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Domingo, 29 de abril de 2007

CASOS > LA VERDAD DETRáS DE RECORTES DE MI VIDA

Todas las familias son psicóticas

En 2002, un debutante Augusten Burroughs publicó un libro en el que contaba sus experiencias como hijo adoptivo en el seno de una familia progre y psicoanalizada de los ‘70 norteamericanos. El libro, conmovedor e hilarante, aterrador y trágico a la vez, se convirtió de inmediato en un éxito que permaneció en los rankings de los más vendidos durante dos años, fue hecho película con producción de Brad Pitt y un elenco encandilante, y su autor era celebrado como el autor de la mejor memoir norteamericana. Por lo menos hasta hace unos meses, cuando los miembros de su familia adoptiva salieron a hablar en público. Como el libro es distribuido por estos días en las librerías argentinas y la película acaba de salir directo en DVD, he aquí una guía de la apasionante interna familiar.

 Por Mariana Enriquez

El psiquiatra

En octubre de 2005, el mundo literario de los Estados Unidos vivió el fraude más impactante en años. Seis años antes, autores reconocidos como Dennis Cooper, Mary Gaitskill, Sharon Olds y Armistead Maupin celebraron la obra y la valentía de J.T. Leroy, un escritor adolescente que en la novela Sarah tomaba sus experiencias como víctima de abusos sexuales, su relación con una madre prostituta y adicta, su propia adicción, su condición de VIH positivo y su travestismo para un notable relato enmarcado en el gótico sureño. La fiebre por J.T., que no daba entrevistas y se comunicaba con sus nuevos amigos sólo por teléfono —en sus apariciones públicas se presentaba con peluca blanca y maquillaje a la Warhol—, se extendió hasta el mundo del espectáculo: Asia Argento dirigió y protagonizó The Heart is Deceitful Above all Things, una película basada en un libro de relatos semi-autobiográfico de Leroy; Shirley Manson de Garbage le escribió canciones; la artista plástica australiana Cherry Hood —célebre en su país— ilustró su libro Harold’s End; y hasta Gus van Sant lo convocó como guionista para su obra maestra, Elephant. Todo terminó cuando dos investigaciones, una de la revista New York y otra del New York Times, demostraron que Leroy no existía: el “personaje” era una fabricación de la escritora y música Laura Albert, y el “joven” que aparecía en público era la cuñada de la autora. No se trataba sencillamente de un caso de seudónimo sino de una estudiada puesta en escena que cuando se desmanteló dejó a todos boquiabiertos y con muchas cuestiones que responder. ¿Se trataba de una performance vanguardista genial? ¿Los libros se sostenían por sí solos literariamente sin la historia de vida del autor detrás? ¿Era una intervención magistral o la obra de unos cuantos individuos perturbados? ¿Hubo complicidad de los amigos famosos o sinceramente se sintieron defraudados? Las aguas hoy siguen divididas entre los que defienden a J.T. Leroy como una creación sensacional, los que consideran todo el asunto como una jugada de marketing cuestionable —la casi inverosímil desgracia ajena se une al morbo, y vende— y los que cuestionan los límites del juego, como Armistead Maupin, que dijo: “Mucha gente sostiene que este tipo de fraudes no causan daño y que son una tomada de pelo válida y revolucionaria al establishment literario. Pero hay algo muy canalla en utilizar el sida y una infancia de abusos sexuales como forma de obtener simpatías, apoyo y, claro, ventas”.

La discusión sigue abierta. Pero ahora se le superpone otro escándalo, diferente aunque con algunas extrañas similitudes, y todavía más impactante porque el libro cuestionado tuvo mucho, pero mucho más éxito de ventas que cualquiera de los trabajos de Leroy.

