Domingo, 29 de julio de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
Con la aparición del último tomo, se termina la saga de Harry Potter: siete libros, una década y un fenómeno mundial único que coinciden con los diez años del gobierno de Blair, la explosión de Internet y la vuelta a los enfrentamientos entre el Bien y el Mal. Por eso, Radar leyó Harry Potter and the Deathly Hallows y disecciona un fenómeno que desató conflictos con las iglesias del mundo, polémicas literarias, disputas de propiedad sobre el héroe entre conservadores y progresistas y cientos de miles de niños ajenos a todo eso enfrascados en un libro.
Por Mariana Enriquez
Cuando una era se termina, suelen rescatarse las historias de los héroes anónimos, las que son apenas detalle pero tienen la capacidad de dar cuenta del duelo colectivo. Acaba de suceder en Inglaterra, hace dos días. Mientras el país sufre inundaciones de sorprendente poder de devastación –-sobre todo porque se trata de un país rico que, se supone, debería prevenir y socorrer con mayor eficacia–, salió a la venta Harry Potter and the Deathly Hallows, la última entrega de la saga del niño mago creado por J.K. Rowling. En algunas poblaciones afectadas, rurales, costó que el correo reuniera a los fanáticos y sus libros. Los habitantes de Worcestershire, sin embargo, fueron afortunados: cuando al cartero Richard Yates le dijeron que su recorrido había quedado suspendido por la inundación, el hombre cargó el reparto de libros en su camioneta, y lo hizo igual. Apenas veinte copias, pero, dijo, “no podían quedarse ahí, yo sé lo que siente la gente, mi hija estuvo esperando este libro con mucha ansiedad”.
Y también hubo escenas de aventura y alto riesgo. Dos adolescentes inglesas de dieciséis años se tomaron un avión el 20 de julio para estar el 21 de julio en Sydney, Australia, cuando en casi todo el resto del mundo todavía sería 20; es decir, le ganaron al tiempo nueve horas y se compraron antes que muchos el tan esperado ejemplar final. Otro joven, de 21, se arrojó a un estanque en Canberra porque se le había caído al agua el ticket de compra anticipada de su Harry; casi muere de hipotermia. En muchos países del mundo, entre ellos Estados Unidos y el Reino Unido, se abrieron líneas telefónicas de asistencia a la angustia, la ansiedad e incluso el suicidio, para chicos y grandes que no pudieran soportar el final de Harry, y mucho menos su rumoreada muerte. En Kabul, otro bienintencionado anónimo compró ejemplares suficientes para abastecer a la población interesada, casi toda extranjera, y se los hizo llegar en helicóptero, un día después de la publicación. La autora dice que lloró cuando escribió el final y, consciente de su lugar en la historia, inscribió de puño y letra tras un busto de Hermes en el hotel Balmoral de Edimburgo: “J.K. Rowling terminó de escribir Harry Potter and the Deathly Hallows aquí, en la habitación 652, el 11 de enero de 2007”. Seis meses después, el mundo conocía el dichoso final, que no arruinaremos –basta decir que no es tan trágico como se predecía–.
Muchas cosas cambiaron con Harry Potter, pero sobre todo el super éxito de la saga iluminó una verdad sorprendente: el primer gran fenómeno global de la era de la información es extremadamente anticuado: libros (¡libracos larguísimos!) que nadie quiere leer online ni en versiones digitales y que provocan colas en librerías; libros que los padres les leen a sus hijos antes de dormir y que esos chicos prefieren por sobre la Playstation a pesar de que algunos tomos, como La orden del Fénix, tienen mil páginas; libros sobre un chico mago bastante nerd que va a la ¡escuela!, respeta hasta la veneración a sus profesores, nunca jamás usa una computadora, ni menciona juegos cíber, ni manda mails ni mensajes de texto –Harry Potter nunca habla por teléfono en los libros–. Y eso a pesar de que sí vive en este mundo: Ginny, la hermana de su mejor amigo y su novia, tiene pósters de bandas de rock y de equipos de Quidditch (el deporte favorito del mundo de los magos) en su habitación, como cualquier otra adolescente.
