Domingo, 17 de junio de 2007 | Hoy
MúSICA >GRAHAM PARKER, EN SU MEJOR MOMENTO
Graham Parker es uno de esos músicos que han pasado media vida siendo comparado con otros: fue la otra promesa cuando surgía Elvis Costello, fue el otro valor cuando apareció Joe Jackson, fue el rival más peligroso de Bruce Springsteen. Y la otra mitad de su carrera se la pasó convertido en leyenda para minorías. Ahora, acaba de sacar el mejor disco de su vida. Una gran oportunidad para ampliar la minoría.
Por Rodrigo Fresán
La cosa fue así: fui a buscar el nuevo de Paul McCartney (Memory Almost Full, al que muchos consideramos como el mejor trabajo de su vida solista), pero no había salido a la venta todavía. Entonces pregunté por el nuevo de Ryan Adams (Easy, Tiger, para unos cuantos lo mejor que ha hecho desde su seguramente insuperable Heartbreaker), pero mi amigo de la disquería me informó que su aparición se retrasa hasta dentro de un par de semanas. Fue entonces cuando vi Don’t Tell Columbus, el nuevo de Graham Parker (la foto en la tapa mostrándolo cada vez más parecido a uno de esos estelares actores veteranos ultraduros y curtidos en el coprotagonismo estilo Lance Henriksen o Chris Cooper) del que no había oído absolutamente nada. Pero me lo compré igual, a ciegas y a sordas por la sencilla razón de que es imposible que Graham Parker haga un mal disco. Los anteriores –Deepcut To Nowhere del 2001, Your Country del 2004 y Songs of No Consequence del 2005– me habían parecido, todos, buenísimos, al igual que los varios live que sacó entre uno y otro (yo vi a Graham Parker en vivo, una vez en New York, y fue de las experiencias más fuertes que jamás viví en un concierto, porque Parker sale al escenario, arranca con su himno/declaración de principios “Passion Is No Ordinary Word” y encara la noche como si se tratara de una de esas peleas al final de cualquiera de las películas con Rocky Balboa). Así que imposible equivocarse y volví a casa y lo puse y, ahí nomás, con las ráfagas de armónica que abrían “I Discovered America” sospeché que estaba ante algo un poco mejor que buenísimo, algo de verdad especial. Doce canciones más tarde la sospecha se había convertido en certeza y me metí en internet para ver qué se decía de Don’t Tell Columbus y, sí, todos estaban de acuerdo: Graham Parker era un grande y su último álbum era, seguramente, el mejor de toda su carrera (u otro de sus ya varios mejores álbumes de toda su carrera). Y hasta el mismísimo Parker tenía algo que comentar: “Si jamás vuelvo a grabar otro disco, no hay problema. Aquí está todo. Aquí hice mi trabajo”.
Y Graham Parker (Londres, 1950) no miente: Don’t Tell Columbus está a la altura de clásicos como Howlin’ Wind (1976), Squeezing Out Sparks (1979), The Mona Lisa’s Sister (1988), Struck by Lightning (1991), Burning Questions (1992) y 12 Haunted Episodes (1996), todos ellos diferentes, todos grabados junto a The Rumor, The Shot, The Figgs, The Episodes o a solas, pero unificados por la estampa y la voz y las canciones de Parker. Un tipo agridulce e igualmente apto para cantarles a los besos o a las bofetadas o a esa cruza de besos y bofetadas que son los mordiscos. Un tipo intranquilo pero apasionado. Alguien quien, hoy por hoy, se sabe pasión de minorías; pero de muchas minorías, y todas ellas calificadas con la mejor nota. Alguien que lleva muchos años en esto y que despedía su anterior Songs of No Consequence con un tema titulado “Did Everybody Just Get Old?” donde se divertía con la propia decadencia física y mental y la de los rockers de su generación y, en el estribillo, sonreía un “Toca un poco mejor, por favor / Esta canción no es más que relleno”. Alguien quien al principio –y aunque él llegó primero– fue comparado con Elvis Costello y con Joe Jackson. Alguien que después (y casi lo consigue) fue propuesto como el rival más peligroso de Bruce Springsteen por los tiempos de Born to Run (de hecho, The Boss puso voz invitada en The Up Escalator, de 1980). Alguien que a continuación fue sucesivamente maltratado (y maltrató a varias discográficas, escuchar las vitriólicas “Mercury Poisoning” o “Museum of Stupidity”) ofreciendo por el camino joyas como “You Can’t Be Too Strong” (la mejor canción sobre abortar o no), “Watch the Moon Come Down” (sobre los placeres y los temores de pensar a solas en estar solo), “Temporary Beauty” (sobre una chica a punto de dejar de serlo), “Wake Up (Next to You)” (sin dudas la mejor y más certera aproximación al soul por parte de un pálido británico), “Soul Corruption” (un intimidante vómito de denuncia política contenedor de los inmortales versos “Nunca van a dejar entrar a un negro ahí / Por qué crees que se llama la Casa Blanca”), sin por eso quedarse con las ganas de reinterpretar “I Want You Back” de los Jackson 5, según sus propias palabras, “como si estuviera embargándole el auto a un tipo que no paga las cuotas”.
