Domingo, 20 de agosto de 2006 | Hoy
PERSONAJES > LA LARGA VIDA DE JUAN CARLOS KREIMER
Pionero del periodismo de rock en Argentina y hoy editor de la colección “Para Principiantes” desde su sello Longseller, Juan Carlos Kreimer ha cambiado de piel varias veces en su vida: desde la bohemia viajera en París o Buzios, hasta escribir libros míticos como Punk, la muerte joven en Londres o fundar una revista sobre el bienestar como la exitosa Uno mismo en los ’80. Aquí recorre esa búsqueda errática pero guiada por una coherencia interna.
Por Santiago Rial Ungaro
En algunos casos ser un “outsider”, no pertenecer, tiene sus privilegios. Sólo cuando uno no pertenece a ningún lugar tiene la libertad de entrar y salir de todos. Tal es el caso de Juan Carlos Kreimer, escritor, aventurero, editor, carpintero, buscador y periodista que luego de atravesar las décadas del ’60, ’70, ’80 y ’90, hoy puede afirmar, con medio siglo a cuestas, que es un hombre feliz. Claro que para él la felicidad más que un revólver caliente es el haber estado por aquí, por allá y por todas partes siendo siempre él mismo. Testimonio de una vida itinerante signada por búsquedas nunca definitivas, la reciente edición de Contracultura para principiantes (escrito y editado por el propio Kreimer y dibujado por Frank Vega en un acorde estilo a lo Robert Crumb) hace que la contracultura aparezca como un juego apasionante y fluctuante. Como Greil Marcus en Rastros de Carmín, Kreimer va uniendo las vidas de los beatniks, los hippies, los diggers, los punks y demás rebeldes que, como en un juego de postas, se van pasando una antorcha en la que siempre arde la llama de la rebeldía y el disconformismo que han marcado una historia paralela del siglo XX. Contracultura para principiantes funciona como una autobiografía afectiva para rastrear el itinerario intelectual de un tipo que, aún hoy, sigue rompiendo esquemas. El libro coincide con la reedición de Punk, la muerte joven, autogestionado por su propia editorial. Ni hippie, ni punk, ni new ager, ni empresario editorial, el que está en frente nuestro es un hombre que se animó, ni más ni menos, a ser él mismo: “Lo primero que hice fue abandonar la facultad y las expectativas burguesas que tenía mi familia sobre mí. Todo empezó cuando compré mi primer ejemplar de la revista Eco Contemporáneo. Tenía 18 años, creo que fue en 1962. Era una revista que traducía a los poetas beatniks, hablaba de Witold Gombrowicz y del malestar de los jóvenes. Me acerqué a la gente de la revista, que era un poco más grande que yo: Antonio Dal Masetto, Alberto Viñati, Miguel Grinberg, Jorge Di Paola. Edité algunos poemas, y después empecé a trabajar ahí: había que ir a las imprentas, y con los paquetes de revistas por el subte, llevándolas kiosco por kiosco...”.
Estamos a principios de los ’60 y el joven Juan Carlos Kreimer, hijo de profesionales, anda por la calle recitando “América, América, te he dado todo y me has dejado sin nada” de Allen Ginsberg. Sabe que, para muchos, su actitud no es políticamente “comprometida”. “Con el tiempo esta revista fue acusada de pro yanqui, de no estar politizada. Pero yo en ese entonces empecé a descubrir que había muchos rebeldes que venían en inglés. Nosotros quizás éramos más ‘camusianos’, y no tan ‘sartreanos’: no sabíamos lo que queríamos, pero sí lo que no queríamos. Hoy esto parece una sutileza, pero a principios de los ’60, el intelectual debía militar políticamente. Ibamos a escuchar jazz, o a Piazzolla; rock acá aún no había.”
