Domingo, 31 de diciembre de 2006 | Hoy
CINE > SE ESTRENA UN DOCUMENTAL DEL HIJO DE JUAN RULFO
Premiado en todo el mundo –incluso en el Festival de cine porteño–, se estrena un fascinante documental del hijo del autor de Pedro Páramo y El llano en llamas. Casi de la misma manera en que su padre se dedica a escuchar las voces de sus personajes de ficción, Juan Carlos Rulfo les da voz en su película a los obreros que durante dos años filmó construyendo una autopista en el DF mexicano.
Por Mariano Kairuz
Hace unos tres años, el gobierno del Distrito Federal mexicano emprendió una obra destinada a cambiarle enteramente la cara a la ciudad, quizá su proceso de modernización final: el llamado Segundo Piso del Periférico. El Periférico es la autopista principal que “sobrevuela” la ciudad. Su Segundo Piso no debía ser más que lo que su nombre indica, o sea una obra monumental proyectada para extenderse a lo largo de 17 kilómetros, pero se transformó en el centro de una puja de poderes e influencias partidarias. La obra le costó a Andrés Manuel López Obrador –el jefe de Gobierno del DF en ejercicio hasta mediados del año pasado, y candidato de centroizquierda para las elecciones presidenciales que tuvieron lugar este año– las críticas de la oposición y de buena parte de los medios de comunicación, que se echaron sobre él bajo la acusación de estar haciendo su propia campaña electoral con un emprendimiento estatal de proporciones monstruosas.
Ajenos a todo el remolino político generado por la obra –según explica Juan Carlos Rulfo, hijo del autor de Pedro Páramo y El llano en llamas, y director de En el hoyo– están todos los obreros que trabajaron y siguen trabajando en la construcción del Segundo Piso, que probablemente no estén entre quienes van a usufructuar la nueva autopista cuando quede terminada. Gente que viene de otras partes de México en busca de trabajo, y para quienes el Segundo Piso no es el eje de una campaña presidencial ni una millonaria batalla de recursos entre la izquierda y la derecha, sino apenas tal vez eso, un trabajo. Las críticas a la administración de López Obrador se extendieron a la película, pero, dice Rulfo, eso ocurrió antes que nada entre una parte de la sociedad que sabía de la existencia de la película y no la había visto. Y aclara que quienes ya vieron la película en su país –oficialmente más de 45 mil personas, una cifra importante para el estreno comercial de un documental– olvidan el escándalo y se encuentran con las vidas de los obreros a los que Rulfo siguió con sus cámaras durante más de dos años, y que va volcando fragmentariamente en su narración. Los relatos no tienen necesariamente una progresión dramática sino que se acumulan como fragmentos de tiempo, y sobre sus últimos minutos la cámara se distancia de sus protagonistas definitivamente, cobra vuelo y emprende un impresionante travelling final que recorre varios kilómetros de extensión del inacabado Segundo Piso, con un soundtrack acoplado y sincronizado con el extraño ritmo de los ruidos de la construcción y de la ciudad.
“Me da miedo, pero más miedo me da no tener para comer.” Así se expresan los obreros en la película cuando Rulfo les pregunta sobre los enormes riesgos físicos de trabajar en semejante construcción. Es quizá el testimonio más político de En el hoyo, ya que, como señala Rulfo, no son aquellos que ponen su pellejo en peligro quienes van a aprovechar las ventajas de la nueva –y con algo de suerte más ordenada– fisonomía urbana. Pero Rulfo insiste en que no se trata de cine político, y que esta manera de leer las declaraciones de sus protagonistas no es más que precisamente eso, una lectura. “Una visión”, dice. “Los obreros dicen esto como una cosa obvia, lógica: claro que nos da miedo, pero más miedo da lo otro. Sólo que ellos no te lo embarran en la cara. El trasfondo, la interpretación, todo eso que hace resonar en la cabeza tantos discursos, el que se muevan ciertos mecanismos y lecturas en el espectador es válido e importante, pero nosotros no estamos mostrando cómo sufren los obreros, sino por el contrario, con qué dignidad tratan de pasar el día bien. Es cierto que estamos en épocas políticamente muy fuertes en México. Con una lucha muy particular que nunca había visto entre la derecha y la izquierda por robar votos, y que se convirtió en un lugar común decir que si era una película sobre el Segundo Piso del Periférico tenía que ser proselitista. Pero yo creo que no se trata de apoyar a un candidato, sino que es una política mucho más profunda, que no se ve cuando estás en esa situación de lucha electoral: la película trata de la gente, de darle voz, de hablar de su vida cotidiana, de hablar del obrero al que le dan ganas de echarse a descansar y mirar al cielo pensando en Dios. En México hay una cultura popular muy grande. Entonces, cuando uno se acerca a estos personajes que tienen una forma muy particular de hablar, de contar, de comunicarse, te das cuenta de que tienen una filosofía muy poderosa, que ya quisiera tener la gente con estudios. Mucha gente me preguntó si yo había escrito los textos para que ellos los hablaran: no creen que ellos sean capaces de decirlo. Eso representa claramente que no conocemos a la gran clase trabajadora mexicana. La película no es política tampoco en el sentido de llevar la consigna de que ‘vamos a luchar por los derechos de esta gente’, sino que es una demostración de que esta gente tiene más que decir y mucha más sabiduría de la vida que la que tienen las clases estudiadas, que no conocen el país. Tenemos 60 millones de indígenas; es un pueblo eminentemente indígena, pero eso uno no lo ve, no se siente. Es un país lleno de posibilidades por el dinero, pero que jamás considera a comunidades indígenas, porque no caben en este aparato de desarrollo económico. A la gente que apoya a la derecha no le interesa conocerlas, más bien les estorban. No se han dado una vuelta por el sur, por Chiapas, por otros lugares, no para ir a ver la humildad, sino para ver al menos qué es lo que pasa fuera de la ciudad, para conocer la gran complejidad que tiene este país. El D.F. es muy cosmopolita pero no tiene nada que ver con lo que pasa con el resto del país. Y creo que hay que tratar de hacer discursos audiovisuales que demuestren que la vida de la gran clase mayoritaria de México es muy poderosa, y no se conoce.”
