Domingo, 29 de julio de 2007 | Hoy
TEATRO > VUELVE LA RABIA: CATCH Y ACTUACIóN EN ESCENA
La idea empezó con un viaje a México: una obra sobre el mundo del catch. Pero en el camino, luchando con las limitaciones del circuito local, se convirtió, también, en una aguda reflexión sobre el mundo del teatro off. Juan Pablo Gómez, su director y autor, lo explica con máscara pero sin careta.
Por Mercedes Halfon
En la fotografía se ve a Blue Demon, el luchador de catch más famoso de todos los tiempos, en su funeral. Yace en el cajón con la máscara y el traje puestos; y al lado de él, apoyado en el ataúd, está su hijo, Blue Demon Jr., que lleva la misma máscara y el mismo traje. Junto a ambos, la madre, llorando y sin máscara. Esa foto la vio Juan Pablo Gómez durante un viaje a México y decidió que ese universo tenía que ser contado. Y que, por otra parte, no era algo tan distante como podría parecer en un principio y mucho menos para un dramaturgo, un actor, un director de teatro independiente de Buenos Aires. Hay un paralelismo extraño y notable entre el catch y el teatro off, más allá del chiste que recuerda los primeros ‘90 y a Carlín, con la frase “Es una lucha”.
Todo esto está en Vuelve la rabia, obra que Gómez dirige e interpretan siete actores de los cuales cinco están con máscara de catch casi todo el tiempo –incluso salen a saludar con máscara puesta– y que cuenta la historia del Gran Besides, un luchador en decadencia que, accidentado por una pirueta fallida, concurre a una guardia a atenderse la cabeza. Allí transcurre la pieza. Besides y sus discípulos, acechados por centenares de perros rabiosos que también son curados en el lugar, debaten quién es responsable del accidente, problemas del oficio, reflexionan sobre la importancia de “calentar” debidamente; también habrá un reencuentro amoroso entre una de las enfermeras y otro de los enmascarados.
Juan Pablo Gómez cuenta: “Hace algunos años en el Rojas hubo una exposición de dibujos que se llamaba Quiero vivir mi vida, o tal vez era el título de un dibujo solo, yo me acuerdo solamente la postal, que era una chica dibujada con unos trazos pop tipo Lichtenstein, sentadita con una máscara de catch y arriba decía Quiero vivir mi vida. Al principio el título provisorio de la obra fue ése. Me empezó a interesar el cruce de la máscara y esa cosa muy impostada pero dentro de una situación muy cotidiana. Como en la foto de nuestra obra, en que está el enmascarado con un helado y contando una monedas, un vuelto”.
Así es como en la obra vemos a esos amigos encapuchados esperar que atiendan al Besides con máscara, comer unos sándwiches con máscara, mandar mensajitos de texto con máscara, y –aquí viene otro de los ingredientes centrales de la puesta– cantar con máscara. Mejor dicho, hacer play back. Uno de estos momentos es desatado por la aparición de la coqueta enfermera Graciela, ex novia de El Cafca y que con su fugaz entrada y salida de escena lo deja a él en un estado lamentable que solo puede exorcizarse moviendo los labios al ritmo de “Ella... ella ya me olvidó” en una versión minimalista donde aun se reconoce el tembleque vocal característico de Leonardo Favio. Irán apareciendo de este modo canciones de Riff, de Alfredo Zitarrosa, de María Elena Walsh. Juan Pablo Gómez lo explica: “Los tipos están enmascarados, su verdadero rostro está secuestrado, entonces cuando se les abre la ventanita psicológica, no me los imaginaba hablar dentro de la misma ficción de lo que les sucede, había que abrir otro plano. También es una broma sobre esa convención teatral, que es el aparte. Cuando acá los personajes cantan, hacen un aparte teatral, dicen lo que no pueden decir en la ficción. Por otra parte es el lenguaje de la obra, el catch, lo popular, y ¿qué es más popular que las canciones populares, las archi recontra conocidas?”.