De ahí Juan Carlos pasó a trabajar en la editorial de Jorge Alvarez, famoso entre otras cosas porque “inventó el negocio de la literatura argentina fuera de las grandes editoriales: ahí leí a Manuel Puig y me daba cuenta de que no sólo no podía escribir tan bien como él, sino que no tenía una experiencia de vida para escribir algo tan fuerte. Después me contrataron como redactor para Claudia, que fue mi primer trabajo en serio. Ahí trabajé 5 o 6 años, y la verdad es que me mandaban a escribir sobre cualquier boludez. Pero mi compañera de banco en ese trabajo era Olga Orozco. De repente yo les decía: ‘Toca un grupo en el Instituto Di Tella al que le podemos hacer una notita’. Así empecé a escribir sobre Almendra, Poni Micharvegas, Manal. Y las notas sobre los hippies y sobre el rock que llegaban en inglés me las pasaban a mí porque no las entendían, una onda ‘dáselo a Kreimer que es joven y está metido en todas estas locuras’. La primera nota que hice que estuvo buena, era sobre Bob Dylan, Joan Baez, Peter, Paul & Mary y The Mamas & The Papas. Cuando conseguí cierto renombre, en 1968 escribí Beatles & Co, que publiqué cuando los Beatles todavía estaban tocando. Así pasé de ser un bueno para nada, como era en mi casa, a ser un periodista especializado en rock”.
Editado dos años más tarde, Agarrate, segundo libro de Kreimer, describía dos tipos de bandas: “Estaban las que, te gustaran o no, tenían una búsqueda: Alma y Vida, La Cofradía de la Flor Solar, Manal, Almendra. Era música que te excitaba, que te decía: Disfrutá la vida, boludo. Y el resto: música para que la mersada bailara”. La mirada de Kreimer está marcada por el espíritu crítico de la época, pero por entonces eso no alcanzaba: “Había mucha presión de la juventud consciente para que uno entrara a militar: laburar al estilo Rodolfo Walsh, hacer actos de sabotaje, volantear, ir a las villas a concientizar a la gente. Y yo sentía una mezcla de cobardía y comodidad: no estaba dispuesto a sacrificar mi vida. En ese entonces me peleé con todos mis amigos sindicalistas. No creía en el peronismo, ni en la llegada de Perón. Sabía que el viejo los iba a terminar cagando a todos”.
Después de vivir la época dorada del rock nacional, durante los ’70 “no pertenecer al establishment” ofrecía, para un periodista contracultural como Kreimer, la posibilidad de disfrutar de cierto jet-set bohemio: “Las aerolíneas nos vendían los pasajes muy baratos. Y vos te ibas con tu mochila y caías en la casa de uno del que tenías el teléfono. Pasaban cosas increíbles: ibas a San Francisco, París, Madrid o Londres y a la media hora de llegar ya encontrabas, no sabías cómo, a uno que era amigo de un amigo tuyo. Eso duró hasta los ’80, cuando el turismo cambió todo. Entonces decíamos que éramos la Octava Internacional. Yo recuerdo que en un momento decidí que no quería laburar más, que no quería formar parte del sistema. Hacía algo que me diera mucho guita por unos meses y después estaba un año yirando. Vivía. En el ’73 trabajé para una campaña de Mitterrand y después me quedé un año en París”.
A principios de los ’70, Kreimer se aburrió del rock, nacional o no. “Hacia el ’72 fui a ver a Pink Floyd en el Palacio de los Deportes de París y me pareció que era música para acompañar la fumada: ¡me aburría! En el ’73 me pasó lo mismo con los Rolling Stones: me gustó más el viaje en tren a Bruselas, en el que conocí a Mark Zemati (un librero francés que terminó organizando el primer festival punk francés) que el recital, que no me dejó nada.” A mediados de los ’70, siguiéndole los pasos a cierta bailarina, Kreimer quedó anclao en Londres, escribiendo una novela: Señor de ningún lugar. Mientras tanto, durante 1977 Kreimer había empezado a ver, en las calles, en los pubs, que algo pasaba en Londres. “Había leído una entrevista a Malcolm McLaren; sabía que el tipo tenía un negocio con Vivianne Westwood y un día fui a saludarlo, a conocerlo. Le dije: ‘Yo vengo de acá, sé que vos sos situacionista, no sé muy bien qué es eso, pero leí un libro de Guy Debord y me parece interesante’. Y lo debo haber agarrado en una buena, porque se creó entre nosotros una complicidad que con los punks, que eran pibes, no tenía.”
“Había mucha presión para que uno entrara a militar: laburar al estilo Rodolfo Walsh, hacer actos de sabotaje, volantear, ir a las villas a concientizar. Y yo sentía una mezcla de cobardía y comodidad: no estaba dispuesto a sacrificar mi vida”.
