Domingo, 20 de abril de 2008 | Hoy
CINE > DANIEL BURMAN ESTRENA EL NIDO VACíO
En El abrazo partido, un joven buscaba en sus raíces un modo de escapar de este país que se derrumbaba y le robaba cualquier futuro. En Derecho de familia, un joven dejaba de ser hijo para ser padre. Y ahora, en El nido vacío, un padre se ve obligado, ante la ida de los hijos del hogar, a volver a ser hombre. Con Oscar Martínez, Cecilia Roth y una sutileza para las trampas cotidianas que nos tendemos, una mordacidad para los diálogos a los que nos aferramos, y una sensibilidad que evade toda intensidad sin perder emoción, Daniel Burman ofrece una nueva entrega de un trabajo que lo viene convirtiendo en uno de los mejores directores argentinos.
Por Natali Schejtman
Parece una progresión natural en la línea de sus últimas películas. Después de El abrazo partido, en la que un chico joven buscaba con enojo y angustia en los cargados papeles polacos de su abuela un salvavidas que lo sacara de la Argentina crítica; y después de Derecho de familia, en la que un joven no tan joven dejara de ser definitivamente hijo para hacerse esposo y padre, llega una nueva película de Daniel Burman, la número seis, en la que confirma una serie de gracias propias, se arriesga con giros e irrupciones y, sobre todo, agrega otro paso firme y sólido en su cine de autor.
Ahora es el turno de que un hombre adulto enfrente ese temible y liberador momento en que los hijos se van de casa. En El nido vacío, Oscar Martínez es Leonardo, un dramaturgo en crisis que atraviesa la difícil tarea de reencontrarse con su mujer (Cecilia Roth) y con su adultez ahora que en la casa hay tantos ambientes vacíos. Los chicos se fueron del país (como intentaba Ariel Makaroff en El abrazo...) y él está entre aceptando y decidiendo cómo va a envejecer.
Según cuenta Burman, esta película nació de un cuadro visual muy paradisíaco, tal vez tanto como el afiche de esta pareja flotando en el mar: un domingo, él leía el diario mientras veía por la ventana a sus dos hijitos jugando. Una sensación de paz muy poco usual para los que tienen hijos chiquitos, que escondía su ominoso reverso: “Era una felicidad absoluta. Pero de repente irrumpió como una premonición espantosa el hecho de que esa felicidad manipulable que es la familia en los comienzos, donde uno decide dónde está los límites y mueve las piezas, tiene un tiempo de vencimiento y que todo ese amor infinito que uno pone en los hijos no vuelve necesariamente o no vuelve cuando uno quiere. Curiosamente, ese amor, que es el único amor incondicional, que es el amor a los hijos –porque el resto de los amores fluctúan–, no tiene un retorno establecido... Me parece que ahora hay en el inconsciente colectivo del afecto una idea de que todo vuelve, que todo tiene un retorno. Pero con los hijos no es así... Esto me parecía muy rico porque es un proceso que nos pasa a todos como padres y como hijos. Y también hay algo que potencia este vacío de la partida de los hijos: nos dejan pensar o hablar de un montón de cosas que quizás hasta entonces usamos a ellos para no hablar”.
El nido vacío tiene unas cuantas rarezas. Flirteos con la comedia musical y con la dinámica de las ensoñaciones y la extraña locación de Israel como un tenso espacio desértico atravesado por los rayos jasídicos, entre otras sorpresas. Pero también, afianza la inquietud de Burman de filmar hombres en diferentes etapas, con múltiples sentimientos, fantasmas y fantasías. Así describe él, por ejemplo, al Leonardo en su concepción: “Empecé a pensar en un personaje de unos 50 años que fue sosteniendo su vida afectiva con muchas grietas y puntales y que tiene una fragilidad enorme, entonces quizá la partida de los hijos pueda consolidar esa estructura o desmantelarla. También me interesaba que él fuera un creador que está en una edad en la que empieza a sospechar que lo mejor ya lo hizo. Me parece muy interesante lo que les pasa a los hombres a esa edad, en la cual el riesgo de querer evitar la decadencia natural que nos va a venir nos hace generar paradójicamente otra decadencia... Cambiamos decadencia por patetismo.”
Oscar Martínez descose su propio papel: con un aire a Bill Murray, maneja un temple críptico y mañoso, un humor desde la intolerancia y la insatisfacción. Muestra los dientes, afectados por la edad, y la panza, ídem. De su mano, Burman también rompió con el tinte autobiográfico de las películas anteriores, aunque más o menos: “Creo que son más verdaderos los miedos que lo supuestamente autobiográfico. Cuando yo te cuento una etapa que viví, está evidentemente tergiversada por el pudor y por el paso del tiempo. En cambio, cuando establecés una historia con una distancia hacia el futuro de algo que no viviste pero que temés, es de una verdad absoluta. No fue un proceso que me pareció especialmente más complicado. En un punto me sentí más libre. Los miedos son más reales que las vivencias”.