La madre y la amante de la madre

Locos lindos

Se trata de Running with Scissors, que se acaba de editar en castellano como Recortes de mi vida (Anagrama). Su éxito viene de la mano del auge de la memoir desde mediados de los años ‘90: un género literario autobiográfico que, justamente, recorta una experiencia de vida; o, como explicaba Gore Vidal a propósito de su propia memoir, Palimpsesto: “Se trata de cómo uno recuerda la propia vida, mientras que la autobiografía es historia, requiere investigación y datos chequeados”. Su autor, Augusten Burroughs, está acompañado por una generación de “memoristas” muy exitosos que incluye a David Sedaris y Dave Eggers (fundador de la editorial McSweeney’s). Pero Recortes de mi vida fue quizás la memoir más celebrada de todos: la crítica del Washington Post afirmaba que se trataba de lo mejor que se había escrito jamás en el género, y el libro llegó a la lista de best-sellers del New York Times una semana después de publicado en 2002 (y permaneció allí, inamovible, durante dos años). En 2006 se estrenó la versión cinematográfica, con dirección de Ryan Murphy (el director de la serie Nip/Tuck) y un elenco de estrellas prestigiosas: Annette Bening, Brian Cox, Alec Baldwin, Joseph Fiennes, Evan Rachel Wood y Gwyneth Paltrow, más la producción de Brad Pitt. Los críticos no la reverenciaron precisamente, pero le fue bastante bien con el público; en la Argentina, acaba de editarse directo a DVD.

El padre

Pero, ¿por qué Recortes de mi vida se convirtió en semejante éxito? Es que lo tiene todo: un estilo zumbón pero conmovedor cuando hace falta, un humor infalible que hace reír a carcajadas, en voz alta, la inteligencia de bordear pero nunca caer en el melodrama o la victimización, y una gran compasión por los protagonistas, que aparecen retratados sin juicios morales, aunque tampoco como excéntricos inocuos y simpáticos. Pero lo mejor, sin dudas, es la historia. Augusten, un chico de 13 años, se va a vivir con la familia del psiquiatra de su madre, el memorable y apabullante Dr. Finch, un médico nada convencional. Ella, que está pasando por un divorcio terrible con su marido alcohólico y quiere ser una gran poeta catártica al estilo de Anne Sexton, no puede hacerse cargo de su hijo. Poco después lo da en adopción a los Finch. Y la familia del psiquiatra es un festín de locuras lindas y no tanto: las hijas juegan con una máquina de electroshock que guardan bajo la escalera, el menor de los Finch hace caca por los rincones y nadie limpia, la esposa Finch come comida para perros, el doctor examina sus propias heces en busca de indicios (psiquiátricos y paranormales); Augusten finge intentos de suicidio, tiene una relación con un paciente de Finch que le lleva 25 años —el tratamiento de Burroughs de su experiencia erótica con un pedófilo no tiene un gramo de histeria o siquiera denuncia—, Natalie Finch, una de las hijas, también tiene una larga relación con un hombre mayor a los 13, que termina siendo su tutor legal, y mientras tanto la mansión Finch se cae a pedazos literalmente; los habitantes ayudan cuando se sienten ahogados y deciden abrir hoyos en el cielorraso. Sobre los chicos sobrevuelan los inestables adultos, incapaces de cualquier comportamiento sosegado: el doctor y sus prácticas insólitas, además de un uso pasmoso de medicamentos, la madre de Augusten y sus relaciones lésbicas seguidas de brotes psicóticos, el padre ausente que ni siquiera atiende el teléfono.

En los últimos años, el mercado norteamericano decidió que las historias de infancias trágicas o poco convencionales eran su plato favorito. Muchos autores lo aprovecharon con resultados dispares, pero Burroughs salió victorioso en todo el terreno: su memoir era bastante más que una recolección de recuerdos tragicómicos. Además de revelar su gran talento como escritor, ponía luz sobre la vida de las clases medias durante los años ‘70 norteamericanos: la búsqueda de identidad, la desubicación generacional, los restos del hippismo, esa fiesta que estaba llegando a su fin y donde quedaban a la vista los vasos vacíos, la resaca, la proximidad de una “sana” década ultraconservadora.

