Domingo, 31 de diciembre de 2006 | Hoy
DISEñO > OBJETOS Y PRODUCTOS HECHOS DE MATERIAL DESCARTADO
Ya desde hace años, la basura y los materiales de descarte cobraron en la Argentina un valor tanto económico como simbólico. Como no podía ser de otra forma, era de esperar que encontraran su lugar en el insaciable mercado del arte contemporáneo y el diseño de objetos. Y en los últimos meses, sucedió: de sillones hechos de caucho de goma pinchada a tapices de etiquetas de gaseosa encontradas en la calle, pasando por vestidos tejidos con cintas de casetes viejos, el reciclaje se volvió tan sofisticado como inesperado.
Por Natali Schejtman
Del reinado de las Súper Modelos de los ’90 al Holocausto. Todo ese espectro abismal pudo haber estado contemplado cuando la artista Nicola Constantino decidió, en el 2003, rebanarse su propio cuerpo y embutir un jabón con su grasa, aspirada por una liposucción. Lo presentó con todo el ruido, como un exclusivo objeto de lujo de los que había sólo 100, numerados, y con una gráfica pensada desde el minuto cero –publicidades, logotipo, ella como modelo– para esa irrupción estelar: “Lo que lo volvió dinamita era el material del que estaba hecho, eso fue lo subversivo”, recuerda ahora la artista, y destaca una de sus obras favoritas que apunta a esa dirección conceptual-material: la Merda d’artista, en la que Piero Manzoni enlató 30 gramos de su merda para venderla a precio oro.
El jabón de Constantino disparó todo tipo de reacciones. Pero sacar un elemento de su contexto y utilizarlo para otra cosa no sólo funciona a la hora de facilitar sentidos y efectos. Además de ser un estigma del que se agarran mejor y peor las sátiras cuando quieren reírse de la pose cósmica–cualquierista de los artistas (como el capítulo en que Homero Simpson se convierte en artista top sin querer), el reciclado como técnica –muchas veces compleja y trabajada– puede ser también un recurso-salvavidas cuando el presupuesto ahoga y los materiales clásicos se disparan. Esto y una suma de cosas, entre ellas la basura como tema amplio en Buenos Aires, lo trash como moda y el juego de los guiños, terminan de explicar el auge del reciclado en arte y diseño, con exponentes que van desde una silla obtenida de una botella de plástico hasta una colorida y valiosa escultura que horas antes estuvo desperdigada en un desarmadero.
Hace unas semanas, la rosarina Belén Monzón presentó en Periférica, encuentro y feria de arte y cultura contemporáneos en el Centro Cultural Borges, sus “obras para ponerse” bajo la marca Cincopuntouno: se trata de vestidos, remeras, buzos y carteras tejidas al crochet, pero con cintas de VHS y casetes de audio en el lugar de la lana. Una especie de última instantánea ahora que todo eso se dirige a formar parte de los depreciados recuerdos del tiempo analógico y que el CD y el MP3 están dispuestos a enterrar con sus manos de vencedores en la carrera evolutiva de la tecnología. Belén les tejió un cementerio de lujo, que fue también un bautismo: “Los convertí en ropa que se puede usar. Me di cuenta de que el brillo que tienen es fantástico, tienen ruido y dejan ver la piel porque la trama es bastante abierta y liviana. Trabajo con los colores que tienen, marrones más claros y más oscuros, negros, y con lo que hay escrito sobre el acetato. También se trata de jugar un poco con lo que llevamos puesto...”. De su visita a Buenos Aires volvió expectante por la repercusión que tuvo una obra que nació gracias a la experimentación en la Cátedra de Escultura de la Facultad (si bien denunció que le fue robado uno de los vestidos durante la exposición). Aunque es difícil de vender por el precio (un vestido cuesta 1200 pesos), amigos y familiares ya pasean la ropa audiovisual y ella apuesta a esto: “Pienso seguir y no hacer sólo ropa: también quiero hacer objetos a gran tamaño y combinar materiales que tienen mucho que ver entre sí”.
Hija de un cirujano y de una dueña de fábrica de ropa, Constantino también juega en el terreno de la indumentaria, pero esta vez emulando la piel humana, un material que, por textura y por sus intenciones manifiestas de acercarse menos a lo tétrico que a la sensualidad y a la ironía del cuerpo humano como un producto, prefiere no usar tan literalmente como en el caso del jabón. Usando la técnica del calco de piel que logra el resultado más aproximado, Constantino ya tiene expuesta en galerías del mundo la obra Peletería con piel humana, compuesta por carteras, zapatos, vestidos, tapados de piel (con pelo humano de verdad en los cuellos, ése que se usa para las extensiones capilares sin que a nadie le escandalice, como sí pasa con la ropa), que tienen desparramados culos y tetas en una silicona que se lleva muy bien con la forma y textura de los pezones. De todos estos objetos, la mayoría están estáticos en las vitrinas de los coleccionistas, pero Nicola ya tuvo algunos encargos de parejas que querían regalarse una pared estampada con las partes del cuerpo del otro. Además, las nuevas carteras chiquitas (“Dangerous Beauty”) con forma de corazón invertido, hecha en cuero con un “culito”, como dice ella, en silicona de un lado y dos pezones del otro, se venden a 200 dólares en museos internacionales, como el New Museum de Nueva York, y en el Malba. Así logró que salieran un poco más a la calle, cosa que la entusiasma: “Yo quiero hacer publicidad, quiero hacer avisos, quiero que sea un verdadero producto, quiero que sea como un clásico. Me encantaría el producto consumible de Peletería...”.