Envió la novela a España, pero a los editores les pareció muy negativa, muy desesperada; pero quizá por eso, le propusieron algo que sólo podía aceptar alguien desesperado: escribir un libro en 20 días sobre “eso” que estaba pasando. “Yo no quería escribir un libro sobre rock, así que me dije: voy a escribir cualquier barbaridad, voy a decir lo que realmente pienso, me voy a quedar con la plata y los voy a mandar a todos a la mierda.” Con esta actitud (muy punk, por cierto), el libro aún hoy resulta esencial para entender un fenómeno que marcó un punto de inflexión cultural. Salió en 1978, y ahí aparecen Patti Smith, los Sex Pistols, The Clash y sirvió, primero en España (donde salió la primera edición) y luego acá (al principio vía fotocopias, luego cuando se editó en los ’80) como manual de instrucciones para los punkies locales. “Yo para los punks era un Viejo Pedo Aburrido: me decían así porque tenía 32 años. Salvo con Richard Hell, que era un tipo culto al que le gustaba charlar conmigo, a mí los tipos no me daban bolilla: me verdugueaban, me ninguneaban, porque encima para ellos yo era un sudaca de rulos, un tipo medio hippie que no hablaba demasiado bien el inglés. Y un día me pelé completamente. Cuando volví a hablar con ellos sí me dieron bola. Con los años me di cuenta de que yo también había hecho algo punk: me había sacado mi disfraz, mi careta. Y me dieron bola porque se dieron cuenta de que estaba tan desesperado, tan perdido como ellos.”
Los ’80 encuentran al Señor de Ninguna Parte en el ambiguo paraíso de Buzios. Allí inicia un viaje interior del que sale con un desafío: jugarse a escribir sobre lo que quiere. “La idea de armar mi propia revista, Uno mismo, se me ocurrió en el ’82, pero tuve que esperar: no podía empezarla durante la guerra; era una locura en ese clima hablar sobre sentirse bien. Había discursos aislados que hablaban sobre comer bien, vivir bien, un discurso editorial que, después de tanto negativismo, tenía que ser distinto, positivo. Estábamos todos muy lastimados.” Uno mismo comenzó en octubre de 1982. “Yo reescribí todo hasta el número 10. Los psicólogos en general escriben en una jerga que es incomprensible, y yo los editaba para que lo pudiera leer Doña Rosa. La revista creció y en un momento me encontré dirigiendo encuentros y charlas. Me sentía Zelig. En esa época ni hablaba de mi pasado punk ni de rock y en las fotos aparezco de saco y corbata. Había encarnado en otro personaje, y me lo creí. Descubrí el budismo, releí a Alan Watts y me propuse ser un tipo ético, coherente. Había antroposofía, macrobiótica, vida campestre, budismo. Se fundió en el segundo número, pero la revista ya había salido y el éxito estaba a la vuelta de la esquina: con la democracia, los tiempos estaban cambiando. Uno mismo llegó a vender 40.000 ejemplares.”
Lo cierto es que un día, Juan Carlos Kreimer volvió a sentirse como un hombre de ninguna parte: “Sentí, después de diez años, que había dicho todo lo que tenía que decir. Yo soy bueno para los primeros momentos, cuando algo se vuelve una forma empiezo a aburrirme. Y renuncié”.
Kreimer empezó a organizar mejor su propia editorial y así dio inicio Longseller: “Me convertí en un gerente. Pero la idea original nació en Londres en 1977, como Books for beginners. Quería presentar buenas síntesis de temas difíciles e ideas importantes, de manera amena y accesible, a generaciones más acostumbradas a leer cómics que tratados académicos”. De a poco, el espectro se fue abriendo: ciencia, filosofía, psicología, literatura, lingüística, artes... “Los libros de la serie no son sólo para estudiantes sino que muchos los buscan para contextualizar informaciones dispersas y tener un conocimiento global. Esta serie vende liebre por gato: la colección parece un chiste, pero tiene títulos muy buenos. Yo el año pasado hice una encuesta para saber cómo llegaban los lectores a la colección, y todos llegan igual: leyeron uno que les gustó y ahora vienen y buscan. No editamos a Osho o a Coelho. Ahora vamos a editar a Martin Buber para principiantes. O Spinoza para principiantes. No hago libros de ocasión. Tampoco lo es Contracultura... Hace un tiempo escuché un programa de tele que hablaba sobre los ’60 y mezclaban a Dylan con Charles Manson. Decían tales gansadas que me propuse hacer un libro como éste. Fue la excusa perfecta para tener la visión que no había tenido hasta ahora: entender esa interconexión entre el ‘coraje aislado de personas aisladas’ del que habla Norman Mailer. Son pocos los tipos que se mantienen rebeldes toda su vida.”
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