Todos estos diferentes humores vuelven a hacerse presentes en el casi solista Don’t Tell Columbus con Parker haciéndose cargo de casi todo el trabajo y saliendo al ring con una dicción y tono y actitud muy dylaniana y ganas de patear el tablero a la vez que ordenar la casa. Y lo hace con un sonido al que podría definirse como Parker Tardío –y que conjuga partes de su pasado de rocker rabioso circa Heat Treatment (1976), su elegancia crooner en Another Grey Area (1982) o su madurez punkie en Acid Bubblegum (1996)– resultando en un aire despojado, más acústico que eléctrico, más campesino que ciudadano, pero sin perder nada de la furia del relámpago o la mirada de cemento del tipo que ha conquistado demasiados pubs. Así, “I Discovered America” es una suerte de recuento autobiográfico de sus penurias y carta de agradecimiento al complicado país donde vive desde 1990 (cabe apuntar que Don’t Tell Columbus no tiene fecha de salida en Inglaterra). “England’s Latest Clown” es una defensa de Pete Doherty y Kate Moss y una condena al circo que ellos mismos alientan. “The Other Side of the Reservoir” –sin dudas uno de los más grandes logros de su carrera– cuenta en casi ocho minutos y medio la historia de un hombre de las Catskills impotente ante la destrucción del paisaje natural que lo rodea mientras es rodeado por las fuerzas del “progreso”. “Stick to the Plan” es uno de los más virulentos y graciosos ataques a la administración Bush. “Hard Side of the Rain” advierte sobre el cambio climático. “Total Eclipse of the Moon” describe el fin del mundo cualquier día de estos. Y “Ambiguous” se horroriza ante los resultados de las elecciones presidenciales del 2004. Pero lo de antes: de pronto Parker se pone sensible y entregado y es más que probable que las cinco mejores canciones aquí sean “Suspension Bridge” como una tierna postal que recuerda la infancia que no volverá, “Love or Delusion” sobre la imposibilidad de conectar con alguien con quien se está haciendo el amor, la imposibilidad de olvidar la culpa de haber maltratado a alguien inolvidable en “Bullet of Redemption”, el dulce cierre de “All Being Well” y, un poco antes, la apasionada y encendida “Somebody Saved Me” –inspirada por oír a los coyotes ahí afuera, comentó Parker en una entrevista– donde el cantautor aúlla agradecido a todo lo que está por encima y por debajo suyo. Una canción que arranca con un “Escuché a los perros salvajes gritar en la medianoche / Como si clavaran un cuchillo en mi corazón” y acaba con “No necesito piedad ni necesito que me tengan lástima / No necesito tener fe o creer / No necesito a Dios ni a ninguna otra ilusión / Yo no estaba muerto ni me sentía débil / Tan sólo necesito a alguien que me salve / Y me traiga de regreso a esta tierra ahora mismo / El amor que me diste me renovó y me rehízo / No puedo calcular su valor”.
Bendita sea la mujer a la que le canta Graham Parker y –saludos a Paul y a Ryan– hasta la próxima, hasta el próximo, hasta el siguiente de sus discos que yo voy a volver a comprar sin pensarlo y, sin dudas, a escuchar tantas veces. Otro disco de un tipo feroz que lleva más de tres décadas sin sacarse sus anteojos oscuros para así mirarnos y cantarnos y mordernos mejor.
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