Domingo, 29 de septiembre de 2002 | Hoy
PERSONAJES
Empezó tocando en los Wild Cats mientras trabajaba en La Caja de Seguro y Ahorro rosarina. Pero enseguida se vino a Buenos Aires, los Wild Cats se transformaron en Los Gatos, ellos en los náufragos del hippismo y fundaron el rock nacional. Después, se refugió en los piano bares españoles hasta que su incorporación a la banda de Andrés Calamaro lo volvió a poner bajo los reflectores porteños. Ahora, cuando muchos emigran, Ciro Fogliatta vuelve a vivir y tocar en la Argentina.
Por Martín Pérez
UN GATO LEPROSO
Antes de ser rocker tiempo completo, mucho antes de dedicarse a tocar en los
piano bares, antes de armar bandas de rock, antes incluso de naufragar con los
hippies por la noche porteña, Ciro Fogliatta trabajó en un Banco.
Nacido en el centro de Rosario y luego mudado al sur Por eso soy
hincha de Newells, aclara, el que luego fuese el famoso tecladista
de Los Gatos comenzó a trabajar en La Caja de Ahorro a los 17 años.
Cuando había que ir a tocar a la radio, tenía que pedirle
permiso al gerente para salir antes, cuenta. Me acuerdo que el más
caradura de mis compañeros llamaba haciéndose pasar por el director
de la radio, y el tipo no se podía negar. Aunque a su padre le
gustaba que fuese contador, Ciro recuerda que a pesar de todo supo comprarle
su primer piano. Me compró un piano en vez de una guitarra porque
quería que tocase en casa, apunta, divertido. Ese piano fue el
comienzo de todo. El contador Fogliatta pasaría a ser el tecladista de
un grupo llamado los Wild Cats, que luego se traduciría al nombre de
Los Gatos Salvajes, y que mucho más tarde quedaría sintetizado
en Los Gatos, a secas. Nada menos que el grupo que dio el puntapié inicial
de esa música orgullosamente llamada rock nacional.
Pero antes de ser nacionales, los Wild Cats eran simplemente rosarinos. Y apenas
si tocaban en unos bailes organizados por un locutor llamado Vilmar junto a
grupos como The Hurricanes o Los Green Cats, cobrando apenas unos pesos y la
eterna promesa de viajar a Buenos Aires para tocar en la mítica Escala
Musical. Al final vinimos a la Escala, y tocamos con Los Búhos
y Sandro y los de Fuego, recuerda Ciro, que apunta que ya entonces el
grupo tenía su sonido propio, sin nada que envidiarle a las otras bandas.
Teníamos nuestro órgano, hacíamos cosas interesantes,
explica el tecladista, que confirma aquella leyenda que cuenta que cuando Litto
Nebbia se fue a probar como cantante fue rechazado porque aún no le había
cambiado la voz. Pero lo de Litto era algo especial, explica Ciro.
Era un artista desde el comienzo, venía de una familia de artistas
y ya en esa época se notaba que era un tipo con talento. Ya componía,
y le gustaba todo lo nuevo.
Los Gatos Salvajes dejaron de ser Salvajes cuando, llegado el momento de regresar
de una de sus temporadas porteñas, Litto y Ciro decidieron no volver
a Rosario. Eso, al menos, es lo que cuenta la historia oficial del grupo, que
asegura que los demás se volvieron a esperar el llamado de los que se
habían quedado en Buenos Aires. En realidad, el grupo no se disolvió.
El guitarrista, por ejemplo, se quedó acá, pero abandonó
la música, precisa Fogliatta, que junto a Nebbia pasó a
formar parte de aquellos náufragos porteños entre los que estaba,
por ejemplo, Tanguito. Miles de veces fuimos a comer a su casa,
recuerda. Su viejo estaba harto de los hippies, pero su mamá nos
preguntaba siempre si teníamos hambre. Y nos daba de comer. Yo nunca
me olvido de eso, de lo difícil que fue sobrevivir en Buenos Aires. Porque
nosotros éramos náufragos en serio, no teníamos dónde
caer. Finalmente terminaron cayendo todos en una pensión llamada
Hotel Santa Rosa, donde se hospedaron Los Gatos que luego Litto Nebbia llevaría
a tocar a La Cueva. Y de ahí a La balsa casi no habría
escalas.
