Domingo, 6 de abril de 2008 | Hoy
TELEVISIóN > EXTRAS Y DIRT: EL PRECIO DE LA FAMA
Por un lado, Courtney “Mónica de Friends” Cox. Por el otro, Ricky “el cerebro de The Office” Gervais. Lo que se dice dos personas famosas y exitosas. ¿Y qué hacen tras sus éxitos? Sendas series de mordaz crítica a la fama y el sistema que la crea, la otorga y la quita. Las dos –Dirt y Extra– se acaban de estrenar en la Argentina, y las dos valen la pena.
Por Rodrigo Fresán
“La fama es el resultado de una alucinación colectiva estimulada por el artista”, sentenció alguna vez el cantante Charles Aznavour. “El que dice que no le gusta la fama está loco”, diagnosticó Bennet Cerf, editor de la revista Esquire durante los años ’60. Lo que no dijo –o prefirió no decir– Aznavour es que a menudo los artistas son personas en permanente estado de alucinación y lo que no agregó –o no quiso agregar– Cerf es que aquellos a los que sí les gusta la fama suelen estar bastante locos.
Dos excelentes series –la made in UK Extras y la Made in USA Dirt– se ocupan exactamente de este asunto: de lo que se escribe sobre las colinas en refulgentes letras de neón para que todos lo lean y lo envidien y de lo que apenas se alcanza a discernir en decisiva e inescapable letra pequeña al pie de un contrato firmado con sangre donde se regala el alma a cambio de que el cuerpo se venda mucho. Y si no se vende, bueno, ya ocurrirá y ya se nos ocurrirá algo. Y ese algo es algo tan peligroso y terrible.
Andy Millman (Ricky Gervais) es un ser despreciado. Y el Gran Tema de Ricky Gervais es la humillación. Lo demostró en esa obra maestra que es The Office (no entrar en su versión norteamericana) y en Extras lleva el asunto más lejos y más alto (lo que equivale a decir más bajo). Porque el mecanismo de las dos temporadas + ya tradicional especial navideño de Extras –coproducción entre la BBC y HBO, con el “Tea for the Tillerman” de Cat Stevens como canción/emblema– es tan sencillo como implacable. Ahí está Andy Millman, ínfimo extra en producciones importantes y no tanto. Ahí está su amiga y compañera de batallas Maggie Jensen (la formidable Ashley Jensen, que es de una inocencia tan absoluta que en más de una ocasión cruza la línea de la estupidez). Ahí está Darren Lamb, el acaso involuntariamente sádico agente de Ricky (Stephen Merchant, con quien Gervais escribe y dirige la serie). Y, brillando por encima de ellos, ahí están las estrellas invitadas que pueden ser una bestial Kate Winslet, un cruel David Bowie, un casi obsceno Patrick Stewart, un ominoso Samuel L. Jackson, un narcisista Ben Stiller, un Orlando Bloom obsesionado por ser más que Johnny Depp, un exhibicionista George Michael, un impasible Robert DeNiro, una asqueada Diana Rigg, un falso ecologista Chris “Coldplay” Martin, un Daniel “Harry Potter” Radcliffe en celo, un delirante Ian McKellen y un brutal Clive Owen, entre otros, componiendo versiones extremas de sí mismos y, a veces, autocríticas hasta el regocijo y asombro del espectador y de Millman, obsesionado por ser uno de ellos. Y es entonces cuando el despreciado se da cuenta de que ellos –lo que él quiere ser– son despreciables.
