Domingo, 27 de mayo de 2007 | Hoy
ARTE > EL PREMIO PETROBRAS DE ESTE AñO
Desde el 2004, el premio Petrobras, cuyos proyectos ganadores se exponen en ArteBA, se ha ido convirtiendo en una excusa para conocer a las nuevas camadas de artistas jóvenes. Por eso, Radar ofrece una mirada sobre las ocho obras que se presentaron en la edición de este año, y que muestran, como anverso y reverso del mapa artístico, una conmovedora reivindicación de la intimidad y gestos de sorna ante las baratijas que vende el arte contemporáneo.
Por Leopoldo Estol
El reciente premio Petrobras insiste con algunas cuestiones como lo hace año tras año: ¿Qué materiales usan los artistas más noveles? ¿Cuáles son sus estrategias y formas de relacionar ideas? ¿Cómo logran emocionar al público? Si estas preguntas resuenan mucho es porque por estos días, el premio Petrobras es una de las pocas plataformas, quizás la única, para pensar estéticas y tendencias emergentes. En parte debido a que es el único concurso que elige y a la vez financia la producción de proyectos específicos de artistas con menos de 5 años de trayectoria. La primera edición fue en el 2004, cuando la empresa de petróleo brasileña decidió apoyar a la fundación ArteBA financiando proyectos de artistas que se mostrarían en paralelo a la feria. Y esa sociedad todavía hoy goza de buena salud, dando lugar a ambiciosos proyectos que son para los artistas a la vez un desafío en escala como en el desarrollo y presentación de un lenguaje personal. Si bien los ocho seleccionados vienen realizando muestras individuales y colectivas, el hecho de ser elegidos los obligará a una síntesis a la que ninguna otra circunstancia expositiva los tiene acostumbrados.
Para una audiencia que comienza a sentirse anestesiada después de varias decenas de stands llegar al recinto del premio Petrobras fue una especie de oasis ya que el protocolo de venta (mercancía-sobre-panelería) quedaba atrás para dar lugar a estos extraños micromundos que cada artista generó.
El trabajo de Villar Rojas es una de las obras más ambiciosas de la historia del arte argentino. Al menos en su programa, Villar Rojas se propone representar con objetos un segundo en la cabeza de un joven que está a punto de suicidarse y contempla toda su vida en una especie de mapa-paisaje autobiográfico. Sus intenciones se hacen eco en los objetos de manera despareja. El primer vistazo es una de las experiencias más estimulantes en mucho tiempo: un mundo de muy pequeña escala emerge organizado y conectado con abrumadora certeza. Las escenas aisladas son impresionantes tanto en la meticulosidad del registro como en la desbordada cantidad: la tumba de una estrella de rock, la esclavitud en las pirámides, la extinción de los dinosaurios, la extensión del universo, el mundo de consumo juvenil. Y por si fuera poco, todo esto realizado con materiales que se pueden encontrar en una casa. Adrián nos sumerge en un trance que genera una especial ansiedad por leer y conectar escenas. Las conexiones, probablemente el corazón de este trabajo, son tan apabullantes que no permiten detenerse en ninguna anécdota ya que siempre hay una fantasmagórica propuesta de más. Es así como la cantidad marea y termina rechazando la mirada. Villar Rojas es un artista con una laboriosidad y una técnica espeluznantes. El grado de meticulosidad que logra para sus obras es tan seductor como perverso. Es una obra que se consume de a ráfagas. Con la seducción del trailer cinematográfico, genera muchísimo deseo pero el deseo no se ve saciado nunca, ya que estamos en presencia de un universo tan acabado y cerrado sobre sí mismo que, de manera trágica, no permitirá la entrada de terceros.
A pocos metros, con una simple idea, Julia Masvernat construye el proyecto más silencioso. Una carpa cerrada con sombras que se proyectan en las paredes desde su interior. Es elocuente cómo las formas con delicada gracia se mueven y arman una especie de teatro de abstracción. Es mágico el instante en el que el mecanismo se devela por medio de una pequeña grieta en la carpa y permite ver su interior: unos foquitos acompañados de ventiladores que mueven distintos móviles realizados en papeles de colores. Este raro artefacto de sombras conmueve por la economía de recursos y sus delicados logros que por momentos son figurativos para tornarse abstractos y después, volver a ser figurativos.
Alimentado por el surrealismo, el arte pop y, por supuesto, infinitas dosis de dibujos animados, Nicanor Aráoz viene generando situaciones que brillan por la ternura y el realismo de su registro. Utilizando animales que él mismo se ocupa de embalsamar, Nicanor narra eventos cotidianos en la vida de conejos algo traviesos. Para narrar utiliza una operación propia de la historieta: repite al personaje tres veces para dar cuenta de sus acciones. Es así como un conejo distraído dejará escapar un par de galletitas Sonrisas que en el trayecto se transformarán en miles que, a su vez, chocan con una camioneta llena de fantasmas. La lírica de Nicanor es bella, retoma el universo de los cuentos infantiles con una seriedad a la que pocos niños se animan de grandes.
