Domingo, 13 de mayo de 2007 | Hoy
CINE > COCALERO, EL DOCUMENTAL SOBRE LA LLEGADA DE EVO MORALES AL PODER
Primero aceptado, luego resistido, después sospechado de agente de la CIA y finalmente aceptado, Alejandro Landes acompañó a Evo Morales durante los dos meses previos al triunfo electoral que lo convirtió en el primer indígena en alcanzar la presidencia boliviana. Ahora se estrena en Buenos Aires el documental que separa aguas de manera insólita: algunos lo ven como ofensiva con Morales y otros como oficialista. Acá, el mismo director lo explica.
Por Mariano Kairuz
Alejandro Landes dice que Cocalero es menos una película sobre Evo Morales que sobre el movimiento de los cultivadores de coca, que después de dos décadas consiguió llevar a uno de los suyos al poder. Landes –nacido hace 26 años en Brasil, criado en Ecuador y graduado en Economía en la universidad norteamericana de Brown– empezó a pensar en la figura de Evo cuando trabajaba para el programa Oppenheimer presenta, del periodista Andrés Oppenheimer, destinado al público latino aunque producido en Estados Unidos. Landes le propuso a la producción un diálogo vía satélite entre el líder cocalero y Gonzalo Sánchez de Lozada, quien acababa de abandonar La Paz para instalarse en Estados Unidos. “Era octubre del 2003, una semana después de lo que para Sánchez de Lozada había sido un golpe de Estado y para Evo una fuga. Era como tener a Batista y a Fidel”, cuenta Landes. “Evo tenía de fondo una bufanda de wipala, la bandera indígena, que decía Evo Presidente y se caía. Alguien tenía que entrar en cuadro mientras Evo hablaba y volver a ponerla. Era una cosa de color que resultaba muy graciosa pero a la vez te hacía notar la bandera. Y te hacía pensar por un momento ¿será que este hombre puede ser presidente?”
La anécdota de la bandera es mínima, pero Landes sabe que expresa algo que en la película aparece reflejado en el seguimiento de la campaña de Evo Morales, dos años después de aquel programa, a fines de 2005: la precariedad de recursos con los que parece construirse su carrera hacia la presidencia. El “seguimiento de campaña” es un subgénero documental que ya cuenta con cierta tradición; Landes evoca uno de sus mayores referentes, que es The War Room, la película de D. A. Pennebaker y Chris Hegedus sobre Stephanopoulos y Carville, los estrategas de la operación electoral de Bill Clinton para su primera presidencia, en 1992. Y en parte la menciona para establecer diferencias: las que tienen que ver con el enorme aparataje que rodea a un candidato a jefe del país más poderoso del mundo, y la aparente inmediatez en la que, por momentos, parece moverse el líder cocalero en campaña. “En Cocalero no hay una estructura dramática clásica como la que se construye con Clinton, en choque con la voz en off de Bush. Acá era sólo observarlo a él, lo más detenidamente posible, para permitir que afloren los matices. En todo caso, Cocalero es mucho más parecida a Entreatos, el film de Joao Moreira Salles (el hermano de Walter) sobre la llegada de Lula al poder, y Peones, de Eduardo Coutinho, que explora las raíces sindicalistas de Lula, su trabajo en la ensambladora de autos y la consolidación del PT.”
Pero la película sobre la construcción de un candidato político y el marketing electoral más interesante de los últimos años, dice Landes, es Our Brand is Crisis: “La hizo una chica norteamericana que accedió a una compañía consultora de James Carville –el socio del protagonista de The War Room–, cuando estaba haciendo trabajos de consultoría para candidatos en Africa, Asia y América latina. Su intención era estudiar varios casos, pero el boliviano terminó pareciéndole el más interesante; entonces llegó con el equipo consultor para asesorar la campaña de Sánchez de Losada, lo ayudó a ganar, y después pasa lo que pasó y ella sigue todo este proceso. Pero lo que ella hace es acompañar al candidato más rico con la compañía de mercadeo político más cara y sofisticada del mundo, mientras que en Cocalero tenemos una mirada sobre alguien con un olfato político impresionante, con una astucia en circunstancias muy precarias, en un movimiento medio cenicienta, en el sentido de que nadie cree que pueda llegar, y con una mirada verdaderamente de abajo hacia arriba”.