Pero, en otro sentido, Harry Potter es totalmente adecuado a estos tiempos: salió al mercado en 1997, momento en que la venta por Internet se terminó de establecer. Es el libro que más y mejor se vendió online. Es más, es el libro que nació de la mano del comercio online; en esta última entrega, por ejemplo, amazon.com aumentó su recaudación en un 257% gracias a Harry. También su estructura episódica y los niveles de complejidad que van aumentando de libro en libro, de la sencillez plana de La Piedra filosofal al final dramático y dificilísimo de The Deathly Hallows, recuerda a la lógica de superación de dificultades de los videojuegos, los niveles que van de principiante a experto. Así “crecen” las pantallas y los jugadores; así crece Harry junto a sus lectores.
Y así se tiene que acomodar todo el mundo. Gracias a Harry Potter, por ejemplo, renació como fenómeno de mercado la literatura infanto-juvenil, tanto que el listado de best-sellers del New York Times se vio obligado a responder el reclamo de los lectores y hacerles una lista aparte a Harry y los libros para chicos.
De comienzo a fin, la saga de Harry Potter es un folletín sofisticado, con elementos del fantasy, la novela de iniciación y los cuentos de misterio estilo Sherlock Holmes –mejor dicho, precisamente como Sherlock Holmes–. Todos tienen una estructura rígida, que mientras pasan los años admite y soporta complejas subtramas: comienzan con Harry en la casa de sus tíos, a punto de iniciar el nuevo año escolar; continúan con el planteo y desarrollo de un determinado misterio y finalizan con su resolución –por lo general sorpresiva, al estilo del whodunnit– y el enfrentamiento de Harry Potter con su archienemigo Voldemort o sus secuaces, los Mortífagos. El mundo de Harry Potter no es un universo paralelo, como Narnia de C.S. Lewis o la Tierra Media de J.R.R. Tolkien en El señor de los anillos; vive aquí y ahora. Sólo que en la sociedad mundial existen por un lado los magos y por el otro los muggles, la gente normal, no-mágica. Un hijo de muggle puede ser mago, aunque no viceversa. Los magos, entretanto, esconden su mundo con hechizos, de modo que son invisibles a ojos muggles; y no intervienen en los asuntos de los normales, tampoco. El gran conflicto es que Voldemort, el malo, lo que en realidad quiere es gobernar sobre los magos y los muggles, usando magia negra. Para decirlo sencillamente, Harry Potter es el pequeño héroe, el elegido, que deberá destruir al tirano. Un conflicto entre el bien y el mal típico y muy reconocible.
J.K. Rowling utiliza todas sus influencias en la composición de la saga de Harry, pero su encanto e imaginación la alejan del mero pastiche. Sabe muy bien qué hacer con los elementos que homenajea o los que la inspiran, digamos. Se pueden citar algunos, para ilustrar la idea:
Y Como el Rey Arturo, Harry es criado en una familia que no reconoce su origen, es entregado a ellos por un mago, y hasta recibe su propia espada ¡en un lago! cuando encuentre su Excalibur en The Deathly Hallows.
Y Merlín, Gandalf y Albus Dumbledore son tres magos idénticos, tanto en su función, como en su sabiduría y en su pelo largo y blanco.
Y Harry y Voldemort son dos huérfanos que viven con familias poco cariñosas, como Pip de Grandes esperanzas de Charles Dickens; la influencia dickensiana es muy evidente en el relato de infancia de Voldemort (nacido Tom Riddle): nace de una bruja cubierta de harapos, que para comer debió vender el valiosísimo relicario familiar por un puñado de monedas, y acaba pariéndolo en un orfanato, con apenas fuerza para bautizarlo.
Y La idea de una escuela de magia para chicos y un protagonista niño (Gavilán-Ged) que prueba su destino mediante ensayo y error está tomada de Un mago de Terramar de Ursula K. Le Guin.
Y Los homenajes a El señor de los anillos son variados y muchos: en el bosque cercano al colegio Hogwarts vive una araña gigante (como la Shelob de Las dos torres); el malvado Voldemort no tiene cuerpo durante la mayoría de la saga, igual que Sauron; los “dementores”, guardiacárceles de la prisión de magos Azkabán y cazadores de forajidos, son idénticos a los Espectros del Anillo, sólo que no van de a caballo; y en The Deathly Hollows, Harry carga con un relicario que guarda parte del alma de Voldemort al cuello y le pesa física y espiritualmente... tanto como el anillo le pesa a Frodo.