Los puentes reclaman almas, al menos la de uno de los obreros que trabajan en su construcción, dice una creencia popular. Como el puente descomunal que es, el Segundo Piso tiene algunos muertos en su haber. Una mujer de seguridad de la obra –uno de los personajes más memorables de la película– mantiene esas ánimas presentes en sus extraños testimonios. Pero, dice Rulfo, las muertes del Periférico no se han producido tanto por incidentes de trabajo como por accidentes de tránsito directamente vinculados con los odios que desató la obra en parte del Distrito Federal. “Había gente que estaba tan enojada con la obra y con López Obrador que no les importaba; preferían acelerar cuando debían frenar, aunque atropellaran a los obreros o a otros transeúntes”, explica el director. “Y está esta mujer encargada de seguridad, que es el único personaje femenino en la película, y que tiene que ver con el alma, con el espíritu. Es un tema muy característico de México, pero ella es la única que tiene ese punto de vista, que va un poco más allá del ahorita y del hoy y del ‘si no trabajo no como’. Está en otra cosa, como todas las mujeres, creo, que saben estar en otra cosa, y tienen otra lectura de la realidad. La adoro y me parece muy importante porque le dio una perspectiva mucho más humanista. Por las noches yo le decía que allí no había nadie, y ella me contestaba: ‘¿Cómo no? Hay mucha gente, solo que están detrás de las columnas’. Una manera sutil de decir: ‘Todos están aquí, y te están viendo’. Y hubo momentos, cuando uno ya había entrado en ese sistema de pensamiento, que cruzabas la obra solo por la noche y sentías cosas. Es cuando vale la pena estar ahí.”
Es un momento de particular circulación del cine mexicano –y de cineastas mexicanos que están filmando en Hollywood, como Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu–, pero Rulfo entiende que su película se aparta un poco de ese movimiento que ha estado recorriendo los cines y festivales del mundo. De películas como, por ejemplo, las dos que lleva hechas Carlos Reygadas, Japón y Batalla en el cielo. “El primer comentario que me han hecho cuando tuve oportunidad de hablar con público extranjero, o si me encontraba con algún distribuidor, era que les extrañaba, que la película no era muy mexicana. ‘¿Cómo?’, les preguntaba yo. Y me decían: ‘Le falta más tremendismo, más oscuridad, más sangre, más Amores perros, más batallas, más homenajes a Ripstein; todo eso’. Personalmente yo estoy un poco harto de esa visión, y en general de la visión que hay de América latina. Uno ve una retrospectiva de cine latinoamericano afuera y eso es lo que aparece. En México parece que la sociedad tiene que ser más cruda, más fatalista, muy agresiva, como que no hay remedio. Cosa que no es cierta: por supuesto que existe esa posición, pero hay otra. La vida continúa, hay mucha alegría y fuerza por vivir, y aunque tampoco se trata de tomar una posición fácil u optimista, y que es algo más complejo, para hacer un documental pareciera que necesariamente tienes que ser oscuro, amarillista. Tenemos que reírnos un poco de la sociedad para poder entenderla, y creo que a México le falta un poco eso. Una de las cosas que tienen los obreros de En el hoyo es que están pasándosela lo mejor que pueden. El trabajo es suficientemente duro como para encima pasársela dramáticamente.”
En el hoyo podrá verse desde el próximo sábado 6 de enero, todos los sábados y domingos del mes a las 17, en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415
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