Hay algo que empieza a aparecer con el transcurrir de la obra y que se construye por acumulación de sutilezas. Se ve al maestro y sus discípulos, se ve la pobreza en la que viven, se ve el entusiasmo con que hablan del show del que vienen y se vio interrumpido, y se ve, claro, la relación entre la máscara de arriba y la de abajo, el desdoblamiento de identidad que vive cada uno: ser dos cosas a la vez, persona y personaje. El catch es, de alguna manera, el teatro, o más específicamente el teatro off, en su condición de representación violenta y marginal. “Hay una broma sobre el teatro independiente. La vida de estas personas, del artista de variedades, que es como nace el teatro acá, más relacionado con el circo, es muy triste, hay mucho sufrimiento, mucho poner el cuerpo. Todo lo contrario del artista escritor o intelectual que nosotros conocemos. Después las bromas se empiezan a superponer. Horacio Marassi hace de luchador viejo y él, dentro de nuestro esquema de gente joven, es un veterano total. Y después a la vez nos pasaba que al estar en el círculo tan pequeño que es el teatro independiente, donde los actores son gente conocida pero después, cuando salen de ese círculo, no los conoce a nadie. Los luchadores de catch tienen eso también, son completamente anónimos”, explica.
Más acá de los puntos en común entre las disciplinas, la reflexión sobre el teatro independiente y sus condiciones de producción empezó para Juan Pablo Gómez y el notable colectivo de personas que crearon la obra –Walter Jacob en dramaturgia, Julián D’Angiolillo en diseño espacial, Nicolás Varchausky en el diseño sonoro, Matías Sendón en iluminación– mucho antes del estreno. Con la puesta armada, habiendo ganado el premio al texto teatral otorgado por Metrovías, Vuelve la rabia comenzó a buscar sala donde presentarse. Como la obra tiene un gran despliegue físico, las dimensiones del lugar eran fundamentales. Entraron en tratativas con la sala El camarín de las musas, tuvieron un sí primero tentativo y luego definitivo para hacerla ahí, pero pocos meses antes del estreno, cuando el resto de las salas teatrales ya tenía definida su programación para el año, los organizadores de este espacio les dijeron que por problemas de superabundancia de trabajos, el estreno de Vuelve la rabia tenía que postergarse hasta enero del 2008.
Juan Pablo Gómez explica esta situación: “Esa es la dictadura de las salas del teatro off en este momento, que sucede por una cuestión propia del sistema capitalista, hay una mayor oferta de obras, y una cantidad mucho menor de salas, entonces son éstas las que eligen. Y está bien que elijan, pero no tiene por qué ser dictatorial esa decisión. Las salas hoy no necesitan de las obras, porque a la vez ellos ofrecen don meses de funciones, es decir ocho funciones, que cualquiera las llena con familiares y amigos, ni siquiera hace falta que sea un éxito. Las salas prefieren darte esas ocho funciones y tener muchas obras independientemente de la calidad que tengan, a jugarse con una que esté doce o quince funciones, y que por ahí en las últimas no convoque tanta gente. Si total tienen unas pilas enormes de propuestas de trabajo. En un punto, la explosión de las salas independientes no es tan distinta a los parripollo o los videoclubs o cosas que fueron pasando en las décadas del 80 y 90. Son pymes y se manejan con esos criterios. Además no existe la práctica de firmar un contrato o un precontrato con que un elenco pueda asegurarse ese espacio, algo que también le convendría a la sala”.
El panorama es complicado y según Gómez haría falta una mayor unión entre directores y dramaturgos para enfrentarlo: “Lo malo de todo esto es que el momento artístico no llega nunca. Eso afecta directamente los logros estéticos a los que se pueda llegar. Ideas geniales podemos tener todos. Pero el teatro, justamente, es concreción”.
Una concreción que en este caso la llevan a cabo perros rabiosos y tristes enmascarados. Para ellos la lucha es arriba del escenario.
Vuelve la rabia, los domingos a las 18, en el Espacio Callejón, Humahuaca 3759.
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