A la crítica no le gusta Harry Potter, tampoco a la mayoría de los escritores. Es natural, porque se trata de un entretenimiento sin mayor cuidado de lenguaje, alegremente redundante, explicativo por demás y repetitivo como todo folletín. J.K. Rowling no escribe para La Literatura, y eso debería bastar, pero no. El siempre fastidioso Harold Bloom dijo: “La mente de Rowling está tan gobernada por clichés y metáforas muertas, y ése es su único estilo”; A.S. Byatt no se compadeció por compartir género y nombre inicialado, y escribió para el New York Times: “El de Harry Potter es un mundo secundario, hecho de temas derivados de todo tipo de literatura infantil, escrito para gente cuyas vidas imaginativas están confinadas a los dibujos animados y a mundos-espejo como los de los realities y los chismes de celebridades”. Entre los pocos entusiastas se encuentra Stephen King, pero claro, King tampoco es muy respetado (y hasta él reconoce que a Rowling le falta un poco como escritora: “Se enamora de cada adverbio que conoce”, dijo, sarcástico, aunque admira su “imaginación superior” y le rogó que “no mate a Harry”.)
Por supuesto, es mucho más fácil destrozar la calidad de un libro que es además un fenómeno en vez de pensarlo; es más tranquilizador, y perezoso, apoltronarse y sencillamente apuntar que, como siempre, la gente come mierda. Los detractores se malhumoran tanto que algunos, como Helen Pringle, profesora de arte y ciencia social de la Universidad de Nueva Gales del Sur, dice que Harry “no estimula la lectura”, que los chicos “no van a seguir leyendo después otras cosas”, sino que “comprarán peluches o entradas al cine o al parque temático”.
Dentro de poco, los antiPotter van a negar que los libros se leen; seguramente van a sostener que los chicos hacen otra cosa con sus ejemplares, seguramente dañina e ignorante.
La otra gran controversia proviene del campo de la política. Hace unos años, junto a la edición de Harry Potter y el cáliz de fuego, J.K. Rowling dijo que era “de izquierda” y que sus libros contenían “cuestiones políticas”. Para qué. En el medio de todo, Gordon Brown salió a decir que “nadie ha hecho más por la lectura que esta mujer en la Historia de la Humanidad” y se alzaron gritos de que el futuro primer ministro estaba usando la fama de la señora Rowling para su campaña. Y los libros quedaron en el medio de una discusión rabiosa: ¿son progres o son horriblemente reaccionarios?
El problema –por suerte– es que los libros son ambiguos y tienen la suficiente profundidad como para generar este planteo, pero no una respuesta obvia. La mirada sobre el Estado, por ejemplo, es brutal. Escribe Benjamin Barton, profesor de derecho en la Universidad de Tennessee: “J.K. Rowling hace un retrato espantoso de un gobierno capturado por intereses y motivado sólo por el deseo de incrementar el poder burocrático y las influencias. Sólo basta hacer una lista parcial de las actividades de este gobierno: torturar chicos por mentir; utilizar una prisión diseñada para chuparles la vida y la esperanza a los detenidos; ubicar ciudadanos en esa prisión sin derecho a la defensa; permitir la pena de muerte sin juicio; admitir procesos selectivos –los poderosos siempre encuentran forma de justificar su comportamiento y no ser castigados–; administrar ‘suero de la verdad’ para obtener confesiones; control de todos los ciudadanos mediante diversas técnicas (inspección de testamentos, trazabilidad de los menores de edad para evitar que hagan magia); ausencia de elecciones y procesos democráticos; control de la prensa”.
Pero, ¿es progresista criticar al Estado o es reaccionario negar la política? Harry y sus amigos desprecian al Ministerio de la Magia; admiran que su profesor héroe, Albus Dumbledore, nunca haya querido el puesto de ministro, es decir, presidente del mundo mágico. Pero, si Albus se hubiera involucrado, ¿habría llegado a triunfar el Mal? Tampoco le dan importancia al mundo de la política muggle que dicen respetar; en Deathly Hallows, el mago Kinglesy es el guardaespaldas del Primer Ministro británico y le dice a Harry: “Esta noche te acompaño. El ministro puede estar sin mí una noche: tú eres más importante”.