Diego Bianchi viene realizando muestras en donde lo múltiple es uno de sus principales estandartes de acción. La muestra realizada en la Galería Alberto Sendros a comienzos del 2006 daba un buen panorama de su forma de trabajar. Muchas situaciones poblaban por completo la sala con operaciones tan fáciles como ligeras que con humor iban sucediéndose en la mirada del visitante. Bianchi elige para Petrobras una plataforma un poco más estricta, para después desvirtuarla como buen caricaturista que es. Construye un supermercado en donde un artista desorientado podría ir a procurarse ideas y objetos para dotar su propia obra de los encantos contemporáneos. Las góndolas están llenas de tendencias que él mismo postula y ejemplifica: decorativismo flúo son tres caracoles de mar pintados con colores flúo; poesía ecológica II son un montón de pilas en cemento; esculturaccidente es un ipod atropellado; bijou efímera son collares hechos con cereales, y las categorías siguen: poesía pura, objeto infantil con paradoja, hipérbole en dulce de leche, etc. En el encuentro entre objetos e ideas, Bianchi conjuga un humor costumbrista y a la vez mucho cariño hacia los referentes de los que se burla. Se mezclan todas las apropiaciones posibles de los arreglos y manejos ingeniosos que en una rápida caminata uno puede ver por las calles de esta ciudad con chistes, remixes y reversiones de obras de sus referentes y amigos. Y es esa confluencia de voces lo que puebla las góndolas, artistas discutiendo en voz alta con ciudadanos, gritando juntos todas las teorías del arte posibles. Contemporaneously –así es como se llama el supermercado de Diego– propone un juego fácil e insolente. “Vamos a hacer el arte de estos días –parecería proponerle Diego al visitante de la feria–. No es difícil, sólo hay que prestar un poco de atención y si todavía se te complica, yo te ayudo con algunas baratijas.”
Las fotografías de Rosana Schoijett cuentan una historia de muchos personajes. Una familia con niños que juegan a la hora cena, una pareja que espera un hijo haciendo las actividades de la tarde, otra pareja antes de ir a dormir, una reunión de amigos en una terraza, un corte de pelo. Es hermoso cómo todas estas historias resuenan a familia aunque no haya parecidos ni cruces puntuales entre los personajes. Schoijett los fotografía desde una distancia que le es extraña: retrata una cena familiar desde el balcón fotografiando a través de la ventana o la vida conyugal de una pareja desde un altillo. Rosana parece anhelar cierta objetividad para su narración. Y es a través de esa distancia engañosa (poniéndose lejos cuando se sabe muy cerca) que termina por emocionar, ya que se intuye que sólo con mucha intimidad es posible mirar desde ahí sin incomodar. Una distancia que implica un profundo amor hacia el retratado y también una vocación inclaudicable de saber más sobre la realidad.
El Museo del Invento Contemporáneo diseñado por Verónica Gómez estaba representado con una sala que incluía varios dispositivos ingeniosos con los que jugar por un rato. Con mucha curiosidad, se accedía a un espacio trasero, el lugar físico en donde el encargado del museo trabaja, una mezcla de cuarto adolescente y taller de inventor. El aura de este segundo espacio entra en abierta contraposición con todas las estrategias que el museo tiene para convencer a sus visitantes de que lo expuesto en la primera sala es materia de conocimiento. La operación de Gómez al cruzar lo institucional y lo privado es tan obvia como ridícula. Verónica genera dos lenguajes paralelos y después, confía que la tensión dada por la proximidad de un espacio con el otro alimente el universo formal de su investigación.
El proyecto de Leo Mercado era el más interesante en intenciones: un lugar en donde besar conocidos o desconocidos con una excusa simple: porque el arte así lo dice. Sin embargo, la puesta final resulto un tanto aburrida por esquemática: un video con algunas personas que se besan y un arco de neones. Es de esperar que nuestros besos merezcan algo más de estímulo para ocurrir en un lugar en particular si no seguirán ocurriendo, como es habitual, en cualquier parte, en cualquier momento y sin excusas.
No es ni un baldío ni una huerta. Tampoco se trata estrictamente de pintura ya que la figuración siempre será interrumpida por accidentes de lo real, sean plantas que emergen de agujeros, caracoles que se pasean bastante impunes dejando senderos de baba, un cúmulo enorme de tierra regado con huesitos de pollo o trozos de lienzo que resurgen con mucha naturalidad de entre la vegetación. León invita a un universo que no se propone bajo la seducción de lo múltiple como en el caso de Villar Rojas o Bianchi, ni utiliza narración como Gómez y Nicanor; su apuesta será más abstracta: la obra orgánica total. Y en esa búsqueda, la corrupción de las distintas partes parece ser algo absolutamente inevitable. Es por eso que en una rápida mirada este trabajo no parece ser muy especial, pero gana inesperada densidad una vez que uno ya ha permanecido dentro un tiempo. Algunas frutas se encuentran partidas por la mitad con las semillas hacia fuera. En una especie de ritual íntimo, Catalina bendice sus pinturas con semillas dando fertilidad a sus imágenes y descanso a aquellos que después de ver tantas imágenes se animaron a entrar.
Una feria son cientos de imágenes y objetos que por alguna razón están buscando otro domicilio. Un visitante ocasional puede marearse muy rápido en esa multitud de estímulos. El Premio Petrobras, poniendo como excusa una competencia, funciona como refugio durante buena parte del recorrido. La diversidad y el empeño visto en la edición de este año, coordinada por Victoria Noorthoorn, son un signo de buena salud para la escena local, y recorrer los proyectos elegidos es uno de los momentos más estimulantes del calendario artístico anual. Es cierto que la competencia genera una atmósfera poco amigable para pensar las obras ya que obliga al que expone y al que mira a preguntarse de manera bastante antipática si una cosa es mejor que otra, pregunta improductiva si las hay. Una proyección peligrosa del mercado sobre la comunidad artística: ¿Quién es mejor? ¿Qué lenguaje personal se encuentra en mejor forma? El arte no es capitalismo sino comunión. No se trata de quién ejecuta con mayor precisión una técnica sino del encuentro de la mirada de dos personas. Por eso, es de esperar que en futuras ediciones, el proyecto se hagan eco del lugar que está teniendo dentro de la escena y pueda generar una plataforma de diálogo más libre en donde la competencia ceda su protagonismo a algo mucho más profundo y verdadero, en el feliz encuentro entre artistas jóvenes y su también joven y creciente audiencia.
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