Para la segunda temporada, Millman habrá triunfado. Pero un triunfo a su manera y tamaño. Es decir, un triunfo despreciable en una popular y vulgar sitcom para la BBC llamada When the Whistle Blows que no tiene nada que ver con lo que él puso por escrito y soñó y que lo vuelve más reconocible que reconocido gracias a una muletilla infame. Así, a Millman lo paran en la calle y le ofrecen buenas mesas en restaurantes faranduleros. Andy ahora es reconocido por la calle, pero esto no le impide ser sucesivamente humillado por las verdaderas estrellas que visitan su vida, por su rival Greg Lindley-Jones (Shaun Pye) quien alguna vez fue extra y ahora comienza a gozar de prestigio actoral, y por la constante repetición de la chillona muletilla que le ha significado no sus quince sino sus catorce minutos de fama: “Are you having a laugh?”. Y la respuesta es sí, se están riendo de él. Para el especial navideño, Millman –luego de intentar superarse en vano– habrá caído lo más bajo que se puede caer: concursante en Gran Hermano. Y será allí, en vivo y en directo, frente a las cámaras, donde protagonizará un raro y epifánico momento de redención que lo hará, por una vez, famoso por todas las razones correctas al manifestar su desprecio por todos, por todo y hasta por sí mismo. Y el público y a los productores, por supuesto, encantados. Porque no hay nada más excitante que ver a un ser despreciado reconocer que se ha convertido en un ser despreciable que ya no sabe cómo volver a casa desde los estudios centrales. Así, al final, Millman se fuga como aquel Truman de aquel show. Pero ya va a volver.
Courtney Cox (la alguna vez manipuladora y obsesiva y neurótica, pero aun así querible Mónica de Friends) es Lucy Spiller, directora de la revista DirtNow, pero que todos conocen como Dirt. Dirt significa “mugre” y DirtNow es una revista que lava en público los trapos sucios de los famosos y que busca roña porque Lucy Spiller es un ser despreciable. Spiller es una adicta al trabajo con picos depresivos, casi frígida (prefiere el sexo con su vibrador o con Holt McLaren, el joven actor demasiado parecido a Sean Penn de novio con la joven actriz en picada Julie Mallory), fría, calculadora y en sus escasos ratos libres recuerda el modo en que su padre se ahorcó frente a ella y le dejó una notita de lo más misteriosa cuando era una adolescente y se preocupa por el rápido ascenso en plan All About Eve de la joven periodista Willa McPherson dispuesta a lo que sea para convertirse en la nueva Lucy Spiller. Pero Dirt es –especialmente– la mirada del paparazzo esquizofrénico y medicado y enamorado de una suicida fashion Don Konkey (el enorme Ian Hart), mano derecha de Spiller. Suya es la voz en off que podría ser la de un personaje de aquellas novelas hollywoodenses y malditas de Nathanael West y de Horace McCoy donde la ciudad de los sueños no era otra cosa que el tugurio de las pesadillas. Y es que Dirt probablemente sea uno de los retratos más bestiales del mundo del espectáculo jamás mostrados en tv y se consume con la felicidad apenas culposa que alguna vez ofrecieron Jacqueline Susan o Harold Robbins. Mierda con lentejuelas. Y al final de la primera temporada asistimos a uno de esos momentos perfectos y frankenstianos: la criatura atacando a su creador. La creadora aquí es Lucy Spiller. Y sobrevive para una segunda temporada. Hierba despreciable nunca muere.
Y un detalle interesante: buena parte del elenco de Friends ha optado por estelarizar series que critican el mundillo en el que se hicieron millonarios: Lisa Kudrow con su bestial The Comeback y Matthew Perry con la más melancólica pero igualmente despiadada Studio 60 on Sunset Strip. Tan sólo Matt Le Blanc decidió continuar lucrado con Joey Tribbiani en la innecesaria Joey y así le fue y Lucy Spiller lo hubiera destrozado en las páginas de DirtNow. David Schwimmer –más cauto– ha decidido volver a ser la jirafa hipocondríaca Melman en la inminente Madagascar 2.
Y es que –como bien dijo Joseph “Catch-22” Heller–, “el éxito y el fracaso son, ambos, difíciles de soportar. Con el éxito llegan las drogas, el divorcio, la fornicación compulsiva, la prepotencia, los viajes, la meditación, la depresión, la neurosis y el suicidio. Con el fracaso llega el fracaso”.
Andy Millman y Lucy Spiller están a la espera de todo eso.
dirt, domingos a las 21 por people + arts
extras, viernes a las 22 por I.sat.
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