VIAJAR PARA VIVIR
Capaces de hacer un reverb con pelotitas de ping pong o de conseguir el sonido
que tenían los Kinks cuando nadie lo conseguía, dicen quienes
escucharon a Los Gatos en su momento de gloria que era una banda que sonaba
realmente bien. Yo recién tomé conciencia hace poco de todo
lo que hicimos, confiesa Ciro. Viendo los Anthology de Los Beatles,
me di cuenta de que yo hacía de George Martin cuando entrábamos
en el estudio. Y no me puedo quejar de nada. Eramos unos preciosistas. Habíamos
descubierto que para hacer un surco ideal en un disco de vinilo, el lado debía
durar 18 minutos. Y si le tomás el tiempo, vas a ver que ningún
ladode ningún disco de Los Gatos dura más que eso, desafía
Ciro, que aclara que nunca hicieron verdadera guita con el grupo. El único
despilfarro que hicimos fue pasarnos casi un año sin laburar en Nueva
York, allá por 1969, recuerda el tecladista, haciendo foco en uno
de los momentos más particulares de la historia del grupo.
Fuimos a aprender, cuenta. Fuimos al Greenwich Village, alquilamos
un piso y nos pasamos dando vueltas por ahí. Fue una de las cosas que
más me marcaron en mi vida, confiesa Fogliatta, que asegura que
hicieron de todo. Tuvieron viviendo en su casa a un hippie que era
amigo de Warhol, y que insistió con llevarlos a Woodstock. No fuimos
porque el primer día era de folk, y no nos gustaba. Y después
no se pudo ir porque era zona de desastre y todo eso. Como corolario de
su experiencia neoyorquina Los Gatos llegaron a grabar dos temas en los estudios
de la RCA de allá, con un cantante llamado John. Pero si la cuestión
musical no pasó de allí, el hecho de presenciar en vivo una revolución
cultural marcó a Ciro para toda su vida. Lo de ellos iba en serio,
recuerda. Era muy parecido a la época de La Cueva o de La Perla
de Once, pero en vez de ser decenas como nosotros, ellos eran miles, intenta
comparar Ciro, que sin embargo aclara que nada puede compararse con las marchas
masivas en contra de la Guerra de Vietnam. Me acuerdo que vos decías
que eras argentino, y todo el mundo te preguntaba cosas. Querían saber
dónde quedaba eso. Un día un vendedor de hash incluso me llevó
a su casa, porque decía que tenía un té argentino. Tenía
todas las bolsas de hash colgadas del techo, y estuvimos hablando con él
y con su mujer; era gente muy educada y culta. Y resultó que el té
del que me había hablado era nada menos que yerba mate.
Si aquel viaje de Los Gatos sin Nebbia a Nueva York marcó el final de
la primera época beat del grupo, fue un viaje similar a España
un par de años más tarde el que cerró definitivamente el
capítulo del grupo dentro de la historia del rock local. Un viaje que,
para Fogliatta, funcionó como prólogo del gran viaje que haría
a fines de los 70. Yo me fui a España en el 79, respondiendo
a un llamado de Moris para que me fuese a tocar allá con él,
cuenta Ciro, que luego de Los Gatos y antes de viajar integró los grupos
Sacramento, Espíritu y Polifemo, entre otros. Recuerda que incluso llegó
a tocar en una primera encarnación de los Dulces 16, llamada la Blues
Banda, un grupo que había armado en el oeste de Gran Buenos Aires el
mítico León el Blusero. Y allá en España, como el
trabajo con Moris le duró tan poco, terminó anotándose
como un pionero del blues español con un dúo llamado los Hot Dogs.