El 18 de diciembre de 2005 Morales ganó las elecciones presidenciales con casi el 54 por ciento de los votos. Landes había llegado a Bolivia dos meses y medio antes. La idea que llevaba sobre la situación del país podía concentrarse en tres puntos: “La corriente indigenista, el gas y la coca. En ese momento, especialmente desde afuera, la noticia sorprendente era que Evo iba a ser el primer presidente indígena, el primer indígena aymara en llegar al poder”, dice el director. “Esperaba que al principio fuera una historia más semejante a la de Sudáfrica, del tipo de ‘el primer negro llega al poder’. Pero me encontré con que, mientras la prensa internacional estaba detrás del fenómeno del ‘indio presidente’, el primer presidente indígena no habla aymara o quechua de forma fluida; no tiene un gran discurso indigenista, se viste con remera del Real Madrid, jeans y zapatillas Nike. La gran pregunta era por qué él, si había otros líderes aymaras que se vestían a diario de ropa y gorrito tradicional, y la respuesta a eso estaba en el sindicato cocalero que es el verdadero corazón de la historia, una historia impresionante.”
“A principios de los ’80 –cuenta Landes– los mineros desalojados bajan del Altiplano al trópico en busca de una mejoría de vida, y empiezan a plantar la hoja de coca, porque por cuestiones de la oferta y la demanda da más que la naranja o el plátano. En ese momento llega la intervención militar norteamericana, de una manera muy fuerte y represora, y esta gente, que no tiene ideología política y es analfabeta, se empieza a aglutinar y a armar un sindicato muy fuerte, a partir de esa represión, en la tradición del sindicalismo minero, que es tan fuerte en Bolivia, y empiezan a luchar en defensa de la hoja de coca como símbolo de soberanía nacional. Después van un poquito más lejos de Cochabamba, a luchar en contra de la privatización del agua, y ahí nace la campaña a favor de la nación de los hidrocarburos.”
Cocalero permite asomarse un poco a la vida en el Chapare, Cochabamba, la región tropical en la que se concentra una parte importante del cultivo de coca del país. Allí todo parece quedar en manos del sindicato, y aparece la polémica noción de “justicia comunitaria”. Leonilda Zurita, senadora cocalera, explica por ejemplo cómo es el castigo que consiste en atar al infractor al palo santo el tiempo suficiente para que sea mordido por unas voraces hormigas de la zona. “En el Chapare, al no tener la presencia del Estado, sólo la del ejército, se crea un Estado fuera del Estado”, dice Landes. “El sindicato nace de la represión, y de esa represión nacen rasgos autoritarios muy marcados; para mantenerse unidos desarrollan mecanismos muy estrictos, con su propia cárcel, su adoctrinamiento, sus castigos culturales. Yo no creo en esta idea de justicia comunitaria, como no creo tampoco en el pelotón de fusilamiento, pero es algo que está muy presente en Latinoamérica.”
Landes cuenta que aunque el acceso al candidato cocalero “era una negociación diaria”, Evo Morales les abrió sus puertas enseguida, a él y a su equipo. La primera semana, sin pedirles demasiadas explicaciones sobre su proyecto (sin siquiera echarles un vistazo a las filmaciones que le llevaban preparadas) los invitó a acompañarlo en su recorrido de campaña. “Pero un día –recuerda Landes– no sé si se había cansado de las cámaras, o estábamos muy tensos o cometimos algún error, pero de pronto se le cruzaron los cables y nos dijo que ya no confiaba en nosotros, que creía que éramos agentes de la CIA. Y ojo que Evo es un aymara también en el sentido de que controla sus emociones; no es como un italiano, de sangre caliente: hay una brecha cultural; él viene de una cultura donde no se dice ‘no’ constantemente. Ni siquiera nos echó con un portazo, simplemente se tornó más frío y callado con nosotros, y eventualmente ya no tuvimos cabida ahí. Nos fuimos entonces al Chapare, y luego, por ninguna razón en particular, le pedimos permiso para acompañarlo de nuevo y nos dejó. Y ahí fue que viajamos con él a la anti-cumbre, acá en Argentina y esa cena con Maradona y Chávez que se ve en la película.”