Los otros grandes temas son las cuestiones de raza, opresión e identidad en los libros. Hay una especie de esclavitud, encarnada por los elfos domésticos, que cuando no obedecen llegan a automutilarse; cuando uno de ellos traiciona a su dueño y provoca un desastre, Dumbledore reflexiona en El misterio del príncipe: “Nosotros los magos llevamos demasiado tiempo maltratando a nuestro prójimo y abusando de él; ahora estamos sufriendo las consecuencias”. Muchos creyeron escuchar aquí un mea culpa de los países poderosos después de los atentados. De hecho, en La Orden del Fénix Harry entrena a su propio ejército de jóvenes... que eventualmente caminan hacia la muerte.
Cierto, también, que el antiautoritarismo está de moda en la cultura popular de la era Bush, y aquí se incluye Matrix, V de Vendetta y Harry Potter, por qué no. Y así pululan los mensajes contradictorios: los personajes más atractivos son solteros, excéntricos y medio locos; los chicos son todos vírgenes y apenas si se besan a los 17 años; los buenos están en la clandestinidad en la Orden del Fénix; Voldemort es un tirano clásico, pero también ha sufrido mucho; no hay inmigrantes ni discapacitados ni gays en los libros, cosa que le pone los pelos de punta a la izquierda más tradicional, que reclama corrección política y micropolítica así peligren los géneros y la lógica narrativa. De todos modos, en Harry Potter el mestizaje está dado por la mezcla “racial” entre magos y muggles, y eso no sólo lo aceptan los buenos, sino que lo promueven –y no sólo los buenos, sino los educados–. J.K. Rowling dice: “En Europa dicen que soy de derecha y en Estados Unidos que soy de izquierda. Yo creo que los que hablan no leyeron los libros. Además, cada lector entiende lo que quiere: la gente que manda a sus chicos a colegios pupilos cree que estoy de su lado y no es así, y los wicca creen que soy bruja y tampoco es así. Mi libro pretende plantear el dilema de elegir entre lo que es fácil y lo que es correcto. Así es como empiezan las tiranías, con la apatía de la gente que va por el camino fácil y después se encuentra en problemas”.
Después de Harry, J.K. Rowling dice que quiere tomarse un tiempo, y luego escribir otro libro para chicos, que nada tendrá que ver con su niño mago. Jura y perjura que no lo “resucitará”. Que quizá escriba un diccionario mágico sobre el mundo de Hogwarts, pero nada más. Claro, asegura, no hay dinero que pueda tentarla. Ya tiene más dinero del que puede gastar. ¿Y tampoco la convencerá la pasión de los fans? Rowling dice que tampoco. “No puedo cerrar todos los cabos sueltos. Estoy lidiando con un nivel tal de obsesión de ciertos fans que no se van a quedar tranquilos hasta saber los segundos nombres de los tatarabuelos de Harry. Harry se acabó. Yo ya hice el duelo”.
1000 millones de dólares es la fortuna estimada de J. K. Rowling, lo que la convierte en la 136ª persona más rica del mundo, la 13ª persona de Gran Bretaña y la 2ª mujer de la industria del entretenimiento en el ámbito internacional.
15 millones de dólares es lo que ganó el actor Daniel Radcliffe por hacer de Harry Potter en la última película. 50 millones es lo que se va a llevar por las próximas dos. 250 mil es lo que cobró por la primera.
El último libro vendió 11 millones en menos de 24 horas.
La editorial británica Bloomsbury invirtió 20 millones de dólares en cámaras, chips y satélites para “evitar filtraciones” sobre el final del último libro.
125 millones de dólares costó, en promedio, cada una de las cinco películas filmadas hasta ahora.
Cada uno de los seis primeros libros de la saga vendió más de 55 millones de ejemplares en promedio.
Más de 1340 millones de dólares recaudaron en total las cinco películas, sólo en Estados Unidos, y arriba de 2900 millones en todo el mundo.
Los libros ya se han traducido a 63 idiomas.
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