencia increíble; resultan extraordinariamente domésticas. Son dos pitutos de hierro, tan simples y demostrativos. Son dos cositas a la vez etéreas y hogareñas, es como si te estuvieran esperando, como un perro. Las tengo en la entrada de mi casa y verlas cada vez que entro en casa es para mí casi como saludarlas. Esto es una cosa que no me había pasado nunca antes de tenerlas, y eso que soy cachivachero, fabrico basura e invado el espacio –tanto con esculturas como con casas, como con cualquier cosa que hago–. Y sin embargo nunca había tenido una complicidad de este tipo con otro objeto. Nunca intenté reproducirlas; el que sacó mucho de estas cosas fue Giacometti, con esas figuras largas que él hacía. Pero realmente me conmueven; verlas me produce un enorme placer.
Antes de conseguir estas réplicas tuve otras más chiquitas, unas reducciones, versiones “pocket” que me compré en una exposición de arte etrusco en Venecia. Mi mujer tenía el varón, y yo me quedé con la mujer; cada uno puso el suyo en su mesa de luz. Y poco a poco, estas cosas tan sutiles, tan serenas, se fueron instalando en la casa. En un viaje posterior, a Roma, no resistí la tentación y tuve que adquirir una reproducción verdadera, del tamaño exacto. Es más: creo que ahora, en mi próximo viaje, me voy a comprar otro juego, para ponerlo en mi taller. Finalmente estos objetos han conseguido hipnotizarme.
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