Y luego llegó el trabajo en un piano bar, que le permitió vivir
bien en un Madrid fabuloso, el de la década del 80. Tocabas
media hora en el piano bar y, si no tenías vicios, eso te alcanzaba para
vivir. Por eso sólo hacía lo que quería, y apenas si trabajé
con grupos como Los Secretos, Los Elegantes e incluso grabé algún
tema con Joaquín Sabina, recuerda el mismo Ciro Fogliatta que recién
volvió a aparecer en el radar del rock argentino en la década
del 90 cuando pasó a integrar la banda de Andrés Calamaro.
DE REGRESO
Primero dejé las drogas, luego el alcohol y ahora lo estoy dejando
todo, incluso la carne, dice el elegante Ciro, regresado a Buenos Aires
tan a contramano como cuando dudaba de irse a Madrid allá en 1979. Cuando
Moris me llamó aquella vez yo estaba con una amiga que apenas colgué
me retó, diciéndome que cómo no le había dicho que
ya mismo me iba para allá, recuerda el tecladista, que asegura
haber recibido algún reproche similar cuando contó que se volvía.
Lo que apuró mi regreso fueron cuestiones familiares, explica
Ciro. Pero además no me gusta lo que está pasando en España,
que ahora es un país europeo como cualquier otro, lleno de burgueses.
A mí me interesa lo que pasa acá, y aunque a lo mejor mi regreso
no sirva de nada, me gustaría aportar algo, confiesa Ciro, que
desde que regresó no ha dejado de tocar, tanto como invitado junto a
Botafogo como junto a la banda de Napo en el Samovar boquense, e incluso en
alguna que otra zapada junto a viejos amigos como el baterista Rodolfo García
(ex Almendra), el guitarrista Héctor Starc y el bajista Alfredo Toth
(ex Los Gatos).
Me llamaron para formar parte de un jurado de un concurso de rock, y tuve
que escuchar como cuarenta bandas. Me sorprendió cómo la llama
está prendida todavía, se asombra Ciro, que confiesa que
fue su relación con Andrés Calamaro lo que mantuvo su llama encendida.
Para mí, formar parte de esa banda fue como rejuvenecer,
cuenta. Nunca había tocado con un tipo con tanta energía
y tanto control. Él me hizo retomar el camino de la música, porque
antes de su llamado estaba desanimado, confiesa Ciro. Aunque en realidad
fue él quién llamó primero a Calamaro para tocar en el
disco de blues que grabó en Barcelona. Yo no lo conocía,
conocía más a Ariel Roth, su compañero en Los Rodríguez,
desde que me había llamado allá lejos y hace tiempo para tocar
en unos demos que estaba grabando para su hermana Cecilia, que quería
cantar, recuerda tal vez más de lo necesario Fogliatta, que terminó
llamando a Andrés para tocar unos blues, y después Andrés
lo terminó convocando para integrar su banda.
A mí no se me cae ningún anillo si tengo que dejar de tocar.
Siempre fui un tipo realista y pensé en dejar de hacerlo, pero mi misión
es la música y entonces tocar con Calamaro me hizo volver a ella,
asegura Ciro, que ha regresado ahora aún más lejos, y vive en
Florida, junto a su hermana. No me pidas que me critique, porque como
soy argentino y también rosarino, me destruiría a mí mismo,
explica Fogliatta. Pero si algo descubrí en este tiempo de pianista
de piano bar es que soy un buen entreteiner, que es una palabra que me encanta.
Porque eso eran Jerry Roll Morton o Fats Weller, por ejemplo. Y no me quiero
comparar con ellos, sino con lo que transmito. Con eso estoy más que
satisfecho.
Todos los sábados de octubre, Ciro Fogliatta toca como invitado de Miguel Botafogo en Casual Bar (Cabrera 3877).
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