Probablemente Daniel Burman sea uno de los mejores cineastas argentinos en esto de plasmar situaciones reconocibles, profundas y conmovedoras desde guiños cotidianos, acciones chiquitas y finas, detalles y rasgos poco estigmatizados de los personajes. Pero lejos de la solemnidad –de la emociónnnnn del cine arrrrgentino–, el humor frágil y los diálogos hilarantes contribuyen a hacer de sus películas algo cercano y confortable, un lugar para pasarla bien y quizás llorar. El no titubea: se conecta con las emociones cotidianas y básicas. “Leo que hay un desastre en Malasia y mueren mil quinientos niños y no me pongo a llorar. Pero salgo a la calle y me encuentro con alguien que hace mucho que no veo y me cuenta cómo está su vida y cómo cambió lo que creía que iba a ser y lo que es y el tipo está triste y yo me deprimo con él.” La épica de lo chiquito pero potente también tiene rebote en otro de los aspectos que caracterizan a su cine: ahí no hay costumbrismo, no hay gente secándose con una toalla como una forma de color local. Lo doméstico, en cambio, aparece como si una máquina sensible hubiera succionado sus esencia y la devolviera en forma de acciones mínimas hechas cine: “El costumbrismo es la exacerbación de lo que se cree cotidiano en función de una necesidad de efectividad dramática. No me gusta el costumbrismo, no me gusta el sainete, no me gusta. Me gusta lo cotidiano, las pequeñas trampas que nos hacemos todos los días para soportar la vida cotidiana. Eso es lo cotidiano. La representación que hacemos de nosotros mismos o de las situaciones en el día a día. Es todo mucho más transparente, más escondido, con mayor sutileza y tiene también una emoción más real. Cotidiano es Truffaut.”
Si algo generó entrevistas, charlas-debate, mesas redondas y todas instancias progres de reflexión, eso fue la judeidad moderna y joven del cine de Burman. No se puede negar ni las referencias más y menos sutiles (como en Esperando al Mesías) ni esos personajes de comedia (la idishe mamme que le pedía a su hijo que la matara con un cuchillo de leicaj, que no tiene filo, en El abrazo partido). En el momento en que lo judío se hacía chiste “buena onda”, Burman le hincó al tema con sensatez y sentimientos, y también humor. El caso de El abrazo partido es bastante ilustrativo: la ambivalencia emocional de Ariel cuando va a pedirle a su abuela el pasaporte polaco –enojado como está con ese ghetto caricaturesco del Once que lo ahoga– para huir de Argentina del dosmilypiquito, y la emoción que lo invade frente a la anciana y sus recuerdos no era algo sencillo para resolver. Como también sucedió en Derecho de familia, película de herencias y continuidad generacional, en El nido vacío lo judío aparece abstraído y economizado. A las escenas filmadas en Israel, el lugar lejos de casa al que se fue a vivir la hija de la pareja, se le suma la talmúdica imagen de dos hombres leyendo en el desierto israelí: “La palabra oral, la palabra escrita, el desierto... No hay nada más judío que eso. La película es profundamente judía, pero quizá me alejé del tema en otro sentido. Personalmente no me cansé de lo judío. ¡Para mí es tan sencillo! Yo me levanto y soy judío, no tengo que hacer nada, así que tener que dar tanta explicación de qué es ser judío en Argentina y eso me agota. No hay mucho que reflexionar acerca de ser judío, uno puede reflexionar acerca de la Shoah, pero ser judío es sencillísimo. Ya estás circuncidado... y ni siquiera hay que hacer el mantenimiento”.
Además de hacer películas, y casi en paralelo con sus inicios como director, Burman se asoció con Diego Dubcovsky para armar la productora DB Cine. En la oficina su teléfono suena con regularidad y Burman se conecta con sus respuestas para la entrevista mientras chequea las pantallas de celular y computadora. Su actividad de productor le encanta: “Primero, es un trabajo. Yo necesito pagar todos los meses la obra social, colegio, Coto. Pero el trabajo de productor para mí es absolutamente creativo. Lograr que una persona se desprenda de su dinero y lo invierta en una película... Hay mil cosas que hacer más interesantes que invertir en cine, comprar bonos de Brasil, por ejemplo”.
Suena difícil entender cómo pueden engarzarse la creatividad de sus películas y la agitada actividad como productor, pero cuando lo cuenta él, acaso como en sus películas, los dilemas aparentes y las impurezas cotidianas se normalizan y se entienden con una claridad total: “Todas las profesiones tienen riesgos muy concretos. Si sos radiólogo, que te mueras por radiación; si estás en hemoterapia, que te pinches con una aguja con hepatitis. En esto el riesgo sos vos mismo y tu propia vanidad. Ir encerrándote en tu mundo, en tus películas, en tus afiches, en tus festivales, en tus críticas: en ‘tu obra’. Todo eso junto es una cosa destructiva y dañina. Cuando yo puedo salir de ese egocentrismo y ponerme en otra perspectiva, ir al set de costado, mirar cómo los demás son los que están filmando y los que resuelven, analizar un guión, ver un presupuesto, ir a hablar con un contador, tener la perspectiva real del mundo es como una medicina contra ese mal que es uno mismo. Entonces para mí es esencial. Más allá de que es un trabajo, lo disfruto muchísimo. Y cuando estoy escribiendo, también: necesito permamentemente interrumpir el trabajo creativo con cuestiones del mundo de todos los días, necesito cortar e ir a hacer un trámite al Gobierno de la Ciudad para oxigenarme”.
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