La hija del psiquiatra. El hijo y su amante

Tan extraño como la ficción

Pero hace unos meses llegaron invitados sorpresa a la fiesta de Augusten Burroughs: los miembros de la familia Finch, que en realidad se llaman Turcotte. Una investigación de Vanity Fair terminó con los “verdaderos” protagonistas revelando su identidad y algo más: que la mayor parte de lo que Burroughs escribe en Recortes de mi vida es ficticio. Cierto, dicen, el Dr. Turcotte era un psiquiatra poco convencional —le revocaron su licencia en los ‘80— y Augusten vivió con ellos, pero poco más se acerca a la realidad. El reclamo de los Turcotte dice: “El libro retrata a la familia falsamente, como un culto mugriento y bizarro que en ocasiones comete actos criminales. Al hacerlo, el autor, en total complicidad con los editores, ha fabricado eventos y conversaciones que nunca ocurrieron a sabiendas de que le iba a causar una humillación a la familia, que ve invadida su privacidad. Deseamos que se deje claro que el libro no está basado en hechos reales, y que es un trabajo de ficción”.

La familia, capitaneada por Theresa —la Natalie de la ficción—, insiste en que los gags más celebrados de Recortes de mi vida jamás existieron: “Nunca jugamos con una máquina de electroshock, ni había una en casa. Debajo de la escalera guardábamos un aspiradora rota para jugar. Y Chris —-el verdadero nombre de Augusten Burroughs es Chris Robinson— no vivió con nosotros entre los 13 y los 17 años: apenas vivió un año y medio, cuando tenía 15. Y mi padre nunca tuvo una habitación especial para masturbarse a la que llamaba ‘Masturbatorium’. Nunca abrimos un agujero en el techo. Mi hermanito no cagaba por los rincones. Sí, la infancia de Chris fue difícil y hubo intervención psiquiátrica. Pero la mayor parte del libro es, sencillamente, mentira. O ficción”.

La madre y el hijo

Theresa y la familia aseguran, sin embargo, que no están en contra de que se haya escrito un libro sobre sus vidas. Pero creen que Burroughs no los cuidó: aunque usa nombres falsos, la dirección de la familia en Northhampton, Massachussetts, es fácilmente identificable. Y hace un año y medio, la revista People publicó el verdadero apellido. Entonces los Turcotte decidieron actuar. Theresa parece especialmente ofendida por dos cosas, además: el autor la habría llamado varias veces antes de publicar el libro, y mucha de la información familiar que le dio terminó en letra impresa —”ésa no es una cuestión legal, es ética; podría haberme dicho que estaba haciendo una entrevista”— y porque reveló su relación con un adulto cuando ella tenía 13 años, un caso que terminó en la Justicia con el cargo de violación. “Ni siquiera se lo había contado a mi hija”, dice Theresa. “Que revelara ese secreto fue de una malicia increíble.”

Burroughs, mientras tanto, prefiere no hablar. Insiste en que tenía los diarios que llevaba en la época, pero los quemó durante los ‘90, cuando era alcohólico. De modo que no hay pruebas. Se escuda, claro, en la regla de las memoirs: la vida tal como es recordada. Sólo dice: “Creía que iba a liberarme de esta familia cuando escribiera sobre ellos. Pero ahora han vuelto. ¿Cuándo podré librarme de esa casa y de mi infancia? Parece que nunca”.

El amante del hijo. El hijo

Para la versión cinematográfica, los Turcotte llegaron a un acuerdo con los productores y con Sony. Theresa dice que se vio obligada a hacerles juicio: “A ellos no les importa si llorás y decís que te están arruinando lo vida. Sólo entienden de dinero”. Y Burroughs se encuentra en el centro de una polémica que una vez más pone en jaque las legitimidades: ¿armó una novela y la vendió como memoir porque es el género de moda, más exitoso que la ficción? ¿Es un asunto “legal” que alguien se sienta herido por un retrato “inadecuado”? ¿Se puede hablar de difamación cuando el terreno es la literatura? Helen Atwan, la editora de Beacon Press, declaró: “El límite no es literario, ni legal, es moral. Es claro que Recortes de mi vida se lee como ficción. También es claro que los personajes son reconocibles. El tema es cuán lejos ir para proteger y ocultar sus identidades. Si son memorias, tampoco se puede ‘inventar’, porque lo valioso es que sean ciertas. Es un caso que preocupa a los editores y a los ejecutivos de las editoriales, que no quieren gastar dinero en juicios. Quizá sea el principio del fin del género. Los autores y las editoriales están siguiendo el caso de muy cerca, porque tiene implicancias para todos”.

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