“Cuando yo le decía a la gente que iba a hacer una película sobre Evo, me preguntaban: ¿A favor o en contra? como si fuese un partido de fútbol”, dice el director. Ahora que la película ya se estrenó comercialmente en Bolivia –con un arranque flojo en tres salas en todo el país, pero un segundo fin de semana en el que, boca a boca mediante, presume Landes, quedó ranqueada segunda, justo después de El Hombre Araña 3–, buena parte del público todavía no sabe cómo recibirla. “Para el lunes pasado estaba planeada una proyección en una universidad pública, pero el consejo estudiantil de la Facultad de Ciencia Política se opuso diciendo que era ofensiva para la imagen de Evo. Entonces el organizador le pidió al rector de Derecho su biblioteca para pasarla ahí, pero el rector se negó aduciendo que no quería parecer oficialista. Es muy gracioso que haya gente que salga diciendo que es ofensiva con Evo y otra que diga que es oficialista.”
Sobre el final, hay una breve escena posterior al triunfo electoral. La senadora Leonilda Zurita (que a lo largo de la película ha sido uno de los personajes más presentes) y su madre discuten sobre si Morales se dignará a usar traje y corbata según se espera como parte del protocolo oficial. “El tema de la ropa no es menor”, dice Landes. “Me preguntaron por qué no terminé la película en el acto de asunción en las ruinas de Tiahuanaco, en el Altiplano. Pero mis últimas escenas apuntan a un tema importante de la película que es el de la identidad. Si hubiese terminado con Evo arriba de una piedra arcaica con un traje indígena que él nunca se pone en la vida cotidiana, sí, hubiera terminado con Evo, indio presidente, que es como lo va a vender la prensa. Pero el hecho de que se ponga un traje que es un híbrido entre el poncho que él no se pone y el saco y la corbata que tampoco se pone, termina siendo muy simbólico de la única manera que tiene Bolivia de salir adelante, que es dentro de una cultura mestiza. Siendo indígena o blanco, el punto medio siempre va a ser que naciste y viviste y vas a seguir viviendo en una cultura mestiza. La señora que hace el traje (a la que se ve en imágenes intercaladas entre los créditos finales del film), es Beatriz Canedo Patiño, la modista más famosa de Bolivia, que tiene una casa de modas en París y en Nueva York, y que, siendo el emblema de la aristocracia boliviana, es quien le hace la ropa al próximo indígena presidente. Todo el mundo hablaba esa mañana, posterior al triunfo, de la ropa de Evo; en el Chaco como Leonilda, y en los cafés en Santa Cruz: ¿Qué se va a poner este tipo?”
Un mes atrás, Landes y su productora argentina Julia Solomonoff organizaron el estreno boliviano de la película en una función gigante en el Chapare, para los cocaleros. “Había como tres mil cocaleros, y el presidente llegó con el embajador cubano, en helicóptero, 40 minutos antes de la proyección. Contratamos dos pantallas de 10 metros por 10 metros, una en lugar techado y otra afuera. El ambiente adentro era más tenso, más oficial, y afuera eran personas de las ONG, cocaleros taxistas, todo más distendido, con la gente en los techos de sus autos o echados en el piso, un ambiente de autocine californiano. Evo me dio la mano antes de la proyección; al terminar, la prensa se le vino encima, y él se paró y dijo que la película decía la verdad, pero iba a haber otras películas que iba a tener que perfeccionar el trabajo. Mencionó una ficción con actores, Evo pueblo. Lo interesante es que la proyección se hizo en un lugar en el que no se expone otra cosa que la línea política del MAS –es ese lugar que aparece al principio de la película, en el que Evo da ese discurso en el que dice ‘¡Que viva la coca, que mueran los yanquis!’– y es muy extraño poder proyectar allí una película que vaya por fuera de la propaganda oficial y del partido, y dice mucho de Evo que se haya presentado ahí sin haber visto la película antes. Pero cuando llegó me dijo entre bromas: “Oye, espero que no te metas mucho conmigo compañero, que aquí te van a colgar. ¡Palo santo!”
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