En Periférica también expuso sus tapices Daniel Oberti, hechos de etiquetas de Coca-Cola, latas de Paso de los Toros y un desfile de desfiguraciones con impronta Sí Logo: “Empecé a juntar etiquetas porque me gustaba el diseño y un día me puse a tejerlas. Me gusta porque la imagen de Coca-Cola se desdibuja y a la vez la reconocemos, la armamos en nuestra mente”. Oberti, ganador de una mención en el premio Coca-Cola este año, apunta a que una obra como la suya empieza con la recolección: “Algunos me preguntan por qué no voy a Coca-Cola, así me dan etiquetas; pero para mí todo empieza cuando salgo a las ocho de la noche a ver qué hay en la calle. Después voy a mi casa con las cosas, las lavo, las seco, las corto... Me gusta tomar algo que es descartable y convertirlo en una obra no descartable”.
En esa dirección va Alligator, alias de Nicolás, escultor y soldador de chatarra: “Un desarmadero es un parque de diversiones para mí”, dice, reparando más en la “dejadez, en hacer cosas a partir de la nada”, como dice, que en la precariedad y en todas sus connotaciones. Sus esculturas –infantiles, densas y juguetonas– son “figurativas” en cuanto al resultado final –una pareja, un cocinero, un pez, unos cuantos robots sensibles– y también al material con que están hechos, exhibido orgullosamente: bicicletas, heladeras oxidadas, hornallas, garrafas, casi siempre en su forma original y todos soldados con chispa para armar estos personajes que vienen siendo deleite de la farándula con aspiraciones extra-cholulas.
Más cerca de los hermanos Campana –gurúes brasileños de la experimentación material– que del llamado arte cartonero o trash, Alejandro Sarmiento es un precursor local en investigación en diseño industrial. Ya hace unos cuantos años desarrolló junto a Miki Friedenbach un sistema con el cual convertían al PET (material de las botellas de plástico) en cintas finas que pueden tejerse para dar como resultado desde lámparas hasta sillas y mesas. En paralelo probaba con otros materiales, siempre influenciado por General Villegas, su pueblo natal, en donde su condición rural le confiere un vínculo diferente con los residuos y el rebusque de repuestos, algo que le sirvió para sus días en Nueva York, mientras hurgaba en la basura a ver si conseguía algo que pudiera ser un producto. Según cuenta, cuando puso su local en Palermo, alrededor del año ’95, la gente ponía mala cara cuando, al interesarse por algún objeto diseñado, preguntaba de qué estaba hecho y él contestaba que era balde derretido con calor y una cacerola. Ahora eso cambió: “La gente está menos reticente; también es porque hay otra relación con el diseño independiente”. Sarmiento ganó el premio al objeto de arte en Venecia con un rodador hecho con palitos de fax. Además viene presentando una enorme cantidad de objetos acá y en el mundo, como los sillones Ruberta Iron, con caucho de las cámaras de motos, o un salero hecho con los fondos de las latas de cerveza. Justamente hace un mes dictó junto a la periodista Luján Cambariere (la dupla se llama Satori) un workshop en el marco de cienporcientodiseño que tenía como objetivo ahondar en qué es ahora el descarte (emocional y material: todo bajo el halo de la teoría de la modernidad y el amor líquido, de Zygmunt Bauman) y contó con un montón de productos que les dio la marca de cosméticos Natura, predestinados a ser basura y dispuestos a resignificarse de inmediato.
Ahora está interesado en hacer una colección de ropa con las cámaras de goma de las motos (que le da una agencia de motoqueros) y de los autos (que recolecta por las gomerías del barrio), motivado por esa relación recalentada entre el gremio gomero y los calendarios de chicas desnudas. El motor del proyecto, tanto en el proceso de investigación y conceptualización como en la confección, es el mismo que en todos los casos citados, sobre todo el de la tejedora de cintas de casete. Sarmiento habla de algo así como “escuchar” al material: “Yo me encuentro con algo y supongo que tiene una potencia. Suena raro, pero yo trato de ver qué es lo que el material quiere ser”.
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